DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN LA CLAUSURA DEL XI SEMINARIO NACIONAL DE EDUCACION MEDIA, EN EL TEATRO "CARLOS MARX", EL 5 DE FEBRERO DE 1987
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Compañeras y compañeros:
Como he dicho otras veces —y no sé cuántas veces más tendré que repetirlo—, no me gusta hacer conclusiones o pronunciar palabras finales en los eventos en los cuales no he participado cabalmente, en los que no haya tenido oportunidad, realmente, de conocer en toda su riqueza de matices y detalles las cuestiones que han sido objeto de debate. Pero el compañero Fernández me insistió en que asistiera a esta parte final del evento; consideraba él importante, tal vez exageraba, que yo pronunciara unas palabras finales, tomando en cuenta la complejidad de todo el problema relacionado con la educación.
He leído los periódicos para tratar de informarme, he conversado con él, he visto algunos materiales; en fin, creo contar con el mínimo técnico necesario para pronunciar algunas palabras en relación con estos temas que ustedes han discutido.
Pero, en esencia, yo meditaba que estas discusiones que tienen lugar no se habrían producido jamás si no se hubiera llevado a cabo una revolución en nuestro país. Estos problemas no se están discutiendo hoy en ningún otro país de América Latina, en ningún otro país del Tercer Mundo, y pienso, incluso, que estos problemas se están discutiendo en muy pocos países del mundo desarrollado. El mero hecho de discutir sobre todos estos problemas es una gran cosa. Y el hecho de que nosotros, que estamos mucho mejor en educación que nuestros hermanos latinoamericanos y nuestros hermanos del Tercer Mundo, discutamos estas cuestiones, es una cosa muy buena, porque demuestra algo que es fundamental: no estamos satisfechos con nuestro trabajo.
Seguramente dentro de 10 ó 15 años se vuelvan a reunir los maestros, los ministros y todo el mundo a discutir de nuevo estas cuestiones, porque no se sientan satisfechos de su trabajo. Sería muy malo que nos sintiéramos alguna vez satisfechos de nuestro trabajo, porque eso, efectivamente, era lo que nos estaba ocurriendo, a pesar de que no todo marchaba perfectamente bien.
Estos temas que se discuten tienen que ver con una idea básica que corresponde a este momento, que corresponde a nuestra época, que corresponde a una revolución que avanza, y es la cuestión de la calidad de la educación, a la que era necesario prestar atención con el Congreso y sin el Congreso, con la crítica y sin la crítica. Para nuestro país, a estas alturas, la cuestión de la calidad adquiere una importancia fundamental. Claro está que al plantearse en el Congreso un determinado número de críticas sobre muchos aspectos, y entre ellas algunas sobre la educación, esto generó un movimiento, generó una amplísima discusión en la base, generó análisis profundos, y generó el propósito, realmente, de dar una respuesta positiva, constructiva a las críticas, para superar las dificultades y para elevar la calidad de nuestra educación. Solo que cuando se tomaron determinadas medidas, se utilizó un rigor mayor, entonces se presentaron una serie de problemas. Se hizo evidente que los problemas, incluso, eran mayores de lo que podía suponerse. Se hizo evidente la existencia de una serie de contradicciones. Se hizo evidente, todavía más, la existencia de errores y de tendencias negativas. Mas no deben considerarse los profesores y maestros como el único sector del país donde había errores y tendencias negativas, sino que había errores y tendencias negativas en todas partes, como ustedes han podido apreciar a lo largo de este proceso de discusiones que tiene lugar desde el Congreso, y, en muchos casos, errores y tendencias negativas más graves que las que podían existir en la rama de la educación.
Pero, claro, a cada una de las ramas, a cada uno de los sectores le tiene que interesar cuáles son sus problemas y cómo tiene que superarlos. Realmente esos problemas, errores y tendencias negativas permeaban, puede decirse, la mayor parte de los aspectos de nuestro proceso revolucionario, y creo que uno de ellos es que nos estábamos durmiendo sobre los laureles. No voy a hablar de esto, porque a lo largo del año pasado he hablado extensamente sobre todos estos problemas.
Aquí se hizo patente la contradicción entre el promocionismo y la calidad de la enseñanza; se hizo patente que al haber prevalecido el criterio de la promoción —y yo, realmente, muchas veces advertí contra eso, ¡muchas veces!; debe haber no menos de 8 ó 10 discursos en que pronuncié una frase: promoción con calidad (APLAUSOS)—, se hacía mucho énfasis en la promoción y no se hacía suficiente énfasis en la calidad, casi solo por la promoción se evaluaba todo. Y se dieron también aquellos problemas en que, por buscar promoción, se hacían determinadas cosas no constructivas, se daban determinadas facilidades, se hacían repasos, lo cual está bien, que se hagan repasos, pero eran muchas veces repasos que prácticamente indicaban al alumno cuáles iban a ser las preguntas del examen; se ayudaba al alumno en el examen y estábamos resolviendo el problema de la promoción no por la vía de la calidad, sino por la vía del facilismo y, en ocasiones, incluso, por la vía del fraude.
Pero la cuestión de la calidad no solo se correspondía con una necesidad de rectificar errores o una tendencia negativa, y esta era una de ellas, sino que se relacionaba también con la necesidad de la Revolución de elevar la calidad; se relacionaba con este período de nuestro proceso revolucionario, que ha dejado atrás la cuestión de la cantidad, en que ya los índices cuantitativos no decían nada.
Durante mucho tiempo los índices de cantidad nos dijeron que había tanto porcentaje de analfabetismo, y que ya no había tal porcentaje de analfabetismo; que había tantos muchachos sin escuelas, y que ya no hay muchachos sin escuelas, porque hay escuelas; que había tantos muchachos con retraso escolar y ya no había tantos muchachos con retraso escolar; que si había una estructura de matricula no satisfactoria, en que casi todos los alumnos eran alumnos de primaria, y ahora ya no, el número de estudiantes de enseñanza media y enseñanza superior era igual o superior al número de estudiantes de la enseñanza primaria; que si el número de profesores titulados era el 30% en primaria, y el de no titulados era el de 70%; que llegaba una enorme masa de alumnos a la secundaria y no había profesores, y hubo que echar mano de los estudiantes del Destacamento Pedagógico, etcétera, etcétera, situación muy distinta a la de hoy; el problema de los alumnos universitarios, el problema de las retenciones; en fin, todas aquellas cuestiones tenían que ver con los factores cuantitativos de nuestra educación.
Ya habíamos llegado al ciento por ciento de los maestros de primaria titulados; no llegábamos a un porcentaje alto en los de nivel medio porque cambiaron la regla del juego, y entonces ya eran otros títulos y otros grados, y nos situó en la situación de que tenemos el 35% titulados en secundaria básica.
Ya se podía hablar de 97% ó 98% de alumnos entre 6 y 12 años escolarizados, ¡nivel altísimo!, y nosotros sabemos que nuestras escuelas están en todas partes. Por eso yo no entiendo, ni entenderé los datos que dan por ahí, las estadísticas internacionales, en que dicen: América del Norte, ciento por ciento escolarizados. Eso nosotros no lo creemos, porque sabemos los problemas que inciden en la no escolarización, los problemas que impiden que se alcance el ciento por ciento; entre ellos problemas sociales de todo tipo, que existen en un grado mucho más alto en Estados Unidos que en Cuba. Porque nosotros sabemos lo que pasa con los inmigrantes, muchos de los cuales están clandestinos en Estados Unidos, lo que pasa en los barrios hispánicos, lo que pasa en los barrios negros, lo que pasa en las grandes ciudades, la pobreza, la mendicidad, montones de problemas sociales; pero se dan el lujo de decir en los informes a la UNESCO: ciento por ciento escolarizados. Nosotros no llegamos a tanto, pero creo que el esfuerzo que hemos hecho por escolarizar a todos los niños no lo ha hecho nadie en el mundo, y debemos tener uno de los índices más altos.
Pero bien, se refieren a la cosa cuantitativa: que si el índice entre 12 y 16 años que están escolarizados es casi el 90%, bueno, son también índices cuantitativos; que si la retención escolar es mayor del 90%, son índices cuantitativos. Ya esos índices no nos dicen mucho más acerca del esfuerzo que tenemos que hacer hoy en la educación.
Entonces, es muy claro que en lo que nos queda por delante en este siglo, en el próximo siglo y siempre, todo tendrá que ver con la calidad de la educación, y creo que esta idea es realmente el centro de nuestras preocupaciones y nuestros problemas actuales.
Yo no diría que otros países de América Latina o del Tercer Mundo estén por delante de nosotros en la calidad de la educación. Creo, sinceramente, que estamos muy por delante de los demás, incluso en eso que estamos discutiendo y con lo cual no estamos satisfechos, que es la calidad de la educación. No podríamos estar satisfechos en eso porque, realmente, podemos hacer mucho más, y, en realidad, necesitamos mucho más: lo necesita el país, lo necesita la Revolución, lo necesita el socialismo, lo necesitan nuestras aspiraciones de alcanzar un día una sociedad superior, incluso, una sociedad comunista. Y esto se ha convertido en el centro de nuestras discusiones.
Ya aquí entran una serie de factores, muchos se han discutido, unos más y otros menos. Se ha discutido, y con razón, la calidad del trabajo de nuestros profesores y maestros; y aunque sabemos que tenemos muchos buenos profesores y muchos buenos maestros, no es bueno el trabajo de todos los profesores y maestros, y tenemos que elevar la calidad de su trabajo.
Sabemos que aunque hay buenas y excelentes clases, hay muchas clases cuya calidad deja bastante que desear, y estos factores tienen que ver con la calidad de la educación; les estamos pidiendo a los profesores y maestros un esfuerzo superior en esto, les estamos pidiendo más calidad; y nos estamos pidiendo y exigiendo todos, las medidas y las condiciones requeridas para lograr esta calidad en el esfuerzo de los profesores y maestros. Pero no debemos pedirles solo el esfuerzo a los profesores y maestros, debemos pedirles también el esfuerzo a los padres, debemos pedirles el esfuerzo a las familias.
Creo que si bien es cierto que la calidad es una cuestión fundamental de la escuela, no se puede subestimar, ni mucho menos, ni se puede liberar de responsabilidades a la familia, al trabajo de la familia con relación al proceso docente-educativo, que tiene que ver mucho también con la calidad de la educación.
Hay que exigirles a los alumnos también un mayor esfuerzo. Nos estaríamos engañando si creyéramos que nuestros alumnos están haciendo el mayor esfuerzo: ¡nuestros alumnos no están haciendo el mayor esfuerzo! En una encuesta que se hizo recientemente por el Partido en la provincia Ciudad de La Habana, y se conversó con todos los factores —se conversó con la familia, se conversó con los alumnos, se conversó con los profesores—, ellos señalaron cuestiones que tienen que ver con los problemas de la calidad de la educación.
Aquí mismo, por ejemplo, tengo algunos datos: el grado de importancia de los problemas que más han incidido en el proceso educativo, se les preguntó a todos. Casi el 80% habló de promocionismo, otros hablaron de indisciplina, otros hablaron de la poca calidad de las clases, otros hablaron del exceso de contenido por asignatura, otros hablaron de la falta de exigencia de factores, otros hablaron de facilismo, otros hablaron de traslado de profesores, etcétera.
Entre los factores que incidían con mayor fuerza en los centros visitados, según el criterio de los encuestados, en primer lugar apareció la falta de estudio de los alumnos. Yo no tengo temor a mencionar esto, y espero que no se vaya a tomar como pretexto para culpar a los alumnos de los problemas de la educación. El 97,8% de los profesores habló de esto, casi el ciento por ciento habló de esto. Pero el 93,1% de los alumnos habló también de esto y señaló esto; ¡el 93,1% de los alumnos habló de la falta de estudio de los alumnos!, ellos lo dijeron. Y el 87,2% de los familiares reconocieron la falta de estudio de los alumnos.
Otro punto que se mencionó como factor que trae dificultades, ausencia de los alumnos. Los profesores, el 90,3%; los alumnos, el 89,8%; los padres, el 89,5% lo señalaron como problema, ¡el ochenta y nueve coma cinco por ciento!
Indisciplina de alumnos en clase. Lo señalaron el 85,7% de los profesores, el 91,1% de los alumnos y el 84,2% de los familiares.
Exceso de contenido por asignatura. El 83,6% de los profesores, el 68,2% de los alumnos —fueron los que menos se quejaron— y el 73% de los padres.
Ausencia de profesores. El 76% de los profesores plantearon ese punto, el 76,6% de los alumnos y el 79,5% de los padres.
Poca calidad de las clases. El 63,4% de los profesores, el 75,3% de los alumnos y el 66,7% de los padres.
Mal aprovechamiento de la jornada laboral, traslado de profesores, falta de exigencia, etcétera.
En traslado de profesores, por ejemplo: el 52,4% de los profesores, el 73,6% de los alumnos y el 67,6% de los padres de familia.
En casi todo esto se ve que los más honrados son los alumnos; me perdonan los profesores. Bastante bien ponderado el juicio de los profesores, y más alejado tal vez de las realidades el de los padres.
Aquí hay una circunstancia curiosa: "Sobre el grado de responsabilidad que les corresponde a los que intervienen en el proceso docente-educativo." Los que más mencionaron el grado de responsabilidad de la familia fueron los profesores, el 86% señalaron a la familia como parte que tenía alto grado de responsabilidad en el proceso docente-educativo, la familia fue el factor que más mencionaron; de los alumnos la mencionaron el 81,5% y de los padres el 79,3%, al menos admitieron, en un número bastante alto, que la familia tiene responsabilidad.
Ahora, señalaron a los alumnos como factor importante de responsabilidad el 76,9% de los profesores, el 71,9% de los alumnos y el 76% de los padres.
En cuanto a la responsabilidad que corresponde a los profesores. Solo el 66,3% de los profesores señaló esta responsabilidad, el 65,8% de los alumnos y el 86,1% de los familiares. Es decir, la familia quiere atribuir más responsabilidad al profesor que a sí misma; y, a la inversa los profesores quieren atribuir más responsabilidad a la familia que a sí mismos.
Sobre los estados anímicos con relación al proceso de rectificación en el sistema educacional. El número mayor de pesimistas está entre los profesores, de los que creen que los problemas son muy difíciles de arreglar, y tienen un estado de ánimo más bien pesimista. Pero, bueno, una mayoría, digamos que un 66% está en estado favorable de ánimo; optimista, 43,8%; seguro, 18,1%; alegre, 2,7%; satisfecho, 0,6%, y tranquilo 0,8%. Ahora, estado de ánimo desfavorable entre los profesores, 27, 3%; preocupado, 11,9%; disgustado, 8,6%; inseguro, 4%; pesimista, 2,4%; frustrado, 0,4 %.
Entre los alumnos, optimista, 32,4%; seguro, 26,6%; alegre, 16,2%; satisfecho, 3,9%; tranquilo, 2,5%. En total, en un estado de ánimo favorable, el 81,6% de los alumnos, y en estado de ánimo no favorable el 10,2%; y la familia, 74,2% en estado de ánimo favorable y 14,8% desfavorable.
Ahora bien, principales criterios o recomendaciones expresados por los encuestados en relación con la problemática educacional; aquí hay un punto interesante: que la familia juegue un papel más importante en la relación hogar-escuela fue el criterio del 80,4% de los profesores, del 13,5% de los alumnos y solo del 5,5% de los padres, estos casi ni hablan del problema. Así, el 80,4% del total de los profesores entrevistados hace referencia al importante papel de la familia y de una buena relación hogar-escuela, y solo el 5,5% de los padres entrevistados hace referencia a este tema en el mismo sentido.
Sobre la eliminación del facilismo y el promocionismo. El 67% de los profesores señalan la eliminación del facilismo y el promocionismo, como una de las medidas de mayor certeza. Y, cosa curiosa, solo el 6,1% de los padres menciona esto. Por eso digo que los padres son los que están por lo general más despistados, realmente. Es como se expresa en los datos estadísticos de las encuestas.
No hay duda de que el trabajo de los maestros es un factor principalísimo y fundamental, eso no se puede cuestionar en absoluto; pero tampoco hay duda de que el trabajo de los padres es una cuestión de gran importancia, una cuestión también fundamental.
Debemos pedirles a los profesores y maestros su máximo esfuerzo, independientemente de lo que hagan o no hagan los padres, pues tienen una responsabilidad muy grande. Ahora, nuestra sociedad debe pedirles también a los padres el máximo esfuerzo.
Esta no ha sido una reunión de padres de familia, se pudiera organizar una para ver qué opinan de estos problemas; no digo que la organicen mañana mismo, que hay muchas reuniones.
Nuestra sociedad sí puede educar a los padres, ayudar a educar a los padres, nuestras organizaciones de masas, nuestros medios masivos de divulgación; nuestra prensa puede escribir y hablar más, ayudar y contribuir a exhortar a los padres al cumplimiento de sus deberes en este terreno. Hay que hacer también una tarea educativa con los padres, porque preocupan estos fenómenos, que los profesores tiendan a achacar a los padres la mayor responsabilidad, que los padres traten de achacársela a los profesores; y que en un porcentaje relativamente bajo los padres tengan conciencia plena de todo lo que pueden hacer por ayudar a una mejor educación de sus hijos.
Creo que es trabajo del Partido, es trabajo de las organizaciones de masa, es trabajo de toda la sociedad el esfuerzo y el empeño por alcanzar una superior calidad en la educación, como lo exige la Revolución.
Sabemos los problemas sociales que existen, sabemos los tremendos inconvenientes de las familias desunidas, entre ellos, los inconvenientes del divorcio. Habría que profundizar también en cuánto están influyendo estos factores en los problemas de los muchachos. Porque no es ya solo la educación, sino que, incluso, en la conducta social de los ciudadanos, de los adolescentes y de los jóvenes, influyen mucho estos factores: cuando no tiene la atención de los padres o en ocasiones tiene la atención solo de la madre, o solo del padre, y a veces, desgraciadamente, no tiene la atención ni de la madre ni del padre, de donde resultan, entonces, índices relativamente altos de delincuencia en el caso de esos muchachos.
También sabemos que influyen otros factores sociales que están presentes en nuestro país todavía, secuela del subdesarrollo, de la pobreza del pasado; sabemos las condiciones materiales de vida que tienen todavía muchos niños, el medio ambiente en que se educan, lo que ven y lo que aprenden en la calle.
Alguien me contaba que uno de los maestros que asistió al seminario decía que a veces tenía la impresión de que todo el trabajo que hacía en la escuela con determinados alumnos se lo desbarataban en la casa, y puede ser verdad que se tenga esa impresión; sin embargo, eso no debe desanimarnos, eso no debe conducirnos al derrotismo. Será más difícil que nosotros logremos una conducta adecuada y un sentido de responsabilidad en todos los padres, será más difícil cambiar muchas de las condiciones objetivas que todavía subsisten en nuestra sociedad, que hacer un mayor esfuerzo de nuestra parte, por los organismos educacionales, por los profesores, para tratar de suplir, con un esfuerzo mayor, las lagunas y los problemas que nos dejan estas situaciones de tipo social que influyen en la vida de las personas. Nuestra conciencia de la responsabilidad que tiene el medio y que tiene la familia no debe llevarnos a debilitar nuestro esfuerzo, a debilitar nuestro trabajo, a debilitar nuestro aporte en la solución de estos problemas; porque yo creo, realmente, que la escuela puede hacer mucho y creo, realmente, que los profesores y maestros pueden hacer mucho; comprendo que no todo lo pueden hacer ellos, pero pueden hacer mucho.
La Revolución no podría ponerse a esperar que todos los padres se enderecen, que todas las desavenencias familiares y conyugales desaparezcan, porque sería un sueño; o que todos los problemas de tipo social y material desaparezcan repentinamente de un día para otro, porque sería también un sueño. Pero la Revolución si tiene derecho a pedirle a esta generación —a esta generación de profesores y maestros formados en la Revolución, educados por la Revolución, con más eficiencia o menos eficiencia, pero que han crecido con la Revolución—, tiene derecho a pedirle, y le pide, un máximo esfuerzo (APLAUSOS).
Y en este problema, compañeras y compañeros, no podemos detenernos a investigar experiencias internacionales. Realmente, cuando nuestro país enfrentó los problemas de la educación, del analfabetismo, utilizó su propia experiencia: fue creadora la Revolución acerca de los métodos para liquidar el analfabetismo; fue creadora en los métodos de movilizar a los maestros, para las montañas y para todas partes, en la organización del Destacamento Pedagógico cuando la gran explosión de ese nivel de enseñanza; fue creadora la Revolución en las escuelas en el campo; fue creadora la Revolución en la combinación del estudio y el trabajo.
Yo me pregunto si otros países tienen en un grado tan alto este sistema; si otros países han hecho en un grado tan alto un esfuerzo como en todos los terrenos de la educación ha hecho la Revolución.
En la educación ha sido muy creadora la Revolución, porque en este campo es muy difícil copiar, cada país adapta los métodos a sus propias condiciones históricas, a sus propios problemas.
Y voy a decir algo más: muchos países no se buscan en la cuestión de la promoción ningún problema, absolutamente ningún problema. Nosotros aquí nos pasamos días enteros y hasta meses, discutiendo la cuestión de la evaluación, el rigor de la evaluación; discutiendo la cuestión, absolutamente necesaria y justa, de adecuar la evaluación a la cantidad y la calidad de la enseñanza. Y en eso estamos, tratando de encontrar la fórmula justa para tratar de conciliar la evaluación adecuada, la calidad adecuada, la promoción adecuada con la enseñanza masiva. Porque no se trata de una enseñanza de élite, sino de la educación de todos, absolutamente de todos los niños de nuestro país, no de un grupo, una minoría; ¡sino la educación a todos!, incluso de aquellos a los cuales algún factor de salud, algún factor con el cual vino al mundo los hace requerir la necesidad de escuelas especiales y de enseñanza especial.
Porque la Revolución no olvida absolutamente a nadie; no olvida a uno solo en absoluto, sea ciego, sea sordomudo, tenga los problemas de cualquier tipo que tenga, lo mismo de carácter físico que mental; no olvida absolutamente a uno solo, por eso en nuestras escuelas especiales están matriculados 45 000 alumnos, en un país donde al triunfo de la Revolución no había una sola escuela especial, ni un solo alumno inscripto en escuelas que no existían. No se pueden comparar los datos estadísticos, porque es 0 contra 45 000.
Nuestra educación tiene un carácter universal: se ha creado, se ha constituido y se ha desarrollado en beneficio de todos los niños del país; tenemos que a todos atenderlos, tenemos que a todos educarlos, tenemos que enseñarles a todos lo que se les pueda enseñar, ¡a todos y a cada uno de ellos! Ese es el principio, y dentro de ese objetivo conciliar masividad con calidad, conciliar masividad con promoción, ¡hay que conciliarla!
No creo que de ninguna manera esta contradicción sea insoluble; estoy convencido de que podemos encontrar solución a esta contradicción en favor de la calidad, que ello es posible. De eso se trata, ese es el problema esencial a resolver, y por eso discutimos, pensamos, meditamos en encontrar las fórmulas mejores de hacerlo.
¿Nos faltan recursos? Todos sabemos que no nos faltan recursos; podremos tener dificultades, como la que se mencionaba de que no llegan los materiales que hacen falta allí, a cada una de las escuelas politécnicas o tecnológicas; o que se retrasa un libro, o que falta agua en determinadas escuelas, o que la instalación no es buena, o que hay demasiados alumnos en algunas de ellas. Pero no le faltan recursos al país; este es el país, de los países del Tercer Mundo, que dispone de más recursos para la educación, ningún otro dispone de tantos como nosotros, o si no analícense las estadísticas: estamos ya a nivel de 175 pesos por habitante en la educación, casi 1 800 millones de pesos en el presupuesto. Casi tres veces lo que invierte el país en otros servicios; por ejemplo, en salud pública, con toda la importancia y el peso que tiene la salud pública.
¡Mil ochocientos millones! ¡Nunca ha escatimado la Revolución recursos para la educación! Nunca se escatimó el presupuesto para un profesor, un nuevo profesor, otro profesor, y hasta incluso para un excedente de maestros que pretendemos utilizar para un recurso, para la superación continua de nuestros maestros y profesores. Estamos en una situación tal ya que tenemos un excedente de maestros; y los estamos utilizando, precisamente, para mandar a estudiar a muchos maestros de enseñanza primaria, para formar profesores de física, química, matemática y algunas de esas especialidades docentes anémicas. ¡Hasta eso!, más de 10 000 maestros primarios de reserva. No lo tiene ningún otro sector del país.
La nación cuenta hoy día con 265 000 profesores y maestros. Me atrevería a decir aquí que no hay ningún otro país en el mundo con un porcentaje más alto de profesores y maestros por habitante, ¡ningún otro país del mundo! Y puedo decir algo más: contamos con más de 160 000 alumnos en los centros docentes, entre las escuelas de maestros primarios, el Instituto Pedagógico Superior y todos los distintos centros de educación del país, más de 160 000, muchos de ellos trabajadores docentes. No hay país en el mundo con un mayor número de profesores y maestros estudiando sistemáticamente, ¡no hay país en el mundo!, ¡no lo hay!
Otras cosas más podrían decirse: estamos tratando de llevar al nivel superior a los maestros de la enseñanza primaria; son decenas de miles de maestros de enseñanza primaria estudiando la Licenciatura en Enseñanza Primaria. No creo que haya ningún otro país del mundo en este momento con las perspectivas con que cuenta Cuba hoy día, de llevar prácticamente a la totalidad de los que impartan la enseñanza primaria a la condición de graduados universitarios, licenciados en Enseñanza Primaria, con un total de 18 años de estudio, ¡dieciocho años!: los nueve con que entran, los cuatro después, trece, y los cinco de la carrera, 18 años, por lo menos, de estudio sistemático para ir a enseñar a primero, segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto grados. ¡No hay ningún país en el mundo que esté haciendo eso!
Entonces, me pregunto: ¿tenemos o no tenemos derecho a esperar, tenemos o no tenemos derecho a exigir una calidad superior, un salto de calidad?; ¿tenemos o no tenemos derecho a ser optimistas con relación a las posibilidades de tener una calidad realmente superior, y superior a la de cualquier otro país en la educación? ¿Qué otro país del Tercer Mundo, qué otro país del mundo desarrollado, incluso, tiene estas condiciones, la edad, la juventud de nuestros profesores y maestros? ¿De quién depende? De nosotros, solo de nosotros, si tenemos todos los recursos, todos los cuadros, toda la gente, el mayor índice per cápita de profesores y maestros, un número tan alto estudiando y gente con talento; y no lo digo yo aquí, lo dicen los visitantes. Porque aquí nos estamos comparando con nosotros mismos, lo bueno que podemos hacer con las cosas que no hacemos de manera optima; pero los que vienen del extranjero se maravillan realmente de las cosas que tiene nuestro país en materia de educación, y realmente es que solo con nosotros mismos debemos medirnos, porque no tenemos a nadie más con quien medirnos. Luego, tenemos que medirnos con nosotros mismos, qué estamos haciendo y qué podemos hacer.
Decía anteriormente que hay países que no se buscan el menor problema con la promoción, porque he preguntado cómo abordan en otros países estos problemas a los cuales estamos enfrentados nosotros de las promociones, de las evaluaciones. Y hay muchos países, muy desarrollados, en que promueven al ciento por ciento, transitan los alumnos por todos los grados, desde el primer grado hasta el último, cualquiera que sea su rendimiento escolar. Bueno, me parece una fórmula fácil. Imagínense que nosotros adoptáramos esta fórmula, diríamos: señores, duerman tranquilos, que no surja ninguna otra preocupación, que todos los alumnos, el ciento por ciento, van a transitar desde el primer grado hasta el 12 grado. No podemos hacer eso, no debemos hacer eso, y nuestro sentido y nuestro concepto de la calidad nos exigen otros métodos, porque no podemos copiar, y tenemos que buscar nuestras propias soluciones; no nos queda más remedio que buscar nuestras propias soluciones y encontrar nuestras propias soluciones. Y las encontraremos, las seguiremos buscando hasta encontrarlas.
Me contaron que se discutió —y aquí lo planteó una compañera—qué hacer con el tránsito del primer grado. Bueno, creo que en principio se ha acordado que no haya retención en el primer grado, y que todo alumno transite de primero para segundo, y después ya tiene que haber la promoción, tienen que ver las evaluaciones para poder transitar. No veo otra forma de que se luche por la calidad si no se evalúa adecuadamente y si no se establece el principio de que cada alumno debe estar en el grado que le corresponda de acuerdo con sus conocimientos. Se aceptó, en principio, esa fórmula de la que se habló: que, incluso, el profesor transitara con el alumno de primero a segundo grado, que otros podrían transitar desde primero a cuarto grado, y otros de tercero a cuarto grado, de acuerdo con las posibilidades actuales. Se parte de la idea, aunque no hay ideas absolutas, o verdades absolutas, de que lo ideal es que el maestro transite de primero a cuarto. A mí mismo, que no soy especialista en la materia, me parece algo de perfil estrecho la idea de un maestro primario especialista en primer grado. Si me dijeran: ese maestro es el de antes que entraba a estudiar magisterio con sexto grado y no hubiese cursado estudios superiores. Ya los estudiantes entran con noveno grado, estudian cuatro años y van a ser licenciados en Enseñanza Primaria: 18 años de estudios. ¿No va a estar capacitado ese maestro para transitar con el alumno desde primero a cuarto grado, que es lo que parece lo ideal? Realmente, desde luego, cuando hablamos de una fórmula para este año, no son las fórmulas definitivas, es que —como decía antes—tenemos que adecuar las medidas que tomemos a nuestras realidades, a las realidades actuales, dado el carácter masivo de nuestra educación, dado los problemas que tenemos con la calidad, dado los problema que han originado este esfuerzo, este movimiento de superación, de perfeccionamiento, del estudio del contenido, de la eliminación de aquellas materias que no resulten esenciales para evitar la sobrecarga, y de otras muchas medidas de las que se está hablando. Nosotros tenemos que adecuar los pasos que damos ahora, que no serán los definitivos, pero estamos en un tránsito.
Creo, realmente, en la importancia de adecuar, la experiencia nos lo ha enseñado, porque apenas profundizamos, apenas incrementamos de manera generalizada el rigor, se presentaron los problemas de las desaprobaciones masivas o altas, preocupantemente altas, lo que dio lugar a la discusión del Congreso, de donde salió la fórmula —a mi juicio muy sabia, muy correcta— de la adecuación de la evaluación a la cantidad y a la calidad de la enseñanza. Tenemos que hacerlo y tenemos que dar estos pasos de los que hablamos antes. La experiencia nos ha indicado que es mejor hacer un corte y no dos, en el semestre hemos llegado a la idea, bueno, de las pruebas después del corte, y la revalorización y hasta el extraordinario en este proceso de adecuación en tanto elaboramos fórmulas definitivas.
Debemos desbrozar el camino y debemos tomarnos tiempo para llevar a cabo esta política, realmente, de elevación de la calidad y de la exigencia. Ni podía ser solo el año 1986, ni podía ser el año 1987, ni va a ser el año 1988, creo que debemos tomarnos para ello todo el quinquenio, para llevar a cabo este proceso con calma, sobre bases firmes y seguras, y uno de los objetivos que no se nos debe apartar de la vista ni un instante es la elevación de la calidad, y dentro de ella la idea de la promoción con calidad, esto debe ser un principio, en el cual rija a la vez otro criterio: que entre la promoción y la calidad lo más importante es la calidad.
Aunque lo ideal sería que el mayor número promoviera, no debemos perder el sueño con la idea de que una parte de los alumnos, por las razones que sean, no promuevan y sea necesario repetir los cursos. No vamos a perder ni debemos perder por eso el sueño. En ningún sentido, la aspiración o el ideal de la promoción lo más alta posible debe conspirar contra la calidad de la educación y la calidad de la evaluación. Si no llegamos al 90%, no llegamos al 90%; si no llegamos al 89%, no llegamos al 89%, y llegaremos a lo que debamos llegar, aplicando de una manera racional el principio de la calidad de la educación. Es posible que si mejoramos nuestro trabajo logremos promociones más altas, pero siempre con calidad.
Yo creo que no debemos trabajar para el año 1987 ni para el año 1988, creo que debemos trabajar para la fecha del IV Congreso; y trabajar con la vista puesta en el IV Congreso, para que en el IV Congreso el sector de la educación pueda dar cuenta al Partido y al país de lo que ha hecho por superar aquellas criticas que se hicieron en el III Congreso, de lo que se ha hecho para superar tendencias negativas y errores (APLAUSOS). No es mucho tiempo, y creo que es el tiempo que realmente necesitamos para trabajar firmemente, trabajar en profundidad, y seguir perfeccionando nuestro sistema; porque recuerdo cuando se empezó a hablar del perfeccionamiento de la educación, este extrañaba la idea de que todo lo que hiciéramos tenía que ser constantemente analizado y mejorado. La idea del perfeccionamiento encierra el concepto de la constante superación del sistema y, precisamente, ahora tenemos que perfeccionar el sistema, tenemos que perfeccionar lo que tenemos establecido, lo que está hecho.
Creo que hay que tomarse su tiempo para trabajar duro en el análisis de todas las cuestiones y todas las medidas que se han planteado; se necesita un tiempo para digerir todo lo que se ha acordado. Yo hablaba con Fernández si debíamos hacer otro encuentro el año próximo, como estamos haciendo con los obreros, con los del sector de la salud y otros, o tomarnos más tiempo; llegamos a la conclusión de que debemos tener el próximo encuentro en el año 1989, no en el año 1988, y entonces tener ya respuestas bien analizadas, bien meditadas, bien discutidas, sobre el mayor número posible de problemas.
Ahora hay que asimilar las medidas que se han adoptado, despojarnos de pesimismo, despojarnos de toda idea derrotista, de toda creencia de que fuera imposible superar estas dificultades por muy complejas que sean, y trabajar para el quinquenio, trabajar para dar respuesta a muchos de estos problemas del perfeccionamiento en el 1989, dos años, y adecuar —como se estableció en el Congreso— la evaluación a la calidad y a la cantidad de la enseñanza, y adoptar las medidas que sean necesarias sin temor; a veces hay que tantear, a veces hay que experimentar, nadie puede decir que tiene las soluciones absolutas.
Nos parece que en este encuentro ha habido de muy positivo la oportunidad de debatir ampliamente estos temas, de sugerir soluciones, incluso, de encontrar algunas soluciones. Habrá problemas de tipo material; hablábamos aquí, por ejemplo, de que nos parece demasiado grande una escuela preuniversitaria de 1 700 alumnos, tal vez es mejor hacer una escuela de 1 000, 1 200.
Podíamos enfrentar la tarea de hacer algunas de esas escuelas, como tenemos que hacer escuelas especiales. La propia capital de la república tiene un programa de 25 escuelas de este tipo para 5 000 alumnos; porque se calcula que se necesitan nacionalmente capacidades para más de 70 000 alumnos en las escuelas especiales y hay que hacerlas: algunas para los que tienen trastornos de conducta, otras para los que tienen problemas mentales de un tipo o de otro, limitaciones, que pueden ser físicas y en muchos casos son físicas.
La Ciudad de La Habana va a tener en dos años todas las escuelas especiales que necesita, se va a adelantar un año a las demás provincias. Yo una vez pedí que hicieran un estudio de cuántas escuelas especiales más necesitábamos, y eran creo que alrededor de 200. Pues podemos también, lo mismo que hemos hecho un plan este año para La Habana, trabajando con las microbrigadas, empezar ya a resolver el problema en el resto del país en el año 1988 y proponernos un programa de escuelas especiales a construir con las microbrigadas en el resto de las provincias del país. Si son tantas podemos hacer un programa de tres años, incluso, cuatro, incluyendo este, y cuando lleguemos al IV Congreso podemos decir ya: todas las necesidades de escuelas especiales del país están cubiertas. Esto nos puede ayudar mucho en la lucha por la calidad. Yo no sé lo que ocurrirá con esos miles de niños que necesitan estas escuelas y no las tienen, y están transitando con los otros alumnos.
Nuestro país puede hacer eso, cualesquiera que sean las dificultades económicas; nuestro país tiene fuerza, tiene energía, y de este proceso de rectificación está sacando muchos recursos, recursos materiales. Porque cuando hablo de microbrigadas de qué hablo, sino de utilizar de una forma más racional la fuerza de trabajo; ya no hablo de plustrabajo, más adelante se podrá hablar de plustrabajo, hablo de lo que hay en exceso de plantillas y de trabajadores en las fábricas y otros centros de trabajo, de lo que sobra, en este proceso de rectificación que abarca muchas ramas de nuestra economía y muchos aspectos de nuestra sociedad; también obtenemos recursos que nos pueden ayudar a resolver estas necesidades de tipo material, está claro.
En la reunión con los estudiantes universitarios discutimos los problemas que teníamos con relación a las edificaciones de los institutos pedagógicos, los casos de aquellas instalaciones atrasadas , la de Manzanillo; planteamos que con ayuda de las microbrigadas este mismo año empezáramos a edificar el instituto superior pedagógico de allí de Granma, en la ciudad de Manzanillo, a partir de las informaciones que teníamos de las pésimas condiciones materiales en que están allí los alumnos. Podemos darles un impulso para terminar todas estas instalaciones que se han atrasado en las construcciones, y disponer de la base material necesaria para todas las necesidades de formación de personal docente, para este ambicioso programa de superación del personal docente.
Se acordó —porque aquello se discutió allí también en el Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria— elevar los requisitos para el ingreso en los centros docentes del país. Allí mismo sacamos la conclusión de que no teníamos por qué enloquecernos tratando de que ingresaran 7 000 alumnos por año en el Destacamento Pedagógico. Se decía que había un cierto número de estudiantes que, al no tener otras
alternativas, escogían el Destacamento Pedagógico, o el ingreso en los centros pedagógicos. Y nosotros planteamos rotundamente que no tenían que ser 7 000, que podían ser 6 000, que podían ser 5 000, que podían ser 4 000, los que realmente tuvieran vocación. No tenemos una situación desesperada, tomando en cuenta el gran número de personas que están matriculadas en los centros docentes; entonces, tenemos que ser mucho más exigentes en los requisitos de ingreso.
Ustedes saben que yo he planteado la idea de que tengamos reservas, pero no hemos dicho la fecha en que debemos tener totalmente creadas las reservas de profesores y maestros. Es preferible que tardemos más tiempo en poder aplicar esos sueños, sueños que serán realidades, de que a los maestros, además de estos programas actuales de superación, podamos ofrecerles un sistema óptimo de superación continua, con año sabático etcétera, para lo cual queremos disponer un día de las reservas necesarias; pero no tenemos que establecer una fecha fija, un plazo fijo para eso. Lo que nos interesa ahora, por encima de todo, es la calidad de los que ingresen en el Destacamento Pedagógico, y ese mismo principio hay que aplicarlo a las escuelas de enseñanza primaria; preocuparnos mucho más por la calidad que por la cantidad de los alumnos que ingresen en la carrera del magisterio, y que en esos centros ingresen realmente aquellos jóvenes que tienen verdadera vocación por la educación.
¿Hay o no hay condiciones subjetivas para que nuestros profesores y maestros se propongan este esfuerzo por la calidad, se propongan librar y ganar esta batalla? ¿Qué pruebas no han sido capaces de afrontar nuestros profesores y maestros? Por aquí estaba viendo unos datos, y son muchos miles los maestros primarios y profesores primarios que han cumplido misiones internacionalistas. Si el dato no está equivocado, más de 20 000 profesores y maestros han cumplido misiones internacionalistas, ¡más de veinte mil!
Cuando se necesitaron maestros en Nicaragua, se inscribieron —como he dicho otras veces— 30 000. Cuando las bandas mercenarias al servicio del imperialismo sacrificaron la vida de algunos de nuestros maestros, se ofrecieron 100 000, y nuestros maestros escribieron páginas imborrables de abnegación, de heroísmo, de valentía, de espíritu de sacrificio. Se ganaron la admiración de nuestro pueblo y se ganaron la admiración de otros pueblos, y han cumplido misiones internacionalistas dondequiera que se ha requerido: no solo en Nicaragua, sino también en Angola, en Mozambique, en Etiopía, en cualquier parte. Siempre dieron una respuesta valiente, digna, en misiones realmente difíciles, en condiciones muy duras. Nuestro país, que no tenía maestros ni siquiera para mandar a las montañas de Cuba, hoy puede hablar de más de 20 000 profesores y maestros que han cumplido misiones internacionalistas, ¿cómo no vamos a ser capaces de librar y ganar esta batalla?
Este período ha sido de pruebas relativamente difíciles para los profesores y maestros, para el personal docente. Este ha sido un período de críticas. Este período ha sido difícil para todo el mundo, para los obreros, para los campesinos, para los estudiantes, para los jóvenes, para los militantes del Partido, para todos los trabajadores intelectuales. Sé que los maestros han reaccionado con honor, con dignidad, con vergüenza, porque expresan el espíritu de la inmensa mayoría de nuestros profesores y maestros. Hay una minoría, hay una parte que no tiene un sentido cabal, un sentido profundo de sus obligaciones, de sus deberes, eso no nos debe desanimar. Una gran masa viene detrás, de gente nueva, de gente bien preparada. Aunque seamos selectivos, serán muchos miles los que ingresen todos los años en los centros de enseñanza para formar docentes. Aquellos que no tengan verdadera vocación de maestro irán quedando atrás; aquellos que no merezcan el honor de esa inmensa responsabilidad, irán saliendo de las filas del magisterio, las filas se irán depurando, y nos iremos quedando con los mejores, que, afortunadamente, constituyen la inmensa mayoría de nuestros profesores y maestros (APLAUSOS).
Nadie debe desalentarse, al contrario, tenemos muchas razones para sentirnos optimistas, para sentirnos alentados.
Ustedes, los aquí presentes, constituyen la espina dorsal, podemos decir, de nuestra educación. Ustedes, los directores de todos los centros de la enseñanza media aquí presentes, los 500 directores de escuelas primarias, los cientos y cientos de cuadros de la educación que trabajan en el organismo central y que trabajan en las provincias, tienen un papel fundamental, un peso decisivo en esta batalla. Ustedes tienen que trasmitir ahora el espíritu con que se marchan de este evento. Ustedes tienen que trasmitir a las decenas de miles, más aún, a los cientos de miles de profesores y maestros, los temas que aquí se han debatido, el espíritu con que aquí se analizaron los problemas, las soluciones que hemos encontrado o que intentamos encontrar para muchos de esos problemas; el propósito de seguir trabajando tenazmente hasta dar respuesta a cada una de las inquietudes. Ustedes tienen que regresar con espíritu optimista a trabajar duramente; que si hubo en ciertos momentos nubarrones que obstaculizaron nuestra visión del futuro, a nosotros nos parece que el camino se está aclarando, que ese futuro se vislumbra con mucha más claridad y seguridad. Y espero que cuando se vuelva a hacer otra encuesta, el número de los escépticos sea menos, mucho menos de un 27%; que los estados de ánimo positivos sean mucho mayores del 66% de los trabajadores de la educación, porque en nuestras filas, en las filas de los hombres y mujeres de un pueblo que se ha propuesto un gran destino, no tienen cabida los escépticos y los derrotistas (APLAUSOS).
¡En las filas de nuestros trabajadores de la educación, de nuestros profesores y maestros, que han llevado la docencia de nuestro país a tan altas cumbres, no caben los derrotistas y pesimistas! ¡En las filas de nuestro pueblo revolucionario, que ha escrito páginas tan gloriosas en la historia de este hemisferio y en la historia de los pueblos del Tercer Mundo, no caben los derrotistas ni los pesimistas! (APLAUSOS)
Estamos seguros de que ustedes llevarán a todas las provincias un ánimo nuevo, un ánimo revolucionario, un ánimo de lucha, y una convicción de que, como han dicho muchos de ustedes, los educadores, los profesores, los maestros, unidos al pueblo y al Partido, sabremos librar y ganar esta batalla.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)