El heroísmo de levantarse
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Un destacado combatiente del Directorio Revolucionario (DR) me dijo una vez, en medio de una conversación, como quien salda cuentas íntimas con el pasado: «Dios no nos quiso». La sentencia aludía a los numerosos avatares, obstáculos y contratiempos que debió enfrentar la organización en su devenir. Uno de esos golpes demoledores, «como del odio de Dios», fue el sufrido el 13 de marzo de 1957. ¿Cómo superó el revés? ¿Cómo fue capaz de recuperarse del terrible mazazo? Las referencias habituales a las acciones de ese día abundan en detalles sobre los preparativos y el desarrollo de la operación armada, pero no le dedican la misma atención, por lo general, a lo ocurrido en las horas posteriores. Tan heroica como el arrojo combativo desplegado en el Palacio Presidencial y Radio Reloj, la decisión de los jóvenes del Directorio de continuar la lucha, aún en las condiciones más difíciles, revela, quizás mejor que ninguna otra, la clave de su grandeza.
En las jornadas siguientes al 13 de marzo la actividad del Directorio se redujo básicamente a la sobrevivencia y a los intentos de reorganizarse a la mayor brevedad posible. El recrudecimiento de la persecución fue solo una de las consecuencias. La organización perdió su principal dirigente y figura política y a varios cuadros de acción. Casas de seguridad, medios de transporte, abundante armamento, indispensables todos para la infraestructura de un trabajo clandestino, formaban parte del inventario de pérdidas.
Muchos contactos y fuerzas con las que se contaba sufrieron la dispersión. En otro sentido, el 13 de marzo elevó el prestigio del Directorio Revolucionario y le acentuó su perfil insurreccional y de vanguardia, más allá de los medios estudiantiles. A partir de este momento José Antonio Echeverría y el asalto al Palacio Presidencial serían sus banderas de combate, con las que se atrajo la simpatía y colaboración de muchos revolucionarios.
En medio de las difíciles condiciones creadas por la ola represiva los líderes de la organización consiguieron reunirse por vez primera en esta nueva etapa el 24 de marzo, en la casa de Andrés Cheo Silva, en la calle L entre 15 y 17. Asistieron Joe Westbrook, Julio García Oliveras, Faure Chomón, Enrique Rodríguez Loeches y Fructuoso Rodríguez. De los sobrevivientes de la Dirección Nacional solo se ausentaba Samuel Cherson Biniakowski, responsable de Propaganda, vetado por Enrique Rodríguez Loeches por no haber participado en la acción armada del día 13. La propuesta no encontró objeción por el resto de los compañeros. Allí se analizó lo sucedido con la operación de apoyo, cuyo fallo hizo fracasar toda la acción, y se acordó la elaboración de un manifiesto dirigido al pueblo, con la explicación del Directorio de los acontecimientos del 13 de marzo y la denuncia como traidores de los responsables del refuerzo. La redacción del documento estuvo a cargo de Joe Westbrook. En el ánimo de los presentes estaba recuperarse rápidamente.
Una semana después se reunieron nuevamente, en el sótano de la calle 19 que había servido de último refugio a Echeverría. En esta ocasión se reestructuró la dirección del DR. Fructuoso fue ratificado como Secretario General, en una sucesión que devenía natural pues había sido el Segundo Secretario del Directorio desde su fundación, y había desempeñado un rol crucial en su organización y en la coordinación de los núcleos insurreccionales de la Universidad. Igual de legítima y reglamentaria fue su sustitución de José Antonio al frente de la FEU, que le correspondía por su condición de primer Vicepresidente. Se completó la reconstrucción de los sucesos del asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj y se acordó la salida al extranjero de Faure Chomón, con el objetivo de conseguir armamento. Este fue un caso excepcional, pues la decisión era que sus militantes continuaran en La Habana y no se asilaran.
En el encuentro Joe dio lectura a la proclama que había redactado en nombre de la organización, dirigida al pueblo de Cuba. En el documento se rendía homenaje a los compañeros muertos, se señalaba por sus nombres a los que el Directorio consideraba responsables del fracaso de los planes del 13 de marzo, se calificaba ese día como «inicio de la confraternidad revolucionaria» y se aclaraba que el Directorio Revolucionario «asumió las responsabilidades y ejecutó las acciones del día 13, hermanado en este empeño con grupos afines en la acción y en el propósito que nos animó».
De igual manera, se aprobó la elaboración de otro texto, complementario a este. Se trataba de una circular a los militantes del Directorio Revolucionario en la que se abundaba en explicaciones sobre las responsabilidades de los que aparecían denunciados en la proclama.
Tómese en cuenta que los documentos fueron redactados y aprobados en medio de ánimos caldeados, bajo las difíciles condiciones de clandestinidad y persecución, que impedían conocer a fondo en ese momento toda la verdad sobre lo ocurrido, con el dolor por la pérdida de compañeros muy queridos, con la frustración por el fracaso de la operación, provocada por errores humanos y vacilaciones. Suscribieron ambos textos todos los miembros del Ejecutivo, incluidos los exiliados, que fueron consultados y dieron su aprobación. Julio García Oliveras y Enrique Rodríguez Loeches firmaron con sus nombres de guerra, Víctor Bravo y Luis Gordillo, respectivamente, pues eran los únicos que no se encontraban fichados por los cuerpos policíacos.
En esta segunda reunión se declinó la invitación de Fidel, trasmitida por Javier Pazos, de trasladarse a la Sierra Maestra e incorporarse a la guerrilla como medio de salvaguardar la vida ante la represión de la dictadura:
(…) un mensaje de Fidel ante los hechos del 13 de marzo y preocupado por los supervivientes de esa acción estuvieran en peligro, él nos ofrecía la posibilidad de que nos incorporáramos a las guerrillas en la Sierra Maestra. Esto fue analizado en la organización, que había una preocupación de Fidel que pudieran asesinarnos a todos después de este hecho, pero realmente en ese momento entendíamos que teníamos la posibilidad aún de seguir actuando en La Habana”.
A pesar del estado en que se encontraba, el Directorio persistía en seguir un camino propio con su opción táctica de golpear arriba, y pretendía producir en el corto plazo otra acción de envergadura en La Habana: “Incluso, se propuso plantear la decisión del Directorio de actuar en un plazo de 100 días (…). Esto expresaba la firmeza de nuestra decisión: mantenernos en La Habana y volver al combate de inmediato”. Tres días antes de caer asesinado, Fructuoso le escribía a Rolando Cubela: “Seguimos en pie de lucha. Reorganizándonos para cuanto antes dar otra batalla que quizás sea la definitiva”. La decisión fue permanecer en la capital y reanudar el combate de inmediato:
Ya nos considerábamos más diestros, nos sentíamos más experimentados, nos sentíamos más seguros. Teníamos la presencia de toda la experiencia esa de una insurrección, de una rebelión armada en La Habana, de una cosa, y que había necesidad de desarrollar una gran audacia, mucho cuidado en un plan. Despedazado, muerto José Antonio, parte enorme de la organización, pero nos sentíamos así.(…) Y creo que una necesidad nuestra, ¿no?. Yo creo que, para vivir y combatir, hubo que decir: contraatacar al Palacio Presidencial. Casi era como un elemento necesario de fe y de decisión, y decir: no, vamos a buscar un plan, no, de volver, de volver. Creo que no estábamos muy lejos de que si reunimos todas las armas, y hay posibilidades, le metíamos a Palacio otra vez.
Además de los esfuerzos por recuperar el potencial combativo del DR, Fructuoso da continuidad, desde la clandestinidad y bajo acoso, a la política de José Antonio de utilizar la FEU como instrumento de enfrentamiento y movilización pública contra la dictadura. Su condición doble de máximo dirigente de la FEU y el Directorio, igual que Echeverría, permitió la permanencia de la identidad entre ambas organizaciones y su articulación complementaria en una sola estrategia de lucha.
Con el carácter de lucha política que brindaba la FEU emitió a la prensa declaraciones como estas, para denunciar los intentos politiqueros de llegar a acuerdos con la dictadura, valiéndose de la sangre vertida:
La muerte de nuestro inolvidable líder nos obliga más que nunca a nuestra vertical posición ante el régimen que padecemos (…) y porque han caído cientos de cubanos buenos y honrados que no vacilaron en ofrendar sus vidas en aras de una Cuba mejor, conscientes de nuestra responsabilidad histórica, expresamos nuestra firme convicción de que el problema político nacional no se puede resolver mediante concesiones y compromisos entre el gobierno y la oposición.
También trasmitió orientaciones al movimiento estudiantil, como la de declarar “día de luto cívico” el 13 de abril, cuando se conmemoraba un mes de la muerte de José Antonio y los caídos en el asalto a Palacio. O la de ordenar el paro indefinido del estudiantado de la Universidad y llamar al resto de los centros de enseñanza a adoptar similar actitud hasta tanto “la libertad engalanada aparezca en el pórtico de la República”, en carta dirigida al Consejo Universitario un día antes de su asesinato. De esta manera tornaba permanente el cierre temporal de la Universidad de La Habana, decretado a finales de noviembre de 1956, y que se había extendido a las otras dos universidades públicas del país. La casa de altos estudios clausurada sería un símbolo del estado de cosas bajo el régimen de Batista. No podían desarrollarse con normalidad las clases cuando los muros de la Colina habían visto caer, atravesado a balazos, el cuerpo de José Antonio Echeverría, y mientras se siguiera asesinando y persiguiendo jóvenes.
Posiblemente a otros, un golpe similar al del 13 de marzo de 1957 les hubiera bastado para rendirse y abandonar, y conformarse con el consuelo glorioso del intento. Los jóvenes del Directorio no. Como Fidel y sus compañeros tras el Moncada, no se arredraron ante la adversidad, y en medio de la represión, la herida y el dolor, le abrieron caminos a la victoria, a golpe de coraje, fe y lealtad. Ahí, en la voluntad de persistir, de regresar al combate una y otra vez, sin importar riesgos o sacrificios, por el compromiso sagrado con un ideal, radica lo imperecedero de su ejemplo.