El primer año sin Fidel
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La noticia nos conmovía a todos los latinoamericanos, un año atrás. Aquella figura que muchas veces creímos inmortal se iba físicamente, a sus 90 años, satisfecho del deber cumplido y con una Cuba que ya no era “mala palabra” en el ámbito de las relaciones internacionales, tal como lo demuestra, año a año, la votación en relación al bloqueo en la Organización de Naciones Unidas. Los millones de cubanos que durante aquellas jornadas lo homenajearon dieron por tierra centenares de editoriales de los medios conservadores de la región y el mundo: el pueblo cubano lo valoró hasta el final de sus días, y aún hoy lamenta una partida tan trascendente para aquella isla siempre fustigada por el poder imperial -que, vale decirlo una vez más, no pudo derrotar a Fidel, aún estando a apenas 90 millas de allí-.
El primer legado importante de Fidel es la resignificación de la política como herramienta para transformar la realidad cotidiana en nuestros países. Décadas después del triunfo de los barbudos y frente al “no hay alternativa” del neoliberalismo imperante a escala global desde Reagan y Thatcher, Fidel dijo que sí, que se podía “cambiar todo aquello que deba ser cambiado”. Aquella fue una verdadera revolución, filosófica, cultural y política. Ese discurso del 1º de mayo de 2000, en la Plaza de la Revolución que 17 años después lo despediría, quedará marcado además por la revalorización que hizo del socialismo. Ahí anidaba el germen de lo que luego se intentaría postular como “Socialismo del Siglo XXI” o “Socialismo del Buen Vivir” en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, que tomaron a Cuba como referencia válida en el intento de construir otro modelo societal.
Antes había pasado uno de los momentos más críticos de la Revolución: la caída de la URSS, el principal socio político y comercial de la isla. El propio Fidel había pronosticado, en un discurso en Camaguey durante 1989, que de acontecer la caída de los socialismos del este Cuba resistiría y sobreviviría. Tiempo después magnificaría lo acontecido, con urgencia de los tiempos que corrían pero también con la suficiente “distancia” para pensar el panorama en clave histórica:
Estamos en período especial, Un período difícil, de los más difíciles de nuestra historia. ¿Por qué? Porque nos hemos tenido que quedar solos frente al imperio. Solitos. ¿Y qué hacía falta para quedarse solos frente al imperio? Unidad, valor, patriotismo y espíritu revolucionario. Un pueblo débil, un pueblo blandengue, un pueblo cobarde, se rinde y vuelve a la esclavitud. Pero un pueblo digno, un pueblo valiente como nosotros, no se rinde y no vuelve jamás a la esclavitud.
Apenas Cuba retomó cierta calma económica, incluso a pesar de una intensificación creciente del bloque económico de parte de EEUU, Fidel volvió a mirar a América Latina. Porque lejos de cierto ombliguismo que caracteriza a un sector de la clase política, además fue un profundo latinoamericano, que supo interpretar desde su perspectiva marxista el nuevo ciclo político que se estaba abriendo a nivel continental. Por eso apoyó a Hugo Chávez -a quien recibió tempranamente, en 1994 en La Habana-, Lula da Silva, Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa. Por eso participó activamente en la elaboración de la contracumbre que, en noviembre de 2005, le dijo “Alca, al carajo”, enterrando las pretensiones librecambistas de George W. Bush. Fidel acompañó a un conjunto de gobiernos nacional populares, progresistas y de la izquierda continental que transformaron las condiciones de vida de millones de latinoamericanos. Fundó el ALBA siendo presidente, y acompañó la creación de la histórica CELAC que tuvo a su hermano Raúl en la primer troika.
América Latina -y especialmente América del Sur- cambió fuertemente durante estos últimos años. El “cuco” ya no es Cuba, sino que tiene otro nombre: República Bolivariana de Venezuela, país asediado de forma diplomática, económica y financiera. A su vez, los gobiernos conservadores de Argentina y Brasil encabezan profundas reformas laborales y jubilatorias, y buscan implementar con rápidez un TLC entre el Mercosur y la Unión Europea, para lo cual expulsaron a la propia Venezuela, en una situación similar a la que sufrió Cuba en 1961 en la OEA. Ante este escenario, donde además la derecha maneja con comodidad diversos conglomerados mediáticos, se hace necesario recuperar la experiencia cubana durante el período especial. Porque los poderes fácticos suelen avanzar con mayor facilidad en aquellos lugares donde no encuentren resistencias, donde líderes políticos, sindicales y barriales permanecen distanciados de las mayorías populares que sufren los embates ortodoxos en su economía diaria. El ejemplo de la Europa actual es claro en ese sentido: la “salida” a la crisis económica que golpea al mundo desde 2008 puede ser con aún más shock, intensificando el círculo de la propia crisis.
Recuperar el legado de Fidel hoy, a un año de su siembra, es precisamente recuperar la capacidad de construir alternativas a lo establecido. Es creer, no de forma voluntarista, sino con un apego en la realidad social y las posibilidades que esta alberga, que se puede gobernar de cara a las mayorías, integrando y no excluyendo, tal como se ha demostrado en diversos países de la región durante la primera década del siglo en curso. Es entender, no de forma utópica, sino convencidos de la experiencia histórica, que debe -y tiene que- haber alternativa al modelo económico que hoy rige a escala mundial, donde 8 multimillonarios concentran iguales ingresos que 3.600 millones de personas, tal como ha manifestado Oxfam a inicios de este año.
Lejos de aflorar nostalgias estériles, y con los pies en la tierra -”es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños” dijo alguna vez Lenin- el primer aniversario del fallecimiento de Fidel debería servir para valorar (y retomar) su legado en las adversidades, aquellas que precisamente lo engrandecieron en vida y lo hacen trascender -largamente- su vitalidad biológica.