Fidel organiza el movimiento
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Quienes comenzaron a nuclearse en torno al joven ortodoxo Fidel Castro, procedentes en su inmensa mayoría de las filas más humildes de la juventud del partido ortodoxo, aunque hacían pública su militancia en el Partido del Pueblo Cubano (0rtodoxos), lo cierto es que ideológica y prácticamente ya habían comenzado a alejársele, desde que su dirigencia empezó a adoptar posiciones equívocas ante el golpe del 10 de marzo.
Con un método de lucha propio y unas miras estratégicas que poco ya iban teniendo en común con la ortodoxia, no obstante, el movimiento se apoyó tácticamente en la organización de base de ese partido para nutrir sus filas iniciales. Y esto, que antes del Moncada tuvo una magnitud limitada, se incrementaría geométricamente después del asalto; se ampliaría durante el periodo en prisión de los sobrevivientes; más aún en el lapso de preparación para el reinicio de la guerra total y, con posterioridad, en el transcurso de la contienda armada, hasta imantar a todos los elementos revolucionarios de ese partido, a muchos de los demás partidos y a las masas sin militancia de partido.
La misma necesidad histórica que motiva la génesis del movimiento lo identifica como la principal consecuencia de su ruptura con el partido ortodoxo, aunque se generara en su seno. Fidel se ha referido reiteradas veces a ese fenómeno. En una de ellas, puntualizaría:
"Al principio, nosotros empezamos a preparar la gente para una supuesta lucha unitaria de todos los factores. Nosotros decidimos hacer una estrategia en lo militar, porque dijimos: bueno, esta situación es nueva, solo se puede derrocar a Batista con el esfuerzo unido de toda la oposición. La oposición empezó a hablar de lucha armada y nosotros empezamos a organizar el movimiento. Más que como un movimiento aparte, este surge dentro de la propia masa ortodoxa, donde comenzamos a organizar grupos de acción, células revolucionarias que entrenamos para participar en la lucha común, con toda la oposición contra Batista. Así surge el movimiento. No surge con las pretensiones de ser un movimiento independiente, sino de ser una fuerza de combate que pudiera participar en la lucha para derrocar la tiranía. Así es como empieza. Pero al cabo de un año se vio que todo era una frustración, que todo era falso, que aquellos partidos de oposición no tenían capacidad, no tenían ninguno de los requisitos para realizar realmente una lucha armada revolucionaria, y estaban engañando a todo el mundo. Unos no querían y otros no podían, era así. Entonces yo llego a la conclusión de que debíamos seguir la lucha armada por nuestra propia cuenta y elaboramos el plan del Moncada." (1)
De la misma manera que surgió porque ya trascendía en lo ideológico y en lo práctico al partido ortodoxo, el movimiento terminó negando las posiciones políticas de ese partido y apropiándose naturalmente de lo mejor y lo más sano de él: del espíritu incorruptible e inclaudicable y de la combatividad explosiva que lo caracterizó en vida de su fundador, Eduardo Chibás y, lo más importante, de sus masas revolucionarias, de los elementos que en su seno estaban verdaderamente dispuestos a hacer la Revolución.
La concepción en que se basó la iniciativa, preparación y consumación del asalto al Moncada estaba arraigada en nuestras más acendradas tradiciones patrióticas y revolucionarias, y se sustentaba, en esencia, en los principios y la metodología del marxismo-leninismo. Todo esto dio plena legitimidad histórica y moral al movimiento e hizo de él, en la etapa que le correspondió cubrir, la nueva edición de una vanguardia para el partido histórico de la Revolución Cubana.
La esencia partidaria del movimiento no puede ser desechada por el simple hecho de la pluralidad clasista que pudiera apreciarse en el conjunto total de los elementos que lo integraron necesariamente con posterioridad. El objetivo inmediato fundamental puesto en el orden del día en su fase inicial (derrocamiento de la tiranía, toma del poder) forzaba la adopción de una táctica de amplia unidad y aglutinamiento de la mayor cantidad posible de fuerzas sociales que sirvieran a los fines de apresurar el vencimiento de esa primera etapa.
Esto, en el orden táctico, demostró ser lo más acertado. Lo había sido para Martí en el siglo XIX (otro objetivo, otra circunstancia) y, entre algunos otros casos que pudieran enumerarse, lo fue para Ho Chi Minh a mediados del siglo XX (otro objetivo inmediato, otro ámbito y otra circunstancia), aun en este caso desde una rigurosa óptica ideológica marxista.
"No fue solo necesaria la acción más resuelta, sino también la astucia y la flexibilidad de los revolucionarios. Se hicieron y se proclamaron en cada etapa los objetivos que estaban a la orden del día y para los cuales el movimiento revolucionario y el pueblo habían adquirido la suficiente madurez. La proclamación del socialismo en el periodo de lucha insurreccional no hubiese sido comprendida por el pueblo, y el imperialismo habría intervenido directamente con sus fuerzas militares en nuestra patria. En aquel entonces el derrocamiento de la sangrienta tiranía batistiana y el programa del Moncada unían a todo el pueblo..." (2)
El aplazamiento de la divulgación del carácter socialista del movimiento —sin que se negara entonces, pues estaba implícito en la adopción del programa de la Joven Cuba de Guiteras que lo asumía— atendía a un orden estratégico. Su promulgación expresa y más nítida y su puesta en práctica se corresponderían con una fase superior de la ejecución del programa político, después de la toma del poder y del afianzamiento de las masas populares en la rectoría de su destino.
Aunque por las razones apuntadas sus dirigentes reiteraran públicamente su condición de afiliados a la ortodoxia, en lo funcional el movimiento ya se encontraba en un acelerado proceso de transmutación hacia una nueva formación partidaria —en tanto que agrupación humana con un determinado grado de organización, con un programa, una ética, una línea de acción y muy concretos objetivos políticos—, no obstante que no presentara las características institucionales que tipifican a las organizaciones políticas formales.
El movimiento contaba con una estructura y funciones nada convencionales, en las que se conjugaban las normas universales del clandestinaje partidario con homólogos rasgos extraídos de los inconclusos proyectos revolucionarios de José Martí y Antonio Guiteras, que reflejan, a pesar de sus diferentes magnitudes, dos de los momentos culminantes en la conformación de nuestras peculiaridades revolucionarias.
El movimiento se organizó y funcionó de forma excepcional, precisamente por su rigurosa concordancia con las exigencias también excepcionales de la coyuntura histórica en que surge y por la que surge. De otra manera no le hubiera sido posible actuar en función de las transformaciones revolucionarias que se proponía en el plazo inmediato que se impuso.
Fidel ocupaba la máxima jefatura del movimiento, con Abel y Raúl Martínez Araras integraba un pequeño núcleo ejecutivo para llevar a cabo las tareas más secretas y las actividades más delicadas.
La dirección del movimiento se completaba con un comité civil, al que pertenecían Mario Muñoz Monroy y Reinaldo Boris Luis Santa Coloma, ambos asesinados tras el asalto al Moncada, y Jesús Montané Oropesa y Oscar Alcalde Valls; y un comité militar que integraban Renato Guitart Rosell y José Luis Tasende de las Muñecas, el primero, caído en la acción del Moncada y el segundo, asesinado después de preso, y Pedro Miret Prieto.
Una primera visión de esa estructura puede llevar al equívoco de suponer dos aparatos contrapuestos, con excluyentes funciones. Pero, en realidad, no existió nunca una organización militar dentro del movimiento. El movimiento fue en su totalidad una organización político-militar revolucionaria.
En el sentido funcional se integró celular, secreta y compartimentadamente con esos propósitos. Los que desarrollaban las denominadas tareas de dirección civil no estuvieron exentos de las obligaciones militares.
La posible contradicción entre mando político contra mando militar no pudo tener así asiento en una dirección centralizada que ostentaba ambas facultades. La insurrección armada se concibió en tanto que una necesidad para el desarrollo de la revolución económica y social. Ahora bien, aunque en el plano estratégico la revolución económica y social era lo determinante, quedaba cronológicamente supeditada a lo insurreccional-táctico, puesto que todo dependía del éxito de una primera fase en la que predominaba la acción armada (lo político por otros medios) para tomar el poder.
Por otra parte, la centralización no se hizo equivaler a simple agrupación o suma de diferentes individualidades; eran las mismas personas con iguales responsabilidades políticas y militares, lo que se singularizaba en la personalidad de su máximo dirigente.
Entre agosto del 52 y enero del 53 decursa la etapa de crecimiento y estructuración del movimiento, aunque continuaron produciéndose ingresos cada vez con mayor rigor selectivo.
El movimiento llegó a contar con cerca de 1 500 hombres adiestrados y agrupados en unas 150 células. Sin embargo, las limitaciones de armamento redujeron la participación en las acciones del 26 de Julio a hombres escogidos entre solo unas 25 células. Geográficamente se concentraban en las dos provincias más occidentales, La Habana y Pinar del Río, en las cuales existían células prácticamente en todos los municipios, aunque habrían de destacarse por su mayor número las ciudades de La Habana, Marianao y Artemisa.
El prerrequisito fundamental para el ingreso en la organización era la total disposición a combatir con las armas al régimen.
En la medida que ingresaban en el movimiento, sus miembros quedaban incorporados a una determinada célula, integrada por un número variable de compañeros, uno de los cuales fungía como jefe. Por medio del jefe se cursaban las orientaciones y citaciones y este era el responsable de controlar la asistencia y conducta de su personal.
Las células estaban perfectamente compartimentadas. Entre ellas no podían existir relaciones, aunque varias —como en el caso de Artemisa, seis células— podían llegar a formar un contingente local con un jefe —en ese caso, Ramiro Valdés— que era el enlace entre los responsables de células y el comando superior de dirección.
Además de los miembros de la dirección, Fidel y Abel utilizaron para ciertas encomiendas muy específicas a algunos compañeros más como Ñico López, Gildo Fleitas, Fernando Chenard, Elpidio Sosa, Ernesto Tizol y otros.
En ocasiones se rompió a propósito la línea piramidal de comunicación para dar alguna instrucción a un miembro de célula directamente, sin que lo supiera el jefe de la misma, como una forma de chequear la discreción y controlar la compartimentación de las informaciones. En otras, se empleó para asignar importantes tareas de orden militar a miembros de la organización que no pertenecían a este comité.
La discreción y la disciplina constituyeron aspectos de estricta obligatoriedad para todos sus miembros. Su infracción era inapelable causa de expulsión. No serían pocos los casos de quienes resultaron separados simplemente por decir fuera de su grupo que iban a una sesión de adiestramiento o que pertenecían al movimiento. Fallar a una sesión de adiestramiento o citación para las movilizaciones implicaba la baja del movimiento. Se les dejaba de citar en lo sucesivo y, de esa manera quedaban fuera de la organización.
La compartimentación en cuanto al acceso a la información fue también factor determinante para la seguridad de la organización.
Todo el que ingrese en el movimiento lo hará como soldado de fila. Los méritos o cargos que hubiera tenido en el partido ortodoxo no cuentan aquí. La lucha no será fácil y el camino a recorrer, largo y espinoso. Nosotros vamos a tomar las armas frente al régimen, enfatizó Fidel a los miembros de un pequeño grupo de profesionales de ese partido que se le incorporó en septiembre de 1952. (3)