La época nueva que desea el continente no admite la exclusión
La acostumbrada arrogancia geopolítica quizá no le permitió al actual Gobierno de Estados Unidos predecir el coro de voces que en el continente adversan la postura de excluir de la Cumbre de las Américas a tres países… de América.
Convocada para la ciudad de Los Ángeles, del 6 al 10 de junio, los anfitriones, al estilo neocolonial, han puesto una regla que les favorezca sostener una cita donde puedan –con tranquilidad–imponer, más que dialogar y, tal vez, ofrecer algunas «ayuditas» a cambio de sumisión.
Y aunque el tema de la Cumbre no parece ser el asunto central de nuestros días, vale advertir sobre ello, tanto por la débil formulación de su agenda, por el irrespeto de sus anfitriones, por su criterio sectario y excluyente, y por lo antidemocrático que resultan «esos sí, estos no», como criterio de sus convocantes para la invitación.
Si sumamos a estos elementos que la oea desempeña un rol importante en esa «selección» de invitados, descalifica la cita antes de nacer. No hay otra verdad cuando se trata de una institución plegada a lo que dicta Estados Unidos, cuyo secretario general auspicia golpes de Estado y otras acciones contra las naciones latinoamericanas y caribeñas.
Ya se escuchan las voces valientes y las decisiones soberanas de gobernantes, tanto de México como de Bolivia, Honduras y Argentina y de varios países del Caribe, que se oponen a una Cumbre no inclusiva, donde puedan estar, con iguales derechos, los verdaderos representantes de los pueblos y gobiernos de la región.
Es imaginable lo que pasaría en este convite, manipulado y sectario, si a la hora del «pase de lista», el anfitrión Joe Biden constata la ausencia de varios mandatarios, o que algunos de los representantes que acudan levanten sus voces para expresar la condena a una Cumbre antidemocrática por antonomasia.
Quizá en los días que faltan, el Presidente de Estados Unidos pueda mostrar otra cara y otra actitud, abandonar la arrogancia y la prepotencia, y convencerse de que la única forma de que la cumbre sea una realidad es invitando a todos, oyendo a unos y a otros, dialogando de verdad, sin imposiciones, y aceptando que la única forma de llegar a consensos, aún en medio de las discrepancias, no es mediante imposiciones, sino respetando a todos y colaborando en la solución de los grandes y variados problemas que afrontan hoy nuestros países, en muchos casos problemas heredados de la colonia y, muy especialmente, de la época neocolonial impuesta por los gobiernos estadounidenses.
No podría Biden, con todos los recursos de que dispone, ignorar que la política de sanciones, viejas y nuevas, los bloqueos y las amenazas de guerra, constituyen fracasos y no victorias para quienes insisten en imponerlas y fortalecerlas.
Un paso en la dirección correcta sería, en todo caso, cumplir con sus promesas preelectorales de eliminar las 243 nuevas medidas que la administración de su antecesor, Donald Trump, impuso contra Cuba, con el único objetivo de rendir por hambre a una nación digna que, en más de 60 años de bloqueo, no han podido doblegar, ni siquiera cuando intentaron hacerlo militarmente, con la invasión por Playa Girón.
¿Es tan difícil o imposible que un mandatario demócrata, como lo es Joe Biden, no pueda cumplir con sus propias promesas, esas por las que también votaron quienes le dieron el triunfo?
En tal caso, y el propio Biden bien lo sabe, dejarse vencer por un grupúsculo anticubano que en el estado de la Florida ha hecho del odio y la hostilidad contra la Isla su modo de vida, lo ha convertido en un cada vez más debilitado gobernante, aunque mucho de lo que hace cree que le cambiará el clima y los números actuales, en cuanto a las elecciones de medio término en noviembre próximo, e, incluso, de cara a su intención de repetir la candidatura a la reelección para las presidenciales de 2024.
Mejor que ser reo de la política de odio y crimen que, por décadas, ha imperado en las administraciones estadounidenses, debería escuchar a los no pocos que, en la región que ellos llaman despectivamente «su patio trasero», lo convocan, civilizada y respetuosamente, a una época de cambios, a escuchar, a dialogar y a trabajar de conjunto para lograr una América mejor, inclusiva, próspera y verdaderamente independiente.