Ojalá, Fidel, ojalá
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Si el Ojalá de Silvio Rodríguez ya hubiera estado de moda, «el cartelito de copión nadie me lo quita ese día», calcula Jaime González. «El deseo de Fidel me sacó la frase a todo volumen».
Ya es octogenario este caraqueño. Pero no había cumplido los 20 años el 23 de enero de 1959, cuando estuvo en la multitud que acudió, primero al aeropuerto de Maiquetía a recibir al líder cubano, y horas después a escucharlo en Caracas, en una Plaza del Silencio olvidada de su nombre ese día, con los vítores de más de 300 000 gargantas para quien había llegado a suelo bolivariano.
Parecía como si el futuro desfilara frente al recién llegado, se deduce del relato de Jaime. Reproduce con claridad las predicciones del singular orador en aquella y las subsiguientes jornadas en Venezuela, de las que dan testimonios los periódicos de la época.
«Aquí no ha habido una verdadera revolución, pero puede haberla», dijo entonces Fidel. «Esta obra maravillosa del Comandante Chávez no es otra cosa», recalca Jaime González. «Fíjese ahora mismo lo que es el alba –prosigue–, otra idea expresada por el Comandante cubano ese día, cuando explicó la necesidad de unir a Latinoamérica. «Estos pueblos –dijo Fidel– saben que sus fuerzas internas y continentales están también en la unión».
«¿Por qué vine? –se preguntaba frente a la multitud el barbudo, a intervalos interrumpido por consignas y aplausos–. Por un sentimiento de gratitud, por un deber elemental de reciprocidad (…) a participar de la alegría de Venezuela este 23 de enero (…), en este minuto difícil, aunque glorioso. Vine a traer un mensaje de pueblo a pueblo.
«¿Por qué no ha de ser más fructífera todavía la unidad de naciones que tenemos los mismos sentimientos, intereses, raza, idioma; la misma sensibilidad y aspiración humanas?», interrogó, vibrante, el hombre de verde olivo. «¡Ojalá que el destino de nuestros pueblos sea un solo destino!», dijo, tras una pausa. «Era una profecía –dice ahora Jaime González–. Le respondí a toda garganta: “Ojalá, Fidel, ojalá”».