Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la clausura del VI Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, efectuado en el Palacio de las Convenciones, Ciudad de La Habana, el 3 de marzo de 1995
التاريخ:
Distinguidas y distinguidos invitados;
Compañeras de la federación que acaban de realizar su VI Congreso:
No tengo que decirles cuánto hemos apreciado siempre el papel revolucionario de la mujer cubana y el trabajo desempeñado por la Federación de Mujeres, institución prácticamente única por sus características y creada por la Revolución que, junto a las demás fuerzas sociales, ha llevado a cabo la larga y heroica batalla de estos años.
Aunque no he participado en los debates como en otras ocasiones, hice todo lo posible para seguir de cerca lo que ustedes planteaban, lo que ustedes discutían —esta vez no fue porque lo escuchaba, sino porque lo leía—, y, aunque se trataba de resúmenes, realmente pude apreciar el contenido de todo lo que se discutió en este congreso.
Llegué a la conclusión, incluso, de que un trabajo similar debe hacerse con todo lo que se ha discutido. En el periódico no sale todo, aunque el periódico le dio bastante divulgación, dedicó dos páginas completas a explicar los debates, principalmente de las plenarias; yo por los periódicos también recibí información, pero, sobre todo, por los resúmenes.
Pienso que sería conveniente, si fuera posible, recoger en una especie de memoria breve, no un libro grande —no solo por el gasto de papel, sino porque los documentos muy grandes la gente después no los lee—, los temas fundamentales discutidos y los argumentos esenciales utilizados en los debates, porque creo que ayudaría a crear esa cuestión tan importante, que es la conciencia de la gente; no crearla, pues ya existe en gran medida, pero sí reforzarla, refrescarla, llevar a la mente de la gente muchas ideas y muchos argumentos que, en la dura lucha de todos los días, puede olvidar.
Sería injusto, muy injusto, que no tuviéramos siempre presente que en estas especiales circunstancias que estamos viviendo, en este período especial, el peso fundamental de los sacrificios, la parte más dura de los sacrificios, lo llevan las mujeres. Es decir que se ha incrementado lo que ya en condiciones normales significaba un esfuerzo especial para la mujer trabajadora cuando se le reunía a la carga de todos los días en el trabajo, el peso tremendo de sus tradicionales aportes en el seno de la familia.
De eso hemos hablado muchas veces, por lo cual, incluso, en cierto momento, llegamos a decir que la igualdad no era ni siquiera una meta ideal. Debiéramos tratar, en cierta forma, de darle más facilidades, darle más derechos a la mujer, porque la lucha por la igualdad —y quién lo puede saber más que nosotros por la experiencia de estos años— es, realmente, una lucha histórica y difícil, bien difícil.
Les he dicho muchas veces a periodistas que me han entrevistado, lo dura que ha sido esa lucha por cambiar la mente de los seres humanos, explicando por qué no había más mujeres en la Asamblea Nacional, entre los delegados de circunscripción, etcétera, esas muchas manifestaciones que expresan el hecho real de una menor participación de la mujer en una serie de actividades, a pesar de sus excelentes cualidades.
Hemos alcanzado muchas cosas; no se podría decir que no hayamos adelantado en absoluto. Creo que hemos adelantado muchísimo desde que comenzamos y hay grandes conquistas, en todas las cuales ha participado decisivamente la federación y ha sido también decisivo el esfuerzo del Partido, del Gobierno y de las demás organizaciones de masa. Pero, ¿qué sería de nuestra Revolución sin la Federación de Mujeres Cubanas? ¿Cuánto podríamos hablar de derechos sociales alcanzados, de conquistas logradas, de injusticias que hemos podido hacer desaparecer?
Se mencionan también algunos índices como el de la proporción de mujeres que son técnicas y profesionales, ya muy por encima de la del número de hombres.
Podemos decir lo que no se dice en ningún otro país, que aquella desigualdad en los salarios no existe en Cuba. Los informes que se dan del mundo indican que, a pesar de ser las mujeres una parte muy importante de la producción, los índices de ingreso que reciben están muy por debajo de los de los hombres.
Así pasa un poco, como en Sudáfrica, en que, conversando con el administrador de un hotel cuando fuimos a la toma de posesión de Mandela —aquel hombre hablaba español, era de origen alemán pero había estado en Chile y hablaba perfectamente bien el español—, sale a relucir la cuestión del número de empleados, y por primera vez escucho —y miren que he escuchado muchas cosas tremendas del apartheid— que el salario del blanco era uno y el salario del negro era otro, el del negro mucho más bajo que el del blanco por el mismo trabajo. Tanto que se había hablado del apartheid y ese dato específico no se mencionaba.
Yo le preguntaba, incluso, cómo se les mantenía en los puestos de trabajo. El explicaba que tenía una serie de atenciones, consideraciones personales: si algún familiar se moría y tenía ciertas costumbres, él ayudaba en la ceremonia, le buscaba algo; inventaba cosas para tratar de mantener a aquellas personas lo más tranquilas posible. Pero ya era un hábito.
Lo más natural del mundo se consideraba que un hombre realizando el mismo trabajo en el mismo sitio, recibiera un salario si era blanco y otro salario si era negro.
Hay que decir que en el mundo ha existido y existe todavía el apartheid de las mujeres en muchos aspectos discriminatorios con que se las trata.
Desde luego, esas cosas no podían existir con la Revolución y desaparecieron con la Revolución; son otras las que se discuten: qué nivel de responsabilidades, qué nivel de cargos se les dan. Esa forma de discriminación en el trabajo que por el hecho de ser mujer, de que es la que, por lo general, corre o tiene que moverse cuando hay una novedad en la familia, cuando tiene un hijo enfermo; todos los problemas relacionados con el embarazo, que a los hombres no los discriminan por esas razones. No hemos conocido ningún caso todavía en nuestro país en que el hombre dejó de trabajar unos días porque estaba embarazado (RISAS). Los hombres pueden estar borrachos en algunas ocasiones, y por otras cosas, por holgazanería o por alguna indisciplina no asistir al trabajo; pero esas no suelen ser, ni mucho menos, las características de las mujeres.
Todos esos problemas objetivos, reales, pesan sobre nuestra sociedad y nos han obligado a una lucha, aun en épocas normales, no debemos olvidarlo. Aun en épocas en que era más fácil, había que establecer la disciplina del Partido y del Estado, establecer normas, reglamentos y hacer cosas para evitar la discriminación de la mujer; aun en tiempos en que escaseaba mucho la fuerza de trabajo, había que luchar y decir: Por lo menos, tales empleos resérvenlos a las mujeres. Se les daban instrucciones a las empresas y a todo el mundo: Reserven tales y más cuales, sin oponernos a que las mujeres pudieran hacer muchos de los trabajos que tradicionalmente realizaban los hombres. Pero es que había que hacer un esfuerzo frente a criterios económicos, frente a intereses de la empresa. Son formas de discriminación.
Cuántas medidas no se adoptaron, incluso, en el aspecto relacionado con el hogar. Se hizo el Código de Familia. Algunos podrán decir: ¿Fue incorrecto? ¿Fue un sueño? ¿Fue una ilusión? No, no fue incorrecto, ni fue sueño, ni fue ilusión. Yo creo que ayudó a crear bastante conciencia, porque sabemos de muchos casos, de infinidad de casos, en que el hombre ayuda hoy a la mujer como no la ayudaba en otros tiempos. En otros tiempos no era ninguna la ayuda, y sé de muchos casos, y lo saben ustedes, de matrimonios que comparten los trabajos del hogar: uno limpia, el otro cocina, atiende a los niños y va al hospital también.
Sí, aquel código ayudó a formar una conciencia. No era un código coercitivo que obligara a nadie a lavar platos en su casa, pero sí enseñó y educó a mucha gente en la idea de que hay que fregar los platos.
También se estableció que el padre pudiera acompañar al hijo en los hospitales pediátricos.
Ya habíamos rectificado aquella medida absurda en que no dejaban entrar a la madre en los hospitales. Hemos referido casos en que nos encontramos un montón de madres esperando abajo para que les dieran noticias de sus hijos que estaban en el cuarto o quinto piso. Desde entonces y por otras razones, más bien humanas, tanto por la madre como por el niño, que se sentían mejor, se estableció el principio de que las madres acompañaran a los hijos. Y en la famosa epidemia del dengue vimos la importancia que tuvo la participación de la madre, cuando había decenas y cientos de niños en los hospitales con sueros, ¿allí quién podía sustituir a la madre? Ninguna enfermera por buena que fuera. Ella podía aportar los elementos técnicos y la madre aportaba el afecto, la confianza, la tranquilidad del niño.
Ningún país había hecho eso. Nosotros lo hicimos, rompimos con algunos cánones y algunos criterios viejos, que no sé de dónde habían venido pero que eran inhumanos y no eran prácticos, en nombre de un tecnicismo de que si eran los médicos o las enfermeras los que sabían lo que había que hacer. La madre no receta; es posible que discuta en algún momento tal cosa, o hasta con razón puede decir: Mire, tal antibiótico le produce alergia, o recomiendo... Puede dar información a los médicos que en un momento de apuro no puedan investigar, que sea imposible investigar. ¿Qué hacía la madre allá abajo en un sótano, en una antesala por allá? Y se estableció que acompañaran a sus hijos.
Ahora, después que se puso a la madre, el padre podía hacer exactamente lo mismo, y después se planteó que en los demás hospitales no solo las mujeres, sino los hombres también podían acompañar.
Así se fueron haciendo cosas a medida que la vida nos demostraba problemas y dificultades para lograr el ideal, realmente, de colocar a la mujer en el lugar que le corresponde, o le debe corresponder, dentro de la sociedad. Es decir, hemos luchado contra prejuicios, hemos luchado contra hábitos, hemos luchado contra hechos que implicaban discriminaciones reales, sin que, como todos sabemos, hayamos logrado la victoria total.
Pero si antes había dificultades objetivas en la vida diaria, y entonces teníamos 30 000 viajes de ómnibus —¡hasta treinta mil llegamos a tener!—, ¿qué es eso?; comparado con eso, ¿qué son los viajes que hacemos ahora?, ¿qué es el número de viajes que realizamos hoy? Son muchos menos. Aunque hayamos logrado algunas cosas en los últimos tiempos: ómnibus más grandes, ciertas medidas que se han aplicado para lograr mayor disciplina en los trabajadores del transporte, mayor carga en esos ómnibus, sabemos las tremendas dificultades del transporte, sabemos que mucha gente tiene que hacer sus gestiones —¡mucha gente!— no usando el transporte público y que no tiene otro transporte que la bicicleta. Y a cuántas mujeres vemos trasladarse en bicicleta para su trabajo, por las calles de nuestra capital, corriendo riesgos, y a veces llevando al niño, y luego corriendo para la casa, cumpliendo todas esas tareas.
Hoy tenemos problemas objetivos reales que incrementan las dificultades para todo el mundo, pero que gravitan de un modo especial sobre la mujer.
Pero hay algo más. Se puede apreciar en los planteamientos de ustedes, tanto en las condiciones económicas como en determinadas medidas que estamos tomando, o relacionados con determinados desarrollos económicos como el turismo, los nuevos problemas que traen, las nuevas preocupaciones que introducen, en eso y en todo. En la misma cosa en la comunidad, en el trabajo con la comunidad, en lo de la salud, dondequiera, las dificultades son mayores.
Es decir que a los problemas objetivos que tenemos todos se suman los problemas particulares de la mujer y se suman riesgos de que podamos perder parte de lo que hemos adelantado.
Hemos dicho que las tareas esenciales son: defender la patria, la Revolución y las conquistas del socialismo. Era irreal plantearse que en las condiciones actuales del mundo, después del derrumbe del campo socialista y de esa cosa horrible que fue la desaparición de la Unión Soviética en que nuestro país —como se ha dicho tantas veces— perdió sus mercados, perdió todo y vio reducidas sus importaciones a más del 70%, no era congruente decir: “Bueno, sí, estamos aquí construyendo el socialismo”, y nos planteamos con valentía salvar la patria, que tan vinculada ha estado históricamente al socialismo. Digo históricamente porque —como bien explicó Alarcón en su discurso aquí el día 24 de febrero— había una sola idea, a partir de aquel pensamiento tan bien expresado en aquella carta de Martí donde le decía a Juan Gualberto Gómez: conquistaremos toda la justicia. Y ya desde los primeros tiempos nuestra Revolución empezó a conquistar justicia. En esa frase Martí lo refleja todo: conquistaremos toda la justicia. ¿Qué era conquistar toda la justicia sino el socialismo? ¿De qué otra forma se podía interpretar?
En aquellas palabras de Alarcón se explicaba la continuidad histórica de todo un pensamiento a través de todas nuestras luchas por la independencia y por la justicia, y eso estábamos haciendo nosotros, queriendo conquistar toda la justicia; y de eso se trataba.
Cuando se habla en cualquier aspecto, háblese del campesino, háblese del obrero, háblese de la parte de la población que estaba discriminada por el color de la piel, cosas horribles de ese carácter, en todos los sentidos la Revolución no ha hecho más que conquistar toda la justicia. Pero ahora, en estas circunstancias —decía—, había que salvar esa independencia, que siempre ha estado vinculada a la idea de la justicia; salvar la Revolución, que es la justicia; salvar las conquistas del socialismo, que es salvar todo lo que hemos conquistado.
No hemos conquistado toda la justicia, pero tenemos que salvar toda la justicia conquistada. De eso se trata, pero es difícil, y en cierta forma habrá determinados retrocesos, son inevitables en las circunstancias nuestras. Así que un poco de la justicia conquistada la perdemos inevitablemente, esos niveles de posibilidades y de igualdad que habíamos creado, por los distintos factores de tipo económico; pero todo lo que pueda ser preservado —y es casi todo— debemos preservarlo. Sin embargo, muchas cosas empezarán a conspirar contra toda la justicia conquistada, y en el caso de las mujeres se puede percibir de una manera muy clara.
A medida que se introducen elementos de mercado y de capitalismo en nuestra sociedad que nosotros no podemos evitar; en la medida en que se hacen ciertos cambios y ciertas reformas que son imprescindibles para preservar la patria, la independencia, la Revolución y las conquistas del socialismo, que es el objetivo que busca nuestra Revolución en estos momentos y lo busca de una manera heroica, valiente, en medio de circunstancias que no pueden concebirse más difíciles, en medio de un mundo unipolar, en medio de un enorme hegemonismo de nuestros vecinos, que siempre quisieron destruir a esta Revolución y ahora se sienten más alentados con la idea de asfixiarla, de darle un zarpazo, porque no pueden tolerar en su mente la sola existencia de la Revolución y lo que significó en este hemisferio, en su patio trasero, que quieren asegurar ahora más que nunca, aunque ya no tiene ninguna lógica, como lo comprenden muchas personas en el mundo —sin lógica alguna, persisten en su bloqueo, lo agudizan y tratan aun de hacerlo más duro si fuera posible—, en estas condiciones, nosotros tenemos que llevar a cabo esa enorme proeza de preservar esta obra que se empezó a construir desde hace mucho tiempo, en el siglo pasado, en 1868.
Claro que algunas cosas nos duelen, pero tenemos que hacerlas. Es imprescindible la presencia de inversiones extranjeras, nosotros no tendríamos de dónde sacar capital o tecnologías para el desarrollo, incluso mercados. Uno de los problemas serios nuestros no es solo producir, es buscar los mercados para nuestras producciones desde el momento en que está cerrado para nosotros el principal mercado del mundo, el mercado a donde exportan cientos de miles de millones de dólares cada año los demás países; pero que no se conforma solo con prohibir para nosotros ese acceso, sino que trata de imponerles a los demás que impidan el acceso de nuestras producciones. Es una lucha no contra una limitada acción, es una lucha contra una acción total que busca destruir, que busca perjudicar nuestra economía, que busca impedir el desarrollo, y nosotros no podemos prescindir de las inversiones extranjeras. Creo que eso lo comprende cada uno de nuestros compatriotas.
Antes, durante muchos años, recibíamos créditos de la Unión Soviética. Las tecnologías no eran de las mejores —como he dicho otras veces—, algunas eran relativamente buenas, otras eran más atrasadas; pero detrás venían las materias primas fundamentales, venía el algodón para los textiles y el combustible para que todo funcionara; detrás de los camiones venían las gomas, las piezas de repuesto; venían créditos; venían precios justos, realmente razonables para nuestras producciones, y nos permitían hacer todo lo que durante tantos años hicimos.
En cualquier lugar de América Latina inauguran una escuela y allá va todo el mundo porque hicieron una escuela. Este país no hubiera podido inaugurar todas las escuelas, todas las fábricas, todos los círculos infantiles, instituciones de variados tipos, carreteras; no había el hábito de inaugurar cosas, porque no le habría alcanzado el tiempo a nadie para estar dedicado a eso.
Cuántas cosas pudimos hacer. Al recordarlo, tenemos que decir hoy con tristeza: Cuántas cosas hemos tenido que parar y cuántos programas hemos tenido que dejar de hacer cuando ocurre la catástrofe, cuando aquellos países fueron entregados; porque realmente fueron entregados al imperialismo y empezaron a alinearse con sus políticas, incluso, de bloqueo contra nosotros, en un momento en que prácticamente toda la maquinaria de transporte, combinadas de caña y todo eso venía de allá, aparte de las condiciones financieras en que las adquiríamos.
Todo eso se produce en un momento en que nosotros estábamos en un proceso de rectificación y de un gran auge de las construcciones y de los programas de desarrollo del país.
Hoy es imprescindible traer la inversión extranjera, y por eso vamos razonando bien y analizando bien cada una de las inversiones, aceptando las inversiones de capital extranjero.
Hemos tenido que despenalizar las divisas, que de hecho ya estaban circulando, porque ya había mucha gente que compraba —antes de despenalizarlo— en dólares, que venían por distintas vías, en diferentes tiendas, porque estaban las tiendas de los diplomáticos y se las arreglaban para comprar allí; estaban las tiendas del turismo, que son muchas.
Nosotros veníamos trabajando en el turismo, pero en esta circunstancia fue necesario darle todo el impulso posible y explotar ese recurso natural. No podíamos prescindir de los grandes recursos naturales que tiene nuestro país. Un país que no tuviera, por ejemplo, energía, petróleo u otras fuentes fáciles, tenía que desarrollar otros recursos.
Claro que no era lo único que desarrollábamos, estábamos y nos estamos desarrollando mucho en el campo de la ciencia, de la técnica y de determinadas industrias que tienen perspectivas, pero luchando contra una competencia feroz y contra una serie de medidas proteccionistas que tienen los países —medidas de un tipo y de otro pero proteccionistas, lo mismo arancelarias que no arancelarias—, que dificultan algunos desarrollos importantes que nosotros llevamos a cabo, a partir del nivel de preparación que tiene nuestra población.
No podíamos dejar de explotar nuestro sol, nuestras playas, nuestros mares. No era una necesidad vital en otros tiempos de la Revolución, aunque teníamos que buscar desarrollos en ese campo que habían sido de otra forma, porque al disponer de más recursos podíamos compartir más esas inversiones entre el consumo nacional y la exportación.
El turismo para nosotros es una exportación de servicios, solo una parte relativamente pequeña, aunque todavía de alguna consideración, se puede destinar al consumo nacional, y la destinamos principalmente a los trabajadores. Aquí el reparto —salvo violaciones que pueda cometer algún administrador— de las capacidades de que disponemos para el turismo nacional se distribuye, fundamentalmente, a través de los centros de trabajo; es así.
Una gran parte de los servicios del turismo tenemos que exportarlos, porque de otra manera no podríamos sostenerlo; tendríamos prácticamente que cerrar los hoteles porque, incluso, en la parte de turismo que dedicamos al consumo nacional, hay que invertir divisas convertibles. Una parte de las divisas convertibles que ingresan con el turismo extranjero es la que invertimos en mantener la parte de turismo nacional de que disponemos hoy.
Son medidas que no nos gustan, muchas veces difíciles de comprender. Solo se pueden comprender bien si usted tiene el cálculo de todos los recursos con que el país cuenta, sumándolo todo, y de todos los gastos que el país tiene que hacer cada año, en alimentos, en medicinas, en ciertas materias primas y en ciertas cosas que hay que importar.
Si cada cual tuviera en su mente la idea y el balance exacto, comprendería mejor muchas cosas. Hay datos, incluso, que no se pueden andar divulgando, hay que mantenerlos con cierta discreción, porque no se le puede estar dando información al enemigo gratuitamente. ¡Que la averigüe si puede! Pero algunas de estas cosas cuesta trabajo comprenderlas.
Se van desarrollando otras actividades del trabajo por cuenta propia y seguirán ampliándose.
Vienen necesidades de racionalización, porque surge, por encima de todo, la imperiosa necesidad de disminuir el circulante. El circulante viene, precisamente, por la medida humana que la Revolución toma cuando faltan materias primas, falta todo, de preservar, en lo posible, el empleo; preservar el ingreso de cada ciudadano, el mínimo ese, ya no para ir a comprar a los mercados nuevos, pero sí para adquirir ciertas cosas indispensables que él recibe de una forma racionada.
La Revolución tomó esa medida, pero también se reducen las exportaciones notablemente, se reducen las importaciones, nos faltan las materias primas.
Ahí están paradas fábricas textiles que no hemos podido echar a andar. Mediante asociaciones con extranjeros, hemos podido obtener materia prima para algunas y las mantenemos produciendo en cierta medida. Así estamos haciendo con muchas fábricas; antes de tener una fábrica parada, es mejor tener un acuerdo con un socio extranjero que traiga las materias primas, que busque mercado, y así mantenemos el empleo y mantenemos la fábrica funcionando. Eso lo comprende cualquiera, es de elemental sentido común.
¿Qué se nos producía con estas medidas? Se nos producía un excedente de circulante tremendo, ya el excedente circulante estaba llegando a límites que eran intolerables, porque empezaban a faltar trabajadores de servicio en los hospitales, en las escuelas, ya mucha gente iba a buscar otra cosa. Todo eso estaba empezando a afectar la educación, la salud, la producción y todos los servicios fundamentales del país. Claro, había mucha gente —la inmensa mayoría— que permanecía en sus puestos por deber, yendo en una bicicleta o utilizando un transporte público en condiciones muy difíciles, esperando largo tiempo en las paradas y tardando mucho en ir de su casa al trabajo.
Mucha gente, sin embargo, cumplía y cumple todos los días religiosamente su deber social, su deber patriótico y su deber humano, incluso. ¿Qué vamos a hacer con los enfermos en los hospitales, los vamos a dejar sin los servicios y sin la atención que necesitan? Ellos necesitan la atención del médico, de las enfermeras, de los que cocinan, de los que friegan, de los que limpian, de todos.
En aquel enorme exceso de circulante que se acercaba a los 12 000 millones de pesos, se veían una serie de inconvenientes, porque basta con que una parte no cumpla y ya el daño es muy grande. Era necesario empezar a recoger y ya ustedes ven las medidas cómo se han tomado, cómo se han discutido con la población, cómo se han discutido con todos los trabajadores: dónde tomarlas, cómo empezar a recaudar, y, afortunadamente, estamos empezando a recaudar, se ha ido recaudando un nivel determinado y va reduciendo la masa de dinero, pero llevará tiempo para eso.
Ahora, si se disminuyen los trabajadores en las fábricas, si no podemos construir rápidamente muchas nuevas fábricas, es necesario buscar empleos, como el trabajo por cuenta propia, y ya ustedes saben lo que es el trabajo por cuenta propia, eso no lo controla nadie, es imposible, y algunos las cosas que venden las venden muy caro, son inaccesibles; pasa un poco con el mercado agropecuario, es precio libre, y si aquí se pone el precio libre de todo, se acaba hasta la libreta, todo el engorro de la libreta y todos los apuntes; pero, ¿qué pasa con aquella gente que tiene un salario modesto en estas condiciones?
En este mercado agropecuario participan campesinos independientes, participan cooperativas de producción agropecuaria, participan las UBPC, participa el Estado en aquellas producciones agrícolas que este mantiene todavía y en las que cuenta, entre otras fuerzas, con el Ejército Juvenil del Trabajo; algo recauda el Estado, pero es en esencia una transferencia de fondos entre individuos particulares, indiscutiblemente. Algunos adquieren más, y adquieren ingresos verdaderamente altos que no tienen comparación con el ingreso de un trabajador. También en el mercado de productos industriales el Estado procura participar lo más posible para entrar en la competencia de los llamados productos de alta demanda.
Ya les hablé de las divisas convertibles, que estaban, de hecho, circulando porque había tiendas de turismo y todas esas cosas.
Mucha gente, en muchos lugares, en la zona de Varadero, iban y compraban un cochinito por dólares. Entonces era un delito andar con divisa, motivo de trabajo para la policía, que ya bastante tiene con luchar frente a los delincuentes en otras formas de delito, para andar persiguiendo por ahí una divisa convertible, y fue a todas luces más práctico, realmente, despenalizarla; claro, eso implica también desigualdades, porque hay mucha gente que tiene parientes que les envían fondos, pero hay otros que no tienen ningún pariente que les envíe nada. Entonces, se establece una desigualdad.
Luego, el dólar con el peso. Cualquiera con cinco dólares en ese tiempo compraba hasta más de 500 pesos, porque estaba a 140, a 150 pesos; ahora se ha rebajado, curiosamente. Con las diversas medidas tomadas se ha ido revalorizando el peso y ya no dan tantos pesos por un dólar, pero aquello estaba por las nubes.
Bueno, hay algunas industrias que por su importancia, como la industria eléctrica, en que se han buscado algunos recursos para establecer algunos estímulos en moneda convertible —ya decimos peso convertible, ya por ahí anda circulando también algo que se llama peso convertible. Ojalá fuera peso combustible, significaría que somos grandes productores y exportadores de petróleo y podríamos tener “petrodólares”, como les llaman. Ahora lo que tenemos es “sacridólares”, “revolucionaridólares” o algo de eso (RISAS). Pero ya en un número de centros, aparte de los trabajadores del turismo, de los que están en ese sector que reciben determinadas cantidades en divisas convertibles, es creciente el número de trabajadores cubanos que reciben el peso convertible con derecho a ir también a todas esas tiendas, y en la medida que podamos se irá ampliando eso.
Al final —¿cuándo será ese final?— puede llegar el momento en que las monedas sean convertibles; pero eso tiene que ser en un largo período, hoy tenemos que resignarnos a los sacrificios que esto significa. Eso establece desigualdades.
Vienen empresas mixtas también, y la empresa mixta tiene que tomar en cuenta no solo los intereses del país sino también del socio. Antes si se inflaba una plantilla era malo, pero se inflaba, no daba tanta preocupación. Desgraciadamente nuestros administradores no se ocupaban tanto de la eficiencia ni tanto de la plantilla, y de ese defecto han padecido, sin excepción, todas las instituciones de este país. Nadie nunca preguntó si había presupuesto para algo ni nada de eso, pedía. Todo el mundo tenía lo que ponía ahí. ¿Educación, cuánto necesita? Tanto. Ahí tiene. ¿El otro? Tanto. Ahí tiene. Así fue durante muchos años. Los presupuestos estaban constituidos por la suma de todas las demandas de todos.
Pero, claro, desde el principio de la Revolución se inflaron las plantillas porque había mucho desempleo: unos fueron para la calle y otros para adentro, y se llenó. Cuánta gente de las montañas y de todas partes vinieron. Ahí empezó casi el éxodo; además, la Revolución se hizo en el campo, fundamentalmente, las luchas armadas se llevaron a cabo en el campo aunque también se luchaba en las ciudades. De la Sierra Maestra nadie sabe cuántos vinieron detrás de nosotros, en 1959 y en todos los años posteriores, y dudo que haya alguno de ustedes aquí que no tenga un pariente de por allá de las montañas. El habanero puro es una especie rara que, realmente, casi no existe (RISAS), está casi extinguido.
Conchita es una habanera pura, bueno, semipura, porque ella emigró de más lejos, ella vino de por allá, ¿verdad? Pero tú naciste aquí de padre gallego igual que yo, que nací en Birán, para servirte (RISAS Y APLAUSOS). Bueno, hay que decir, en honor a la verdad, que tú naciste aquí en La Habana.
Pero, realmente —como les decía—, empezó el éxodo, y la gente duplicó el número de habitantes de esta ciudad. He ahí la causa de muchos de los problemas que tiene, con más del doble de habitantes. Y aunque se hicieron por aquí nuevos acueductos y otras cosas, no fueron suficientes, sobre todo en una circunstancia en que desaparecieron los metros contadores, un día los quitaron porque no había, no se podían reparar, no funcionaban, no sé qué problemas, y en las ansias de acelerada justicia y de conquistar con aceleración excesiva toda la justicia, pues pusimos el agua gratis con las inevitables consecuencias de un gasto y un despilfarro de agua considerable.
No hay que olvidar eso, que había gente que imitaba a Caruso y cantaba una ópera completa con la ducha abierta en el baño (RISAS); no tenían nada que envidiarle. Aquí debe haber un montón de Carusos frustrados que no hemos conocido (RISAS). Todos esos fenómenos ocurrían, y la ciudad se duplicó.
No nos ha pasado como en México, o como en Brasil, o en otros lugares, las ciudades se quintuplicaron. Es que la Revolución trabajó en el interior del país, creó universidades en todas las capitales de provincias, de las viejas y después de las nuevas, y construyó escuelas, construyó todo; no tenían que venir a La Habana ya. Válgale el desarrollo que la Revolución promovió en el resto del país, si no tendríamos 6 millones de habitantes en La Habana, o no se sabe, en la parte más estrecha casi del país, donde no hay ningún río grande de esos que pueda darnos 500 millones, 600 millones de metros cúbicos, un río como el Zaza u otro.
Hay otras regiones del país que tienen muchas más fuentes de agua, más asequibles que las nuestras. Pero del campo sí, cuánto tardó en llegar la electricidad al campo. No solo bajaron los guerrilleros, sino los que fueron bajando después, porque cuanta gente llegó a La Habana invitó a otra, le daban un catrecito allí en la casa; era el hermano, el otro, y allá continuaban teniendo hermanos en grandes cantidades. En oriente continuaba la producción de muchachos, que esa sí no descendió nunca (RISAS), no tuvo problemas, unas tasas de crecimiento enormes, y venían para acá.
Y cuanto vino en un contingente, porque ya los de La Habana no querían ni construir, necesitaban inmigrantes del Tercer Mundo —y el Tercer Mundo nuestro era la región oriental—, entonces igual que hacían los desarrollados, que se llevaban mexicanos, latinoamericanos, africanos y todo, aquí los inmigrantes eran de oriente, de esa zona y también de Pinar del Río, no se vayan a creer, y hasta de Matanzas venían para acá, a pesar de que era la Atenas de Cuba, y de Villa Clara. Yo me los he encontrado de todas las nacionalidades que tenemos nosotros (RISAS), desde matanceros hasta holguineros; granmenses ni se sabe, la mitad debe estar aquí en La Habana.
Se creó mucho empleo, se inflaron las plantillas, que estaban infladas. El administrador siempre bueno, generoso, noble. No saben ustedes cuánta gente se mueve y cuántas gestiones se hacen en este mundo, y hace la gente, porque no se ocupen, siempre hay una historia que contar y muchas veces con razón, tales problemas, y tales dificultades, y por aquí y por allá, y no se imaginan ustedes cuántos corazones nobles hay.
Claro, pero en general el administrador estatal, como no era de su bolsillo, podía todavía ser más noble. Y recuérdense que, incluso aquí, en determinado momento, cuando se estableció la llamada libre contratación, había mucha gente que se fijaba en la cara, en la figura y en el cuerpo de la mujer que iba a pedir trabajo allí en el centro. Recuerden que tuvimos que luchar contra eso también, porque se creó una forma de discriminación, bueno, pues si eran más jovencitas o eran muy agraciadas por la naturaleza, entonces era otro apartheid, a aquella a la que la naturaleza no le había dado tantas excesivas gracias —aunque la naturaleza les ha dado excesivas gracias a todas las mujeres, hay que decirlo (APLAUSOS)—, pues venía aquel aplicándole criterios subjetivos. Todos esos fenómenos se daban, el ser humano es el ser humano, y estuvimos luchando contra todo eso.
Pero miren que se inflaron las plantillas, ¡qué batalla! Hoy se empieza a comprender eso. Ese es un problema planteado casi desde el principio de la Revolución. No se sabe las veces que yo he hablado de las plantillas infladas. Si me hubieran hecho un poco de caso..., pero realmente no me hicieron ninguno en absoluto. Aquellas fuerzas que impulsaban, que inflaban el empleo eran mucho más poderosas; pero, además, también la revolución se produjo en la educación, se buscaron maestros, y tanta justicia, y tanta cultura, y tanta educación queríamos, y con razón, a partir de aquel mundo en que había tantos niños sin escuelas, sin maestros y sin nada, que hicimos más escuelas que ningún país, desarrollamos más la educación que ningún país, al extremo de tener hoy el mayor número de maestros per cápita del mundo, y de médicos y otras cosas. No hay duda, son avances y mucha gente lo admira, porque para el desarrollo necesitamos mucha gente preparada.
Pero, ¿cuánta gente salió del campo? Visitaba a una escuela primaria por las montañas, por cualquier lugar, había un grupo de niños de sexto grado: “¿Y tú que vas a estudiar?” “¿Yo?, maestra.” ¿Yo?, enfermera.” “¿Yo?, médico.” “¿Yo?, esto, lo otro.” Nada de eso existía por allí. Allí lo que estaba era el campo, las montañas, la tierra por cultivar, el café por sembrar y por recoger; pero todo el mundo ya desde que estaba en la escuela, decía: yo quiero ser esto.
Y, por supuesto, los padres revolucionarios —no voy a decir de todos los hijos de cualquier padre, sino de sus hijos—, todos querían el título universitario para el hijo. Esa presión por el título universitario era tremenda, y se han graduado más de 500 000 en las universidades; otros se hicieron oficiales de las fuerzas armadas, otros se hicieron oficiales del MININT, hubo oportunidades de todo tipo para los jóvenes, y mucha de esa gente vino del campo, salía del campo.
Como decía también, contingentes, fuerzas de constructores; yo siempre protestaba cada vez que me decían que no había constructores. Para La Habana había que traer constructores de Las Tunas, de Holguín, La Habana no construía ya. A decir verdad, con microbrigadas y las casas para el centro de trabajo, inventamos todo eso y avanzábamos. Desgraciadamente, en un momento ciertas ideas prevalecieron y se cerraron las microbrigadas, que pudieron haber construido muchas más casas, pero ya estábamos levantando en el proceso de rectificación la industria de materiales de la construcción con capacidad de construir hasta 100 000 viviendas por año, y no de bajo consumo sino cada vez mejores.
Había un hecho real que era mucho empleo, casi pleno empleo, pero realmente muchas plantillas abultadas donde no tenían que estar abultadas y cada vez más escasa fuerza de trabajo allí donde hacía falta la fuerza de trabajo. Los macheteros fueron sustituidos por máquinas. Los macheteros se empezaron a acabar desde los primeros años de la Revolución. Ya desde los primeros años de la Revolución empezaron las movilizaciones para hacer zafras y así los obreros de La Habana muchos iban a la zafra, pero miles y miles; se llegaron a movilizar hasta 100 000 o más en todo el país. Allí había cada vez menos fuerza de trabajo; en cambio, en las oficinas había mucha gente, realmente, las plantillas se llenaban, tanto en la ciudad como en el campo.
En situaciones económicas mejores, con muchos más recursos los efectos se notan menos. Nosotros logramos mantener, a pesar de todo, un equilibrio financiero; en estas condiciones de ahora no era posible mantener ese equilibrio financiero y las consecuencias eran muy negativas. Se busca la eficiencia. ¿Qué quiere decir la eficiencia? La eficiencia quiere decir reducir los gastos, sobre todo, los gastos en salario, entre otras cosas; buscar actividades productivas.
Antes no se abrían las puertas así de par en par al trabajo por cuenta propia, se han abierto bastante y se seguirán abriendo las puertas, porque ya no hay la situación aquella en que faltaba fuerza de trabajo en algunos lugares en la ciudad; en el campo sigue faltando muchísimo. Aunque alguna gente está yendo a las cooperativas agropecuarias, se discute con los campesinos: “Ustedes no esperen que siempre venga la gente de la ciudad a hacerles parte del trabajo, tienen que hacerlo ustedes, ustedes son los dueños de la producción.” Las UBPC, creación nueva, surgidas después del período especial para vincular más al hombre todavía al trabajo: “Bueno, la producción esta es de ustedes, trabajen, no se pongan a esperar que vengan de la ciudad a las UBPC, garanticen el autoabastecimiento”, son dueños de las maquinarias, de la producción, menos de la tierra, que tienen en usufructo, millones de hectáreas. Falta gente allí, aunque, bueno, alguna gente ha estado regresando al campo, a esas cooperativas, a las UBPC, que más o menos es lo mismo que una cooperativa, solo que su origen es de obreros agrícolas, no de campesinos que hubiesen unido sus tierras como en las CPA. Algunas tierras ociosas se les están entregando para cultivo de tabaco, de café, de otras cosas, y alguna gente está yendo, pero esto no es como en China.
En China, el 80% está en el campo y el 20% en la ciudad. El problema de ellos es otro, ahora hay grandes masas que quieren ir del campo a la ciudad y no tienen así, de repente, dónde emplearlos; pero el problema nuestro es que el 80% está en la ciudad esperando que del campo le traigan una parte de los alimentos, porque otra parte de los alimentos hay que importarla de todas maneras y no se darían aquí, no habría tampoco recursos para producirlos roturando las tierras todos los años, habría que liquidar la caña —eso sería más largo de explicar—; pero falta gente.
Con el objetivo fundamental de ir buscando eficiencia —la eficiencia empezó reduciendo la fuerza de trabajo innecesaria—, se ha ido haciendo la racionalización, no aceleradamente, no precipitadamente, pero se ha puesto más énfasis —es una lucha dura, no es fácil— con ese objetivo, aunque hay que buscar, por otro lado, empleos. Donde los tenemos de sobra, no va la gente; al contrario, nos obligan a tener las máquinas y todo hay que hacerlo con máquinas, con cierta ayuda de los bueyes para cultivar, para hacer muchas cosas; pero en esencia, fundamentalmente, la roturación de grandes cantidades de tierra era imposible hacerla con bueyes, ni había bueyes ni boyeros suficientes para hacerla, y el tiempo de que usted dispone no es suficiente si no es con máquinas.
Toda la tierra de la papa en La Habana —después del boniato— para roturarla, y después para sembrar otra cosa; o las decenas de miles de caballerías de caña que hay que demoler en todo el país, eso es imposible hacerlo en unos meses con bueyes. Pero los usamos en todo lo que puedan ser usados, porque las máquinas nos obligan a buscar las materias primas, como los metales, para las reparaciones, las piezas, el combustible, las gomas. Eso es una agonía todos los años, pero sobre todo el combustible.
La mayor parte de los ingresos del país en divisa convertible hay que invertirlos en combustible, porque si no vienen los apagones inevitablemente; en parte vinieron por el combustible y en parte porque la capacidad productiva disminuyó al no disponer, en un momento determinado, de recursos suficientes para su reparación, un problema que ha ido resolviéndose poco a poco, aumentando la capacidad de producción de las plantas; utilizando nuestro petróleo, que es un petróleo pesado, con mucho azufre, y exige entonces más atención y más reparaciones en la central que si está usando un combustible más ligero, el tradicional que usaba.
Va creciendo nuestra producción de petróleo. Se hacen grandes esfuerzos por explorar y por buscar. Si aquí hay petróleo, nosotros lo encontramos de todas maneras; pero, bueno, hay que desarrollar otras actividades y otras ramas, porque uno no puede solo confiar en la del petróleo.
Todos estos factores también influyeron en nuestra producción azucarera. Todavía el primer año del período especial fue de casi 7 millones, después descendió a niveles de 4 millones; no teníamos ni combustible para regar, ni fertilizantes, ninguno de esos insumos que son tan importantes en una agricultura para obtener una buena producción. Ni metales, ni materias primas para los centrales, ni gomas para las carretas, ni para los tractores.
Estamos todavía con los mismos tractores, aquí no se ha traído un tractor más; otros se montaron en burros, se han conservado y llevamos varios años con los mismos y sin un tractor más. Pero el número de tractores no es lo que limita, sino la cantidad de gomas, que hay que traerlas, ¿y hay que traerlas de dónde? Hay que traerlas fundamentalmente de la antigua URSS, y a veces las dificultades para comerciar y para conseguir una goma y para que la embarquen son cosa seria, no se tiene nunca la seguridad. Bueno, estamos buscando moldes para tener gomas, para fabricarlas aquí en lo posible. No duden ustedes para nada de que se hacen todos los esfuerzos para encontrarles soluciones a estos problemas.
En esencia les explicaba este punto que nos obligó a medidas como esta de la racionalización, que sé que a ustedes les ha preocupado. La cuestión de la Resolución 18 fue planteada en las comisiones y fue planteada aquí, en el plenario.
Hay cosas que han surgido nuevas. Verdaderamente hay una gran resistencia de la gente a ajustarse a la plantilla que necesitan; es un problema complejo, no es tan fácil, no se sabe cuántos esfuerzos hacen falta. Hemos procurado que haya comisiones, hemos procurado buscar las mayores garantías posibles, dentro de un trámite rápido, para la solución de ese problema.
Este problema, les vuelvo a reiterar la idea, tiene que ir asociado a la cuestión del trabajo por cuenta propia. Es necesario aumentar el número de actividades del trabajo por cuenta propia, porque si no hay empleo en las fábricas hay que buscar la posibilidad de que la gente tenga algún tipo de empleo. Todo eso con orden, y si ganan mucho que paguen los impuestos, porque es indiscutible, hay que usar el impuesto.
En este país no se tiene ni la menor idea de lo que son los impuestos, no se está acostumbrado a eso, porque en este país nada pagaba impuesto, todo se resolvía en el presupuesto con las ganancias que obtenían las empresas comerciales, las empresas de comercio exterior e interior y las empresas productivas que eran rentables. Es decir, el país tenía recursos para poder mantener el régimen de impuestos mínimo o ninguno.
Recuerdo que cuando se establecieron algunos impuestos a los campesinos, cuando empezó el movimiento cooperativo y se estableció, incluso, el derecho a la jubilación de estos, al poco tiempo eran tantos los que se habían jubilado que, con lo que contribuían a la seguridad social —que era muy poquito—, era mucho menos de lo que costaba esa seguridad social de los campesinos. Es así.
Ha habido necesidad, y hace falta todavía, de una educación relativa a los impuestos.
Algunos trabajadores por cuenta propia tienen ingresos tremendos. Se sabe de algunos cocheros con 2 000 ó 3 000 pesos de ingresos —ya tenían a varios que trabajaban para ellos, uno que le cortaba la hierba, otro que le cuidaba el caballo y el coche, como seis o siete ya—, y un ingreso de 3 000 pesos es como siete veces el salario de un profesor universitario. ¿Quién sube el salario de estos? Sería un mar de dinero.
No es posible resolver eso mediante el aumento de salario, ese es uno de los problemas claros. Si estamos luchando contra el exceso de circulante para evitar todos los males de ese exceso, crear mejores bases para salir del período especial y desarrollar el país en medio de tantos obstáculos objetivos, entonces es imposible acudir hoy al recurso del aumento del salario.
Lo que se puede hacer es ir reduciendo el valor del dólar poco a poco, o establecer algunas estimulaciones materiales o de otro tipo, pero no así, generalizado, porque nos estaríamos engañando.
Tenemos empresas extranjeras, administradores extranjeros, porque muchas veces, en nuestros hoteles y en otros lugares, le damos la administración al extranjero —con más experiencia, incluso—, mientras la gente nuestra aprenda, realmente; adquiera experiencia en estos campos y se familiarice con las técnicas modernas de administración, de dirección.
Entonces, son circunstancias nuevas. Se crean desigualdades inevitablemente y se crean privilegios, no les quepa la menor duda: algunos con grandes ingresos y otros con menos ingresos, resulta inevitable. Tiene que aumentar el número de trabajadores por cuenta propia, las posibilidades para el trabajo por cuenta propia y el desarrollo de determinadas producciones artesanales, de producciones en menor escala; eso hay que hacerlo por distintas razones.
Tenemos que analizar bien las perspectivas del desarrollo de la pequeña y la mediana empresa, el papel del Estado y su participación en todo eso; pero deben ustedes comprender que son diferentes las circunstancias en que antes podíamos desenvolver la actividad para rectificar algunas injusticias.
Ustedes discutieron también el problema de la prostitución —desgraciadamente un hecho real—, la tendencia de alguna gente a vivir de la prostitución, lo cual nos hiere, nos lastima, fenómeno generalmente asociado al turismo; y nos preocupa el aspecto moral, pero también nos preocupa el aspecto sanitario. Hemos cuidado demasiado nuestra salud pública para que nos la vengan a agredir, nos la vengan a poner en peligro por actividades de esa naturaleza que pueden dar lugar al incremento de enfermedades que aquí las tenemos reducidas al mínimo y muy controladas.
Son muy grandes los esfuerzos que hemos hecho nosotros por reducir, por ejemplo, el SIDA, lograr condiciones de alta seguridad para toda la población frente a uno de los flagelos de la salud y otros tipos de enfermedades transmisibles por la vía de las relaciones sexuales. También ese es un problema que nos preocupa y nos tiene que preocupar, no solo el aspecto moral, que es muy importante y tal vez el más importante, la imagen del país, que nos obliga a pensar y volver a pensar y luchar.
Ustedes abordaron, incluso, los casos de los que alquilan un cuarto o un apartamento, de todos esos casos hay. Ustedes mismas reconocen que luchar no es fácil, que han hecho trabajo político en todo este sentido. Habrá que buscar medidas, fórmulas que resulten más eficaces; pero tampoco es fácil encontrar esas medidas.
Ustedes hablan de estudiar medidas y habrá que estudiarlas: qué hacer, y que de todas maneras no signifique bajo ningún concepto que nos resignemos a aceptar este fenómeno que se presenta, que está asociado a distintos factores, al desarrollo de una actividad, está asociado también a las dificultades económicas, aunque no lo justifican en absoluto. No estamos dispuestos a promover ese tipo de “trabajo por cuenta propia”, o —como le llaman en algunos lugares—, “empresas de servicios sexuales” (RISAS), no sé en qué países capitalistas han hablado de las “empresas de servicios sexuales”.
Son fenómenos asociados a estos tiempos que hacen más duro y más difícil el trabajo, que nos obligan a luchar, como este caso que estoy mencionando.
Ustedes se han hecho eco aquí, realmente, de viejos y de nuevos problemas: los viejos, aquellos contra los que venimos luchando desde hace mucho rato, y los nuevos, derivados de esta circunstancia del período especial, de las medidas que tomamos, de estos elementos de capitalismo que nos vemos obligados a introducir, de estos elementos de mercado que nos vemos obligados a introducir y que establecen estas diferencias que nos duelen y con las cuales no nos queda más remedio que coexistir, porque preferible es coexistir con algunos de estos problemas que perder la patria, que perder la Revolución, que perder las conquistas que ha alcanzado nuestro país. Algo tenemos que sacrificar. Desde luego, será más meritorio para nosotros, será más meritorio para nuestro pueblo hoy, para esta generación, la lucha contra todos estos fenómenos.
La compañera, la médica que pronunció tan bellas palabras, decía que ella se sentía orgullosa de estar viviendo en esta época, y yo digo que esta es una de las épocas más difíciles de la historia de nuestro país, más duras, que requiere más espíritu, que requiere más mérito, que requiere más sacrificio. Yo no veo ninguna otra época comparable, aunque nuestro país vivió algunas como la reconcentración de Weyler. Eso es lo que quiere hacer el imperialismo con nosotros hoy: bloqueo, bloqueo y más bloqueo, impedir que nosotros saquemos la cabeza, tratar de asfixiarnos y asfixiarnos por necesidades, por hambre, por enfermedades, por todo.
Nuestro pueblo hoy está luchando en condiciones nuevas, diferentes, que no son las de 1868, que no son las de 1895; en aquella época el adversario era España. ¿Qué era el poder de España comparado con el poder actual de Estados Unidos en recursos económicos, tecnológicos, militares, políticos, de información, de todo tipo? ¿Qué era aquello? Esta es una batalla contra un gigante, claro, en un mundo donde hay solidaridad, donde hay mucha gente que tiene conciencia y toma cada vez más conciencia.
Al principio era la fiesta en muchos lugares por la desaparición del campo socialista, sobre todo de la URSS; ahora ya no hay tantas fiestas porque saben y leen lo que está ocurriendo allí. Lo que significó la desintegración de ese país es una cosa increíble, un país con enormes recursos energéticos, minerales, de todo, con créditos, sin bloqueo; ahora la producción económica está al nivel de la que había cuando se terminó la Segunda Guerra Mundial. La población disminuye, los datos de salud son terribles, las enfermedades infantiles aumentan, el promedio de vida disminuye. ¡Es increíble!, no quiero repetirlo. Leo las noticias que llegan todos los días.
Ahora el rublo está a más de 4 500 por dólar. Los estudiantes y muchos de los que estuvieron allá nos cuentan que con un rublo desayunaban, almorzaban, comían, que con 80 rublos al mes el estudiante estaba perfectamente bien, y había miles y miles de estudiantes, había seguridad, había de todo. Y ahí ocurren cosas horribles cuando el imperialismo les ha impuesto todas las medidas neoliberales, las privatizaciones y todas esas cosas aceleradamente, ninguna de las cuales estamos haciendo nosotros —estaríamos locos si las hiciéramos—, y vamos haciendo las cosas con todo el sentido común y la calma necesarios. Por eso hemos podido resistir, que ya son unos cuantos años los que hemos podido resistir en estas condiciones, y es la admiración y el asombro del mundo el hecho de lo que Cuba está haciendo; pero, digo, son tiempos más duros, de más sacrificio, de más mérito.
Las generaciones venideras tendrán que contemplar esta época como una de las más meritorias, más meritoria que cualquier etapa anterior, lo digo francamente, así lo pienso, así lo creo. Ahora somos todo un pueblo, son las necesidades de todo un pueblo, son las necesidades de millones de personas.
La Revolución en la manigua tenía que ver con las necesidades de sus fuerzas, porque nosotros mismos en las montañas teníamos que ver con las necesidades de nuestras fuerzas guerrilleras, y los mambises tenían que ver con sus tropas que estaban en los campos, pero no tenían que ver con las necesidades y los problemas de la población entera. Nosotros tenemos que ver con los problemas de la población entera, y no solo de los revolucionarios sino también de los que no lo son, porque las medicinas van para el hospital, la atención de los médicos y la educación y todo son posibilidades que reciben todos los ciudadanos de este país, y los revolucionarios tienen que ocuparse de todo eso y de luchar por todo eso, ya que no puede ser de otra forma.
Ciertamente, una de las cosas que hoy los inversionistas extranjeros admiran más de nuestro país es el nivel de preparación de nuestro pueblo; dicen que no se encuentran por ahí ningún otro caso en el Tercer Mundo ni en el Primer Mundo de la rapidez con que aprende nuestra gente, de la rapidez con que asimilan una técnica, del carácter de la gente, del espíritu, de la honradez de los que discuten con ellos, y es bastante excepcional en este mundo de hoy en que la corrupción de los dirigentes políticos está muy generalizada, o de muchos dirigentes políticos, no podemos decir que todos; ¡pero es un fenómeno! ¡Hasta qué niveles! Cosas que parecían del Tercer Mundo ahora son de Europa y de los países más desarrollados. Los que vienen a hacer negocios con nosotros, negocios que son de conveniencia para nosotros y para ellos, en estas condiciones, se admiran también mucho de la honradez de los que discuten y negocian con ellos, que no andan pidiendo comisiones, que no aceptan sobornos, que no aceptan nada. Es el resultado del esfuerzo que hemos hecho, no debemos arrepentirnos.
Muchos nos envidian por ser el país que tiene la educación que tiene, los niveles de salud que tiene. Nosotros con período especial hemos podido mantener en menos de 10 por cada 1 000 nacidos vivos la mortalidad infantil. ¡Increíble, compañeras! Eso es casi milagroso. ¿Cómo? Con todas las dificultades. Vean una conquista ahí cómo se mantiene a pie firme, gracias a nuestros trabajadores de la salud.
Lo que hemos hecho muchos lo reconocen. No reconocen lo que hemos hecho en otros campos, pero hemos hecho muchas cosas en otros campos que cuestan más trabajo de entender. Estos mismos fenómenos no los hablan. ¡Ah!, Cuba ha tenido éxito en la educación y en la salud, ¿y no ha tenido éxito en reivindicar a la mujer? ¿Y es que no ha tenido éxito en liquidar la discriminación racial? ¿No ha tenido éxito en liquidar muchos de los vicios que había en nuestra sociedad, en crear valores, en crear una moral, en crear un espíritu como el que ha creado la Revolución en nuestro pueblo, las cualidades que se han desarrollado en el seno de nuestro pueblo, el heroísmo que se ha desarrollado en el seno de las masas de nuestro pueblo? Hay muchos valores que ellos serán incapaces de comprender, pero lo que hemos hecho en infraestructura, en carreteras, en presas, en fábricas, que ahora no están dando lo que tienen que dar por estar sin combustible, materias primas y por todas las cosas que ya he explicado y que nos obligan a este colosal esfuerzo para llegar un día a tener otra vez funcionando todas las fábricas, modernizando la que haya que modernizar...
En estas condiciones es que ustedes, las compañeras de la federación, luchan hoy, y tenemos otros peligros: que a la sombra de esta circunstancia la gente empiece a apreciar menos todo esto, que a la sombra de esta circunstancia decaiga la conciencia sobre la necesidad de ser justo con la mujer y decaiga la conciencia sobre el trabajo que en todos los sentidos ha hecho la federación, tanto en lo social como en lo político; tanto en la ayuda a toda la tarea de la Revolución como en la búsqueda de la justicia para la propia mujer.
Tenemos los riesgos de subestimaciones en la gente que, en el desespero de los problemas diarios de hoy, se acuerden menos de todo eso y se baje la guardia. Creo que hay que alertar sobre eso y alertarlas a ustedes de que, a mi juicio, también esos riesgos corremos frente a las fatalidades, frente a todas estas circunstancias objetivas que reducen el papel del Partido y del Estado, cuando ya no puedan andar tomando disposiciones simplemente administrativas, como antes tomábamos, frente a muchos problemas.
Hay que seguir aplicando todas las medidas que tengan vigencia y todas las nuevas que se puedan adoptar en las nuevas circunstancias para no retroceder en el camino que hemos avanzado. Sin embargo, no retroceder en la conciencia de la población y no retroceder en la conciencia de los hombres. Este es un aspecto subjetivo derivado de todas estas circunstancias a que me he referido y que hace más difícil la batalla.
Pero les puedo decir que los revolucionarios estarán junto a ustedes, el Partido estará junto a ustedes en la medida en que el Partido no se deje influir; en la medida en que el Partido mantenga su conciencia, e incluso la eleve, sobre la necesidad de esta lucha que hemos venido librando y que tenemos que librar todavía en condiciones más difíciles en este período especial; en la medida en que el Estado esté consciente de esto, que los ministros estén conscientes de esto y que los militantes, los cuadros políticos y administrativos, los cuadros de la juventud, los cuadros de las organizaciones de masa estén conscientes de esto, de que ahora las mujeres tienen que luchar en condiciones más difíciles y necesitan más apoyo (APLAUSOS).
Pero es muy importante también la comprensión de que la mujer es una fuerza política tremenda, y hoy más que nunca la Revolución necesita del apoyo de las mujeres; en la medida en que tenemos tiempos más difíciles, más apoyo. No podemos permitir que se desalienten las mujeres, que se sientan relegadas, que se sientan que no hay ya el mismo ardor en el combate por la justicia. Hoy debe haber más. Todo nuestro pueblo y todas nuestras instituciones, Partido, Gobierno, organizaciones de masa, juventud, hoy más que nunca tienen que ser revolucionarios, porque hoy más que nunca muchas cosas amenazan al espíritu revolucionario.
Lo que pasó a nivel mundial fue una desmoralización casi total, hay quienes hablan del fin de la historia para el socialismo; todavía no se ha escrito bien esa historia. Cuánto influyeron los que se desmoralizaron, cuánto influyeron aquellos que entregaron al enemigo las banderas del socialismo. Nosotros no hemos renunciado a ninguna bandera del socialismo, a ningún ideal del socialismo, a ningún principio, deseo, espíritu de lucha, a la cultura que trajo al mundo el marxismo, el leninismo. No nos avergüenza hablar de marxismo ni nos avergüenza hablar de leninismo. Claro está que cada uno de esos principios que ellos elaboraron como grandes revolucionarios hay que adaptarlos al mundo de hoy, a las condiciones del mundo de hoy. No puede ser un acatamiento dogmático, sino que hay que interpretar, hay que ser flexible; pero las esencias, las ideas básicas, las verdades básicas, quién nos las va a decir.
Vemos lo que está ocurriendo en el mundo, es horripilante en todas partes. No voy a saturarlos a ustedes de datos o a extenderme demasiado; pero los que estamos conscientes de lo que está pasando en el mundo, mientras más lo observamos, más apreciamos el socialismo.
Mientras más vemos el destrozo que causaron en los países socialistas y en la antigua URSS, un país que había hecho grandes milagros, más apreciamos los principios del socialismo y más horribles nos parecen las cosas que el capitalismo ha traído al mundo y que el imperialismo ha traído al mundo. No, estos tiempos no son como para volverse menos revolucionario, sino más revolucionario.
Nosotros hemos demostrado, al menos, en estos tiempos tan difíciles, que hemos sido capaces de resistir; hemos demostrado más espíritu, y los revolucionarios, los verdaderos revolucionarios, hemos demostrado nuestra capacidad de ser más revolucionarios (APLAUSOS).
Claro, los revolucionarios nunca estuvieron separados de los principios martianos; nunca estuvieron separados de las ideas de los que iniciaron las primeras revoluciones y las primeras luchas por nuestra independencia. Lo hemos dicho siempre: ha sido con la combinación de las ideas martianas y del pensamiento revolucionario cubano, con los principios del socialismo, con las ideas de Marx, de Engels y de Lenin, que se ha ido formando nuestra ideología revolucionaria; pero cuando los revolucionarios tienen que luchar en estas condiciones, en que tienen que lidiar de cerca con muchos de estos fenómenos del capitalismo —con fenómenos de mercado, con desigualdades, con injusticias de estas que a todos nos irritan, el hombre en general y los cubanos en particular, por haber vivido muchos años de Revolución, tenemos esa conciencia de la justicia y de la igualdad de oportunidades para todos—, nada los irrita tanto como los privilegios. Ahora, hay que ser más revolucionario para vivir al lado de eso y seguir siendo revolucionario, seguir luchando.
Serán mucho mejor de lo que tenían que ser los revolucionarios bajo el capitalismo, porque aquí los revolucionarios están en el poder, no son los privilegiados los que están en el poder. No vamos a crear una sociedad capitalista ni se va a establecer aquí un gobierno de burgueses y de ricos, para los burgueses y los ricos. Hemos dicho que somos un gobierno de trabajadores, para los trabajadores, aunque haya capitalistas dentro. Los hubo siempre.
Ciertas formas de propiedad privada se mantuvieron en el campo. Había mucho más de 100 000 pequeños agricultores: la mitad de ellos ingresaron en las cooperativas de producción agropecuaria que funcionan, y funcionan bien, trabajan bien; la otra mitad quedaron como campesinos individuales, y son decenas de miles, alrededor de 70 000. Pero hay otros muchos, no se sabe cuántos, que tienen pedaciticos de tierra que no son de la ANAP, tierra de autoconsumo que a veces va para el mercado, para aquí y para allí, y nosotros mismos —les decía— les estamos dando algunos de esos pedazos de tierra en usufructo para que los trabajen a quienes los quieran trabajar, son tierras que están ociosas.
La propia Revolución hizo la Ley de la Reforma Urbana que, al fin y al cabo, transfirió la propiedad a los usufructuarios de las viviendas. Bueno, ha habido algunos elementos. Ahora hay más y necesariamente se introducirán más elementos de propiedad privada, de producción privada, de capitalismo, de mercado. Hay que hacerlo, porque el sentido común más elemental dicta que se haga; pero con la fuerza que tiene la Revolución, no debemos temer a eso.
Los capitalistas, en general, piensan que todo esto nos va a corromper, y, sin duda que todo esto crea tendencias a la corrupción, no hay la menor duda; pero no debemos culpar a los que nos corrompan a nosotros, sino que tendríamos que culparnos a nosotros mismos de dejarnos corromper. El que se proponga que nadie lo corrompa, nadie lo corromperá (APLAUSOS).
Un pueblo no debe dejarse corromper. No es posible que nuestro pueblo pueda olvidar los principios de la Revolución, los principios del socialismo, los nobles objetivos, toda la justicia que trajo.
No es posible que nuestro pueblo quiera volver jamás al capitalismo. Es lo más horripilante, es el infierno que nuestro pueblo conoció. Los jóvenes no tanto, porque no vivieron en aquella época; hay que hacerles la historia de todo aquello, hay que hacérselo conocer a través de la conciencia y de la explicación. Ven los problemas de hoy, no los de ayer, no conocieron aquel mundo; sin embargo, nuestros jóvenes han demostrado extraordinarias cualidades, extraordinaria capacidad de sacrificio. Cumplieron misiones de solidaridad en el mundo, como no las ha cumplido ningún otro pueblo, con una generosidad infinita.
Ahora, mucho dependerá de nosotros —como han dicho ustedes en los debates— cómo los eduquemos, cómo les inculquemos los valores esenciales, cómo les trasmitamos el mensaje revolucionario. Tenemos que ser más fuertes que todos estos elementos que tiendan a debilitarnos o a corrompernos. Eso dará una medida de nuestra inteligencia, y el cubano no solo es valiente y heroico; es, por encima de todo, inteligente, y tiene que comprender todas estas cosas: qué se hace, por qué se hace y para qué se hace.
Esta es, además, nuestra obra, la obra de más de una generación durante mucho tiempo: es la obra que empezaron los revolucionarios en 1868 y que continuamos ahora más de un siglo después, con una prueba más difícil, con un imperialismo más poderoso; pero si ha crecido el poder del imperialismo, también ha crecido la capacidad de heroísmo de nuestro pueblo, también ha crecido mucho el espíritu revolucionario.
Tienen que vérselas ahora con nosotros y se desesperan al ver que no nos pueden aplastar. Al encontrarse el corazón de acero de este pueblo se desesperan, inventan cada vez cosas más absurdas, más irracionales, más locas; pero el acero de nuestro corazón tiene que ser, y es, cada vez también más duro (APLAUSOS).
Y prevalecerá, ya se nota un cambio en el espíritu. Muchos que vienen de fuera dicen: “Vemos otra cosa.” Nosotros no hemos visto tantos cambios, algunas cosas que van cambiando, algunas cosas nuevas; pero lo que sí se percibe es más espíritu después del golpe traumatizante, como a quien le dan con un poste en la cabeza, que de repente se queda atolondrado un tiempo hasta que empieza a recuperar la conciencia, y ya nosotros estamos recuperándonos del trauma.
Todavía el mundo no se ha recuperado totalmente, pero se recuperará también del trauma y de las barbaridades. El fracaso de todos los métodos y de todo el sistema que le quieren imponer al mundo, ayudará a que el mundo salga más rápidamente de esos traumas.
No quiero hablar de ejemplos, pero hay unos cuantos ya en este hemisferio que saben lo que han significado las teorías que el imperio le quiere imponer al mundo.
No quiero mencionar nombres, pero qué diferente de lo que ocurre aquí. ¡Cómo nosotros, sin nada prácticamente, habiendo perdido lo que hemos perdido, sin combustible, sin materias primas, sin muchas cosas, no hemos cerrado una escuela, un hospital, un círculo, ni hemos dejado en la calle a un maestro! Al contrario, les decimos: Oigan, ¿por qué se van de su trabajo? ¡Vengan!
Tenemos un plan de recuperación de maestros; recuperación de enfermeras para que los servicios no disminuyan en los hospitales, para que cumplan su deber social y su deber humano.
No tiene que ser todo por cosas materiales o por dinero; hay muchas cosas que hay que hacerlas por honor, por dignidad, por sentido de humanidad.
Bien sabemos que en estos tiempos esos valores hacen mucha falta en todos los sentidos, no solo por lo que les decía de los elementos adversos que se introducen, sino porque las dificultades objetivas constituyen un caldo de cultivo para cosas incorrectas y tienen la tendencia a aumentar el delito, aunque esas cosas se producían antes del período especial, las teníamos, las conocíamos. Esa es una tendencia contra la que siempre hay que luchar y hoy más que nunca.
Son estas ideas las que quería expresarles. He meditado sobre todo lo que han planteado y discutido, y personalmente he llegado a la convicción más profunda de la enorme importancia de este congreso, asociado a la enorme importancia política de la mujer, a su papel decisivo en la economía y los servicios en estos tiempos difíciles; también al nivel de conciencia que ustedes han demostrado aquí, la capacidad, los argumentos empleados, que algunos comentaban admirados como una prueba de la gran preparación que hoy tienen las nuevas generaciones para comprender las cosas, para trabajar, para luchar.
Tenemos la más absoluta convicción de que las mujeres, de una manera sencilla y natural como quería Martí, estarán en el lugar que les corresponde en esta etapa heroica y gloriosa, la más heroica y la más gloriosa que hemos vivido en nuestra historia. Por ello, con mucha convicción, digo:
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION Y CONSIGNAS)