Esperanza en México
Fecha:
03/12/2001
Fuente:
Juventud Rebelde
Llegó al Ayuntamiento del Distrito Federal poco después de las 11 de la mañana (12 del mediodía, hora de Cuba), a pocos minutos de un encuentro bilateral con el presidente colombiano Andrés Pastrana.
Frente al edificio, con fachada de cantera gris primorosamente labrada y ubicado en el costado sur de la Plaza de la Constitución, el popular Zócalo, ya se arremolinaban miles de personas que lo esperaban desde muy temprano. En el Salón de los Virreyes, que conserva pinturas de los altos representantes de la Corona que gobernaron la Nueva España, Fidel conversó con Rosario Robles, la jefa del gobierno del Distrito federal.
En detalle hermosísimo que auspiciarían las autoridades departamentales, nuestro Comandante pudo saludar, desde uno de los balcones principales del Palacio, a los mexicanos que verían la ceremonia de entrega de las llaves de la ciudad y del pergamino que lo acreditan como Huésped Distinguido de la capital.
Asomado al balcón, Fidel saludó, levantó el puño, sonrió, y los aplausos, los vivas y los gritos desbordaron en la Plaza de la Constitución, se escucharon perfectamente en el patio interior, donde autoridades locales e invitados ocupaban ya sus sillas para compartir con Fidel el especial homenaje que le rendían los mexicanos y que, como se podía ver, no era sólo con las distinciones honorarias.
Rosario Robles explicó con sencillez y emoción las razones por las que su administración entregaba a Fidel tan importantes distinciones. "Esta ciudad, capital del Distrito Federal, corazón de nuestra patria, late también a la izquierda", fueron sus palabras antes de entregarle las llaves y el título de Huésped Distinguido. Fidel recuerda luego los meses en que vivió en esta capital, cuando México era "la patria común de todos los perseguidos de este hemisferio"; de sus calles que ya casi no reconoce -"si me dejan solo en esta ciudad estaría más perdido que cuando llegué a la Sierra Maestra"-; de su amigo mexicano Guillén Zelaya, expedicionario del Granma; de la salida de Tuxpan y la llegada a Las Coloradas, hecho que conmemoraba su aniversario 44 precisamente este sábado.
Hay momentos de emocionados aplausos, como cuando agradece ser recibido con tanta generosidad en esta ciudad, y de risas, cuando recuerda que el Che planeaba ascender todas las semanas el Popocatépel y aunque no lo conseguía, tampoco desistía de la idea; de emoción, cuando con mucho tacto reconoce que veía la esperanza, la conciencia del movimiento difícil para el país, y la decisión de salvar y fortalecer a México, una nación con trascendentales deberes hacia América Latina.
Después de casi dos horas de diálogo con los mexicanos - la ceremonia y sus palabras eran seguidas desde una pantalla gigante por miles de personas en la Plaza del Zócalo- nuestro Comandante conversó informalmente con los invitados, en otro de los patios laterales del majestuoso Palacio, cuya sede original se construyó en 1525.
Al salir por la puerta principal, donde está labrado el escudo de armas de Hernán Cortés y el de la Ciudad de México, otra vez se escucharon los gritos de bienvenida y la canciones que lo han perseguido en todos los lugares. Por supuesto, un cartel recordaba el Granma, una imagen, un símbolo recurrente en estos dos días de la visita.
Es la tercera vez que Fidel pasa el dos de diciembre en México, y siempre relacionados con las investiduras de sus mandatarios - Salinas de Gortari (1988), Zedillo (1994) y Fox (2000). En cada ocasión, loa ha recibido un pueblo que no disimula sus simpatías, que lo mima y lo abraza en cada una de sus calles y que, por esos azares que parecen cosa de magia, le permite recordar en día tan señalado los lazos entrañables entre las dos naciones.
"México tiene que significar mucho en el corazón de todos nosotros", había dicho en el Ayuntamiento antes de enumerar los importantes hechos de su vida que aquí lo atan, y eso mismo parecía decir de él la multitud que ayer lo acogió como a uno de los suyos en la más hermosa de las plazas latinoamericanas. Un lugar al que antes sólo venía de paso o a mirar- como Martí- el momento en que el Jefe de Estado se asoma el balcón presidencial del Palacio Nacional y hace ondear la bandera tricolor, cada 16 septiembre, Día de la Independencia.
Frente al edificio, con fachada de cantera gris primorosamente labrada y ubicado en el costado sur de la Plaza de la Constitución, el popular Zócalo, ya se arremolinaban miles de personas que lo esperaban desde muy temprano. En el Salón de los Virreyes, que conserva pinturas de los altos representantes de la Corona que gobernaron la Nueva España, Fidel conversó con Rosario Robles, la jefa del gobierno del Distrito federal.
En detalle hermosísimo que auspiciarían las autoridades departamentales, nuestro Comandante pudo saludar, desde uno de los balcones principales del Palacio, a los mexicanos que verían la ceremonia de entrega de las llaves de la ciudad y del pergamino que lo acreditan como Huésped Distinguido de la capital.
Asomado al balcón, Fidel saludó, levantó el puño, sonrió, y los aplausos, los vivas y los gritos desbordaron en la Plaza de la Constitución, se escucharon perfectamente en el patio interior, donde autoridades locales e invitados ocupaban ya sus sillas para compartir con Fidel el especial homenaje que le rendían los mexicanos y que, como se podía ver, no era sólo con las distinciones honorarias.
Rosario Robles explicó con sencillez y emoción las razones por las que su administración entregaba a Fidel tan importantes distinciones. "Esta ciudad, capital del Distrito Federal, corazón de nuestra patria, late también a la izquierda", fueron sus palabras antes de entregarle las llaves y el título de Huésped Distinguido. Fidel recuerda luego los meses en que vivió en esta capital, cuando México era "la patria común de todos los perseguidos de este hemisferio"; de sus calles que ya casi no reconoce -"si me dejan solo en esta ciudad estaría más perdido que cuando llegué a la Sierra Maestra"-; de su amigo mexicano Guillén Zelaya, expedicionario del Granma; de la salida de Tuxpan y la llegada a Las Coloradas, hecho que conmemoraba su aniversario 44 precisamente este sábado.
Hay momentos de emocionados aplausos, como cuando agradece ser recibido con tanta generosidad en esta ciudad, y de risas, cuando recuerda que el Che planeaba ascender todas las semanas el Popocatépel y aunque no lo conseguía, tampoco desistía de la idea; de emoción, cuando con mucho tacto reconoce que veía la esperanza, la conciencia del movimiento difícil para el país, y la decisión de salvar y fortalecer a México, una nación con trascendentales deberes hacia América Latina.
Después de casi dos horas de diálogo con los mexicanos - la ceremonia y sus palabras eran seguidas desde una pantalla gigante por miles de personas en la Plaza del Zócalo- nuestro Comandante conversó informalmente con los invitados, en otro de los patios laterales del majestuoso Palacio, cuya sede original se construyó en 1525.
Al salir por la puerta principal, donde está labrado el escudo de armas de Hernán Cortés y el de la Ciudad de México, otra vez se escucharon los gritos de bienvenida y la canciones que lo han perseguido en todos los lugares. Por supuesto, un cartel recordaba el Granma, una imagen, un símbolo recurrente en estos dos días de la visita.
Es la tercera vez que Fidel pasa el dos de diciembre en México, y siempre relacionados con las investiduras de sus mandatarios - Salinas de Gortari (1988), Zedillo (1994) y Fox (2000). En cada ocasión, loa ha recibido un pueblo que no disimula sus simpatías, que lo mima y lo abraza en cada una de sus calles y que, por esos azares que parecen cosa de magia, le permite recordar en día tan señalado los lazos entrañables entre las dos naciones.
"México tiene que significar mucho en el corazón de todos nosotros", había dicho en el Ayuntamiento antes de enumerar los importantes hechos de su vida que aquí lo atan, y eso mismo parecía decir de él la multitud que ayer lo acogió como a uno de los suyos en la más hermosa de las plazas latinoamericanas. Un lugar al que antes sólo venía de paso o a mirar- como Martí- el momento en que el Jefe de Estado se asoma el balcón presidencial del Palacio Nacional y hace ondear la bandera tricolor, cada 16 septiembre, Día de la Independencia.