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Fidel y la cultura

Fecha: 

15/08/2024

Fuente: 

Cubadebate

Autor: 

Desde los inicios de sus luchas revolucionarias Fidel entendió que para materializar y sostener en el tiempo las proyectadas transformaciones sociales, políticas y económicas en Cuba, era imprescindible se produjera una profunda revolución cultural que llegara al sentido común de las individualidades, para desterrar de las mentes y costumbres de la población la costra tenaz del colonialismo cultural.
 
“La cultura es lo primero que hay que salvar”.
 
En ese sentido, todavía asombra lo que se logró en tan corto periodo de tiempo, como el de 1959-1961. El mismo pueblo al que se le había inoculado hasta el cansancio el anticomunismo a través de todo el aparato propagandístico yanqui volcado sobre la Isla durante casi 60 años de república neocolonial burguesa, fue el que defendió en las arenas de Playa Girón no solo la independencia y la soberanía, sino las banderas del socialismo.
 
I

Muchas veces suelen colocarse como punto de partida de la política cultural de la Revolución las históricas Palabras a los intelectuales de Fidel, el 30 de junio de 1961, y no es errado verlo así, pero también fue un punto de llegada, una concepción sobre el papel de la cultura en la Revolución y sobre las más amplias posibilidades y libertades para la creación artística, que Fidel había ido madurando desde antes de 1959 e implementando desde los primeros meses después del triunfo revolucionario.
 
Si entendemos que la visión de Fidel sobre la cultura trascendía los límites de la creación artística y literaria, comprendemos entonces que la conversión de los cuarteles en escuelas en el propio año 1959, su discurso el 15 de enero de 1960 en la Sociedad Espeleológica, donde señaló que Cuba debía ser en el futuro un país de hombres de ciencias y de pensamiento, entre otras de sus obras e ideas, fueron también reflejo de la audacia cultural que caracterizó su ejecutoria desde los albores del proceso revolucionario cubano.
 
Ya a esas alturas se habían fundado el Icaic, Casa de las Américas, la Imprenta Nacional, el Teatro Nacional y el movimiento de instructores de arte, y se le había ofrecido gran apoyo a la Orquesta Sinfónica, el Ballet Nacional de Cuba, el Conjunto de Danza Moderna y la Biblioteca Nacional. De ahí también un poco la sorpresa de Fidel ante las preocupaciones de algunos artistas y escritores sobre la posibilidad de que se implantaran en la isla las concepciones y métodos del realismo socialista soviético.
 
Fue en medio de un intenso fuego cruzado y frente a un auditorio de profundo acervo cultural, que el primer ministro, Fidel Castro, acompañado por el presidente Osvaldo Dorticós y otros compañeros de la dirección del país, pronunció sus célebres Palabras…, cuando aún no había cumplido los 35 años.
 
Fidel no cayó en la trampa de convertir aquel encuentro en una discusión sobre el documental PM y la polémica que se había generado en torno a su prohibición. Su mirada estaba puesta en cuestiones mucho más trascendentes.
 
En medio de circunstancias caracterizadas por una fuerte confrontación con poderosos enemigos externos e internos, que comprometían el destino mismo de la existencia de Cuba como nación, Fidel les concedió la más alta prioridad a estas reuniones, y lo hizo con profunda humildad y mentalidad abierta, escuchando los criterios de todos.
 
“Permítanme decirles, en primer lugar, que la Revolución defiende la libertad”.
 
No puede obviarse, y son apenas algunos ejemplos del contexto en que se realizaron aquellas reuniones, que la Isla acababa de derrotar una invasión mercenaria en abril del propio año, la existencia de bandas armadas en distintas zonas montañosas del país y la intensificación de la guerra psicológica.[1]
 
Fidel dedica una buena parte de sus palabras a despejar la duda sobre una posible variante tropical en Cuba del “realismo socialista”:
 
Permítanme decirles, en primer lugar, que la Revolución defiende la libertad; que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de algunos es que la Revolución va a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser.[2]
 
Más avanzada la intervención, señaló:
 
La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo”.[3]
 
Palabras a los intelectuales ha sido en no pocas oportunidades un texto manipulado o leído de forma fragmentada. La frase que más se descontextualiza es cuando Fidel exclama: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”,[4] tratando de darle a esta expresión un viso excluyente, cuando se trata de todo lo contrario. Está claro que, sin una lectura completa del discurso, puede surgir la incógnita de cómo definir, y hasta dónde, el “dentro” y “el contra”, pero Fidel responde de manera magistral esa interrogante —y me parece la frase más importante—: “La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.[5]
 
Con esta expresión, estaba diciendo que podían existir, incluso, contrarrevolucionarios corregibles y que la Revolución debía aspirar a sumarlos al proceso. Además, que todos aquellos escritores y artistas honestos, que sin tener una actitud revolucionaria ante la vida tampoco eran contrarrevolucionarios, debían tener el derecho y las oportunidades de hacer su obra dentro de la Revolución. “La Revolución debe tener la aspiración de que no solo marchen junto a ella todos los revolucionarios, todos los artistas e intelectuales revolucionarios —dice Fidel— (…). La revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario (…). La Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo”.[6]
 
“La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura”.
 
Asimismo, Fidel esbozó toda una serie de ideas para beneficiar a los artistas y escritores cubanos y estimular que su espíritu creador encontrara las mejores condiciones para desarrollarse, pero hizo énfasis en la necesidad de elevar la capacidad de apreciación del arte, así como el acceso democrático de todo el pueblo —al que llamó “el gran creador”— a la cultura:
 
“Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier otro orden pueda desarrollarse (…) Vamos a echar una guerra contra la incultura; vamos a librar una batalla contra la incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas”.[7]
 
Sin duda, esta intervención de Fidel marcó de alguna manera lo que podemos considerar los principios cardinales de la política cultural de la Revolución, no para ser interpretados de manera estrecha sino en su más alto vuelo libertario. Que en los años setenta hubo distorsiones y errores, eso nadie lo puede negar, pero luego se rectificaron muchas de aquellas prácticas y se recuperó el camino trazado por Palabras a los intelectuales.
 
Los hilos invisibles que unen nuestra historia y el pensamiento revolucionario, en especial a José Martí y Fidel Castro, nos llevan atrás en el tiempo, hasta la circular para los jefes mambises elaborara por nuestro héroe nacional y el Generalísimo Máximo Gómez el 28 de abril de 1895:
 
La guerra debe ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades, y de toda demostración o indicación de odio al español.
 
Con quien ha de ser inexorable la guerra, luego de probarse inútilmente la tentativa de atraerlo, es con el enemigo, español o cubano, que preste servicio activo contra la Revolución.

 
(…)
 
A los cubanos tímidos y a los que más por cobardía que por maldad, protesten contra la Revolución, se les responderá con energías a las ideas, pero no se les lastimarán las personas, a fin de tenerles siempre abierto el camino hacia la Revolución….
 
A los soldados quintos se les ha de atraer, mostrándoles compasión verdadera por haber de atacarlos cuando los más de ellos son liberales como nosotros y pueden ser recibidos en nuestras fuerzas con cariño.[8]

 
Y es que aquellas palabras de Fidel a los artistas y escritores, estaban ancladas en el pensamiento y la ética martiana. Así lo vemos en su línea persuasiva, de honda reflexión, y en su intencionalidad política de unir y movilizar en función de la transformación no solo de la realidad económica y social, sino también de la espiritualidad de los seres humanos. En momentos en que ocurría la Campaña de Alfabetización —también de inspiración martiana—, el hecho cultural más trascendente de la Revolución, era imprescindible sumar a la vanguardia intelectual del país en la misión fundamental del proceso de cambios culturales, que no solo se producirían en las estructuras de poder, instituciones, organizaciones y relaciones sociales, sino a nivel de las individualidades, única manera de alcanzar una real hegemonía cultural desde una perspectiva emancipadora.
 
Fidel logró manejar con gran maestría política aquellas reuniones difíciles, de pugnas estéticas e ideológicas entre distintos grupos, sin apoyar a unos contra otros. Como gran estadista que era ya en ese momento, sus objetivos eran de más alto vuelo: salvar la unidad en el movimiento artístico e intelectual cubano y poner todo ese talento en función del crecimiento espiritual de todo el pueblo. “El pueblo es la meta principal —dijo Fidel—. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria”.[9] No fue entonces casual que de aquellas reuniones naciera más que una Asociación de Escritores y Artistas, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
 
Aunque a Fidel más que intelectual, le gustaba el calificativo de guerrillero, aquel 30 de junio de 1961, se confirmó una vez más en la historia de Cuba, que vanguardia política y vanguardia intelectual volvían a ser la misma cosa.
 
Con Palabras… Fidel inauguró a su vez un método, una concepción totalmente revolucionaria en la manera de relacionarse con los artistas e intelectuales cubanos, que ya había ejercido con otros sectores. Su presencia sería habitual en los congresos y consejos nacionales de la Uneac, organización con la que mantuvo además diálogos muy profundos en los momentos más difíciles del Período Especial, también sostendría importantes encuentros con los jóvenes artistas e intelectuales de la Asociación Hermanos Saiz (AHS) en 1988 y el 2001 y con los instructores de arte de la primera y segunda graduación, en el 2004 y 2005, respectivamente.
 
“Vamos a echar una guerra contra la incultura; vamos a librar una batalla contra la incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas”.
 
Es decir, a lo largo del tiempo se producirían otras intervenciones de Fidel que enriquecieron y contextualizaron las ideas expresadas por él en junio de 1961 y que nos reafirman la centralidad que siempre le dio a la cultura en el proceso revolucionario cubano y el papel de los escritores y artistas en la imprescindible batalla cultural.
 
II

El 28 de enero de 1988, en el IV Congreso de la Uneac, Fidel realizaría una profunda intervención de la cual solo se publicó en la prensa un escueto resumen. Era un momento muy singular el que se vivía en el mundo y en Cuba. Mientras en la URSS se hablaba de perestroika y glasnost, en la Isla, desde 1986, Fidel encabezaba el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, un camino propio, bien diferente a los cambios que ocurrían en el campo socialista. Fidel había convocado a que se retomaran muchas de las ideas del Che sobre la transición socialista. El libro de Carlos Tablada, El pensamiento económico del Che, que el líder cubano había leído con especial interés, desempeñó un papel muy importante en esos años. Su intervención en aquel congreso de la Uneac fue bastante crítica, pero desde una visión optimista, movilizadora y revolucionaria.
 
Sus palabras constituyeron una rebelión contra las ideas tecnócratas que desprecian las expresiones artísticas y las califican como un “gasto innecesario”. El Comandante defendió nuevamente el valor de la cultura, como un elemento central para evaluar el nivel de vida del pueblo:
 
“Nivel de vida no es solamente toneladas de cosas materiales, hacen falta muchas toneladas de cosas espirituales. Nivel de vida es educación, nivel de vida es la seguridad, sentirse seguros.
 
(…)
 
Hay montones de servicios que son niveles de vida: un buen programa de televisión, una buena película, pero, sobre todo, las actividades artísticas y culturales se pueden convertir en una de las más altas expresiones del nivel de vida”.[10]
 
En la clausura de la reunión del Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), celebrada el 12 de marzo del propio año Fidel ampliaría estas ideas:
 
Nosotros no vamos a descuidar, ni en lo más mínimo, todo lo que se refiere a la eficiencia económica, pero habíamos caído en un mercachiflismo terrible; ni se sabe las consecuencias que habíamos tenido con esas empresas que actuaban como empresas capitalistas, es decir, tuvimos un bache serio.
 
Yo me imagino lo que ha pasado en algunos países por ahí, porque todos esos mecanismos estuvieron funcionando veinticinco o treinta años; aquí estuvieron diez y por poco acaban con nosotros, esa es la verdad, en el cual se estaba aplicando una experiencia de otros países. Pudiéramos decir que el Che previó, porque el Che —y nunca se había vivido esa experiencia por un país del Tercer Mundo— tenía una desconfianza terrible en aquellos mecanismos y decía que no se podía construir el socialismo a base de aquellas categorías capitalistas.

 
Cuando en el año 1975 se empezó a aplicar aquí el sistema similar a los demás países socialistas, tuvimos todas esas cosas. Después las empresas no querían terminar un edificio porque ganaban dinero moviendo tierra, poniendo columnas y no ganaban dinero terminando, que es lo más difícil, lo que menos ganancia daba, y se empezaron a convertir en unos capitalistas de pacotilla. Yo digo, bueno, podemos decir que la Revolución pasó un período de eso, iba en estancamiento y descenso. Esa es la realidad.
 
(…)
 
¿Qué, nos vamos a poner a competir con la sociedad de consumo yanqui? ¿Vamos a entrar en la competencia para que la gente se quede aquí a base de darle más zapatos, más lujos, más cosas? ¿Cuántos se quedarían aquí, si el cemento que une al ciudadano a su patria no es otra cosa que el bienestar material?
 
(…)
 
Recuerdo lo que dije que significaba la cultura cuando había los criterios de que “esto cuesta tanto”, “esto es improductivo”, como si lo único productivo fuera aquello que produjera cemento, acero, cosas materiales.
 
(…)
 
Si se cree en el hombre, y es un punto de vista del que yo parto, ¿es un animalito que obedece solo al palo o a la zanahoria? Yo no creo que el hombre sea esa porquería realmente. Yo creo que el hombre es mil veces superior a eso”.[11]
 
En circunstancias totalmente diferentes, marcadas por el derrumbe del campo socialista y los duros años del Periodo especial donde la economía cubana tocó fondo, pero también fue dañado el tejido espiritual de la nación, tuvo lugar el V Congreso de la Uneac. La intervención de Fidel ante los delegados e invitados, el 20 de noviembre de 1993, sería nuevamente memorable, trascendería en especial su expresión: “la cultura es lo primero que hay que salvar”, pero otras de las ideas de aquel discurso merecen ser rescatadas y divulgadas. Fidel escuchó atentamente las intervenciones y preocupaciones de los delegados sobre las constantes influencias nocivas que estaban incidiendo en la sociedad cubana en todos los órdenes, a partir de la crisis económica, pero también de las medidas que había tenido que tomar el país para sobrevivir.
 
“Alguien daba la idea de que la virtud se desarrollaba combatiendo el vicio ─dijo Fidel─, y creo que combatiendo todos esos peligros y todos esos vicios se puede desarrollar nuestra virtud, en un mundo cada vez más cosmopolita.
 
(…)
 
Las realidades terribles que estamos viviendo, de las cuales no podemos olvidarnos, nos obligan a hacer cosas que antes no hacíamos en la época de la pureza virginal de la Revolución. Ahora esta Revolución tiene que seguir manteniendo su pureza en estos tiempos, pero hay un montón de factores que inciden.
 
Fidel además agrega: “si importante es salvar la cultura, preservar la cultura, importantísimo es preservar los intelectuales y artistas que ha formado el país”. Más adelante enfatiza: “También tenemos que plantearnos con realismo y como deber fundamental y de primera línea, cómo puede la cultura ayudar a salir al país del período especial, cómo puede la cultura influir en la economía y en los recursos del país, porque tenemos una necesidad imperiosa de esos recursos, pero tiene que doler y nos duele que nos falten”.[12]
 
Los intercambios de Fidel con los miembros de la Uneac en esos años noventa se multiplicarían más allá de los congresos y abarcaría otras reuniones como los Consejos Nacionales, interesándose en el abordaje de complejas problemáticas sociales y culturales que estaban aflorando en nuestra sociedad. En sentido general temas como: cultura y turismo, economía de la cultura, protección del patrimonio, discriminación racial, desigualdad, marginalidad, arquitectura, urbanismo, enseñanza artística, trabajo comunitario, cultura popular, medios de difusión masiva, recreación sana, defensa de nuestra identidad ante la globalización, entre otros, estarían en el centro de los debates de la Uneac en los que intervendría activamente Fidel.
 
Muchos de los asuntos discutidos en el V Congreso de la Uneac y en otras reuniones de Fidel con los miembros de la organización en esos años tendrían continuidad en el VI Congreso, del 5 al 7 de noviembre de 1998, el último que contaría con su presencia física, aunque los días 12 y 13 de abril de 2003 volvería a encontrarse con los miembros de la Uneac, al participar en el pleno de su Consejo Nacional.
 
“Aquí todo se juega: identidad nacional, patria, justicia social, Revolución, todo se juega. Esas son las batallas que tenemos que librar ahora”.
 
Habría que resaltar del V Congreso, la profunda disección sobre el tema de los prejuicios discriminatorios por el color de la piel realizada por Fidel a partir de una intervención realizada por Tito Junco y otros delegados quienes contaron sus experiencias personales en torno a la prevalencia de prejuicios raciales en nuestra sociedad en general y de ciertas prácticas culturales discriminatorias:
 
Nuestra ilusión fue creer que únicamente la Revolución lo cambiaría todo al cambiar el sistema de propiedad y socializarlo todo y que iba a poner fin a la discriminación —expresó Fidel—. Pero observamos con tristeza cómo se prolonga el fenómeno, aún en medio de una Revolución tan radical como la nuestra. Tenemos que hacer un examen de conciencia de verdad. Hay que crear una escuela sobre esta problemática. Nosotros que somos, como ustedes dicen, multiétnicos, multirraciales y multiculturales, tenemos que resolver este problema y deberíamos ser ejemplo en su solución. Y hay que decir, después de tantos años de Revolución, que nos hicimos ilusiones acerca de su naturaleza”.[13]
 
En sus palabras de clausura el 7 de noviembre de 1998, Fidel caracterizó el Congreso como el mejor que había presenciado de todos los congresos de la Uneac y dedicó la mayor parte de su intervención al tema que consideraba más decisivo de todos los discutidos: globalización y y cultura. Se refirió a cómo el gobierno de Estados Unidos estaba utilizando la información y la cultura como la nueva arma nuclear para la dominación del planeta. “…porque se ve con toda claridad ─dijo al referirse a un artículo publicado por un analista estadounidense─ que la globalización neoliberal, y con la globalización de la cultura, fundamentalmente, en manos de Estados Unidos, esta se convierte en el más poderoso instrumento de dominación del imperialismo”.[14] Más adelante enfatizó: “aquí todo se juega: identidad nacional, patria, justicia social, Revolución, todo se juega. Esas son las batallas que tenemos que librar ahora”.[15]
 
Definió a los artistas e intelectuales reunidos como un ejército con capacidad y valentía ubicado en la primera línea de combate, los convocó a librar una batalla fundamental, que sería su Girón en el campo de la cultura.
 
Aquellas discusiones, sin duda, sirvieron de base al Comandante para emprender una nueva y profunda revolución cultural ─conocida como Batalla de Ideas─ que alcanzaría su punto cumbre a finales de los años noventa e inicios del siglo XXI, a través de numerosos programas educativos y sociales. Un nuevo siglo que Fidel aspiraba a que fuera el de la masificación de la cultura, por encima de la masificación del consumismo desenfrenado, así lo expresó en reunión sostenida con directores municipales de Cultura en EXPOCUBA.[16]
 
III

Como parte de la Batalla de Ideas en la que Fidel, con su fuerza volcánica y sentido de urgencia, se consagró durante varios años antes de retirarse por problemas de salud de los principales cargos de dirección del país, la difusión de la cultura estuvo entre sus ejes principales, expresada en numerosos programas, obras y nuevas ideas; la revitalización de todo el tejido institucional de la cultura; la formación masiva de instructores de arte; la masificación de la apreciación artística en escuelas, comunidades y programas de televisión; los talleres de ballet para niños y niñas en barrios humildes; la creación de una amplia red de editoriales en todos los territorios del país; la inauguración de nuevas imprentas; el apoyo a la conservación y restauración del patrimonio; la creación de nuevos museos; la atención priorizada a la enseñanza artística y a las principales compañías de danza; entre muchos otros hechos y realizaciones concretas.[17] La batalla cultural que, junto a la económica y la de las relaciones internacionales, emprendió Fidel en esos años, constituyen otro ejemplo, entre tantos, que nos enseñó en su trayectoria revolucionaria, de convertir el imposible en infinita posibilidad. Desde una visión totalizadora, sobre la base de la experiencia de muchos años de lucha, Fidel se apartó de los extremos del idealismo voluntarista o del pragmatismo economicista. Además de trabajar incansablemente por desanudar las fuerzas productivas, se entregó en cuerpo y alma a desatar las fuerzas espirituales de la nación cubana, para también crear una cultura de emanciparnos por nosotros mismos y por nuestros propios esfuerzos. En los últimos años de su vida, continuó en ese mismo bregar, como un digno soldado de las ideas.
 
En el campo de la cultura, Fidel nos sigue convocando hoy a la unidad, a dejar a un lado cualquier discordia estéril y poner todo el potencial de nuestras instituciones culturales, educativas y científicas, de nuestros artistas, escritores e intelectuales, en función del objetivo supremo de ascender al pueblo, de sanar el tejido espiritual de la nación donde quiera que este se encuentre dañado, de construir y reconstruir consensos, de insertarnos los escritores, artistas e intelectuales en todos los intersticios de nuestra realidad social con vocación humanista y trabajar por la emancipación del ser humano, decultivar los mejores valores para nuestra sociedad y de enraizar aún más nuestra cultura de la resistencia y la liberación, desde un pensamiento y una práctica descolonizadora y antiimperialista.
 
Notas:

[1] La conocida como Operación Peter Pan fue una de las más secretas y siniestras operaciones de guerra psicológica organizada por el gobierno de los EE.UU. contra la Revolución Cubana, al manipular el tema de la patria potestad de los padres cubanos sobre sus hijos. Su principal ejecutor en coordinación con el gobierno de EE.UU. fue el cura de origen irlandés Bryan O. Walsh. Por esta vía salieron de Cuba un total de 14 048 niños, muchos de ellos nunca volvieron a encontrarse con sus padres.
 
[2] Palabras a los intelectuales, Casa Editora Abril, La Habana, 2007 (cuarta edición), p.12
 
[3] Ibídem, p.17
 
[4] Ibídem, p.16.
 
[5] Ibídem, pp.15-16
 
[6] Ibídem, p.15.
 
[7] Ibídem
 
[8] José Martí y Máximo Gómez, “Circular: Política de guerra a los Jefes”, 28 de abril de 1895, José Martí, Obras Completas, tomo 4, 1975, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, p. 140-141.
 
[9] Palabras a los intelectuales, Casa Editora Abril, La Habana, 2007 (cuarta edición)
 
[10] Elier Ramírez y Luis Morlote (comps.), Lo primero que hay que salvar: intervenciones de Fidel en la UNEAC. La Habana: Ediciones Unión, 2021, p. 100.
 
[11] Véase en Fidel y la AHS, Versión amplia del discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la clausura de la reunión del Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz, celebrada el 12 de marzo de 1988, Editorial Abril, La Habana, 2018, pp.7-57.
 
[12] Véase en: Elier Ramírez y Luis Morlote (comps.), Lo primero que hay que salvar: intervenciones de Fidel en la UNEAC. La Habana: Ediciones Unión, 2021.
 
[13] Ibídem
 
[14] Ibídem
 
[15] Ibídem
 
[16] Reunión celebrada en el mes de septiembre de 1999.
 
[17] Abel Prieto, “Sin cultura no hay libertad posible”, Cubadebate, 13 de agosto de 2022.