Fidel Castro tiene sus propios métodos…y le dan resultado
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"Dejala, déjala, ¿no ves que tiene propios métodos… y le dan resultado?"...
Esas sagaces palabras de la tía Alicia en la novela Gigí de Colette1, pueden serle enteramente dirigidas sólo con cambiarles el género, a los que pretenden con consejos, trazarle caminos a Fidel Castro. Fidel Castro tiene sus propios métodos y le dan resultado. Ejemplo: el viaje2 a la Sierra Maestra con centenares de maestros, médicos, arquitectos. Una mañana se levanta, precisa que todavía no se ha hecho nada por los campesinos de la Sierra, que sus casas siguen en cenizas, que no tienen tierra que sembrar, que no tienen escuelas adónde mandar a sus hijos, que carecen de hospitales y de caminos y dispone el viaje en muchedumbre para que empiecen a cambiar las cosas. Dispone y ejecuta ese viaje de un día para otro. Parte antes de la fecha que anunció, llega antes de que se le hayan organizado recibimientos. Rápidamente, sin tener que cruzar esos cementerios de propósitos que son las comisiones y los comisionados, sabiendo distinguir entre lo importante y lo urgente, retorna a la montaña, se aferra a ella: De aquí salió la revolución, de aquí saldrán sus primeras realizaciones.
No se niega, al contrario, reclama, que lo acompañen los técnicos, pero que anden, que escalen alturas, que se lastimen las rodillas y las manos para ganar la cima antes del alba y sentarse y mirar y entender. El peor mal que nace de una guerra es la apatía. Pues a vencerlo. Pues a trabajar. "Si quieres que los hombres sean hermanos, permíteles construir juntos una torre" (Saint Exupery).3 Un jefe es el que hermana en el trabajo y se hermana a los otros.
¡A trabajar! ¿Quién puede –cualquiera que sea el desengaño que venga– dejar de ilusionarse ante esa conducta?
La revolución que ha dirigido en Cuba Fidel Castro, gracias a su invencible fe en el pueblo, –de la que nada lo hizo dudar– es una revolución humanista. Se habla mucho del humanismo sin definirlo, pero humanismo es saber (y actuar de acuerdo con tal convicción) que el hombre no es una bestia ni una máquina, que tiene necesidades propias y exclusivas de su especie, las cuales deben ser colmadas, o al menos atendidas. La revolución cubana es humanista porque –a pesar del espectáculo superficial que están ofreciendo los estériles del servilismo– ha fertilizado de una manera concreta el espíritu del pueblo.
Ella ha removido las capas más estratificadas de la sociedad, desafiando esa especie de parálisis a que durante siglos estuvieron condenadas. El que haya visto los grandes grupos de campesinos en el Hotel Nacional, en las calles, en el aeropuerto de Columbia –hoy Campamento de la Libertad–, quien haya observado su seguridad sin insolencia de que la suerte ha cambiado para ellos, sabe que una verdadera revolución nos ha conmovido.
Cuba no es un país proletario, sino infraproletario. Tenemos pocos obreros y muchos campesinos en la más atroz pobreza, y muchos hombres y mujeres y jóvenes sin trabajo alguno. Tenemos las formas masivas de miseria más desesperadas, o más resignadas, lo que es peor. Pero la revolución ha venido a convertir la desesperación en esperanza y la resignación en actividad. El núcleo que los atrae y moviliza, se llama Fidel Castro. Por encima de "dirigentes" posiblemente extraños a su drama, ellos buscan y encuentran a otro hombre: a Fidel. Durante la guerra, bastaba que Fidel acampara en un lugar para que empezaran a fluir como ríos las muchedumbres de serranas, con sus criaturas. Sabían que las avionetas del espionaje a las que llamaban "las chismosas"… hacían constantemente sus vuelos para avisar a los aviones de bombardeo, pero ni ello los detenía. Por preservar esas vidas, había que recurrir a un nomadismo capaz de recorrer los trescientos kilómetros de montañas de un extremo a otro. Y volver a empezar. Pero los campesinos insistían en ver a Fidel. Llegaban con sus pobres obsequios, saquitos de viandas, –sobre todo malanga–, alguna fruta, algunos panales de miel oscura. Y Fidel se paseaba entre ellos –tan alto él y los serranos tan escasos de estatura por regla general– hablándoles con ese complejo de padre que en él es ostensible. No quería que lo creyeran un hombre providencial, no hacía ningún esfuerzo por parecerles bondadoso, no les mentía: "La guerra puede durar mucho, pueden esperarnos a todos sacrificios. Pero venceremos". En esa solidaridad con los más pobres de su patria bebía madurez Fidel Castro, madurez de hombre. La solidaridad con los pobres implica que se participa en su drama y se desea suprimirlo. Creo que cuando se organice en partido político el Movimiento 26 de Julio, ese partido de la nueva izquierda que será el 26 de Julio, su lema más alto deberá ser: SOLIDARISMO.
Tuve oportunidad una tarde a la entrada de Bohemia de ver cómo son las relaciones de Fidel Castro con el pueblo. No se le espera y se le rodea para pedirle puestos ni granjerías personales. Vi a una muchacha bien vestida que expresaba, no sé si con cinismo o con algún complejo de amor, a su modo, la seguridad de que a Fidel Castro no se le espera para eso. De pronto dijo: "Bueno, yo me voy". Y como las compañeras le gritaran: "Espérate, no te pierdas esta oportunidad de verlo de cerca", ella gritó mientras se alejaba:
"No, Fidel no me va a dar ningún puesto". Las otras se quedaron, bajo el sol, y cuando salió el esperado, lo rodearon tan apretada y numerosamente como las plaquetas de la sangre se acumulan en una herida. Una mujer le preguntó: "¿Habrá amnistía para delitos comunes, Fidel?" y él no la engañó. Parecía cruel al decirle: "No, ni el Presidente debe tener la facultad de dar indultos. Si por mí fuera, abriría las cárceles, allí no están sino los infelices, cuando los millonarios roban o matan nadie los castiga, pero está la Ley. Mientras ésta no cambie, lo que haremos será humanizar las prisiones; eso sí, lo empezaremos a hacer desde ahora mismo". Y volviéndose hacia el Ministro de Gobernación, Luis Orlando Rodríguez, que lo acompañaba, repitió: "Hay que hacerlo desde ahora mismo". Parecía cruel, pero la mujer comprendió que no lo era. Agradecía que no la engañara, que le hablara con aquella lealtad. Fue la última que le dijo algo cuando ya se iba: ¡"Cuídese, Fidel"! Nadie le hizo una petición personal. Era la mejor gente. Los arrivistas y serviles no andaban por allí.
Si usted es de otra generación y se aferra a las imágenes de otros hombres, de otros políticos, de otros militares y gobernantes, si, en ese caso, usted a veces no acaba de entender a Fidel Castro y siente que le nacen dudas o temores sobre él, pregúntele a un campesino o a un joven su opinión sobre el jefe de la revolución y sentirá disiparse sus dudas cuando le contesten: "En Fidel Castro se puede confiar". En el hombre que les ha dado a los más pobres y a los más nuevos esa lección de esperanza que es la revolución cubana, se puede confiar. Nuestro destino envidiable es hoy el de un pueblo en marcha, con Fidel Castro haciendo de guía.
Una de las mejores cualidades de Fidel Castro es su capacidad de rectificar. Y su mesura. Exaltable como es, hombre de la vehemencia como podría ser llamado, cuida de no pasar los límites y, si lo hace, regresa enseguida al terreno demarcado por sus propósitos. El día de la conferencia de prensa le preguntó un inteligente y joven periodista argentino: "Y en esta pelea contra los intereses espurios del imperialismo norteamericano, ¿no cabe el peligro de que la revolución se incline del lado del comunismo internacional?" Fidel contestó enseguida admirablemente bien: "No creo que nuestro país llegue a convertirse en campo de esas terribles luchas". Más, excitado como estaba por los ataques de la prensa representativa (en y fuera de Norteamérica), de esos intereses espurios, añadió: "En último caso no nos vamos a quedar solos". El corazón de mucha gente, de la gente capaz de entender lo que aquello significaba, se paró en seco. Pero rápido como el pensamiento, Fidel encontró la respuesta–cima de aquella jornada: "Nos acercaremos los cubanos a todos los pueblos de América Latina". ¡Podemos confiar!
He observado el juego de los egoísmos personales, de las camarillas, de las piñas, de los comunistas, que consiste en elogiar a Fidel Castro para tratarlo de llevar por el camino que a cada cual le conviene. ¡Vergüenza de que alguien pueda creer que estoy haciendo lo mismo! Escribo con entera sinceridad, y sin cálculo: en Fidel Castro se puede confiar. Cualquiera que sea el desengaño que pudiera venir, hasta ahora su conducta nos autoriza a confiar en él.
He leído todo lo que Fidel Castro ha publicado a partir del discurso de defensa ante el tribunal que lo juzgó por el ataque al Moncada. Sus palabras no están exentas nunca de humanidad. Es tarde para dejarse uno engañar con palabras, mas las palabras de Fidel Castro corresponden a hechos. La revolución que él ha dirigido y encarnado es humana. El fin que persigue esta colaboración mía en Bohemia es hacer afirmarse en nuestros jóvenes el sentimiento de defensa del humanismo de la Revolución cubana, a toda costa. La vinculación, la corriente de sangre y alma que une esta Revolución con la de Martí es ese humanismo.
Y no estoy poniendo el acento sobre el humanismo individual, que es indispensable si hemos de dar realmente al mundo el ejemplo de la revolución que desea y anhela, sino al que abarca a lo más pobre y más desvalido de un pueblo. Se ha oído: "¿Por qué Fidel se va ahora a la Sierra, cuando hay tanta cosa importante que resolver desde La Habana?" Porque sabe distinguir lo importante de lo urgente. Lo que puede esperar de lo que, cada minuto que pasa sin aliviarse, mata de dolor a Cuba.
Uno de los momentos más patéticos del juicio por televisión que intoxicó al país con sus imágenes, fue aquél en que una campesina todavía joven, tuvo que "firmar" con sus huellas digitales porque no sabía escribir su nombre.
¡Eso sí dio ganas de llorar! ¿Qué aislamiento, qué olvido, qué maldad podían permitir que, contrastando con tanto hijo de rico que va a estudiar –aunque no aprenda– a los más caros colegios de Norteamérica y de Suiza, en contraste con tanto filisteo que obtiene del estado jugosos sueldos por desempeñar funciones "culturales", una mujer cubana, ante 20,000 espectadores presentes y millones en sus casas, fuera declarada analfabeta a través de las micrófonos?
¡Qué aislamiento, qué olvido, qué maldad! A conjurar esa desdicha salió Fidel Castro. Él había dicho después del fracaso y la tristeza empapada en sangre del Asalto al Moncada: "El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el del desempleo, educación y salud pública, he ahí concentrados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política". Ahora se encaminan. Porque Fidel sabe y lo ha dicho que "El 85 por ciento de los pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar una vianda para sus hijos hambrientos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosas intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas. Si Cuba es un país eminentemente agrícola, su población es en gran parte campesina; si la ciudad depende del campo, si el campo hizo la independencia (y entonces aún no había vuelto a hacerla), si la grandeza y prosperidad de nuestra Nación depende de un campesinado saludable, vigoroso e instruido, que ame y sepa cultivar la tierra, de un Estado que lo proteja y lo oriente, ¿cómo es posible que continúe este estado de cosas?..."
Porque Fidel sabe y lo ha dicho que "es inconcebible que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar, que haya niños que mueran sin asistencia médica, que el treinta por ciento de nuestros campesinos no sepan firmar y el noventa y nueve por ciento no sepa Historia de Cuba; lo inconcebible es que la mayoría de las familias de nuestros campos estén viviendo en peores condiciones que los indios que encontró Colón al descubrir la tierra más hermosa que ojos humanos vieron. A los que me llamen por esto soñador, les digo como Martí: "el verdadero hombre no mira del lado que se vive mejor, sino de qué lado está el deber, y ese es el único hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir a los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber".
Esas palabras –que fueron copiadas taquigráficamente– las decía Fidel Castro en una sala cerrada del Hospital y en juicio secreto. De allí al Presidio.
Tres años después al Granma. Ahora mientras escribo estas páginas, de nuevo en la montaña. Sí, que vayan los técnicos pero sin que maten y maquinicen el entusiasmo y el amor gigantescos que requiere la tarea de realizar un sueño grandioso. Que vayan, sobre todo los que amen y, si son técnicos capaces de amar, miel sobre hojuelas. La empresa es de amor, de inmenso amor. Este viaje multitudinario en pos de despertar al arcángel que duerme sepultado bajo la miseria de cada hombre desprovisto de lo que necesita para existir, es un sonoro canto de pasión.
Como el Teseo de Eurípides5, asumiendo la defensa del derecho sagrado de los muertos, Fidel Castro, al comenzar en la Sierra Maestra la gran realización revolucionaria, rinde honores a los mártires y los guerreros caídos por la justicia y la libertad –que no son palabras. ¿Ven que la importante podía esperar?
¿Ven que lo primera es lo urgente?
Pero también cumple con los jóvenes que lo tomaron de guía. Al abrir esa inmensa tarea satisface el instinto esencial del hombre. Y, sobre todo de la juventud, que trabaja en el sentido de la creación. La forma en que se ha producido la llegada de los maestros a la Sierra Maestra, como de los arquitectos y médicos, así, sin esterilizaciones de las fuerzas creativas de nadie en el seno de comisiones que matan lo que tocan, permite esperar la maravilla de que esos cubanos asombrados de la belleza de su tierra y a la vez conmovidos por la tragedia de los campesinos, no trabajen rutinaria ni mecánicamente sino poniendo el alma.
La revolución tiene que liberar las energías creatices de la nación. ¡Y ha empezado a hacerlo! Esta llamada al entusiasmo de todos los que no tengan muerto el espíritu es inaudita. En un mundo que sólo piensa en acelerar una producción desconectada de la naturaleza humana, Cuba se orienta a un progreso no dirigido fríamente por tecnócratas e ideólogos, sino que reconoce los valores del trabajo y la creación libre. Hay –todos las conocemos– civilizaciones muy desarrolladas, pero aplastantes. Martí nos advirtió contra ella. "¡No sigan su ejemplo!" Y lo obedecemos. No queremos la deshumanización del hombre en la pequeña Isla de Cuba, entrada en su espléndida libertad el día primero del año 1959. Queremos la grandeza del hombre enrolada en tareas colectivas de creación, ya que, sin mediar la primera, son imposibles las segundas. La justicia y el orden son necesidades del ser humano, pero en lo más profundo de éste, en su última esencia, está la necesidad de significar algo por sí mismo, de construir, de crear, de transformar, de hacer a su patria también él. Esta oportunidad ilímite que se abre a los cubanos, debe resonar en el mundo entero.
Revista Bohemia, 15 de febrero de 1959, pp. 30-32.
Notas
1 Sidonie Gabrielle Colette (1873–1954). Narradora francesa, autora de Gigí (1945).
2 En los primeros días de febrero de 1959, Fidel recorre zonas de Guantánamo, Manzanillo, la Sierra y Bayamo, acompañado de profesionales, a quienes ilustra sobre los múltiples problemas de la miseria que debe enfrentar la Revolución. Él jura el cargo de Primer Ministro del Gobierno Revolucionario el 16 de febrero de 1959.
3 Antoine Saint-Exúpery (1900-1944) Narrador, periodista y piloto francés, autor de El principito (1943).
4 La autora alude a la operación Verdad, por la cual se transmitieron por radio y televisión los juicios a oficiales del ejército batistiano acusados de masacrar a la población campesina. Con la operación Verdad se contraatacó a la campaña de prensa internacional que difundía mentiras sobre los mismos.
5 Eurípedes (480-406 a.n.e.) Dramaturgo griego.