En El Cobre
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Lejos de allí, en la hospedería de El Cobre, en Oriente, donde Fidel Castro tenía uno de sus cuarteles provisionales, el jefe revolucionario celebraba consulta con sus comandantes. Había llegado al lugar a las dos de la madrugada, con el espíritu conturbado por la aprensión. Algo andaba mal. Presentía lo ocurrido y temía lo peor.
El asalto a Santiago de Cuba, planeado para el 28 de diciembre, había sido aplazado por existir solemnes promesas del general Cantillo, acordadas en una entrevista secreta con él, de que impediría la fuga del tirano y sus cómplices y se pondría a la disposición de la revolución triunfante.
Ahora, sentado a la mesa con sus mejores auxiliares, apenas consumida la frugal merienda, dijo convencidamente:
- Cantillo me ha engañado, nos ha traicionado.
Una adivinación que se abría paso por sucesos aún desconocidos ganaba su espíritu. Sin embargo, a las 7 de la mañana, sin nada que decidir aún, el jefe rebelde se retiró a descansar.
A las once, a con el sol alto, fue llamado nerviosamente. Había llegado Pedro Guzmán, portador de un mensaje de Cantillo. Apenas lo leyó, Fidel Castro vio confirmada su aprensión. En su rostro, ancho, y expresivo, se reflejó la dolorosa verdad: porque era cierto, sí, que ya no había batistato en la Isla, pero el monstruo había huido con todos sus verdugos.
- El señor presidente no ha querido que se derrame más sangre cubana por su culpa y ha renunciado al cargo, embarcando hacia el extranjero. . .
Así notificaba a la tropa el suceso escandaloso el general Cantillo. En sus palabras se pintaba un Batista humano, compasivo, dispuesto a abdicar del poder por sensibilidad a los dolores de su pueblo. Un Batista increíble, falso, inaceptable, sin el menor átomo de verdad. Un Batista destinado a tapar a otro, el verídico. Se había consumado una nueva traición militar. Se había dado una puñalada más -la peor- al mismo corazón de los cubanos.
Instantes después, Fidel Castro cambió impresiones con sus oficiales... Pero no se perdió tiempo. Todos se trasladarían a Palma Soriano para ultimar los detalles de ataque inmediato a Santiago de Cuba. Lo que quiso evitar el jefe del M-26-7 -la imposición de nuevos sacrificios a su amada ciudad dé Santiago- debía ahora realizarse.
Afortunadamente, la historia le evitó esa gran pena. Apenas se apretó un poco el cerco a la montañosa ciudad -la de los mambises del 26 de Julio-, el coronel Rego Rubido, defensor de la plaza, decidió rendirla.
Se logró contacto con el estado mayor adversario y con las fragatas Antonio Maceo y Máximo Gómez. Una amplia y levantada reunión con los oficiales del ejército, la policía y la marina de Santiago reveló a Fidel Castro que no había Cantillos en la ciudad indómita. No todo estaba perdido. La revolución comenzaba simplemente una nueva etapa. Y él estaba ya habituado a vencer montes y collados.
La historia de la traición del general Eulogio Cantillo arrancaba de una fecha reciente: la del 24 de diciembre, cuando se celebró en el central Oriente, Palma Soriano, la entrevista entre el jefe militar, llegado en helicóptero, y el máximo dirigente rebelde.
Cantillo se expresaba a nombre del ejército de Batista, cuya determinación de lucha era una mera apariencia desde hacía tiempo. Se conversó durante cuatro horas. Un sacerdote católico y varios oficiales presenciaron el diálogo histórico, transidos de preocupación por la paz de Cuba.
Encorvados sobre el dolor de un pueblo, discutían la situación ambos: Fidel Castro, ancho y grande como su causa, Cantillo, pequeño y estrecho. Después de escrutar ángulos esenciales, se llegó al acuerdo de realizar, cronometrados todos, un movimiento militar revolucionario.
- A usted no le tiene que importar nada Batista, ni los Tabernilla, ni toda esa gentuza, general Cantillo. Esa es una ralea que no ha tenido piedad de Cuba pero tampoco la ha tenido de los militares cubanos. Los ha llevado a una guerra que se pierde siempre, porque contra el pueblo no se puede ganar una guerra...
Así, con palabra sencilla y contundente, con voz que no debía ser desoída, hablaba el jefe revolucionario. Su acento cálido caía sobre el cerebro frío y calculador del oficial marcista. Parecía haberlo convencido...
—Pero entiéndalo bien, precisaba el héroe del Moncada: yo no autorizaré ningún tipo de movimiento que permita la fuga de Batista. Nuestro primer planteamiento es la entrega de los que consideramos criminales de guerra, empezando por el dictador. No transijo en esto. Nuestro pueblo ha sido demasiado escarnecido, atormentado y burlado para que consintamos en un golpe de Estado más y veamos a los culpables salir alegremente, dejando a sus espaldas la ruina y el dolor que causaron.
Entre silencios profundos y miradas agudas como puñales proseguía la entrevista:
- Lo que hace falta no es un "madrugonazo" más en Columbia, ni una solución por encima, que deje intacto lo podrido. Hay que sublevar la guarnición de Santiago, que es lo suficientemente fuerte y está bien armada, sumar al pueblo y a los revolucionarios en un movimiento irresistible, porque de segura que se le unirán todas las guarniciones del país. ¿Está usted de acuerdo?
Cantillo repuso que debía ir a la capital. Sorpresa de Fidel Castro:
- No, no, es un riesgo que vaya usted a La Habana.
- No creo que sea ningún riesgo.
- Pero usted corre peligro de que lo detengan, porque aquí todo se sabe.
- No, yo estoy seguro de que no me detienen…
Un nuevo silencio, largo y tenso como una cuerda. Con acento receloso, pronunció Fidel Castro:
-¿Me promete usted que no se va a dejar persuadir en La Habana por poderosos intereses? ¿Quién me asegura que no hay gente grande detrás de usted, empeñada en dar un golpe en la capital?
- Yo le prometo que no.
- ¿Me promete de veras?
- Se lo prometo.
- ¿Me lo jura por su honor de militar?
- Se lo juro.
Tal vez se pudiera pensar que el líder rebelde resultaba víctima de una monumental ingenuidad, al confiar en el oficial marcista, pero no es así. Se estaba en un recodo de la historia y acaso pudiera evitarse nuevo derramamiento de sangre. Así lo explicaba él a todo el pueblo el día primero en un mitin gigantesco -de masas y fervor humanos, en el parque Céspedes de la indomeñable Santiago. La ya popular emisora 7RR transmitió sus palabras:
- En Columbia prepararon un "golpecito" a espaldas de la Revolución y, sobre todo, de acuerdo con Batista. Fue un intento de escamotearle al pueblo el triunfo revolucionario y dejar escapar a Batista, a los Tabernilla, a los Pilar García, Salas Cañizares y Ventura. El golpe de Columbia fue un golpe ambicioso y traidor, no merece otro calificativo. No voy a andarles con paños calientes. El general Cantillo nos traicionó…
“Cuando ya no podían resistir ni siquiera quince días más, viene a verme el señor Cantillo y se nos convierte en paladín de la libertad. Naturalmente, nosotros nunca hemos estado remisos a aceptar cualquier gestión que significase un ahorro de sangre, siempre que los fines de la Revolución no se pusieran en peligro. Queríamos la paz, pero con libertad; la paz, pero con el triunfo de la Revolución. Era la única paz posible y deseable.
“Yo tenia muy pocos deseos de hablar de movimientos militares, como ustedes comprenderán, pero entendí que era un deber que nosotros no podíamos esquivar. Los hombres que tenemos una responsabilidad no podemos dejarnos Ilevar por las pasiones”.
Calificaciones certeras brotaban de sus labios:
“Yo considero que lo primero que debe tener un militar es honor y palabra, pero este señor Cantillo no ha demostrado sólo carecer de honor y palabra, sino que le falta además cerebro... Creyó que iba a ser fácil engañar al pueblo y a la revolución; que cuando le dijera que Batista había escapado, y Cuba estaba libre de él, eI pueblo se tiraría a la calle, loco de contento; que no distinguiría entre la fuga del dictador y la verdadera revolución.
“Pero si Batista se va y se apoderan allá de los mandos los amigos de Cantillo, muy bien pudiera ser que el doctor Urrutia tuviera que irse dentro de tres meses; porque lo mismo que nos traicionaban ahora nos traicionarían luego.
Expuso que el acuerdo con Cantillo consistía en un levantamiento el día 31, a las tres de la tarde, con el concurso previo de las fuerzas rebeldes, apoyadas incondicionalmente por el ejército. En la misma fecha y hora se sublevaría la guarnición de Santiago de Cuba, entrarían varias columnas rebeldes en la ciudad oriental y se confraternizaría con el pueblo. Los tanques existentes en Santiago le serían entregados a Castro "no para combatir, sino para prever el caso de que el movimiento fracasara en La Habana y hubiera necesidad de situar vanguardias lo más cerca posible de la capital".
Trazó un paralelo entre las dos ciudades principales de la Isla:
-Una serie de excesos han tenido lugar en la capital: saqueos, tiroteos, incendios. . . Toda la responsabilidad cae sobre el general Cantillo, por haber traicionado la palabra empeñada… Creyó que nombrando capitanes y comandantes iba a resolver la cuestión. ¡Qué distinto, sin embargo, ha sido todo en Santiago de Cuba! Ni un solo intento de saqueo, ni un solo caso de venganza personal, ni un solo hombre arrastrado por las calles, ni un incendio. Y eso a pesar de que esta ha sido la ciudad más sufrida y que más ha padecido por el terror...”
Narró pormenores de la conducta, muy distinta, asumida por el coronel Rego Rubido "que no le debía ningún grado al 10 de marzo, pues ya ostentaba el suyo entonces":
-El coronel Rego Rubido, jefe de la plaza de Santiago de Cuba, fue tan sorprendido como yo por el golpe de Estado de Columbia, que se apartaba por completo de lo convenido.
Y lo más criminal que hizo fue dejar escapar a Batista, Tabernilla y los demás grandes culpables. Los dejaron escapar con los trescientos o cuatrocientos millones de pesos robados, y muy caro nos va a costar esto, santiagueros, porque ahora, desde Santo Domingo y otros lugares los vamos a tener amenazándonos y manteniéndonos en estado de constante alerta, y van a pagar y fraguar conspiraciones contra nuestro pueblo.
De las palabras de Fidel Castro y las informaciones íntimas acopiadas sobre los sucesos se desprendía el hecho de que Cantillo había jugado dos cartas a la vez: mientras entretenía al jefe rebelde y a la tropa misma del ejército en Santiago, haciéndoles creer que actuaba de común acuerdo con ellos, se ponía al habla con el tirano para facilitar la fuga del verdugos del pueblo cubano.