Fidel y Chávez, su primer abrazo
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Venezuela es el país que más frecuenta Fidel en toda su vida: once veces. La primera visita ocurre en abril de 1948. Tiene 21 años y va hacia Bogotá a un congreso latinoamericano de estudiantes, de solidaridad con las causas anticoloniales y antimperialistas –Puerto Rico, Las Malvinas, Panamá– y contra las dictaduras. Antes, pasa por Caracas a fin de invitar a los universitarios venezolanos.
A solo tres semanas de triunfar la Revolución, entre el 23 y el 26 de enero de 1959, viaja a Caracas para agradecer al pueblo de Bolívar su generosa solidaridad; la presencia en Venezuela del victorioso jefe guerrillero es un suceso histórico, debido al apoyo que le tributan todos los sectores sociales y por sus respectivos discursos en la Plaza del Silencio, en la Universidad Central y en el Congreso de la República.
Tres décadas después, en febrero de 1989, arriba a la Patria hermana por tercera ocasión, a fin de participar en la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez –quien restablece los nexos diplomáticos con la isla–. Fidel es ahí la figura más relevante y realiza encuentros durante cuatro días con grupos de dirigentes políticos, religiosos y sociales, y con empresarios y periodistas. Un joven militar, que trabaja en un edificio frente a Miraflores, se asoma a la ventana y observa a Fidel cuando los presidentes llegan al palacio presidencial. “Allá va el Comandante Fidel Castro, esperanza de nuestros pueblos”, piensa a solas el mayor del Ejército Hugo Chávez, se para firme de lejos y le extiende un enérgico saludo militar…
En 1991 viaja en forma discreta a la pequeña isla La Orchila, por invitación de Carlos Andrés, para dialogar con este y con el presidente español Felipe González, ambos porfiados en tenderle una alfombra a Cuba para restaurar el capitalismo en medio de la bancarrota de la Unión Soviética.
Seis años más tarde, en octubre de 1997, participa en la Cumbre Iberoamericana, que se celebra en la isla de Margarita, siendo presidente Rafael Caldera.
Y la sexta visita sucede al recibir Chávez la banda presidencial, el 2 de febrero de 1999. Después viajará en octubre de 2000, para firmar el Convenio Integral de Cooperación; en agosto de 2001, a celebrar con Chávez y el pueblo bolivariano su setenta y cinco cumpleaños; en diciembre de 2003 vuelve a abrazar a su mejor amigo, esta vez en La Orchila, el sitio en el que estuvo preso el líder bolivariano el 13 de abril de 2002 y donde dos lobos disfrazados de ovejas quisieron convencer a Fidel de que Cuba debía rendirse ante el imperio; y en junio de 2005 muy cerca del mar, en el estado Anzoátegui, disfruta el parto histórico de Petrocaribe. Seis venturosas estancias desde que Chávez triunfa.
Por su parte, Cuba es el país que más visita el líder bolivariano, sin contar sus estadías con motivo de recibir atención médica entre 2011 y 2013: Por lo menos en treinta ocasiones.
Además, Chávez y Fidel permanecen juntos muchas horas en eventos en terceros países, como Brasil, Ecuador, Paraguay, México y la más memorable ocasión, en la casa del Che en Córdoba, Argentina. También era usual que se comunicaran por teléfono, estando cada uno en su respectivo país.
¿Cuántos cientos de horas dialogaron en tales encuentros personales y por vía telefónica? ¿Qué infinidad de temas abordaron? ¿Qué ideas, proyectos y acuerdos surgieron? Con el decurso del tiempo se irán develando detalles de estos cruces, para satisfacción y aprendizaje de millones de personas en el mundo. Hay que agregar los frecuentes mensajes escritos o verbales que intercambiaron: otro tesoro de sabiduría y amistad.
La relación de Chávez y Fidel es la más fecunda de dos líderes de nuestra América en el presente siglo. Sus afectos, solidaridad mutua y ejercicio universal de la política fueron de los más hermosos y feraces que hayan existido entre dos grandes hombres del planeta. La gente honrada y patriótica de la América Latina y el Caribe sintieron de modo creciente y acelerado el magnetismo de tales ideas, sueños y empeños. Ambos líderes entrelazaron como nunca antes la formidable historia que junta a Venezuela y Cuba desde los tiempos de Bolívar y Martí, y aportaron de manera decisiva a la unión y a los formidables cambios que acaecieron en nuestra América entre 2003 y 2013.
Me complace en esta ocasión relatar las horas en que ellos estuvieron juntos por primera vez, entre la noche del 13 y la mañana del 15 de diciembre de 1994. “El Encuentro”, llamó Chávez a tal momento estelar, al sugerir que ese fuese el nombre del excelente libro homónimo de Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, publicado en homenaje al décimo aniversario del memorable abrazo en La Habana.
¿Un tiro en el ala?
Chávez lee tranquilo a bordo del vuelo nocturno de la aerolínea venezolana Aeropostal, que se dirige a La Habana. Pronto, los pasajeros lo identifican dentro del Boeing 727 vestido con un liquiliqui verde olivo y varios se aglomeran en el pasillo, para saludarlo y hablarle. Hasta el piloto sale de la cabina a darle la mano. Luego de oírse risotadas por algún chiste suyo, una linda joven cubana indaga con ingenuidad:
– ¿Es la primera vez que usted viene a Cuba?
–Sí, es la primera vez que lo hago físicamente, porque en sueños he venido muchas veces…. –dice él de inmediato, y sus pequeños ojos brillan.
Ante la curiosidad de los pasajeros, explica que el motivo de su visita es ofrecer una conferencia sobre Simón Bolívar, invitado por el Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal. Uno de ellos indaga:
– ¿Y verás a Fidel?
Esta vez demora unos segundos para responder.
–Bueno, me encantaría hablar con él, tener oportunidad de intercambiar cómo va el proceso venezolano –dice con ganas, pero al suponer que es algo tan remoto, en su interior opta por no hacerse ilusiones.
Razona que es una estancia muy corta, desde la noche de ese martes hasta temprano el jueves, e imagina que Fidel debe estar muy ocupado. Piensa: “Si no me reciben los líderes uruguayos, que no son gobierno todavía y el Partido Comunista de Venezuela me saca el cuerpo y ni siquiera me dan la palabra en sus actos, ¿por qué Fidel tendría que dedicarme su precioso tiempo?”.
* * *
Todo se precipita: enseguida que el avión toca la pista, desde la torre de control orientan al piloto que se estacione en un sitio diferente a la terminal de pasajeros; ve subir a un hombre canoso y de porte elegante, quien se presenta como el director de Protocolo de la cancillería cubana. El barinés le pregunta enseguida, con cierta ansiedad: “Pero, dígame, ¿quién está ahí esperando?”. Y la sobria respuesta lo estremece: “El Comandante en Jefe Fidel Castro”.
Mira impaciente por la ventana y observa al legendario comandante caminar hacia la escalerilla. Mientras desciende los escalones, aún no sabe qué decirle al anfitrión, y cuando recibe su cálido abrazo le expresa movido por el corazón: “Yo no merezco este honor, aspiro a merecerlo algún día en los meses y en los años por venir”. Y le surge del alma una promesa: “Espero algún día poder recibirlo a usted en Venezuela…”. A partir de ese instante, siente que la mirada de Fidel lo traspasa, como si pudiera ver más allá de su propio ser.
Monta con él en la parte trasera de su viejo auto negro Mercedes Benz, rumbo al Palacio de la Revolución, donde continúan el diálogo en un salón aledaño a la oficina de Fidel, sentados frente a frente. Y Chávez sigue impresionado de la manera cuidadosa en que aquel lo mira, mientras le hace preguntas en ráfaga sobre la rebelión del 4 de febrero: indaga cuántos hombres eran, qué fusiles usaban y por qué llevaban un brazalete en el brazo izquierdo.
Él responde cada pregunta e imagina que no vendrán otras, pero Fidel sigue disparando y hasta los rápidos gestos de sus manos parecen indagar. Es un torrente de ideas y Chávez discurre: “Dios mío, ¿para dónde va este hombre?”. Aprovecha una pausa y trata de tomar la ofensiva: averigua cómo había sucedido la muerte del Che y le revela que desde adolescente en Barinas, tenía esa inquietud. Fidel ilustra su detallada explicación con un dibujo, que él mismo hace de la quebrada del Yuro, y hasta señala el sitio exacto donde atraparon al Che, aunque nunca ha estado allí. Le dice: “El Che, a conciencia, buscó al enemigo y salió a enfrentar la tropa del ejército boliviano”.
Ahora es Chávez quien con su mirada penetra el espíritu de Fidel y siente una emoción que lo desborda. Seducidos por la historia, comienzan a hablar sobre Bolívar, que es en verdad –según cree–, el tema que lo trajo a Cuba.
Se percata de que siempre que él comenta algo respecto del Libertador, Fidel agrega otros elementos que muestran su sabiduría. “¿Cómo es posible que sepa de todo?”, se pregunta y decide probar fuerza en el diálogo. Le refiere la campaña de Guayana y la ofensiva de los republicanos por el rio Orinoco y su anfitrión sigue la rima: “Sí, tú me hablas de la Batalla de San Félix, que ganó el general Manuel Piar, por la cual obtienen el territorio de Guayana…”.
El barinés continúa a la carga y le comenta la batalla de Carabobo. Y Fidel: “¡Ah, sí! Donde se replegó el batallón, en orden, dando un ejemplo de disciplina…”. Y una voz interior le susurra: “Vale, esto no puede ser, voy a cambiarle los personajes, no es posible que él conozca a otros próceres venezolanos…”.
Entonces le habla de Páez, de su campaña en los llanos, de que había sido un valiente guerrero pero traicionó a Bolívar, y que además aprendió a escribir de manera excelente. Y Fidel lo interrumpe, a fin de comentarle el libro que se había leído de Páez, Máximas de Napoleón sobre el arte de la guerra. “Claro –le dice Fidel– él planteaba la defensa en tres líneas. Primero, las costas; segundo, los grandes ríos –el Orinoco, por supuesto–, y tercero, la montaña y la selva, por si los españoles u otros europeos volvían a invadir a Venezuela”. Y añade: “Nosotros lo estudiamos muy bien, porque en caso de una invasión asumiríamos una defensa similar”. Aún así, el líder bolivariano, luego de fracasar con Páez intenta sorprenderlo con Ezequiel Zamora. “Sí, Zamora, el de la Guerra Federal y Santa Inés, la batalla de la defensa retrógrada. Aquí la estudiamos también”.
Casi vencido, Chávez saca una última carta: su bisabuelo Pedro Pérez Delgado, Maisanta. Y Fidel le narra en detalles su historia. Ahí el insigne llanero no puede más y se dice: “¡Me rindo, me rindo! No intento más nada. Este hombre es invencible”. Y adquiere plena conciencia de que estaba descubriendo a un ser excepcional, “cuyo pensamiento cabalga junto al tiempo y más allá”.
Esa misma noche, el curtido líder le suelta: “Aquí a la lucha por la libertad, por la igualdad y la justicia le llamamos socialismo; si ustedes la llaman bolivarianismo, estoy de acuerdo”. Y agrega: “Si la llamaran cristianismo, también estoy de acuerdo”. A Chávez le impresiona mucho esa idea, que muestra el pensamiento anti dogmático de Fidel, tan alejado de cierta izquierda venezolana y latinoamericana, rígida y encartonada.
Le expresa a su anfitrión que el MBR–200 no descarta la vía de las armas en Venezuela, en caso de que ocurriera una explosión social respaldada por militares jóvenes. O que la oligarquía, en su desesperación, diera un golpe de Estado a fin de detener el movimiento popular desatado por los militares rebeldes el 4 de febrero. También le dice: “Nuestra línea es evitar situaciones graves y derramamientos de sangre: nuestra perspectiva es crear alianzas de fuerzas sociales y políticas, porque podríamos en 1998 lanzar una vigorosa campaña con una importante fuerza electoral, el apoyo de la población y amplios sectores de las Fuerzas Armadas, para llegar al poder por esa vía tradicional”. Y agrega: “Creo que esa es nuestra mejor estrategia”. Fidel, que lo escucha y observa con sumo interés, se rasca la barba y hace un lacónico y sincero comentario:
–Ese es un buen camino...
* * *
Al comenzar la tarde del 14 de diciembre, el invitado disfruta la Casa Natal de José Martí, acompañado por Eusebio Leal, quien después lo conduce a la estatua de Bolívar sita en la calle Mercaderes, donde lo espera su principal anfitrión. Luego de colocar allí junto a Fidel una ofrenda de flores rojas y amarillas, ambos caminan hasta la Casa Simón Bolívar, mientras saludan a cientos de personas que desbordan balcones, portales, aceras, calles y otros espacios aledaños, en pleno corazón de la Habana Vieja. En el patio interior de la mansión colonial hay unos cincuenta invitados, entre ellos el ex presidente de Nicaragua Daniel Ortega, a quien Fidel presenta a Chávez y luego se sienta en la primera fila para escuchar la disertación, que le permitirá tener una primera opinión sobre las dotes de orador de Chávez y conocer las ideas políticas que expone en público.
El joven líder impresiona a todos por su serenidad, elocuencia y el pleno dominio de los temas que va desgranando. Rememora el proyecto emancipador de Bolívar y enfatiza que en los nuevos tiempos, existe la posibilidad de materializar los anhelos del Libertador: “Nosotros estamos convencidos de que en Venezuela hay que hacer una revolución en lo económico, en lo social, en lo político, en lo moral… Por eso el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 está convocando a una Asamblea Nacional Constituyente y estamos apresurando pasos para lograr este objetivo estratégico, convencidos de que el pueblo venezolano, con la espada de Bolívar, va a hacer realidad su sueño”.
* * *
Pero no va a ser este el principal discurso de Chávez. Cuando se estaba preparando el programa de su visita, Fidel preguntó: “¿Dónde podemos organizarle un homenaje digno a nuestro invitado, por lo que él piensa, por lo que él significa, por lo que él es?”. Y el propio jefe de la Revolución propone que sea la Universidad de La Habana y agrega que le gustaría, por la solemnidad del sitio, que fuese en su Aula Magna.
Esa noche, el numeroso público congregado en el histórico recinto de la colina universitaria tiene suma curiosidad por escucharlo. En los rostros de varios estudiantes revoletea una pregunta: “¿Quién será este hombre?”, y sus ojos reflejan una expectativa: “Bueno, vamos a escuchar a ver qué dice”. En verdad, muchos no lo conocen, y algunos han oído que dio un golpe militar y eso los confunde. A la vez comentan que si es invitado de Fidel “por algo es”. El pueblo a lo largo de la isla ve el acto por televisión y siente interés en saber por qué el Comandante en Jefe concede una atención tan especial al joven militar, quien viste una chaqueta típica venezolana –el liquiliqui– parecida a la que usaba Mao.
Pronto, el enigmático invitado suscita amplias simpatías. Su discurso de apenas veinte minutos mantiene en vilo a los asistentes, quienes lo aplauden varias veces. Más allá, frente a los televisores en sus casas, millones de cubanos y cubanas quedan prendados del vigor y la frescura de su oratoria. Sentimientos e ideas se conjugan en un verbo radiante, y el pueblo de la Isla, de vasta cultura política, comprende que se trata de un líder prometedor. “No es casual que Fidel lo haya atendido como un jefe de Estado”, coinciden en decir muchos.
En su discurso, Chávez no demora en adelantar sus intenciones de largo aliento. Proclama: “Algún día esperamos venir a Cuba en condiciones de extender los brazos y de mutuamente alimentarnos en un proyecto revolucionario latinoamericano, imbuidos como estamos, desde siglos hace, en la idea de un continente latinoamericano y caribeño integrado como una sola nación que somos”. Y abre su corazón: “¡Tantas cosas que se agolpan en la mente, tantos recuerdos, tantas veces soñar con Cuba, estar en Cuba y, al fin, estar aquí!”. Luego afirma sin tapujos: “Cuba es un bastión de la dignidad latinoamericana y como tal hay que verla, como tal hay que seguirla, y como tal hay que alimentarla”.
Explica que en la cárcel de Yare ha leído La Historia me absolverá y Un grano de Maíz, la entrevista que le hiciera el comandante sandinista Tomás Borges a Fidel en 1993. Y dice que una de las tantas conclusiones que sacó de ambos textos, es que vale la pena mantener la bandera de la dignidad y de los principios en alto, aun a riesgo de quedarse solo en cualquier momento: “mantener contra vientos desfavorables las velas en alto; mantener posiciones de dignidad”.
Alude a la Cumbre de las Américas, que finalizara el día antes en Miami. Es lapidario: “Esa cumbre no se hizo para rebeldes, por lo tanto, no estuvieron allí los cubanos”. Como si mirara desde lo alto del Chimborazo, visualiza lejos: “(…) estamos en una era de despertares, de resurrecciones, de pueblos, de fuerzas y esperanzas”. Y con su mirada fija en el rostro de Fidel, dice: “Sin duda, Presidente, que esa ola que usted anuncia o que anunció y sigue anunciando en esa entrevista a la que me he referido, Un Grano de Maíz, se siente y se palpa por toda la América Latina”.
Argumenta con notorio énfasis sobre la bandera ideológica bolivariana, “pertinente y propicia”, que han levantado en Venezuela, basada en la vigencia de Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. Reitera el llamado a elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, que permita redefinir los conceptos fundamentales de la república. Por último, alude al proyecto de largo plazo para transformar a Venezuela y contribuir a la unión regional: “(…) un proyecto en el cual, no es aventurado pensar, desde el punto de vista político, en una Asociación de Estados Latinoamericanos. ¿Por qué no pensar en eso, que fue el sueño de nuestros libertadores?”. Y vuelve a mirar el futuro: “(…) en el proyecto transformador de largo plazo, extendemos la mano a la experiencia, a los hombres y mujeres de Cuba, que tienen años pensando y haciendo por ese proyecto continental”.
Fidel termina el acto con un enjundioso discurso, que exalta la valiente conducta de Chávez al aceptar la visita a Cuba y sus cualidades revolucionarias y humanas, entre ellas su enorme modestia. Resume los méritos de Chávez como organizador de un movimiento bolivariano dentro del ejército, la significación del 4 de febrero, su conducta en la cárcel y sus diversas acciones como joven líder revolucionario: “Cuando llegamos a conocer con precisión los hechos, era imposible que no viéramos con simpatía y con admiración lo que habían hecho y, sobre todo, valorábamos de manera extraordinaria esas ideas bolivarianas que se habían recogido (…)”.
Y sin demora, afirma: “Puede decirse que la historia de Venezuela comenzó a cambiar, porque muy importantes acontecimientos ulteriores se producen a partir de aquel momento”. Destaca enseguida la coincidencia simbólica, entre la llegada de Chávez a Cuba el 13 de diciembre y que también ese día culminara la llamada Cumbre de las Américas en Miami. Y dedica al examen crítico de ésta, más de la mitad de su discurso.
Realiza un contraste entre las ideas que allí hizo prevalecer el gobierno de Estados Unidos y las de Bolívar y Martí. Señala que deben buscarse las causas de los problemas que los presidentes acordaron resolver, como el hambre, las drogas y el desempleo, cuyo origen radica en el capitalismo, el imperialismo y el colonialismo. Alerta sobre las consecuencias del Alca: “Dicen que se está creando un mercado para 850 millones de personas, sí, donde van a comer 250 millones y los otros van a pasar hambre”. Y extiende su análisis a escala ecuménica: “Toda esa mercancía teórica la están vendiendo a bajos precios, en el momento de crisis del movimiento revolucionario mundial, después de la catástrofe del campo socialista y de la desaparición de la Unión Soviética, cuando Estados Unidos ejerce un poder tremendo y está cocinando el mundo del futuro”.
Luego regresa a su objetivo primordial: “Es en este contexto, precisamente, en el que nosotros analizamos la importancia de que haya muchos hombres como Hugo Chávez en nuestros sufridos países”. Y utiliza su fabulosa máquina del tiempo para predecir: “Y de estas condiciones, de estas realidades nacerá el vivero de ideas y de combatientes, porque millones de hombres y mujeres no se van a cruzar de brazos (…)”.
Quienes siguen con atención las palabras del líder cubano, como hace el invitado de honor, se percatan de que buscan desnudar el proyecto de Estados Unidos para absorber a los países latinoamericanos y caribeños, que acaba de nacer en Miami. Y, además, que expone las ideas esenciales del programa de lucha para encararlo y derrotarlo. ¿Es acaso fortuito que esa histórica acción concebida por Fidel, ocurra con motivo de la primera visita de Chávez a Cuba? Obviamente no.
* * *
A saber, existen dos elementos de coyuntura política que influyen en la decisión suya de invitar a Chávez a mediados de diciembre de 1994. Y hay otra razón, de mayor alcance. Veamos las tres.
En noviembre se han reunido en el palacio de Miraflores con el presidente Rafael Caldera, en momentos diferentes, dos contrarrevolucionarios de origen cubano: Jorge Más Canosa y Armando Valladares. El primero, director de la Fundación Nacional Cubano Americana, con sede en Miami, y el segundo un espurio paralítico y falso poeta, ex preso por delitos contra el Estado, que se convirtiera al ser liberado en los años ochenta en un instrumento de las campañas anticubanas más feroces, orquestadas por el gobierno de Estados Unidos. Al salir de sus entrevistas respectivas con Caldera, los dos arremeten contra Cuba y expresan que han recibido el apoyo del presidente venezolano a sus posiciones. El viejo zorro no los desmiente: hace mutis.
Días después, el entonces ministro de Cultura de Cuba, Armando Hart, en una entrevista con Caldera en el palacio de Miraflores para abordar las relaciones culturales, expone con tacto el tema de las visitas de marras. Caldera reacciona con insolencia. La crisis en Cuba es “terminal”, dice. Enfatiza que él es amigo de Más Canosa y de Valladares, al igual que del gobierno cubano… Y adelanta que abordaría en breve “el problema cubano”, en la primera cumbre de jefes de estado y de gobierno de Las Américas, que tendría lugar en Miami. Y, en efecto, el 10 de diciembre así hace en su discurso: “(…) no quiero dejar de expresar mi convicción de que en todos nosotros existe la esperanza de que el pueblo cubano pronto, más temprano que tarde, y a través de los cambios requeridos y esperados pueda ocupar el asiento que le corresponde en la comunidad democrática del hemisferio”.
Horas más tarde, desde La Habana me orientan que localizara urgente a Hugo Chávez y lo invitara en nombre de Eusebio Leal a ofrecer el 17 de diciembre, aniversario de la muerte de Bolívar, la conferencia que aquel le pidiera hacer cuando lo conoció en Caracas en el mes de julio. Debido a su compromiso para ese día en Santa Marta, Colombia, él propone viajar el 13 de diciembre, lo que se acepta de inmediato, y es así que la fecha coincide con la clausura de la cumbre.
Dos circunstancias del momento suscitan que Fidel decida adelantar la visita del líder cívico–militar a Cuba: enviar un mensaje bolivariano y martiano al hemisferio, antagónico con la cumbre de Miami, y darle un escarmiento a Caldera por sus posturas anticubanas.
Y existe un tercer factor, aún más trascendente: Fidel ha vislumbrado a un dirigente revolucionario de inmenso potencial para acelerar los cambios históricos postergados en Venezuela y en toda la región. Después sería todo más claro: De ese primer encuentro de ambos líderes –Fidel, entre los primeros del siglo a nivel mundial y en plenitud de facultades, y Chávez en meteórico ascenso–, nacería el devenir acelerado de una nueva etapa histórica en nuestra América.
* * *
Cuando Chávez se despide de Fidel en el aeropuerto José Martí, otra vez vestido con su liquiliqui verde olivo, se pone la boina roja que corona su imagen gallarda y antes de abordar el avión le hace un saludo militar al Comandante en Jefe cubano, que este reciproca. Y al darse el saludo de despedida, el líder bolivariano dice en voz baja a su complacido anfitrión, mirándole a los ojos que ya no lo escrutan:
–Algún día lo recibiré en Venezuela como un amigo, igual que usted lo hizo conmigo.
Entretanto, la televisión, la radio y los periódicos venezolanos divulgan la visita con aviesas intenciones. Al arribar Chávez a Caracas, una amiga le pregunta si había meditado bien la decisión de haber realizado tal viaje.
–¿No te has dado cuenta que Fidel te dio un tiro en el ala? –dice ella con semblante grave.
Él sonríe con ganas y, en respuesta, narra a su amiga una vivencia reciente, que interpreta como señal de lo que piensa el pueblo humilde: Al llegar –casi a medianoche– toma un taxi con su acompañante y se dirigen a una oficina que le han prestado, cerca de Miraflores. Escuchan cohetones y respiran cierto ambiente de fiesta navideña. Bajan del auto y caminan por la acera de una calle en penumbras, cuando ven venir a un hombre que se tambalea con una botella de ron en la mano. Al acercarse a Chávez, lo mira medio ido y dice con la lengua enredada: “Coño, vale, tú te pareces a Chávez…”. Él reacciona de buen talante: “Anjá, sí, soy Chávez compadre…”, y sigue en su andar. A los pocos segundos, el borrachito al pasar a su lado se voltea: “¡Chávez!”, clama. “Sí, dime”, dice él con respeto. Y el alegre hombre grita, con su brazo izquierdo en alto: “¡Viva Fidel, viva Fidel!”.
Semanas después, en un recorrido que realiza por el estado Bolívar, una señora que lo atiende en un restaurant de carretera lo identifica y luego de besarlo lo sorprende: “Caramba, usted habló con mi jefe, usted habló con Fidel; cuando lo vea otra vez, me lo saluda…”.
Ante la sucia campaña que desata la oligarquía contra su visita a la Isla –que incluso confunde a gente vinculada al MBR–200–, el líder de la boina roja confirma que los pueblos llevan por dentro una brújula, que les permite orientarse en el desierto y en la oscuridad. Así interpreta el mensaje que le transmite esa mujer, similar a otros que recibiera en varias partes. Por eso suele recordar a sus compañeros, una máxima del hombre que más admira: “Creo más en los consejos del pueblo, que en los consejos de los sabios”.
Primer mensaje escrito de Fidel a Chávez
El líder cubano no se pierde una noticia sobre el desempeño de Chávez, desde que este arriba a Venezuela procedente de Cuba. Sabe que las montañas a escalar por su amigo son inmensas, pero lo alientan sus continuos avances. En especial, cuando el barinés comienza a desarrollar en abril de 1997 una estrategia democrática y pacífica. Esta, guiada por su genio, tenacidad y dones carismáticos le permite ganar las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998, basado en una amplia alianza política de base popular y en la idea central de convocar una Constituyente que inaugure una nueva época en Venezuela.
El mensaje que Fidel le envía a Chávez en la medianoche de ese 6 de diciembre, lo dice todo. Cuando el recién electo presidente llega a su casa, extenuado por las intensas batallas electorales, logro hablarle por teléfono pasadas las 2 de la madrugada. Me dicen primero que se ha acostado a dormir, y al conocer la razón de nuestra llamada enseguida oigo su voz de barítono:
–Qué alegría compartir con Fidel y el pueblo cubano este triunfo, que es también de ustedes…–dice gozoso y agrega sin pausa–: ¡Llegó la hora, hermano!
Aunque siento su verbo cargado de energía, presumo que debe estar fatigado e imagino el remolino de ideas que lo absorbe al comenzar una nueva etapa de su vida. Y le envío enseguida el mensaje vía fax:
La Habana, a las 23 horas del 6 de diciembre de 1998
Estimado Hugo Chávez:
Aunque te acosaron incesantemente y te calumniaron por el hecho valiente de tu visita a Cuba, pensando que así restarían fuerzas y votos a tu candidatura, tu aplastante victoria demuestra que los pueblos han aprendido mucho.
Los cubanos, que han seguido de cerca y en silencio tu épica campaña, comparten con los venezolanos su noble y esperanzador júbilo.
Te deseamos éxito en la difícil e inmensa tarea que tienes por delante, en este momento crucial de la historia de Nuestra América, en que ha llegado la hora de los sueños de Bolívar.
Fidel Castro