El camino que condujo a la Revolución
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El abogado Fidel Castro pronunció su propio alegato en el juicio que la tiranía batistiana organizó con el propósito de condenarlo por los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953. Las palabras del líder de aquellas acciones trascendieron con el nombre de La Historia me Absolverá.
Las tesis que allí se exponen evidencian los orígenes históricos y sociales que conllevarían a proclamar el carácter socialista de la Revolución Cubana, el 16 de abril de 1961, que marca el preludio de la invasión mercenaria en Bahía de Cochinos, el día 17, organizada y armada por el Gobierno estadounidense, y que trascendería con el nombre de Playa Girón, último reducto de los invasores, donde el imperialismo norteamericano sufrió su primera gran derrota en América.
En La Historia me Absolverá, Fidel expone los fundamentos del derecho a hacer la Revolución. Sus palabras rebasan el marco de la ínsula para evidenciar su validez donde quiera que las condiciones de injusticia social, de opresión y saqueo se reiteren por parte de regímenes despóticos, plegados al neocolonialismo y al neoliberalismo.
A lo largo de los últimos 51 años, Fidel Castro se ha referido en numerosas ocasiones a las acciones del 26 de julio de 1953. Dejemos que sea él mismo quien en los siguientes fragmentos, extraídos de sus análisis, explique sucintamente la percepción del líder de aquellas acciones trascendentales:
“La importancia que tiene esta radica en que aquel día inició nuestro pueblo, en escala modesta si se quiere, el camino que lo condujo a la Revolución. Cruzarse de brazos ante aquella situación habría significado la continuidad indefinida de la camarilla militar, la continuidad indefinida en el poder de los partidos reaccionarios de las clases explotadoras, habría significado la continuidad de la politiquería, de la corrupción y el saqueo sistemático de nuestro país.
“La importancia de aquella es que abrió un nuevo camino al pueblo; la importancia de aquella radica en que marcó el inicio de una nueva concepción de lucha, que en un tiempo no lejano hizo trizas a la dictadura militar y creó las condiciones para el desarrollo de la Revolución.
“Nosotros éramos un puñado de hombres, no pensábamos con un puñado de hombres derrotar a la tiranía batistiana, derrotar a sus ejércitos, no. Pero pensábamos que aquel puñado de hombres podía, no derrotar aquel régimen, pero sí desatar esa fuerza, esa inmensa energía del pueblo que sí era capaz de derrotar a aquel régimen.
“Lo más difícil del Moncada no era atacarlo y tomarlo, sino el gigantesco esfuerzo de organización, preparación, adquisición de recursos y movilización, en plena clandestinidad, partiendo virtualmente de cero. Con infinita amargura vimos frustrarse nuestros esfuerzos en el momento culminante y sencillo de tomar el cuartel. Factores absolutamente accidentales desarticularon la acción. La guerra nos enseñó después a tomar cuarteles y ciudades. Pero si con la experiencia que adquirimos en ella se hubiese planteado de nuevo la misma acción, con los mismos medios y con los mismos hombres, no habríamos variado en lo esencial el plan de ataque. Sin los accidentes fortuitos que infortunadamente ocurrieron, lo habríamos tomado. Con una mayor experiencia operativa lo habríamos podido tomar por encima de cualquier factor accidental.
“(...) la estrategia política, militar y revolucionaria, concebida a raíz del Moncada, fue en esencia la misma que se aplicó cuando tres años más tarde desembarcamos en el Granma y ella nos condujo a la victoria. Aplicando un método de guerra ajustado al terreno, a los medios propios y a la superioridad técnica y numérica del enemigo, los derrotamos en 25 meses de guerra, no sin antes sufrir inicialmente el durísimo revés de Alegría de Pío, que redujo nuestras fuerzas a siete hombres armados, con los que reiniciamos nuestra lucha. Este increíblemente reducido número de efectivos con que nos vimos obligados a seguir adelante, demuestra hasta qué punto la concepción revolucionaria del 26 de Julio de 1953 era correcta.
“El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo. Trincheras de ideas fueron más poderosas que trincheras de piedras. Nos mostró el valor de una doctrina, la fuerza de las ideas, y nos dejó la lección permanente de la perseverancia y el tesón en los propósitos justos.
“Nuestros muertos heroicos no cayeron en vano. Ellos señalaron el deber de seguir adelante, ellos encendieron en las almas el aliento inextinguible, ellos nos acompañaron en las cárceles y en el destierro, ellos combatieron con nosotros a lo largo de la guerra. Los vemos renacer en las nuevas generaciones que crecen al calor fraternal y humano de la Revolución”.
El 26 de Julio del año 1953 un suceso trascendental sacudió a la República de Cuba y saltó al ámbito mundial en titulares de los más importantes medios de difusión masiva: un numeroso grupo de cubanos procedentes de varias provincias, encabezados por un joven abogado nombrado Fidel Castro, asaltó los cuarteles del ejército nombrados Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la región oriental del país.
Se trataba de importantes bastiones militares del régimen dictatorial y pro norteamericano de Fulgencio Batista, que desde el 10 de marzo de 1952 había asumido el poder en Cuba tras perpetrar un golpe de Estado contra los poderes constitucionales.
Conmover la conciencia nacional ante la realidad de injusticia social que padecía el país, y obtener armas con las cuales emprender la lucha armada por la verdadera independencia y la soberanía nacionales eran objetivos estratégicos de aquella temeraria acción.
El intento de tomar los cuarteles resultó fallido y costó mucha sangre de decenas de cubanos humildes que fueron asesinados a sangre fría por orden de la dictadura.
Pero el aldabonazo estremeció de un extremo a otro a la Mayor de las Antillas y sembró en terreno fértil la idea de la Revolución necesaria para dar continuidad a la lucha armada que en 1868 emprendieran los patriotas cubanos contra el colonialismo español.
Esta vez la batalla sería decisiva para sacudirse las garras del neocolonialismo norteamericano, alcanzar la libertad política y la independencia económica, hacer realidad la justicia social y solidificar bases institucionales sobre pilares de dignidad y honestidad.
Razones para no olvidar
Los motivos eran tantos, y tan justos, que bastaba mirar alrededor para comprenderlos. Diseminadas en el entorno de cinco décadas atrás, pobreza, hambre, insalubridad, corrupción, ignorancia, analfabetismo, discriminación, abusos, opresión, asesinatos, drogadicción, y cualquier otra caracterización conocida de la injusticia social aguda, afectaba cotidianamente a la inmensa mayoría de la población cubana.
Muy especialmente eran víctimas niños, mujeres, ancianos, campesinos y desempleados, tantos, que ni contarlos se podía. Los disparos de hombría para asaltar la historia despertaron al pueblo, que se levantó y echó a andar hasta alcanzar el poder en enero de 1959.
A partir de entonces, las conquistas sociales que progresivamente se fueron alcanzando con esfuerzo, trabajo y voluntad colectivos, cimentaron una realidad diferente en Cuba, aunque siempre preñada de dificultades, provocaciones, amenazas y actos terroristas.
Tales acciones, procedentes de sucesivos gobiernos norteamericanos y de esbirros y sus congéneres, que perdieron privilegios en Cuba y fueron a asentarse principalmente en Miami, no sólo se han mantenido, sino que se acrecientan en la actualidad.
Desde el sur de la Florida, antiguos y novísimos lacayos insisten ilusamente en revertir a Cuba 50 años atrás, con métodos que van desde clásicos cantos de sirenas para atraer incautos, hasta la procreación de odios y la diseminación de terrorismo y veneno.
El cubano patriota se acostumbró a batallar en un ámbito de múltiples agresiones enemigas, y tradujo su respuesta en una consigna reveladora del quehacer diario: estudio, trabajo y fusil.
Pero las conquistas y logros sociales que hoy exhibe la realidad cubana, tan contrastantes con el entorno opresivo que aún padecen los pueblos en los restantes países latinoamericanos, no deben relegar la historia a simples anécdotas, ni minimizar las poderosas razones que ayer dieron vida a la rebeldía nacional.
La vida, insustituible maestra de tantas cosas, enseña que la conciencia se nutre mejor cuando se alimenta de realidades vistas, sentidas, y honestamente razonadas. Entonces esa comprensión impulsa voluntades.
Las verdades de aquel entorno social de 1953 necesitan seguir siendo transmitidas de generación en generación, cara a cara, de forma tal que, para los más jóvenes, los intentos anexionistas de tergiversar sucesos y desvirtuar el sentido de las acciones patrióticas se desintegran cuando la palabra sincera del hombre mayor transmite a sus descendientes las razones del sentimiento, que solidifican la memoria imprescindible, porque lo único que moralmente no le está permitido a los cubanos es olvidar.