¡Solo el socialismo salva!
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Si observamos el doloroso escenario mundial mientras galopa indetenible esta pandemia, segando miles de vidas; dejando cadáveres insepultos a la intemperie, sin espacio en funerarias y cementerios privados; obligando a los galenos a la antihipocrática opción de escoger quién debe morir abandonado; sumiendo en el desempleo a decenas de miles de trabajadores; deteniendo el insensato fragor comercial de este, un mundo que ya nunca podrá parecernos tan ancho y ajeno, y tensando hasta el colapso los sistemas sanitarios y de salud en cualquier oscuro rincón del planeta, no parecería necesario prestar atención a lo que en esta islita de Cuba ocurre, un punto apenas visible en el globo terráqueo que, cuentan, Hitler, con soberbia asesina, borró de un plumazo y decenas de administraciones norteamericanas han intentado ahogar en el hambre y la desesperación. Pero la inmundicia mediática tarifada que hoy trata de empañar lo evidente, y la que sin duda intentará manchar su prestigio mañana, obliga a Cuba, por el bien de la humanidad, a no callar.
Numerosos observadores de la tragedia coinciden en que la causa de fondo de la presente situación no es el trasiego del comercio y consumo mundial de animales salvajes, disparador de la zoonosis, el salto vírico de la naturaleza al ser humano, o la cría industrial que provoca el hacinamiento y el inevitable uso de antibióticos, antivirales y alimentos transgénicos para impedir las enfermedades y aumentar el peso de las crías de cerdos y pollos en busca del mayor lucro. Todo eso son causales del último eslabón de la cadena.
Al contrario, las mentes más lúcidas y comprometidas con los hechos y la verdad, denuncian que es el sistema económico capitalista, la pandemia de la mundialización de los intereses comerciales, la globalización de la miseria y la precariedad, la avaricia de las élites que exigen austeridad a los pueblos y el liberalismo de siempre, bajo el manto de que las alternativas son imposibles, la causa última que explica la implosión vergonzosa a que hoy asistimos de varios de los países más ricos y «modélicos» de la democracia. El virus mortal para el que el único sistema inmunitario capaz de neutralizarlo deberá ser la rebeldía y la revolución civilizatoria socialista.
A la vez, asistimos a la aparente paradoja de que aquellos pueblos y gobiernos que han optado por apoyar sistemas de políticas que intentan encaminarse por la difícil ruta de la edificación de un modo distinto de asumir la economía, la vida social y la cultura, son los que, no pudiéndose librar del todo de la invasión vírica por el denso tejido comercial y humano de este mundo tan interconectado, sin embargo han desplegado una actuación que se diferencia ostensiblemente de las soluciones que ha intentado aplicar el neoliberalismo. El mantra del fracaso del socialismo, o incluso de las vías progresistas no radicales, se derrumba hoy con el mismo triste estruendo, que la mítica mentirosa de la superioridad de la propiedad privada y la capacidad del mercado para responder a las más urgentes de las necesidades humanas, y el más sagrado de sus derechos, que es la vida.
Cuba –a pesar de la cortina de hierro mediática que intoxica de mentiras al lector sencillo e ingenuo, lo mismo que al de más astucia y capacidad de análisis–, siempre ha gozado de prestigio y reconocimiento. La fuerza de su ejemplo moral y capacidad de resistencia, de raíz mambisa, martiana y fidelista, se ha impuesto siempre sobre la mentira, la agresión y las carencias materiales. Lamentablemente, y muy dolorosamente, sí, porque es en medio y en el telón de fondo de una tragedia, la imagen de Cuba se elevará a una estatura tal que se divisará desde todos los puntos del planeta. ¿Por qué? Acaso sea necesario apuntar algunos razonamientos, pero muy lejos del ánimo de la autocomplacencia necia ante el peligro y en medio del sufrimiento planetario, sino porque, si los pueblos quieren librarse de sus explotadores convertidos en políticos homicidas, deben aprender de las experiencias de quienes lo han intentado y han vencido en la tarea. Quien tenga ojos para ver, que vea, el que tenga oídos para oír, que oiga.
Preguntado un genio cuánto tiempo se había preparado para el éxito de una tarea, respondió: desde siempre, toda la vida. Así, desde siempre, Cuba se ha pertrechado de las condiciones mínimas necesarias para hacer posible que su estrategia y sus tácticas ante la enfermedad le permitan mostrar un panorama tan distinto, no solo ante los países de la región, sino con respecto a naciones que ayer fueron metrópolis del mundo, con una riqueza que tanto le debe a la depredación colonial, y que ahora no han podido ponerse al servicio humano, postrada ante los intereses materiales, y se ahogan en su propia incapacidad, y son el asombro doloroso y atónito del mundo. La razón de Cuba es sistémica, de esencia cultural. La razón última es el carácter de su sistema de vida, de sus políticas humanitarias, enfocadas en el ser humano, la vida y sus derechos fundamentales.
La celeridad con que nuestro país transita del ritmo de los tiempos normales –que, por cierto, nunca en más de 60 años ha gozado de la normalidad de los países no agredidos–, a la gestión efectiva de emergencias, sean naturales, climáticas, o epidemias sobrevenidas o importadas, se debe, ante todo, a una estructura institucional que está pensada y diseñada para hacer realidad una aspiración que viene del viejo Renacimiento cultural, de los albores de un capitalismo que después lo traicionó, y es la verdadera democracia: el ser humano como el centro de todo.
Sus mejores ciudadanos saben ser también compañeros, en su significado etimológico: aquellos que comen del mismo pan y reparten solidarios los bienes materiales y espirituales, en la medida que lo permite estar insertos en un océano de agresión y desigualdad mundial que obliga la asunción de algunos mecanismos de mercado, y es el caldo de cultivo no deseado de algunas desigualdades ajenas al proyecto socialista.
En sus mejores hijos e hijas, la solidaridad en la vida diaria, y el sacrificio y la resistencia, se asumen de manera natural, y aunque con la diversidad inevitable de los distintos destinos humanos, que frustran a unos y engrandecen a otros, el signo prevaleciente de nuestra actuación diaria es la solidaridad con el prójimo próximo, y con la humanidad. Esa es una razón profunda que solo revelan las crisis y se suelen esconder, invisibles, en la grisura de los días. Los seres desalmados y sietemesinos espirituales que hoy destilan el dolor que deben sentir por la conciencia de su propia pequeñez, y creen que solo el dinero puede mover a los médicos cubanos, son incapaces de asimilar que, solo una educación de nobleza sostenida en el tiempo y un clima social como el cubano, puede generar actitudes que no solo son personales, sino que se hacen corpóreas en el espíritu de una nación. Cuando nuestros nietos baten palmas hoy en la noche desde los balcones, también gritan, ¡viva Cuba!, y esa es una semilla que germina siempre, desde la inocencia del entusiasmo que ven en sus mayores, hacia un mejoramiento humano posible.
La primera piedra fue la alfabetización, la mirada larga de Fidel, y hoy Cuba puede contar con una rápida disponibilidad de profesionales, no solo del área de salud, altamente especializada y entrenada en muchos eventos del tipo o similar al que nos azota.
No sufre Cuba la fragmentación explosiva, la balcanización del tejido social que provoca la existencia de intereses económicos y políticos antagónicos contrapuestos, con la posibilidad de hacer valer en la arena política los egoísmos particulares o sectoriales, sino la natural existencia de la diversidad de aspiraciones humanas, algunas de ellas inficionadas por los artificios de la cultura capitalista que hoy hace agua. Es lo que se llama la unidad, y que es tan importante, y condición de la disciplina social mayoritaria que permite actuar como actuamos ante la pandemia, tan decisiva como tan atacada por nuestros adversarios, pues saben que allí radica el más sólido de nuestros bastiones. Donde no puede imponerse el canibalismo político elitista en momentos de crisis, es donde triunfa el escudo necesario de la unidad social y política haciendo posible la actuación coordinada de todos sus elementos.
Nunca como ahora se hace más evidente la condición de servidores públicos de las autoridades del país. No es menester hacer la defensa, o una hagiografía desmedida, por demás, innecesaria, de sus responsables políticos o sanitarios cuando los hechos hablan por sí solos. Desgraciadamente hoy, al ritmo de la voracidad del virus, asistimos a la virulencia de los sistemas capitalistas en la personificación de la irresponsabilidad, o incapacidad de sus políticos, para manejar o paliar la crisis.
No es que todos sean tan obtusos o soberbios como el imperialista mayor, o tan ignorantes como algunos del patio latinoamericano, al punto que sus propios ejércitos defenestran para salvar el sistema. Es que se convierten en víctimas del mismo monstruo que gestionan y el enfoque sanitario privatizado que defienden les impide agenciarse el capital político que pierden por las leyes de su mismo engendro.
En contraste con los estereotipos fabricados por la maquinaria mediática y quienes aquí los reproducen como fruto de la ignorancia, o siguiendo el tintín mercenario de las monedas, Cuba levanta hoy otro faro, de luz y esperanza moral, pero también una muestra objetiva de cuán necesario es el socialismo, tal como lo puedan edificar en cada rincón del mundo. Los pueblos, que son los que interesan, están recibiendo, con sus médicos, un mensaje, un aviso callado y efectivo. Después del mal tiempo, las semillas fructifican.
La disolución del que otrora llamamos mundo socialista, erosionó en buena medida la esperanza de aquellos que, de buena fe, esperaban una alternativa posible. En el campo de las ideas cundió una entusiasta animadversión por los ideales comunistas, que se aprovechó para legitimar la negación de las alternativas y desconocer así que otro mundo distinto fuera posible. Asistimos a la certidumbre de que siempre será posible –y altamente probable– que ocurra lo mismo o peor que esta pandemia, si no levantamos de una vez por todas un hondo clamor mundial por la única alternativa efectiva, que, llámese socialismo, o como le llamen las generaciones venideras, tendrá que ser decididamente antimperialista, anticapitalista y antineoliberal. No existe la posibilidad de un capitalismo con rostro humano. El rictus de dolor y amargura de la humanidad hoy, muestra la verdadera imagen del Capital y la razón profunda de ser del socialismo.