Una nube no podía detener la línea trazada
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No tenía siquiera 30 años cuando murió. A pocos seres humanos les es posible hacer tanto, tan hondo, y entrar en la muerte con una estela de leyenda sin haber gastado la juventud.
Pero Camilo Cienfuegos Gorriarán no era un ser de otro mundo, quizá todo lo contrario: la encarnación más genuina del pueblo de Cuba. Ahí estaba y está el secreto de su grandeza.
Cuando desapareció, víctima de un accidente aéreo, ya era Comandante, el Señor de la Vanguardia, el Héroe de Yaguajay… Hasta hoy llega, ilesa, su imagen de joven y atractivo barbudo, con sombrero de ala ancha, la voz algo ronca recitando para siempre los versos de Bonifacio Byrne, y la risa estrepitosa que traslucen las fotos.
Gracias a mil y una anécdotas, se sabe de su capacidad para «arrancar» confesiones mediante un esfigmómetro, con la misma naturalidad de entrar a un cuartel bajo la balacera. Podía compartir su preciada lata de leche condensada con un compañero hambriento, mientras evocaba la harina con cangrejo de su mamá, que comerían después del triunfo; y también lanzarse a proteger con el cuerpo una ametralladora, como si no hubiese mañana.
Era bromista, amante de la pelota, intrépido guerrillero y exitoso jefe militar. Fue estudiante «revoltoso», exiliado y emigrado en Estados Unidos, aprendiz de sastre, revolucionario, más por sentido natural de la justicia que por bagaje teórico. Impuso su presencia en México para formar parte de la expedición a Cuba con entusiasmo casi desfachatado y honradez a toda prueba.
Ante los datos biográficos de su corta e impresionante vida, en ocasiones parece que algunos rasgos se escapan, que murió demasiado pronto, y la esencia humana queda semioculta bajo la estirpe mítica del héroe.
Resulta interesante, y a la vez conmovedor, por eso, acercarse a Camilo mediante la visión de dos hombres que lo respetaron y quisieron, que sintieron el dolor de su pérdida para la causa revolucionaria y para sus propias vidas, y que lo tuvieron tan cerca, que no podían evocarlo sino como «un ser vivo»: Fidel y el Che.
EL MÁS BRILLANTE DE TODOS LOS GUERRILLEROS
Quienes conocieron al Che coinciden en que no era hombre dado a los elogios. Como él mismo confesara, rehuía de los actos de recordación de los héroes caídos, porque «van constituyendo con el tiempo cierta especie de tarea disciplinaria».
De ahí se sobrentiende la sinceridad y hondura de cada palabra que dedicó a Camilo. Para Guevara, una de las cualidades esenciales de su amigo, con quien al principio «chocaba» por temas de disciplina y concepciones guerrilleras, era rectificar:
«En aquella época estaba equivocado. Era un guerrillero muy indisciplinado, muy temperamental; pero se dio cuenta rápidamente (…). Y empezó a tejer esa urdimbre de su leyenda de hoy, en la columna que me había asignado Fidel, mandando el Pelotón de Vanguardia.
«Después, fue comandante; escribió en el llano de Oriente una historia muy rica en actos de heroísmo, de audacia, de inteligencia combatiente, e hizo la invasión, en los últimos meses de la guerra revolucionaria».
Otras de sus virtudes eran hacer del sacrificio un instrumento para templar su carácter y forjar el de la tropa, analizar de forma precisa y rápida la situación, y meditar, de forma anticipada, sobre los problemas.
Según el Che, lo que imantaba de aquel joven desgarbado y ocurrente, a su círculo cercano, era «lo que también a todo el pueblo de Cuba atrajo: su manera de ser, su carácter, su alegría, su franqueza, su disposición de todos los momentos a ofrecer su vida, a pasar los peligros más grandes con una naturalidad total, con una sencillez completa, sin el más mínimo alarde de valor, de sabiduría, siempre siendo el compañero de todos, a pesar de que al terminar la guerra, era, indiscutiblemente, el más brillante de todos los guerrilleros».
El Comandante en Jefe de la Revolución valoraba ese desprendimiento: «Camilo era hombre que amaba las tareas difíciles; pudiéramos decir que era un hombre que amaba las dificultades, que sabía enfrentarse a ellas, y era capaz de realizar proezas en las más increíbles circunstancias».
EL REVOLUCIONARIO
Muy valiente, un jefe eminente, muy audaz, muy humano, así era Camilo para Fidel; y si bien no tan intelectual como el Che, sí muy claro de lo que significaba revolución: «No en balde tenía antecedentes revolucionarios en su familia, no en balde fue trabajador humilde, no en balde bebió desde la cuna las ideas revolucionarias.
«Cobra todo su significado la historia de Camilo, no solo por lo que hizo, no solo por sus heroicas proezas combativas, sino también por sus ideas, por sus conceptos, por sus propósitos profundamente revolucionarios».
De acuerdo con el testimonio del Che, Camilo realizó un gran trabajo que se desconoce: el de ser un factor de unidad. Cuando se daban discusiones, él imponía siempre «el llamado a la cordura, el llamado a hacer prevalecer los principios y el espíritu revolucionario sobre cualquier querella del momento».
Y eso era posible porque el joven de Lawton no albergaba la más mínima ambición personal ni desconfianza, era un hombre puro y dedicado exclusivamente a la tarea revolucionaria. Jamás empleó malas artes, aunque los fines fuesen justos.
Opinaba el Guerrillero Heroico que la influencia de Camilo «sobre los hombres que tuvieron la fortuna de participar en toda aquella serie de sucesos, fue enorme», y que aún serviría en el futuro para corregir errores, injusticias y debilidades revolucionarias.
LOS MUCHOS CAMILO
«En el pueblo hay muchos Camilo», dijo Fidel. Pareciera que el líder de la Revolución se encuentra ante los miles de jóvenes que han sostenido con su esfuerzo un país en pandemia, cuando se leen sus palabras: «Camilo salió del pueblo, tuvo la posibilidad de potenciar y desarrollar sus extraordinarias facultades; pero cuando veo a nuestros jóvenes al pie de un torno, al pie de un horno de fundición, cuando los veo en un laboratorio, cuando los veo trabajando 10, 12, 13 y 14 horas, me confirmo más y más en aquella profunda convicción de que en el pueblo hay muchos Camilo».
El Che insistió: «No hay que ver a Camilo como un héroe aislado realizando hazañas maravillosas al solo impulso de su genio, sino como una parte misma del pueblo que lo formó, como forma sus héroes, sus mártires o sus conductores en la selección inmensa de la lucha, con la rigidez de las condiciones bajo las cuales se efectuó (...).
«No vamos a encasillarlo, (…) recalquemos sí, que no ha habido en esta guerra de liberación un soldado comparable a Camilo. Revolucionario cabal, hombre del pueblo, artífice de esta revolución que hizo la nación cubana para sí, no podía pasar por su cabeza la más leve sombra del cansancio o de la decepción».
LEALTAD
«Practicaba la lealtad como una religión; era devoto de ella, tanto de la lealtad personal hacia Fidel, que encarna como nadie la voluntad del pueblo», escribió el Che.
Así se confirma en una carta escrita por Camilo a este último en 1958, donde se refiere al Comandante en Jefe como «el Gigante» y al propio Che lo llama «hermano del alma», le confiesa que siempre seguirá siendo su jefe y se despide como «tu eterno chicharrón».
En medio de sus bromas, se advertía el desprendimiento de quien podía percibir la grandeza y reconocerla en voz alta. Varias veces les prometió a Fidel y al Che que no los defraudaría.
En palabras de Guevara, aquel «¿voy bien?» de Fidel (…) era la pregunta hecha a un hombre que merecía su total confianza, en el cual sentía, como quizá en ningún otro, una fe absoluta.
Ese que Fidel llamó «gran alma revolucionaria», y a quien se recurría en los momentos difíciles. Ese del cual el Che decía que «no medía el peligro, lo utilizaba como una diversión, jugaba con él, lo toreaba, lo atraía y lo manejaba; en su mentalidad de guerrillero no podía una nube detener o torcer una línea trazada». Ese que aseguró: el pueblo cubano no se deja confundir por los traidores y está dispuesto a morir por no vivir de rodillas. Ese es Camilo, imagen de su gente, que es decir de Cuba.