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El otro rostro de la guerra

Fecha: 

11/12/2005

Fuente: 

Periódico Granma
Afortunados quienes nunca conocieron la guerra. Privilegiados los que, aún habiéndola vivido, no guardamos de ella la deshumanizada arista del hombre matando al hombre, sino la del ser humano entregando lo más puro de sí en bien de sus semejantes.
Por vez primera en su vida estos soldados angolanos tomaron un lápiz, en Ruacaná.
Puede "sonar" poético, pero así: renovador y optimista, es el recuerdo que conservo de aquel retorno victorioso, de los internacionalistas cubanos que, a lo largo de tres lustros, ofrecieron solidaria ayuda en la República Popular de Angola por solicitud de su Gobierno y por voluntad de ese pueblo.

CUITO: PUÑO Y CARICIA

El estoico rechazo a la embestida sudafricana por Cuito Cuanavale significó un demoledor golpe para los invasores, un giro en los destinos del continente y una senda para empezar a ponerle coto al terror y a la muerte.

Afortunadamente ya en abril de 1988, ni el lente fotográfico ni la pupila humana chocaban allí con la tétrica imagen de cuerpos agresores aplastados por las esteras de sus mismos blindados en caótica retirada. Predominaba una relativa calma, alterada a ratos por el "ladrido" de algún que otro proyectil artillero, lanzado por las mismas piezas enemigas que antes se habían ensañado con el puente y con las pocas instalaciones del caserío.
Los combatientes de Cuito Cuanavale construyeron juguetes para los niños de las aldeas cercanas.
Fue, en ese contexto, que accedí a una de las vivencias más conmovedoras de aquellas jornadas. Sin descuidar su disposición y capacidad combativas, decenas de combatientes cubanos acopian pequeñas latas de conserva, pedazos de madera, recortes de tela, hilo y otros materiales para, en sus ratos de descanso, construir juguetes, desde el cálido interior de los refugios.

Poco después, el 2 de mayo, la aldea de Nankova, próxima a Cuito Cuanavale, semeja una colmena. De sus casuchas de barro y paja salen niñas y niños de todas las edades. La melancólica expresión en sus miradas da paso a un brillo nuevo. Ninguno de ellos ha tenido jamás un diminuto camión, una muñeca de trapo, una pelotaÁ Es curioso: entre los rústicos juguetes no hay un solo fusil o una pistola. Tal vez también por ello más de un anciano suspira hondo y apoya la barbilla en la palma de su mano.

LA HUELLA SE ENRAIZA

Pero no había sido Cuito, hasta ese instante, ni después, una excepción: Menongue, Lubango, Namibe, Huambo, Cahama, Lobito, Xangongo, Cabinda, LuandaÁ los más apartados o lejanos sitios fueron escenario cotidiano de una sensibilidad por parte de los cubanos, jamás vista por aquellos pobladores.

Miles de combatientes hicieron, durante años, lo mismo que el entonces primer teniente Miguel Polo Vega:

Cerca de él, un niño lo mira con suplicante expresión. Es la hora de la comida. El joven pudiera ingerir su ración y retirarse. Pero el soldado cubano es, ante todo, padre, hijo, hermano. Por eso Polo busca una lata de carne, la abre y se la extiende al chico que, con voz tímida, solo atina a decir lo mismo que tal vez a esa hora repiten cientos de niños en otras partes: "Muito obrigado, primo, muito obrigado" (Muchas gracias, primo, muchas gracias).
En muchos lugares nuestras tropasconstruyeron parques para los niñosangolanos.
Con igual sencillez y desprendimiento, nuestros médicos militares atendieron siempre a infinidad de personas nativas, afectadas por paludismo, enfermedades respiratorias, problemas en la piel, mordedura de serpientes, accidentes y otras causas, del mismo modo que manos de soldados y de oficiales cubanos levantaron espontáneamente parques infantiles, escuelas, puntos sanitarios, áreas deportivas y monumentos a la amistad entre ambos pueblos.

UN HIJO MÁS

Tenía cinco años de edad cuando tropas cubanas lo hallaron, a la deriva, en un lugar llamado Ondgiva. No sabía su nombre, ni dónde vivía, ni quiénes habían sido sus padres. Tiritaba. No precisamente de frío. Quizás de miedo. Con toda seguridad, de hambre.

Convertido ya en un vigoroso joven, baja la cabeza, contrae la garganta y me confiesa que gracias a los cubanos no murió. Once años al calor de ellos lo han convertido en alguien preparado para enfrentar la vida: lee, escribe, conduce cualquier vehículo, practica deportesÁ lleva un nombre: Alberto Manuel Gómez.

"Pero no sé qué va a ser de mí el día que ustedes, los cubanos, vuelvan a su paísÁ porque son la única familia que he conocido en mi vida" —afirma y para ocultar la impertinencia de una lágrima, levanta la mirada hacia el aleteo de una paloma que alza vuelo.

GOLPE AL MENTÓN DE LA IGNORANCIA

Nadie le indicó al entonces sargento Clovis Ortega que enseñara a leer, a escribir y a hacer operaciones aritméticas a aquellos soldados de las Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola (FAPLA) que, junto a las tropas cubanas, habían llegado hasta la presa de Ruacaná, frontera sur con la hermana Namibia.
La población nativa contó con la atención de nuestros médicos.
Tampoco nadie le criticó o impidió esa idea. Por el contrario, rápidamente se sumaron brazos para armar la improvisada aula donde cada día se concentraban varios angolanos, afanados en dominar la rigidez salvaje de unas manos que nunca pudieron tomar un lápiz, ni siquiera ante el deseo irresistible acumulado durante años de hacerle una carta a sus seres más queridos desde el foso de una trinchera o bajo el hostigamiento de la artillería enemiga.

YO SÉ PORQUÉ LLORAS, LUANDA

Enero de 1989. Las arterias que conducen al aeropuerto de Luanda son un conglomerado interminable de pueblo. Están a punto de despegar victoriosos los primeros internacionalistas, de 3 000 que retornarán inicialmente a la patria, en gesto de buena voluntad del Gobierno cubano antes de que comience la retirada oficial, pactada en las conversaciones tripartitas: Angola, Cuba y Sudáfrica.

Una buena pregunta sería: ¿Por qué esa multitud?

Se puede convocar a un grupo de personas a asistir a un lugar, pero no obligar a decenas de miles para que lo hagan. Se puede convocar a que la gente aplauda, pero no se les puede exigir el llanto por decreto. Y varios angolanos sollozan. Nada de ello es casual. Es la huella humana dejada por Cuba, que perdura y que no aparece escrita o diseñada en ningún manual del arte militar; es la huella que alienta por encima del desagradable olor de la pólvora y de las calamidades de la guerraÁ es la expresión de un pueblo (Angola) al ver cómo otro pueblo hermano (Cuba) regresa digno, llevando consigo solamente los restos de sus hijos caídos en la contienda y el agradecimiento de aquella nación africana.