Artículos

La construcción del pueblo cubano o la hermenéutica revolucionaria de Fidel

Fecha: 

28/02/2024

Fuente: 

Cubadebate

Autor: 

Dentro de la filosofía existe una disciplina denominada hermenéutica. Un modo simple y resumido de conceptualizarla sería el siguiente: la hermenéutica es el arte de interpretar y, por tanto, de comprender; específicamente, la hermenéutica filosófica es la teoría sobre dicha comprensión. Se trata de una especie de reflexión sobre lo comprendido y sus modos, para lo cual se analiza el mundo del autor, del lector y del texto, tomando los tres conceptos en su sentido amplio. De esta forma, se abren un sinfín de elementos a considerar en el proceso de la interpretación y la comprensión, como la intención y la voz del autor, la construcción del lector, los prejuicios, el horizonte de interpretación, la dialéctica de preguntas y respuestas, entre muchos otros.
 
Como suele ocurrir con las definiciones que en aras de la síntesis y su utilidad vuelven aburrido el ejercicio de aprender, esta no es la excepción. Por tanto, lejos de pretender una exposición conceptual sobre la materia, prefiero contar mi intención 一para emplear lenguaje hermenéutico一 con este texto. Primero necesitamos un poco de contexto.
 
Formamos parte de un mundo de espíritu terriblemente enfermo que hasta tanto sepamos cómo curar, no podremos más que habitar como seres extraños en él y entre nosotros mismos. Esta enfermedad del mundo no es más que el padecer de nuestra propia subjetividad invertida por la hegemonía del mal llamado capitalismo “cultural”. Un eufemismo 一otro de los tantos de la ideología burguesa一 que busca ocultar la verdadera esencia del problema.
 
“Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco”. Es curioso cómo esta idea de José Martí escrita en el siglo antepasado puede perfectamente aplicarse al nuestro, en el que desde la comunicación digital como fachada se fabrican seres humanos fragmentados y lanzados al exhibicionismo cotidiano. En este movimiento de mutación del capitalismo, el imperialismo de nuevo tipo se vale de la psicología del consumo “cultural” y comunicacional para someternos. En el proceso de mostrarnos para “disimular lo poco” que llevamos dentro, construimos un mundo ajeno que paulatinamente nos va dejando de pertenecer en la misma medida que nos esclaviza. Es apenas una de las caras del plan burgués para someter al resto de la humanidad a que “piense”, sienta, desee, aspire, necesite y anhele justo aquello que su ideología permite.
 
Ante semejante panorama, todo lo que se le oponga a este plan de idiotización es considerado ipso facto enemigo a ser abatido, lo mismo que toda posible construcción diferente de espiritualidad y conciencia. ¿Y qué es una revolución socialista, sino la convicción de llevar a cabo la transformación material y espiritual de todas las relaciones sociales tal cual las conocemos hasta hoy? En este sentido, hay un tema que se me ha vuelto recurrente y es mi interés por el socialismo. O, concretamente, la preocupación por el socialismo cubano.
 
Ya sé que eso de socialismo cubano alarmará a más de un académico, profesores queridos incluidos, que se debaten acerca de si existe o no un socialismo cubano. Sin embargo, esta no es la cuestión esencial de mi inquietud, sino todo lo que atañe a la transición socialista en Cuba; eso que para algunos se llama “construir el socialismo”.
 
Aunque la diferencia de significados entre ambos no es de importancia menor, el caso es que tanto para “transitar”, como para “construir”, hace falta un sujeto que los lleve a cabo y 一¿por qué no?一 uno que los dirija. Entonces, ando siempre pensando en quiénes son hoy los sujetos en y de la Revolución cubana; con el énfasis en el pueblo, claro está. Sucede que, inevitablemente, cada vez que pienso en el pueblo cubano me aparece Fidel Castro como hacedor del mismo.
 
En este punto es razonable preguntarse: ¿Qué tienen que ver la hermenéutica, Fidel y el pueblo? Pues, precisamente sobre eso es que quiero hablarle. No sé cuál es su inmediata representación de Fidel, para mí es una imagen de él hablándonos. Es Fidel pronunciando un discurso, generalmente desde la Plaza de la Revolución u otro sitio histórico, pero también en los eventos a puertas cerradas transmitidos por la televisión, en las mesas redondas que él concibió, en las visitas a sitios nacionales o foráneos, en sus reflexiones. En todos los casos, para mí es Fidel hablándonos, contándonos algo, hasta desde las fotografías que le hicieron.
 
Nótese que digo hablar y contar, mas no monologar, porque Fidel sostenía una conversación con el otro. Establecía un diálogo por más lejos que estuviera la tribuna, por multitudinario que fuera el encuentro, por más tiempo que durara su discurso, incluso en los momentos en los que su interlocutor permanecía en silencio. Pero para que ese contar algo de Fidel a través del discurso-diálogo llegara a su auditorio con la intención con la que lo había concebido, primero tuvo que construir a su lector-receptor.
 
En otras palabras, para que ese lector en su interpretación del texto-discurso comprendiera lo que Fidel decía, tuvo que ser construido como lector modelo de Fidel. Es decir, como alguien que pueda interpretar y comprender la lógica de preguntas y respuestas que le lanza el autor, en tanto estas significan algo que ya le es familiar, conocido. Porque no se trata nunca solo de las palabras o de quien las dice, sino de lo que estas palabras nombran en un momento determinado. Se trata de aquello que Fidel a través del discurso “compartía" con los demás, de lo que nos era común entre él y nosotros.
 
¿Qué tipo de lector modelo construyó Fidel mientras nos hablaba? El pueblo, indiscutiblemente. Así es que, en ese proceso, la construcción del lector modelo fue la del pueblo y viceversa. Dónde termina uno y empieza el otro no lo sé con claridad. Lo cierto es que para Fidel fue muy importante la construcción del pueblo revolucionario, es decir, del sujeto del cambio. Porque en ese mismo movimiento político-hermenéutico de sus discursos fue construyendo, no al lector pasivo 一si tal cosa fuera posible一, sino al receptor activo, al protagonista de la Revolución.
 
En ese explicar y comprender la cotidianidad revolucionaria, el líder legitimaba a través de su diálogo dirigente con las masas aquella teoría sobre lo que se venía haciendo desde la praxis transformadora, en cuyo proceso participaba activamente el lector-pueblo; como cuando declaró el carácter socialista de la Revolución mediante un diálogo público y masivo. Ese día cambiaron muchas cosas, o más bien, se le dio nombre “nuevo” a la transformación en curso de la realidad nacional que había comenzado en 1959. En ese acto 一como en tantos otros一, Fidel subvirtió para siempre al lector-pueblo, quien ya no podía ser el mismo de antes, sino uno nuevo: el de los hombres y mujeres que harían posible una revolución socialista en Latinoamérica y bajo abierto asedio del imperialismo capitalista.
 
Fidel hablaba para un lector nuevo y en ese constante conversar suyo lo iba construyendo. Como este hecho histórico lo atestigua: mediante Fidel los protagonistas se descubrían también a sí mismos, incluso si no habían llegado a entender teóricamente que aquello en lo que venían trabajando activamente llevaba el título de socialismo. De esta manera ese otro-lector-pueblo comenzó a comprender en tanto lo compartía desde las vicisitudes de su día a día que el socialismo le era común.
 
Allí estaba el líder para dar a entender algo “extraño” 一en el sentido etimológico del término一, pero que a su vez el pueblo descubre que no es ni tan nuevo ni tan extraño, en tanto se ha estado colectivamente construyendo las condiciones para su posibilidad objetiva. Ahí está el dirigente para conducir la interpretación acertada que desencadena la reacción entusiasta de una multitud que lo comprende 一entre otras causas一 porque se reconoce a sí misma en sus palabras y en los hechos que describe. En semejante escenario la unidad entre la teoría y la práctica, o lo que es igual entre el discurso y la realidad se da dialécticamente. El cambio de las circunstancias opera el cambio de la mentalidad, la construcción del “hombre” nuevo estaba en curso. Una nueva ciudadanía que participa activamente y que protagoniza la conquista de sentidos contrahegemónicos, subversivos.
 
Con esa claridad que le caracterizó, Fidel supo que el pueblo era principio y fin del esfuerzo revolucionario, y para eso había que construirlo libre de ataduras neocoloniales. De modo que la Revolución creó las condiciones para que la fe ciega de la masa fuera sustituida por la del ciudadano partícipe instruido: “Al pueblo no le decimos cree, le decimos lee”. Movilizó la cultura como antídoto de la ignorancia y la desidia, y con ella a los intelectuales y artistas para los que la obra intelectual y artística aguardaba una nueva función social. La Revolución apostó por hacer un país de ciencia, pero también con cualidades diferentes, una que incluyera la conciencia humanista como mediación de todos sus procesos.
 
Por ello la Revolución cubana, cuya marcha no ha sido siempre la misma 一ni podría serlo si recordamos que “todo cambia, nada permanece constante”一, nunca debe apartar de su camino por quién y hacia dónde marchar. Este sendero está pautado por el pueblo y por el socialismo, que no es punto de llegada sino tránsito hacia una sociedad mejor, la comunista. Velar por no disociar al sujeto de su objeto, el discurso de la realidad, a la teoría de la práctica.
 
¿Sigue siendo el pueblo de hoy aquel que se construyó con el liderazgo de Fidel y que en el año 61 del siglo pasado a coro legitimó públicamente el carácter socialista de la Revolución y lo llevó a la práctica? No puede serlo, en todo caso, una especie de mismo-otro adecuado a sus nuevas condiciones de vida. ¿En qué se diferencia, en lo esencial o solo en la forma? ¿Cómo hablarle, cómo dirigirlo, cómo construirlo lector de nuevos códigos, de nuevas relaciones sociales de producción?
 
En esa inquietud que me asiste hoy sobre el socialismo cubano el sujeto de la Revolución tiene prioridad. ¿Cómo reproducir la unidad estratégica sobre la que Fidel tanto insistió y actuó? ¿Cómo interactuar y llegar a aquellos sectores sociales que se han desprendido del pueblo y desinteresado del proyecto común? ¿Cómo hacerlo ante aquellos que han dejado de identificarse con el proyecto de emancipación social que es una revolución socialista?
 
¿Qué pasa si a esos grupos, lejos de identificarse con la ideología comunista, les resultan más “atractivos” los modos de apropiación de la burguesía? Personas que identifican felicidad y consumo ampliado de mercancías; como si solo a través de estas fuera posible realizarnos como seres humanos. Aquellos para los que estar a la moda es más importante que levantar un país, y, por tanto, conceptos que nos son vitales como socialismo, comunismo, revolución y unidad suenan a pasado lejano, casi olvidado. O para quienes es ley el prejuicio de que hacer que la economía se desarrolle es menester solo de los economistas y del Gobierno.
 
¿Cómo llegar también a ellos? Hay dos modos directos para esto: mediante la praxis cotidiana y mediante la comunicación política 一el arte de la oratoria en el centro一, conjugando lo que se construye con lo que se dice construir. Como buen marxista, Fidel supo que todo modo de producción es también un modo de apropiación de lo que se produce, condicionando estratégicamente la correlación de fuerzas entre relaciones sociales de producción y formación de la conciencia. Supo que para involucrar creadoramente a las masas, esto es, unificarlas como pueblo o como sujeto de la Revolución, se debe generar un movimiento social con capacidades para aglutinar en sus dinámicas y vorágine a la totalidad de la población. Sacarla de la indiferencia; provocarla; despertarla de la inercia social; convertirla en protagonista de su día a día; involucrarla en el proyecto, justamente sabiendo que morir por la Revolución es más fácil que vivir por la Revolución. Porque vivir por y para una revolución socialista significa también inventarla desafiando el peligro que implica no saber cómo hacerlo ni tener chance para ensayarla. Pero también implica la alta responsabilidad moral contraída con el pueblo mismo, con la historia y con Fidel.
 
¿Qué tipo de conciencia necesitamos hoy para que la Revolución se nutra y cómo construirla? Sin dudas, aquella mencionada al inicio del texto: la que anhele la emancipación humana por encima de la esclavitud de las mentes. Para ello no podemos descuidar la construcción de una conciencia política crítica y autocrítica, que se rija por la fuerza del ejemplo. Prepararnos para que en esta nueva disposición de relaciones sociales de producción entre la propiedad privada estatal y la privada, la lógica del capital no devore a la lógica del socialismo. Para ello debemos velar sobre qué vamos a poner en el mercado y qué vamos a dejar fuera. Y sobre todo, qué claridad tenemos sobre lo que bajo concepto alguno debemos incluir en él.
 
Si la razón de ser del socialismo es como mediación hacia una sociedad verdaderamente humanizada a la que hemos llamado comunismo, y no como modo de producción específico y eterno, significa que toda relación capitalista de producción que ahora sea concebida está llamada a desaparecer en el propio tránsito. El comunismo es la superación de la propiedad privada y por tanto de la enajenación.
 
Solo la construcción del comunismo puede subvertir las contradicciones que el socialismo provoca. Es a través de esta sociedad donde se producen las condiciones para superar la paradoja que se crea al intentar congeniar el afán lucrativo individual propio de la mercancía y la propiedad privada con el de socialización de las ganancias en función del pueblo y la justicia social. Es imposible eternizar dos lógicas diferentes: la de la solidaridad con la de la competencia capitalista. Solo desde una práctica revolucionaria, solo enfatizando las relaciones sociales de producción comunistas y no privadas podremos allanar el camino al comunismo en detrimento del viejo capitalismo.
 
Para lograrlo, la vuelta a la raíz es inevitable: el ser humano. Fidel no solo construyó así políticamente al pueblo, sino también hermenéuticamente; le dio un sentido. De ahí que en condiciones siempre más difíciles que las anteriores, especialmente en esos momentos en los que parecía que no íbamos a salir victoriosos en la transición socialista, tenía la capacidad de contener con la palabra precisa no solo las preocupaciones de los ciudadanos, sino las soluciones para el pueblo. En ese modo muy suyo de dialogar, también aprendimos a escucharlo; una escucha que se volvía arma poderosa en tanto cargaba una esperanza donde la emancipación social nunca se borraba.
 
La Revolución cubana, el socialismo y el comunismo son conceptos contemporáneos que no podemos dejar morir, pues en ellos nos va nuestra propia vida. Sigamos aprendiendo y apliquemos la hermenéutica revolucionaria de Fidel para construir, al unísono, al hacedor del cambio y la esperanza de un mundo mejor, incorporando los nuevos retos de hoy. La historia de la Revolución está indisolublemente vinculada a la de su líder natural y viceversa por lo que no es posible comprender a la una separada de la otra, en la misma medida en la que no podemos hacerlo sin el análisis sobre el pueblo. Volvamos siempre a él sin perder la perspectiva de que sin el pueblo como sujeto histórico no habría Revolución cubana. Recordemos, junto a Fidel, que el pueblo aunque sea pequeño si es digno, unido e inteligente, no hay quien lo venza, no hay quien se le imponga.