Guerrillero en presente continuo
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Ahora que cumple 95 años entre nosotros y algunos le imaginan quieto en su tumba, cual huella fósil del revolucionario, es válido apuntarlo: Fidel no es el hombre detenido en la piedra. Es al revés: la piedra —típica imagen de todas las firmezas— halló refugio en el relieve del recio guerrillero. De esa manera, con el Apóstol cerca, Santa Ifigenia le enseña al mundo cómo una roca se torna pétalo si descansa en los predios de una trinchera de ideas.
Bravo, también, en las duras batallas de la Gramática, Fidel Castro es el héroe del presente continuo: está arengando, asaltando, desembarcando, escalando, bajando, entrando a la gente, más que a poblados, inspirando medallas criollas en Tokio… conquistando. En su nuevo contexto de hacer Revolución —la mira de su fusil es el legado—, el guía que nos enseñó el ¡Patria o muerte!... desde la primera persona demuestra, incluso con cenizas propias, que brota vida aún en el tramo extremo de la consigna, si se cosechan juntos los ¡Venceremos! Hace falta mucha vida para vencer.
Está haciendo… ¡Está! No hay mejor dictamen de su condición actual, aunque hace cinco años le viéramos emprender un aparente viaje rumbo al silencio. Lo vimos irse, a su tiempo, en paz, en sus términos: «Estaré con ustedes hasta los 90 años», había anticipado en una frase que impresionó sobremanera a Evo Morales. Lo vimos irse y hasta le acompañamos, larga columna a Santiago, buscando lomas de cara al sol.
Antes los enemigos de Cuba —que en vudú criminal se la pasan pinchando con odios al archipiélago— fraguaron contra él 634 atentados. ¡Fallaron todos! ¿Tendrían idea de cuántos millones de «alentados» dábamos vida, desde las nuestras, al hijo de Birán? Hasta Twitter trató de «matarlo», pero casi un lustro después de su último suspiro físico, el Comandante Ejemplo goza de buena salud.
Difíciles de contar, los reconocimientos de Fidel —algunos casi desconocidos por el velo de modestia que él (im)puso enfrente— llevan unos nombres que le quedan como traje de gala. Vietnam le otorgó una vez el Sello de combatiente de Dien Bien Phu, que era como moldear de su cuerpo una escultura del arrojo. En esa cuerda de los valientes, Libia le impuso la Orden del Coraje y la Unión Soviética no solo lo nombró Héroe Nacional, sino que sembró en su pecho, más de una vez, la Orden Lenin.
Más sabia que todos los Gobiernos de la Casa Blanca, la tribu de los indios Creeks proclamó a Fidel Gran jefe guerrero, y le obsequió un objeto todavía desconocido en la Oficina Oval: la pipa de la paz. Y en Cuba cosechó, en todos los «diplomas», el amor de los suyos.
Aquí y allá, fue Doctor Honoris pleno de Causa. Más que de las ciudades, le entregaban las llaves de los pueblos. Es cierto; la descripción de Bouteflika, el expresidente argelino, parece no hallar igual, pero debe acotársele algo: Fidel —que, en efecto, va al futuro y regresa a describirlo— no hace el viaje como simple vigía. Él vuelve para pelear al frente de los suyos, ¡siempre en presente!