Haití, dolores y alivios a tres años del terremoto
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A Emiliano lo conocí en febrero de 2010. Recuerdo que bajó de aquel avión como quien quiere comerse el mundo. Llovía esa mañana en Puerto Príncipe. No hubo tiempo para los actos. Y quizás los “ceremoniosos” se quedaron con deseos de dar bienvenidas en discursos. Era hora de alistarse e ir a sanar.
Esa mañana llegaba el primer grupo de muchachos de la Escuela Latinoamericana de Medicina, que desde muchas partes de América se juntaron para aliviar a Haití. A Emiliano Mariscal, el argentino con aires de líder, lo esperaban en Croix des Bouquet, uno de los mayores hospitales de campaña montado por los cubanos, en donde amanecían diariamente cientos de haitianos haciendo filas frente a las consultas.
Desde entonces, lo vi todos los días, con esa sonrisa de esperanzas que lo acompañó siempre, aun en medio de la peor tragedia. No había espacio para el descanso. Y hasta el tiempo de alguna entrevista siempre fue esquivo. Solo un día, cuando estaba a punto de regresar temporalmente por una aflicción familiar, se sentó a conversar sus experiencias.
Entonces supe de su devoción por el Che: “Ojalá yo pudiera alcanzar algún día su sentido de la consecuencia. Eso de decir siempre lo que pensó, y hacer siempre lo que dijo”. Conocí además que Haití había cambiado su vida: “Recuerdo un profesor que decía siempre en clases que había que echarle dos vistazos a la vida y uno a los libros. Eso lo he comprendido aquí. Haití me cambió de tal manera que decidí cambiar de especialidad. Había empezado a estudiar Medicina Interna, pero luego de lo vivido en este país, me decidí por la Higiene y Epidemiología. El Che decía que había que curar pueblos por encima de curar personas, y por ahí voy”.
Pero por esos vericuetos inimaginables que tiene la vida, hace unos días volví a dar con Emiliano. Su página de Facebook “apareció” en la pantalla de mi computadora y no pude apartarme de querer saber siempre sobre Haití. Los meses que como corresponsal me unieron a su tragedia, también habían marcado para siempre mis días. Por eso, le pedí un tiempo para Cubahora, y aquí están sus respuestas, llenas de una madurez que solo se consolida ante sucesos extremos como los vividos en Haití, a donde solo se va si pretendes sentir el dolor de otros como si fuera el tuyo propio.
-¿Qué crees de la ayuda internacional a Haití?
-Considero que, de cierta manera, la presencia de más de 10 000 ONG en Haití demuestra un poco el sinsentido de algunas ayudas, máxime cuando muchas de ellas se niegan incluso a trabajar de manera articulada con el gobierno. Pienso que más allá de buenas intenciones se ha convertido en un gran negocio y en una gran injusticia, pues parte sustancial de lo que ingresa al país por concepto de ayuda es utilizado para garantizar altos estándares de vida a quienes pretenden ayudar.
“En cambio, he tenido la posibilidad de ser parte de otra forma de ayuda como miembro de la Brigada Médica Cubana, cuya presencia ininterrumpida desde 1998 se ha convertido, sin lugar a duda, en un halo de esperanzas para el pueblo humilde de Haití. Se trata de una concepción diferente, cuyo eje esencial es el humanismo, que coloca al ser humano en el centro del asunto”.
-¿Me describes cómo fue el trabajo para luchar contra el cólera?
-Se crearon 50 grupos de pesquisa activa con el objetivo de salvar a las personas deshidratadas graves -que de lo contrario deberían afrontar horas de largas caminatas- y, al mismo tiempo, atender a los enfermos en los primeros estadios de la enfermedad, brindarles tratamiento antibiótico e hidratación.
“Además, cada brigada desplegada en cualquiera de los remotos parajes del país tenía la misión de cortar la transmisión de la enfermedad, para ello se trataba con antibiótico a todos aquellos que tenían contacto directo con las personas enfermas diagnosticadas, se distribuían tabletas de cloro para ser utilizadas en los recipientes de almacenamiento de agua y se brindaban los elementos fundamentales de educación para la salud.
“Las brigadas daban por terminada su labor cuando ya no ocurrían casos en la comunidad, y repletos del cariño de la gente, entregaban los últimos materiales gráficos para la prevención. Aquellas mochilas que habían cargado repletas de insumos médicos contenían luego rostros de agradecimiento, admiración, de sonrisas, miradas que daban las gracias, otras que rogaban que regresáramos”.
-¿Algún momento especial?
-Se había dado el alerta sobre un brote en un lugar llamado Fon Tortue, ubicado en el departamento Nippes. Hasta allí llegamos luego de casi 2 horas de camino en vehículo. No fue hasta la madrugada que comenzaron a aparecer pacientes deshidratados de los sitios más alejados, quienes al conocer sobre la presencia de “los cubanos” fueron rápidamente.
“Al amanecer salimos a buscar un sitio adecuado para la atención. El ideal se encontraba al otro lado de un río que cortaba en dos el poblado. Nos quedamos conversando sobre la dificultad que podrían encontrar los enfermos para atravesar aquel río. De repente nos llaman, pues querían mostrarnos el improvisado puente de piedras que en fracción de minutos habían construido.
“Volvimos luego en dos oportunidades, no han de borrarse jamás de mi memoria los rostros de alegría de aquellas personas. Recuerdo que una de las veces estábamos reunidos con a la gente, conversando, recordando las durezas del trabajo. Entre las voces se escuchó a un joven que hablaba español, quien sin planearlo provocó que todas las voces se apagaran. Dijo aquel muchacho: ‘Si le pedimos a Dios un médico, le pedimos que sea cubano’”.
-¿Qué papel han jugado los graduados de la ELAM en el bienestar de América Latina? ¿Qué futuro les ves?
-Desde la primera graduación, en 2005, más de 12 000 graduados han arribado a Latinoamérica y al mundo. Hemos logrado diferentes experiencias que materializan la idea por la cual fue concebida la escuela desde el genio del Comandante en Jefe. Por ejemplo, la construcción del Primer Hospital Garífuna en Honduras, comunidad que por primera vez cuenta con servicios de salud. Médicos venezolanos salidos de la ELAM se incorporaron al Batallón 51 y en el transcurso de estos años han sido puntal de las importantes transformaciones que han ido lográndose en Venezuela, que abarcan desde la atención médica en lugares como la Amazonía hasta ocupar responsabilidades de primer nivel en el propio Ministerio de Salud. También está la experiencia en Haití, donde más de 300 egresados de la ELAM tuvimos el honor de formar parte del inmenso caudal de solidaridad e internacionalismo ofrendado por Cuba.
“Nos ilusionan las proyecciones sobre cooperación internacional que asumen mecanismos de integración como UNASUR, basados en la concepción de la Salud como Derecho Humano fundamental. De tal modo, estamos en el proceso de conformación de una organización internacional de egresados. En lo personal, ejerceré la presidencia de dicha asociación por un periodo de 4 años, en los cuales pretendemos dar los primeros pasos en la conformación de la estructura internacional amparada en las asociaciones nacionales que se han formado y en las que irán creando progresivamente”.
-Hace unos días amanecimos con la triste noticia de la muerte del profesor Juan Carrizo, rector de la ELAM. ¿Cuánto influyó en ti compartir tus días en Haití con un hombre como él?
-El Doctor Carrizo era excepcional. Vivió en condiciones de campaña durante varios meses cuando el sismo, trabajaba a la par nuestra y más, cargando a cuestas sus problemas de salud y siempre preocupado por “sus muchachos”, recorriendo en pocos días todo el territorio para visitar a los más de 150 egresados que en momentos de la epidemia del cólera laboraban en el país. Tengo un compromiso eterno para con ese hombre que nos regaló su vida.
-Este enero se cumplen tres años del sismo que convirtió a Haití en infierno de este mundo. ¿Qué reflexiones te provocan Haití y sus desgracias?
-En primer lugar, comprender la realidad de Haití desde el conocimiento de su historia, primer estado del continente en lograr la independencia, libertando a sus esclavos, ejemplo peligroso para los países dominantes que desde entonces se han empeñado en mantenerlo sojuzgado, mediante mecanismos económicos, políticos, invasiones directas de tropas norteamericanas, dictadores títeres de una crueldad inenarrable, inestabilidad permanente, golpes de estado gestados desde el exterior. Y en todo momento una resistencia heroica que, por supuesto, se han encargado de invisibilizar en el plano internacional y de la opinión pública.
“Invariablemente se le falta el respeto a este pueblo. Ejemplo es la Comisión Permanente para la Reconstrucción de Haití, mecanismo supranacional encargado de determinar el destino final de las donaciones recibidas desde el tiempo del terremoto, y que coordina Bill Clinton ¿Por qué un estado soberano no puede disponer de los fondos? ¿Por qué un estado soberano no puede disponer de su propia fuerza armada?, en la base de la cuestión hay un profundo racismo y desprecio para con ese pueblo, al que en definitiva temen, por su fuerza implacable, por los valores humanos que ha mantenido a pesar de las más adversas circunstancias”.
El terremoto en Haití ocurrió el 12 de enero de 2010 y tuvo su epicentro a 15 km de Puerto Príncipe. En el sismo fallecieron 316 000 personas, mientras 350 000 más quedaron heridas.