Carta desde México para la unidad cubana
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Fidel Castro y José Antonio Echeverría, firmaron la Carta de México para unir los esfuerzos de las organizaciones que simbolizaban la nueva generación y perseguían cambios sociales profundos. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo
Durante la noche del 28 de agosto de 1956, en México, la casa de los veteranos de la acción del Moncada, Melba Hernández Rodríguez del Rey y Jesús Montané Oropesa, fue el sitio elegido para que se reunieran dos de los líderes juveniles más respetados y seguidos por los estudiantes y obreros cubanos: Fidel Castro Ruz y José Antonio Echeverría.
El presidente de la FEU había viajado hasta el país azteca, para conocer sobre la expedición armada que allí preparaba el líder del Movimiento 26 de Julio y así continuar la lucha iniciada tres años atrás contra la tiranía impuesta por Fulgencio Batista Zaldívar.
Contaron participantes como René Anillo, secretario general de la FEU, que durante más de seis horas los dirigentes intercambiaron acerca de la significación del movimiento estudiantil y su apoyo decisivo para alcanzar la independencia nacional; así como de hacer realidad el compromiso de reiniciar en ese año la insurrección armada proclamada por Fidel antes de partir de Cuba el 7 de julio de 1955.
En la mañana del siguiente día, tras ser mecanografiada la declaración formulada por ambas organizaciones, Fidel y José Antonio rubricaron el documento que acordaron titular: Carta de México, cuyo contenido fue divulgado el 1 de septiembre de ese año por los medios de prensa internacionales acreditados en ese país y por los cubanos.
Trascendencia de una misiva
La Carta o Pacto de México constituye un instrumento de unidad entre las organizaciones donde militaba lo mejor y más decidido de la sociedad cubana: el estudiantado universitario, y las masas, que no dudaban en levantarse contra el régimen cada vez con más firmeza.
De esta manera, se hacía público que la juventud de la Isla estaba dispuesta a unirse para llevar a cabo una lucha que pusiera fin a la tiranía y permitiera una verdadera revolución.
Se demostraba así la confianza que ambos líderes tenían en el pueblo, pues en esos momentos ninguna de las dos organizaciones contaba con los medios necesarios para emprender el rebelde empeño.
Otras cuestiones analizadas fueron el rechazo a las elecciones parciales convocadas por la dictadura, a las actitudes entreguistas y traidoras de la oposición, al régimen tiránico del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y a las intromisiones constantes en los asuntos internos de Cuba por parte de Estados Unidos.
Aunque se plantearon formas diferentes de realizar los hechos insurreccionales, coincidían en defender “un programa de justicia social, de libertad y democracia, de respeto a las leyes justas y de reconocimiento a la dignidad plena de todos los cubanos”, según precisa el histórico documento.
Además, el escrito expone la seguridad de sus firmantes sobre las condiciones políticas y sociales existentes en Cuba, adecuadas para iniciar la lucha armada, cuyo triunfo lo garantizaría la realización de una huelga general nacional.
Asimismo, se llamó a los hombres dignos de Cuba, “de todas las fuerzas revolucionarias, morales y cívicas del país, a los estudiantes, obreros, organizaciones juveniles”, a secundar la lucha y concluyó aseverando que “la Revolución llegará al poder libre de compromisos e intereses, para servir a Cuba en un programa de justicia social, de libertad y democracia, de respeto a las leyes justas y de reconocimiento a la dignidad plena de todos los cubanos, sin odios mezquinos para nadie, y los que la dirigimos, dispuestos a poner por delante el sacrificio de nuestras vidas, en prenda de nuestras limpias intenciones”.
Por lo tanto, esta misiva constituyó una declaración de principios decisiva para unir a las fuerzas revolucionarias de una generación empeñada en alcanzar el éxito anhelado.