Son más los hijos que aman a su patria
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Cuba es fuerte, es caimán de brava estirpe, enjuto rostro de Mariana sin lágrimas visibles. Cuna de pueblo enérgico y viril, que solo a veces llora y, cuando lo hace, la injusticia tiembla, bien lo sabemos.
Pero a Cuba le duele cuando se ríen de sus penas; cuando se disfruta de sus carencias y penurias, como si la pobreza fuera el ridículo trofeo para los que la traicionan; cuando se aplaude el error o el retroceso que multiplica el infortunio.
Duele la ofensa, el odio, la mala palabra, el «ojalá te mueras», o la exigencia de unos días para «matar comunistas», en el supuesto de la caída de la Revolución.
Cuba se palpa el vientre pródigo, seno del que han brotado patriotas, guerreros y poetas; matriz que ha dado maravillosa savia, útero sagrado que ha forjado a tantos.
Se palpa como madre ensimismada y se pregunta: ¿Qué ha pasado? ¿Por qué me nacieron retoños que se vuelven adictos al rencor? ¿Cómo pudo ganarlos, para sí, el dinero, la fama y el poder?
Las madres nunca aprenden a odiar, y eso hace Cuba, se levanta por sobre los enconos y brinda su regazo.
Son muchos más sus vástagos que aman, que los malos hijos que la hieren.