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Cuando se anunció que no se harían los diez millones

Fidel, en el acto a que se refiere el texto. | foto: Jorge Oller
Fidel, en el acto a que se refiere el texto. | foto: Jorge Oller

Fecha: 

10/08/2020

Fuente: 

Trabajadores

Trabajadores reproduce apuntes inéditos de Julio García Luis (19422012), quien fuera colega de nuestro periódico y Premio Nacional de Periodismo 2011, publicados en su libro ¿Qué periodismo queremos? Aquí se relata el momento en que Fidel informa la victoria del regreso de un grupo de pescadores secuestrados, y anuncia  públicamente que la Zafra de los Diez Millones de 1970 no alcanzará esa meta, y devela un principio que ha acompañado invariablemente al líder cubano: al pueblo se le dice la verdad siempre, por dura que sea
 
La Habana, mayo 20 de 1970, 4 de la madrugada.  
 
Llegó agitado. Eran sobre las 11 de la noche o quizás algo más. Hacía un rato había terminado el acto del Malecón. Uniforme ajado y un tabaco apagado en la mano. Se sentó ante el círculo de compañeros que rodeaban la mesa y que permanecían en pie esperando por sus palabras. No parecía triste, más bien cansado y lleno de preocupaciones. La mano derecha, en gesto característico, mesaba la barba algo rala y apuntada de un anuncio de canas en la barbilla. Sin preámbulo:  
 
“No estaba en el plan hablar de la zafra. Pero no hubiera sido leal con el pueblo. No sería lo más político, pero era lo más honrado. Teníamos la idea de esperar a que arribáramos a los ocho millones y entonces hacer la explicación. Eso quizás hubiera sido lo más político. Pero no era correcto darle al pueblo hoy la alegría neta de esta gran victoria, y después, al cabo de los 20 días, la gran derrota”.  
 
Queda callado un instante. Mira a todos los presentes. Luego dice, en voz baja: “Los revolucionarios no tenemos alternativa. Solo el deber”.
 
Escuchó con mucho interés las opiniones que le dimos algunos compañeros. Fueron frases de cariño y de aliento. (...). Yo le dije: “Comandante, nunca como hoy el pueblo hubiera estado en mejores condiciones para recibir semejante noticia. Estaba enardecido. Como hacía años no se veía. En frío, más tarde, no hubiera sido igual”.  
 
Pensando en voz alta. Dijo: “Ahora debo ir, mañana o pasado, a la televisión y explicar todo lo relativo a la zafra. Después lo que quisiera es meterme en el Pico Turquino, qué sé yo, meterme en el cañaveral más apartado, donde más malas sean las condiciones”. (...)
 
“Sin embargo, tenemos que poner el énfasis en nuestros reveses. “Otras veces hemos tenido derrotas muy duras. Así el Moncada, Alegría de Pío, la Huelga de Abril; pero esta derrota duele más. Entonces éramos un grupo, más o menos numeroso en una u otra circunstancia, ahora es todo el pueblo. Esta derrota duele en proporción a la cantidad de gente que estaba metida en esto, luchando por este objetivo”. (...)
 
“La bronca por los pescadores terminó aquí, ahora tenemos que seguir peleando por la zafra”.
 
“Pero si era mejor plantearlo ahora que dentro de 20 días, honestamente tengo que reconocer que no fue algo intencional hacerlo así, fue por casualidad. Fue la honradez ante la gente lo que me llevó a decir esto. Cuando aquel pescador dijo lo de los diez millones sentí un sufrimiento insoportable, una vergüenza de saber que se seguían alentando las ilusiones, y lo mismo fue cuando el acto del domingo, el dolor de ver cómo todo el mundo unía la lucha por la liberación de los pescadores con la tarea de la zafra de los diez millones.  
 
“Hablé con varios compañeros y me habían convencido de que no debía decir aún lo de la zafra. Pero sentí la vergüenza del problema en medio del discurso, cuando comencé a hablar de las dificultades. La vergüenza de que alguien pudiera tener siquiera una sombra de duda o de sospecha de que estuviéramos disimulando la realidad para que la gente no se desanimara. “Un político frío hubiera pensado primero en garantizar los ocho millones. Tal vez eso sería lo más político. Pero yo no actué como político. Fue la honradez y la lealtad hacia el pueblo.
 
 Si era más correcto haberlo dicho hoy, eso no es el resultado de un deliberado acto político. “¡Nosotros no haríamos cortar una sola caña al pueblo en nombre de algo que sabíamos que ya no sería alcanzado! “Hay una verdad incuestionable: le hemos quitado un arma al enemigo. Ellos hubieran sacado más provecho de la noticia en frío dentro de 20 días”. (...) “La magnitud de la empresa que nos propusimos nos ha permitido conocer nuestras debilidades, nos ha enfrentado crudamente con ellas. Todo está de acuerdo a la vara con que nos midamos.  
 
Si la vara es chiquita, entonces la Revolución nos parece alta, enorme, poderosa. Si la vara es grande, entonces vemos que no estamos tan alto, ni somos tan grandes, y así que tenemos muchas deficiencias y muchas limitaciones. “Yo creo que la medida del revolucionario no debe ser de orden relativo, sino de orden absoluto”. (...) “El mérito más grande que puede tener el pueblo es pelear hasta la última caña, sabiendo que no se lograrán los diez millones; pelearla en la adversidad, en la derrota. “Es increíble el esfuerzo que se ha hecho. En caminos.  
 
En el corte. En todo. El pueblo no ha fallado. El pueblo no tiene la culpa de esto. Hay que considerar que saltamos en 18 meses para sembrar toda la caña que no se había sembrado. Un esfuerzo colosal. “Así que lo peor en este momento es no tener remordimientos, no tener complejo de culpa, porque se ha hecho en cada momento todo lo que podía hacerse. “Jamás en mi vida le he dedicado a algo tantas energías como a la zafra de los diez millones, sabiendo todo lo que ella significaba para la Revolución y para el país. Creamos las condiciones en el pueblo. Teníamos un pueblo para hacer los diez millones, y ese pueblo no nos ha fallado. Pero no teníamos el aparato administrativo para hacerlos. “Esto tiene que servirnos de mucho.  
 
La Revolución es una cosa maravillosa, fabulosa, pero requiere más seriedad de la gente, más reflexión. “Creo que hice mal en llamarle ‘revés’, en realidad esto ha sido una ‘derrota’. Mañana en la televisión rectificaré el concepto”. Algunos compañeros opinan. Llanusa discrepa. Dice que no está de acuerdo. Lo cree excesivo. Fidel insiste. Firme: “No. Digamos que esto ha sido una derrota, es más valiente que llamarle un revés”. Llanusa acepta: “Bueno, tú eres más valiente que yo”. Y Fidel remata: “Así le quitamos también un arma más al enemigo. “Ahora tenemos que trabajar en cuatro direcciones —señala Fidel—:mantener duro hasta el final el trabajo de la zafra; lograr un autoanálisis de nuestras deficiencias, de nuestras limitaciones, y comenzar a superarlos; superar la actividad de la Revolución en todos los frentes y convertir la derrota en victoria”. Ya Fidel se ha puesto de pie.  
 
Grave, se vuelve hacia la puerta, hace un breve gesto de saludo y dice: “Correcto. Entonces nos vemos mañana”. No habría, sin embargo, que esperar mucho. Al poco rato, 1 y 30 de la madrugada, estaba de regreso. Llegó jadeante. Había subido por las escaleras, a zancadas. Pide papel. Parece que no había quedado conforme con la primera página y venía con nuevas ideas. Toma un cable de encima de la mesa y escribe al dorso, con mayúsculas grandes: “DERROTA”. “¿Qué ustedes creen si ponemos este título?” (Ese día, la edición de Granma presentaba en primera página un titular enorme con la palabra ¡VICTORIA!, por haberse obtenido la devolución incondicional de los 11 pescadores. En contraste con ello, Fidel propuso ese cintillo).  
 
Se convence y desecha la idea. “Busquemos conceptos”, dice. Así prepara la primera página, escribe los titulares, pregunta, analiza. Después se sume en los temas que explicará esta misma noche por la televisión. Se anima. Uno le mira y piensa: bajo esa frente hay un torbellino de ideas que no le deja dormir. Uno tiende a la pena. Uno sabe que el más acariciado de sus sueños ha muerto públicamente en esta noche. Uno sabe qué duro debió serle ese anuncio de fracaso en una jornada de combate y victoria. Qué dura noticia para la nación y para nuestros amigos de todo el mundo.  
 
E inevitablemente vienen a la mente las frases sobre el Che en su “Introducción necesaria”: “Ningún hombre mejor preparado que él para enfrentarse a semejante prueba”. El Primer Secretario se recuesta en la butaca, razona, piensa en voz alta, se mesa el cabello y la barba con sus largos dedos (...), y uno no acierta a decidir si acaso ya en estos amargos momentos de derrota, Fidel está trazando en su mente el camino para victorias superiores y decisivas. Amanece. Fidel ya se ha ido. “Chago” deja escuchar un relato de la Sierra: “Había fracasado la Huelga de Abril. Nadie se atrevía a darle la noticia a Fidel.  
 
Se habían ido juntando compañeros en La Plata. Después alguien le explicó lo sucedido. La represión. Los cuadros diezmados del movimiento en las ciudades. El fracaso. Fidel extrajo su pistola, la armó y comenzó a hacer fuego sobre el tronco de un árbol: “Ahora sí que se cae Batista”, dijo.