El pueblo derrota la invasión
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"Si nos dejan vivos a cinco de nosotros matamos a los jefes que nos embarcaron"
Dijeron al entregarse prisionero de la aplastada invasión mercenaria.
Como se movió Fidel en el frente de guerra. La movilización del pueblo uniformado. Ataques aéreos, la gusanera puesta en fuga. Heroica conducta de la milicia, el ejército rebelde y los aviadores de la FAR. la revolución cubana consolido su prestigio en el mundo entero.
(Breve relato de las primeras impresiones captadas en el escenario de los combates)
SALIMOS de la capital rumbo al Central Australia a las diez de la mañana del lunes. Siete horas antes —desde las tres de te madrugada— hablan comenzado las des embarco de tropas Mercenarias por la Bahía de Cochinos; y inmediaciones, según informes trasmita dos a La Habana. En el trayecto, la situación era dramáticamente reveladora de que ya nos disponíamos a luchar contra, la cobarde agresión imperialista. En las carreteras y los pueblos, al entrar en la provincia de Matanzas, la movilización de las milicias y del Ejército Rebelde se traduce en el envío de camiones, rastras, jeeps, y transporte de equipo pesado que se dirigen a defender el suelo patrio, hollado por los agresores.
Pasadas las 12 m. estamos a las puertas del Ingenio, primer punto importante en las cercanías del escenario de las operaciones. Pertenecemos al grupo de los primeros corresponsales que llegan. En el central Australia se acentúa la atmósfera de combate. Milicianos que van y vienen; órdenes, instrucciones, y a lo lejos se alcanza a escuchar los fogonazos de la contienda. Las noticias que proceden del frente nos ponen en tensión.
—Parecen que van a traer el cadáver de un paracaidista —exclama alguien.
Por nuestro lado, sobre una camilla, pasan al muerto. Tiene el rostro tiznado de negro y usa un uniforme de sapo, como allí le decían los muchachos por estar camouflageados con distintos tonos de verde. Se lo llevan a Jagüey Grande.
—Es un americano que cazamos con la metralleta— es el comentario.
Lo esperábamos, pero no podemos sustraernos a la exclamación;
—¿Hay paracaidistas?
—¡Hay de todo! es un ataque en grande —responde un oficial—, Se trata de una operación de desembarque anfibio y paracaidística, can barcos y barcazas, tanques, cañones, y ¡aviones, compañero, que han ametrallado a la población!
Avanzamos hacia más adentro del Australia. Es el primer sitio donde se instala la comandancia. Un saludo para el capitán José Ramón Fernández, responsable de la Escuela de Milicias, de Managua y Matanzas —el “gallego Fernández”. Junto a un grupo de combatientes estudia, ante un mapa, la ruta que parecen seguir tos gusanos invasores.
—¿Capitán, podemos ir al lugar de las operaciones?
—Sí —contesta sonriente—, pero ten cuidado, que hay aviones enemigos.
De alguna parte sale Fidel, el Comandante en Jefe. Lo acompaña el Comandante Augusto Martínez Sánchez. Vienen de inspeccionar la zona y ahora se reúnen todos. La estrategia de victoria se pone en marcha. Fidel se mueve de un lado a otro. A grandes pasos y tocándose la barba, imparte instrucciones.
—Augusto, quédate aquí en el Australia.
En un despacho privado completan los planes de contraataque. Nosotros decidimos salir en un pisicorre. Queremos coger por la carretera que conduce a Playa Larga. Es aún de día. Continuamente nos avisan de que tengamos cuidado porque hay aviones enemigos tiroteando. En dirección contraria pasan ambulancias con heridos. Se ven también, camiones y guaguas con milicianos y soldados rebeldes. A ambos lados de la vía, grupos de defensores, internados en la maleza escudriñan cielo y tierra buscando paracaidistas.
Volvemos al Australia. El Comandante en Jefe está de recorrido, vigilando los mandos, trazando el camino del triunfo. Una de sus primeras preocupaciones fue la de disponer la evacuación de familias campesinas para alejarlas del peligro. La metralla mercenaria segó vidas indefensas, solamente entregadas al trabajo laborioso y constructivo de las cooperativas, en una zona de la Revolución había hecho una de sus obras capitales: carretera sobre pantano, ciento de casa para los cienagueros, hermosos centros turísticos, jornada de alfabetización y empleo seguro y permanente para los guajiros de la localidad.
Al caer la noche del lunes crece el movimiento de refuerzos revolucionarios. Ha sido asombrosamente rápido el desplazamiento de equipos pesados, cañones, baterías antiaéreas de la base del Granma con el capitán “Pepón” Álvarez al frente. Tropas frescas sustituyen a los heroicos combatientes del batallón 117 de las milicias que andaban de operaciones por la zona de Cienfuegos y que hicieron una resistencia increíble, con metralletas y fal, a los invasores fabulosamente armados.
Puesta fuera de combate, por el enemigo, la pequeña guarnición de Girón y poco después la del Australia, también muy reducida que la ayudó— fue el batallón de milicias de Ia Perla del Sur, el que pudo frenar momentáneamente la embestida. La valentía y arrojo de sus integrantes permitió después a fuerzas más numerosas y mejor equipadas contribuir al aplacamiento definitivo de los criminales aventurero financiados por el Pentágono.
El Australia ardía en comentario y expresiones sobre la lucha que se libraba en Girón, es Playa Larga, en Soplillar o en Pálpite.
— ¡Oye viejo, traían armas pesadas!
— ¡Y gelatina incendiaria!
—¿Viste aviones B26, y Sabres?, ¡aviones a chorro!
Jesús Álvarez, un muchachito del batallón, cuenta a un grupo lo que le ocurrió en horas de la tarde:
—Me batí cuerpo a cuerpo con un paracaidista que me habló en español. ¿Saben lo que me dijo?; No me mates. ¿Cómo, que no te mate? —le contesté—, Si mi madre está sufriendo por culpa tuya.
Más avanzada la noche nos enteramos de que la Jefatura de la Comandancia—donde está Fidel está ella— se ha trasladado hacia el sur, después de pasar la Laguna del Tesoro. Hasta allá nos encaminamos. Nos rodean tanques y antiaéreas. Fidel da instrucciones precisa:
—Bueno, mañana martes tienen que estar tomada Playa Larga.
El Comandante en Jefe va arrancar en un jeep con compañeros de su escolta. Se denuncia la presencia de un avión enemigo.
— ¡Que apaguen las luces! —Ordena el mismo.
Pronto surcan el cielo las balas trazadoras, lumínicas de nuestras antiaéreas. Me protejo como puedo. Las cuatro bocas vomitan tanto fuego que el ataque aéreo desaparece. Aparece el Comandante Borges:
—Quédate por ahí y avísame de cuando salgan los tanques—le dice.
El gallego Fernández acude a la cita. se planea el contraataque con batería de cañones, morteros y tanques. Borges da cuenta después de que ya están en marcha. Cerca del punto de partida está el criadero de los cocodrilos. La claridad natural del cielo llama la atención de todos.
¡Nunca se habían visto tantas estrellas! Se oye la voz de Fidel:
—Sería bueno meter fuerzas por Cayo Ramona para cortarles el paso por dentro de la Laguna. Borges, ¿A quién tú crees que podemos mandar al frente de esa tropa? Escoge en el batallón 111.
No espera respuesta. Se vuelve a dirigir al mismo Comandante Borges:
— ¿Tú crees, dentista, que tu puedes ir?
—Sí — Es la contestación breve y firme.
—Y tú, Masiques, ¿no estarás muy cansado para ir?
— No — fue la otra respuesta, lacónica y decidida—. Me voy a comer algo al Australia.
—Está bien, dale. — asintió Fidel.
En el Australia, se vuelven a encontrar. Ha llegado la noticia que algo ocurre por Bahia Honda. Fidel lo prefiere comprobar. Al segundo se comunica con Sergio del Valle, Jefe de la FAR, quien le disipa las dudas: No hay nada.
Bajo la noche estrellada avanza un poderoso convoy revolucionario rumbo a Playa Larga a cumplir la tarea de reconquistarla. La madrugada del Martes Osmany Cienfuegos llega desde La Habana, cargado de mapa que estudian él y Fidel. Las primeras horas de la mañana las tropas rebeldes y milicianas se hacen fuertes en Palpite, un caserío que está entre La Laguna y Playa Larga. Allí nos instalamos. Eran las doce del día exactamente cuando a Pálpite tiene noticias de que las milicias y los soldados rebeldes entran y ocupan Playa Larga, El teniente Vázquez recibe informes, poco a ates de que las tropas nuestras penetraran en Playa Larga, de que Ios invasores mercenarios han puesto tendera blanca. Se lo dicen gentes del pueblo que han pedido ser trasladados a lugar seguro ante la posibilidad de otros ataques aéreos, la evacuación recuerda estampas de documentales de otras guerras. En camiones vienta cerca de cien familias con paquetes de ropas atados al hombro.
— Se están rindiendo »dican— Van hacia el mar.
En el camino se cruzan con más milicianos. Uno de Ios invasores, procedente de Playa Larga, es traslado herido a Pálpite. Viene como ahogándose pero balbucea algunas palabras:
—Éramos como 1 500.
Viste el traje de camouflage, con una cruz blanca de fondo verde y azul y el número 2 506. A las dos de la tarde hacemos nuestra entrada en Playa Larga. Los campesinos de la zona cuentan episodios. Los mercenarios se hacían pesar como miembros de un ejército de liberación y les pedían a te milicianos que se rindieran:
—¿Y saben ustedes que contestaban los muchachos? Pues ’‘Patria o Muerte”, y “Viva Fidel”, y disparaban sin mediar más palabras.
Playa Larga, otro centro turístico en construcción, presentaba el aspecto de un campo donde era profunda la huella del combate; un tanque nuestro, virado; en trincheras, cavadas por los aventureros, aparecían los cadáveres de invasores, aplastantemente derrotados por eI pueblo uniformado, por la milicia, obrera y campesina por loa valerosos soldados del Ejército Rebelde. En otro hueco, obuses de morteros y cajas de granadas. Durante la marcha se advierte a todos que tengan cuidado con los montones de arena que se divisan a un lado y otro de la carretera.
Pueden ser minas puestas por los mercenarios para hacerlas estallar al paso da las tropas revolucionarias. El capitán Fernández monta allí, par indicaciones de Fidel, el centro de operaciones desde donde se va a dirigir el asalto final a Playa Girón, refugio de los agresores. Un barco semihundido se ve a lo tejo. Playa Larga se convierte en pocas horas en un bastión inexpugnable, fuertemente artillado y con una guarnición poderosa y entusiasta, lista para entrar en combate.
La orden de avanzar hacia Girón se da a las 3:15 de la tarde del martes. Hora y media después se recibían noticias de que los defensores de la patria se adentraban 18 kilómetros sin encontrar resistencia. El jefe de la Policía habanera, comandante Efigenio Ameijeira, aparece en la avanzada, al habla con el “gallego” Fernández. Súbitamente surge otro ataque aéreo de dos Sabres y un B 26. Los aviones ametrallan el convoy que se desplaza hada Playa Girón. Todo el mundo pone en funciones rifles FAL, pero se oye la orden de que cese ese tipo de fuego, para que sean solo las antiaéreas —las cuatro bocas— las que se encarguen del ene raigo. Pasada la incursión criminal se ha comprobado la existencia de gelatina incendiaria, tirada desde el aire, que ha hecho impacto en las guaguas que trasbordaban milicianos., quemándolas totalmente. Del frente extraímos al comandante René Rodríguez, seriamente herido.
Es madrugada del miércoles. Las tropas revolucionadas van reconquistando terreno con Ameijeira y Samuel Rodiles. Por otras zonas se abren paso los Comandantes Tomassavich y Almeida, el capitán Orlando Pupo y comandante Rene de los Santos. Sobre Ias ocho, por la mañana, varios aviones desatan un bombardeo en la zona del Australia. Estamos bajo protección. A una de las máquinas infernales se le ve volar en varias ocasiones en el mismo sitio. Las cuatro bocas vomitan metralla suficiente para derribarlo. Un campesino trae la noticia de que el piloto es norteamericano: se llama, por la identificación que se le ocupó, Leo Francis Berllins, y manejaba un. B26. Oscar Fernández Mel, médico comandante, sale a buscar un aviador que le han dicho que se ha podido lanzar a tierra. Lo acompañamos. En la búsqueda un soldado de la columna José Martí, que la comandó Fidel en la Sierra, se tropieza con el piloto aludido y le da muerte tras luchar con él. El gringo llevaba al cinto un cuchillo, un revólver y granadas de mano. No tenían ninguna identificación, porque parece que se deshizo de ella. Como todas las armas de los invasores, los aviones B26 y Sabres que sembraron la muerte, aunque algunos lo disimularan con banderas e insignias cubanas de la FAR, eran de propiedad norteamericana. Una plaquita lo decía claramente: “Property Air Forces U.S.”.
Con la heroica participación de la fuerza aérea cubana-presencia victoriosa en el escenario del combate- se pone fin al sitio de los gusanos. Playa Girón, último reducto de los mercenarios, ya en fuga, caí a las 5:30 de la tarde del miércoles 19. Los pilotos revolucionarios habían hundido los barcos y los lanchones donde cientos de invasores pretendieron reembarcarse. En el curso de tres o cuatro horas se hicieron más trescientos prisioneros. Otros debían caer dentro de muy poco tiempo porque se habían aventurado a dispersarse por las zonas pantanosas de la ciénaga donde no era posible encontrar escapatoria.
En Girón fueron interrogados los prisioneros. Los corresponsales del patio y extranjeros tuvieron todo géneros de facilidades para cubrir las tareas periodísticas. Ya todo el pueblo conoce quienes pretendieron pisotear el suelo patrio para someterlo a los monopolios “Made in USA”, con desprecio absoluto de la vida que se ha conquistado el cubano en la etapa más grandiosa de su historia, ejemplo viril para el mundo.
Fidel lo había repetido mil veces: en el exilio, los mercenarios de toda laya, se unirán con la ayuda yanqui, con dinero yanqui y con armas yanquis para tratar de derrotar la Revolución. No lo lograron por la valentía, la unidad y el e coraje del pueblo cubano. Pero ahí estaba la prueba de su afirmación. Los prisioneros constituían una masa de mercenarios donde lo mismo figuraban el ambicioso de poder, el siquitrillado, el contrabandista, el delincuente común, el casquito, que el asesino a sueldo o los hijos de los que en otras épocas gozaron de privilegios a la sombra de regímenes corrompidos, del Vedado Tennis Club o del Biltmore.
Todos los vecinos alegaron que habían sido “embarcados, engañados por los agentes del imperialismo”. Sería fatigoso para el lector lo que ha visto por la prensa diaria o la televisión; pero baste decir que el estado de ánimo de muchos prisioneros era de tal indignación por la estafa de que habían sido víctimas que dijeron ante el corresponsal con cierta súplica:
— ¡Que nos dejen vivos a cinco de nosotros, por favor, que vamos a matar a todos los jefes que nos embarcaron!