La dignidad estremeció el Moncada
Fecha:
01/07/2013
Fuente:
Agencia Cubana de Noticias (AIN)
Autor:
La extracción social y política, y la modestia, constituyeron requisitos indispensables para la selección de los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes quienes, a fuerza de penalidades inauditas, reunieron los recursos para la compra de las armas.
Conmovedora demostración de sensibilidad, desprendimiento y pasión por la causa, a costa de sus propias vidas, pusieron de manifiesto para la adquisición del pobre armamento y la cobertura de los gastos de las operaciones y preparativos finales.
Así lo expresó el joven abogado Fidel Castro, jefe del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), quien aseguró que los medios habían sido reunidos “con ejemplos de sacrificios que no tienen paralelo”, durante su autodefensa del 16 de octubre de 1953 en el juicio seguido a los sobrevivientes tras la audaz acción.
Citó los casos de los jóvenes Elpidio Sosa, quien vendió su empleo y entregó 300 pesos para la operación; Fernando Chenard, que liquidó los equipos de su estudio fotográfico con los cuales trataba de ganarse la subsistencia; Pedro Marrero empeñó su sueldo de muchos meses y se le prohibió vender los muebles de la casa.
Oscar Alcalde hizo otro tanto con su laboratorio de productos farmacéuticos, y Jesús Montané donó el dinero ahorrado durante más de cinco años; “y así por el estilo muchos más, despojándose cada cual de lo poco que tenía”, sostuvo el líder de la Revolución, quien retomó las luchas por la liberación nacional desde la primera en 1868.
En resumen, con menos de 20 mil pesos, recibieron armas 165 hombres para atacar el regimiento y un escuadrón en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.
Por si fuera poco, por cada uno que fue a combatir se quedaron 20 perfectamente entrenados que no pudieron ir porque no había armas, aclaró entonces el hombre que en apenas seis meses encabezó el crecimiento y la estructuración del Movimiento. Después tomaría el nombre de 26 de Julio.
Sin embargo, había una suma de dinero la cual no controlaba su dirección -que radicaba en La Habana-, correspondiente a los aportes de miembros del Movimiento que no habían sido asesinados ni estaban presos.
En esa lista figuraron seis mil 500 pesos empleados por Renato Guitart para la preparación de la granjita Siboney, de donde salieron los combatientes; el arrendamiento de la posada Gran Casino, en Bayamo; y el alquiler y equipos para las casas de tránsito de Santiago de Cuba.
Pero también hubo que invertir en reservaciones de hoteles en esa última ciudad; compra de armas y parque; cobertura de letras de cambio y cheques, además de que miembros del M-26-7 adquirieron a título personal pistolas y revólveres.
Incluso, en las cifras declaradas no podían aparecer los gastos de desplazamiento para el adiestramiento ni prácticas de tiro, reportadas como frecuentes iniciativas propias de los militantes en La Habana y en Artemisa.
Ninguna de esas cantidades alteró en lo más mínimo la escasez de recursos utilizados en la heroica gesta que llevaron a cabo los moncadistas, cuyos familiares -en su inmensa mayoría- solo se enteraron de los hechos después del 26 de julio de 1953.
Conmovedora demostración de sensibilidad, desprendimiento y pasión por la causa, a costa de sus propias vidas, pusieron de manifiesto para la adquisición del pobre armamento y la cobertura de los gastos de las operaciones y preparativos finales.
Así lo expresó el joven abogado Fidel Castro, jefe del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), quien aseguró que los medios habían sido reunidos “con ejemplos de sacrificios que no tienen paralelo”, durante su autodefensa del 16 de octubre de 1953 en el juicio seguido a los sobrevivientes tras la audaz acción.
Citó los casos de los jóvenes Elpidio Sosa, quien vendió su empleo y entregó 300 pesos para la operación; Fernando Chenard, que liquidó los equipos de su estudio fotográfico con los cuales trataba de ganarse la subsistencia; Pedro Marrero empeñó su sueldo de muchos meses y se le prohibió vender los muebles de la casa.
Oscar Alcalde hizo otro tanto con su laboratorio de productos farmacéuticos, y Jesús Montané donó el dinero ahorrado durante más de cinco años; “y así por el estilo muchos más, despojándose cada cual de lo poco que tenía”, sostuvo el líder de la Revolución, quien retomó las luchas por la liberación nacional desde la primera en 1868.
En resumen, con menos de 20 mil pesos, recibieron armas 165 hombres para atacar el regimiento y un escuadrón en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.
Por si fuera poco, por cada uno que fue a combatir se quedaron 20 perfectamente entrenados que no pudieron ir porque no había armas, aclaró entonces el hombre que en apenas seis meses encabezó el crecimiento y la estructuración del Movimiento. Después tomaría el nombre de 26 de Julio.
Sin embargo, había una suma de dinero la cual no controlaba su dirección -que radicaba en La Habana-, correspondiente a los aportes de miembros del Movimiento que no habían sido asesinados ni estaban presos.
En esa lista figuraron seis mil 500 pesos empleados por Renato Guitart para la preparación de la granjita Siboney, de donde salieron los combatientes; el arrendamiento de la posada Gran Casino, en Bayamo; y el alquiler y equipos para las casas de tránsito de Santiago de Cuba.
Pero también hubo que invertir en reservaciones de hoteles en esa última ciudad; compra de armas y parque; cobertura de letras de cambio y cheques, además de que miembros del M-26-7 adquirieron a título personal pistolas y revólveres.
Incluso, en las cifras declaradas no podían aparecer los gastos de desplazamiento para el adiestramiento ni prácticas de tiro, reportadas como frecuentes iniciativas propias de los militantes en La Habana y en Artemisa.
Ninguna de esas cantidades alteró en lo más mínimo la escasez de recursos utilizados en la heroica gesta que llevaron a cabo los moncadistas, cuyos familiares -en su inmensa mayoría- solo se enteraron de los hechos después del 26 de julio de 1953.