Diálogos con la historia (XVIII parte)
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Viajando por la isla vimos a veces como el firmamento, de azul intenso, era oscurecido de súbito por nubes de humo negro. En algún sector de la carretera, el incendio se extendió hasta el propio camino. La caña de azúcar ardía rugiendo y chirriando. Cientos de personas, sudorosas, llevando su indumentaria chamuscada, trabajaban con palas, procurando aislar el sector del incendio. El sudor se les mezclaba en sus rostros tiznados con las lágrimas provocadas por el ultraje y el acrimoso humo.
- Es una cooperativa y aquí administran en común. Los gusanos han pegado fuego a la cosecha -me explicó Enrique.
Yo recordaba los días de la colectivización, las hacinas ardiendo en los campos de Tver. Y con la misma entonación de furor y seguridad en la victoria con que hablaban en tiempos los bolcheviques de aquellas tierras, dijo el negro Enrique:
- No importa, aplastaremos a estos gusanos y a los que los sacan del capullo.
En la Playa Girón -este cabo que cual puñal verde se clava en las aguas azules del silencioso golfo y en cuya lisa superficie cristalina sólo aparecen surcos al nadar los tiburones en su paseo- un participante en los combates, mozo de rostro bronceado, nos enseñó desde dónde vinieron los barcos, cómo desembarcaron las tropas, dónde se encontraban los acorazados norteamericanos, que enfilaban con sus cañones a la isla, en qué lugar se libró el primer combate y dónde fueron contenidas y derrotadas las fuerzas invasoras. Nos hablaba de esto en el mismo tono con que los veteranos de la Gran Guerra Patria nos relatan las batallas del Volga, del Neva y del Mar Negro. En las palabras de este cubano sonaba idéntica indulgencia para con el adversario vencido y la misma convicción en lo infalible de la justa victoria y en que la causa de la revolución es invencible.
A la Revolución Cubana no le hacen falta reliquias históricas, sino metal. El abundante botín recogido ha sido fundido. Las barcazas de desembarco que quedaron cerca de la costa fueron aserradas y enviadas a los hornos Martín. Sólo restos de aluminio, abandonados aquí y allá, en las márgenes del cenagal de Zapata, hacen recordar los aviones norteamericanos derribados allí, en los lugares donde pululan los cocodrilos. Nuestro acompañante arrancó unos cuantos trozos de aluminio de uno de los aviones y nos los entregó:
- Made in USA -dijo y, riéndose, añadió-. Pero que no se atrevan a meter el hocico...
En ese momento recordé cómo los veteranos soviéticos, al mostrar a los extranjeros los lugares de los combates en el túmulo de Mamái, en el monte de Sapún y en el istmo de Carelia, regalan a los invitados como recuerdo objetos militares recogidos en el suelo, y dicen análogamente:
- Que no se atreva alguien a meter las narices...
En el patio de un enorme central azucarero, que lleva el nombre de un obrero ahorcado en tiempos por el verdugo Batista, oímos de pronto hablar en ruso. Unos mozos tostados por el sol, cubiertos con yareyes, vinieron corriendo por el patio hasta donde estábamos nosotros. Una pátina bronceada cubría su rostro. Los muchachos gritaron en ruso.
- Camaradas, ¿son soviéticos, verdad?
Eran tres de los cientos de komsomoles que fueron allí voluntarios para ayudar a los guajiros cubanos, que daban sus primeros, pero firmes pasos por el camino del socialismo. Uno de ellos era un ruso de Kubán; otro, un georgiano de las plantaciones de té de Gori, y el tercero, un uzbeko cultivador de algodón. Eran koljosianos con instrucción media y habían aprendido a hablar con desenvoltura el español. Esos muchachos nos preguntaron con avidez por la Patria, por Moscú, por la vida y los asuntos de los lejanos compatriotas. Y con qué cariño hablaban de Cuba, de cómo lo nuevo iba irrumpiendo en la vida de esta remota isla, enervada por el Sol tropical, del talento de los cubanos, de sus corazones, abiertos de par en par a la amistad.
- Si cualquiera de ustedes llama de improviso por la noche en la casa de un cubano, que diga sólo la palabra "ruso" y ya no hace falta más; lo recibirán como al mejor amigo y pondrán todo lo que tengan en la mesa... -dijo el bronceado gigante del Kubán.
- Todos nos hacen cantar y aprenden nuestras canciones -agregó el georgiano.
- Y vosotros, ¿sabéis sus canciones?
- Nosotros también nos aplicamos -terció un poco avergonzado el uzbeko, velando una sonrisa -. Hay que reconocer que en esto de las canciones no vamos muy bien, pero en cuanto a los bailes cubanos... Qué, muchachos, ¿lo demostramos?
Y los tres, en aquel patio inundado de sol, con el quedo acompañamiento del murmullo de las calderas para la cocción del azúcar, empezaron fogosamente a bailar el "cha-cha-cha".
¡Di sólo la palabra "ruso" y ya eres amigo! Cuántas veces tuvimos la posibilidad de convencernos de lo justo de estas palabras...
Es inolvidable, la tarde del 21 de marzo, cuando en una enorme sala con capacidad para 6 mil personas resonó la emocionante palabra del héroe de la Revolución Cubana, de su Primer Ministro:
- Hoy se nos ha concedido un alto honor. Y no a mi. Ostentaré esta medalla en mi pecho en nombre del pueblo. No he recibido yo esa medalla, sino el pueblo. Esta medalla - el Premio Lenin de la Paz -le ha sido concedida a nuestra Revolución, a nuestra revolucionaria patria marxista. Yo he recibido esta medalla con profundo y legítimo orgullo en nombre el pueblo, en nombre de los que cayeron a lo largo de toda nuestra historia para que posible esta Revolución. ¡Patria o muerte! ¡Venceremos!
Y ahora, en vísperas del Primero de Mayo, al ver cómo recibe Moscú al héroe legendario, al ver las calles de nuestra capital abarrotadas de gente, al ver los rostros de mis compatriotas cuando saludan a Fidel Castro y demás mensajeros de la valerosa isla, recuerdo todo lo que vi y escuché en Cuba en la primavera del año pasado.
Qué profundo y hermoso sentido tienen las palabras pronunciadas por Fidel Castro después de serle entregado el Premio Internacional Lenin, completamente congruentes con su discurso dirigido a los moscovitas en nuestra Plaza Roja desde la tribuna del Mausoleo.
- Siempre fuimos grandes admiradores de Lenin -dijo Fidel-. Pero después de haber visto la obra realizada por su pueblo, después de conocer a la URSS, su figura se agiganta ante nuestros ojos y se hace aún más inmortal... Permítanme como el más justo homenaje a quien tuvo el mérito mayor, exclamar: ¡Viva Lenin! ¡Viva el internacionalismo proletario! ¡Viva la amistad entre los pueblos soviético y cubano! ¡Viva la Unión Soviética!
Y de nuevo volvió a resonar:
- ¡Patria o muerte! ¡Venceremos!
¡Ese es el cariño auténtico y recíproco de dos pueblos! ¡Ese es un modelo de auténticas relaciones socialistas de los países grandes y pequeños! ¡Ahí está la fuerza triunfante e invencible del internacionalismo proletario!
1 de mayo de 1963.