¿Por qué no vinieron mujeres en el Granma?
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- Cubadebate reproduce fragmentos del libro Creo en Fidel de Martha Eugenia López Villeda.
En el año 1955 conozco en México, en la capital, al grupo de compañeros del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) que encabezaba Fidel Castro. Estaban allí, exiliados, ante la férrea persecución de la sangrienta tiranía y el peligro para sus vidas. Raúl llegó el 24 de junio, y su hermano Fidel el 7 de julio de ese año.
Ya se encontraba en México un grupo de integrantes del M-26-7, algunos habían viajado directo desde La Habana, otros se dirigían primero a otros países como Guatemala. Todos habían sido liberados por una amnistía ante la presión popular, pero la persecución de la tiranía la sintieron de inmediato. Fidel tenía 28 años y Raúl solamente 24, aunque aparentaba tener menos.
Con los años valoré el gran significado de la selección de Fidel de ir a México a preparar lo que sería la etapa final de la lucha contra la dictadura. Muestra los lazos históricos existentes entre los pueblos de Cuba y México. Estaba la presencia de cubanos en las luchas independentistas de México, igualmente la de mexicanos en las luchas cubanas. En ambos casos se hicieron sentir. (…) También en la selección influía la cercanía de ambos países para los planes que Fidel tenía de volver a Cuba para derrocar a la tiranía.
A los primeros que conocí del grupo fueron Fidel y Héctor Aldama Acosta, cuando fueron a ver al político cubano, doctor Enrique C. Enríquez, con quien yo trabajaba unas horas por la noche como oficinista. El objetivo de la entrevista era solicitarle al doctor unas armas que sabían que él tenía, pero eso lo conocí años después. Ahí también se encontraba Alfonso Guillén Zelaya.
Con posterioridad mi hermana Graciela (Chela) invitó a Aldama y a otro compañero, que no recuerdo quién era, a la celebración en familia de un cumpleaños en casa. Ella tenía gran admiración por Cuba (…). Parece que funcionó la química entre Aldama y yo, pero además era lógico que me atrajera una persona de quien de inmediato se apreciaban sus condiciones morales, su conducta, con una gran personalidad que resaltaba, con conversaciones de temas políticos, de análisis de la sociedad en Cuba, aunque era una persona seria, se reía poco y hablaba lo indispensable. Tenía unas semanas de haber llegado exiliado, pero comenzamos una amistad que se hizo muy fuerte. Cuando conocí a Aldama, tenía dos años que estaba separada de mi esposo, y tenía dos hijos.
Me percato de que el grupo de compañeros de Aldama, los pocos que voy conociendo, incluido él, era un grupo especial. Eran personas que dedicaban su vida a su objetivo, separados de su familia, muchos tenían esposas, hijos, novias, lejos de su patria, con una vida llena de restricciones materiales y espirituales; con añoranza de sus platos de comida favoritos y con muy limitados recursos económicos. Su interés era liberar a su patria, derrocar a la tiranía y darle al pueblo una vida mejor, con una visión hacia Nuestra América. Abrazaban un ideal que parecía utópico.
Tan pronto me doy cuenta de la actividad revolucionaria de Aldama, lo presenté a Alfonso Guillén Zelaya, sabía que le interesaría conversar con él, por su preparación e inquietudes políticas. Entablaron una estrecha amistad. Aldama conversaba ampliamente con Alfonso y conmigo, nos daba a conocer cómo era gobernado y cómo vivía el pueblo de Cuba: situaciones de pobreza, de atraso educacional, así como enriquecimiento y explotación por un grupo de personas.
Aldama nos relataba los crímenes de la dictadura batistiana y la lucha que contra ésta llevaban a cabo los jóvenes, los trabajadores, los revolucionarios; nos daba a conocer planteamientos políticos y sociales de Fidel. También nos hablaba de la larga lucha contra España por la independencia, y la intromisión e interés de EE.UU. por dominar Cuba.
Pero lo que más nos ayudó a conocer la situación del país y el pensamiento de Fidel, fue lo expresado en su defensa en el Juicio del Moncada, La historia me absolverá. Este documento mostraba cómo Fidel asumía su propia defensa, la narración de la actitud valiente de los participantes en los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Mostraba las condiciones sociales, económicas y políticas de Cuba del año 1953, así como el programa a seguir que proponía para hacer cambios beneficiosos al pueblo… Me fue muy impactante, nunca había leído un documento con contenido similar, un documento tan objetivo expresado por una persona; sé que a Alfonso también lo impactó.
Era una muestra del pensamiento y futuro actuar de Fidel. Unido a esto, Aldama nos iba explicando a Alfonso y a mí, qué es el M-26-7 y sus objetivos, organización que no era un partido político, sino algo diferente. Me llevó a analizar más la situación del pueblo mexicano, con condiciones sociales muy similares; en lo político no podía opinar, poco sabía de la política en México. Ya tenía inquietudes sobre las condiciones de desigualdades económicas y sociales en la población, sobre todo de la gran pobreza y miseria que existía, así como la discriminación hacia los indígenas o sus descendientes.
Dos mexicanos en el M-26-7
Alfonso y yo nos percatamos de que estábamos en presencia de un hombre de gran convicción revolucionaria ─Aldama─, muy activo y miembro de una organización verdaderamente revolucionaria, con mucha seguridad en el triunfo de la lucha del movimiento. También nos hablaba con detalle y énfasis de Fidel, de su actividad revolucionaria desde muy joven y como líder del proceso revolucionario que se vivía, y la confianza que él y el grupo tenían en su conducción de la lucha que les llevaría al derrocamiento de la dictadura y la formación de un Gobierno diferente.
Después de un tiempo de escuchar a Aldama, de analizar lo que nos había narrado, de leer y estudiar los libros ─tenía una biblioteca valiosa─ y documentos del doctor Enríquez y conversar más al respecto con Alfonso, pasé días y días meditando. Vi ante mí un camino desconocido, hasta parecía ilusorio, pero lleno de esperanza, en el que podría hacer algo para lograr un cambio ante tanta desigualdad existente. Decidí que no podía perder la oportunidad de hacer algo, sobre lo que tanto había soñado por años: luchar por las injustas desigualdades sociales, que bastante las conocía.
Ante mis inquietudes sobre la desigualdad social que se vivía en México y en Cuba, y conociendo los objetivos del M-26-7 que tenían proyección latinoamericana, y con el liderazgo de Fidel ─en quien ya también confiaba, por todo lo analizado y con el estudio sobre su actividad─, decido pedir mi incorporación al Movimiento.
Entendía el objetivo de la batalla de esos jóvenes. Comprendí que valía la pena luchar por un futuro mejor en el que no solamente estarían los cubanos, sino los pueblos de la región, los mexicanos, mis hijos. ¡Cómo perder tan valiosa oportunidad!
Era lo que tanto había añorado: una vía para el cambio de la injusta situación existente en México y los países de la región; como la proyección era latinoamericana, en algún momento el cambio llegaría a México. Esto fue una decisión muy personal, no quería que influyera en otra persona, por eso no se lo comenté a Alfonso, sino hasta después de haberlo hecho.
No fue fácil la decisión, significaba separarme de México, de mi patria a la que me sentía muy ligada a pesar de no conocerla bien, ni siquiera su historia; mis estudios eran muy limitados, pero la parte que había aprendido en la primaria sobre los primeros pobladores, su cultura, su lucha contra la invasión española y las luchas independentistas, y otros hechos históricos, así como algunas narraciones de mi padrino con ideas avanzadas, me hacían sentir orgullosa de mis raíces. Valoré que el irme de México no significaba que renunciaba a mis raíces, por el contrario era luchar por ellas y las de otros pueblos. También analicé que existía el riesgo de morir, y yo tenía dos hijos. Por otra parte, representaba no poder ayudar económicamente ni a mi mamá ni a mis cinco hermanos, como lo había hecho durante años porque tenían una gran necesidad; mi madrina no me preocupaba económicamente, ya que tenía hermanos que la ayudaban, aunque sí desde el aspecto afectivo lo sentía, pues era la persona que me había dado abrigo y al lado de quien había crecido con gentileza, le tenía mucho cariño. Significaba separarme de toda mi familia, de mis costumbres.
Sabía que después del triunfo, si quedaba con vida, llevaría a mis hijos y a mi madrina conmigo; si moría, el movimiento se haría cargo de ellos.
Mi interés en integrarme al M-26-7 y participar en su lucha, se lo expuse a Aldama, quien me escucha con gran atención. Tuvimos una amplia y larga conversación sobre el tema para conocer la firmeza de mi solicitud y, al final, le confirmé mi decisión; me manifestó que se lo trasladaría Fidel; y como Alfonso Guillén Zelaya también le planteó su interés en incorporarse al Movimiento, le trasladó a Fidel ambas solicitudes.
Pasaron unos días, que para mí fueron angustiosos ya que no tenía la seguridad de que aceptaran mi incorporación al Movimiento, y de ser así, mi vida cambiaría totalmente. Días después, Aldama me expresó que debíamos tener una conversación a nombre de la dirección del Movimiento, que no es una conversación personal.
Se produjo la entrevista formal correspondiente: Fidel le había pedido, como miembro de la dirección del Movimiento, que la efectuara. Yo le tenía una gran admiración, respeto y cariño a Aldama, pero deseaba que la entrevista fuera con Fidel, mas no sucedió así.
En esa entrevista, Aldama me insistió en el objetivo y significado de la actividad del M-26-7, inclusive la posibilidad de morir en la lucha, recordándome que yo tenía dos hijos, pero recalcando que en caso de sucederme algo, el Movimiento no los abandonaría.
Aldama subrayó que la incorporación a la lucha significaba también mi preparación física, que sería muy fuerte, tanto en el terreno militar como en el teórico, con el fin de estar en condiciones de participar en la expedición que se estaba organizando para venir a Cuba a derrocar a la tiranía, aunque todavía no se sabía cuál sería el transporte. Dijo que tendría que someterme a la disciplina de una vida clandestina, lejos de mis hijos y familia. Igualmente estaba incluido que una vez llegando a Cuba, participaría en la lucha armada en las montañas hasta derrocar a la tiranía, y después continuar en el proceso revolucionario. Siempre recalcó los peligros, pero con la seguridad en el triunfo y el cumplimiento del Programa del Moncada, planteado en La Historia me Absolverá.
Después de una larga conversación, Aldama me comunicó que esa entrevista era para aclarar unos puntos, y ya aclarados, me comunicó que había sido aceptada mi incorporación al M-26-7. Recuerdo que al notificármelo, me abracé a él, con lágrimas en los ojos, manifestando mi emoción por la admisión en el M-26-7. Mi respuesta fue que seguir el camino de los integrantes del movimiento era mi decisión, y que a pesar de mi poca preparación cultural y política había valorado la justeza de su lucha y además respondía a inquietudes que tenía desde mi adolescencia por las injusticias sociales que sufría el pueblo de México, que además conocía en carne propia, pero también apreciaba la lucha en bien del pueblo mexicano, de otros pueblos de la América donde estaba el porvenir de mis hijos y tenía la seguridad de que si yo moría, el Movimiento se haría cargo de ellos.
Al aceptarse mi incorporación al M-26-7, pasé a ser miembro militante, condición que caló muy hondo en mí y echó raíces profundas que fueron fortaleciéndose con los años y que ahí están, sin haberse dañado.
Intuía que estaba dando un paso fundamental en mi vida, que produciría un cambio radical, como sucedió en la práctica; pero no supuse que este paso significaba tener el privilegio de formar parte de un pueblo que tomaría dimensiones espectaculares, de ser también protagonista de uno de los hechos más relevantes de los últimos 50 años de la historia de la humanidad: la edificación de una sociedad socialista a unos pasos de los Estados Unidos; sobreviviría al derrumbe del campo socialista y con fuerte repercusión hacia nuestra América y otros continentes por su posición ante problemas cruciales para la sobrevivencia del ser humano en la Tierra y el bienestar de los pueblos, todo bajo la conducción de Fidel.
Al finalizar la entrevista, Aldama me comunicó que al ser miembro del Movimiento, cuando hubiera condiciones, debía de vivir en una casa-campamento y con la disciplina establecida. Significaba dejar mi trabajo, no poder ayudar económicamente a mi familia, separarme de mis hijos por largo tiempo, y sin saber qué tan largo sería. Ésta y otras situaciones debía asumirlas, para lo cual estaba dispuesta, ya todo formaba parte de mi nueva vida.
Le comuniqué a Alfonso Guillén Zelaya mi incorporación al Movimiento. La entrevista de él fue con Raúl. Así fue como Alfonso y yo, dos mexicanos, pasamos a ser miembros de Movimiento 26 de Julio, y nos hemos mantenido militantes activos en el proceso cubano; Alfonso hasta su muerte, y yo, hasta que también termine mi vida. Poco tiempo antes de morir, Alfonso me dijo que éramos los únicos mexicanos que habíamos estado desde México, 1955, en el proceso revolucionario, de manera activa como militantes, lo que nos llenaba de orgullo.
A Fidel lo veía en casa de María Antonia González, igual que a Raúl. A Fidel muy poco por sus responsabilidades y forma de vida con normas de clandestinidad. Su personalidad era imponente.
Preparación para integrar la expedición
Pasé a vivir, por las normas de la clandestinidad y el entrenamiento, con disciplina muy estricta, pero la asumí sin dificultad. Inicialmente, como mencioné, en la habitación que alquilaba Aldama; posteriormente, el Movimiento alquiló el apartamento ubicado en la calle Jalapa 68, colonia Condesa, que se convirtió en casa-campamento. Ahí residimos Héctor Aldama, Luis Crespo y José Smith Comas y, por algún tiempo, otro compañero.
El otro compañero habitante de esa casa-campamento, Luis Crespo Castro, también de la provincia de Matanzas, de procedencia obrera de un central, era compañero de Smith y Horacio Rodríguez en acciones revolucionarias. Éramos una familia, en la que día a día aprendía más sobre lo que sucedía en Cuba y los objetivos del Movimiento.
Al principio, mi relación con los compañeros del Movimiento me fue difícil, primero por ser yo introvertida, parecía sumisa, no exteriorizaba mi pensar y rebeldía; por otra parte, no estaba acostumbrada a relacionarme con las personas que no fueran las de mi ámbito laboral, no era sociable, por las vivencias discriminatorias vividas. Además, no conocía muchas palabras cubanas y muchas veces no entendía lo que hablaban, ya que lo hacían muy rápido. Con el tiempo me fui adaptando. Por otra parte, desconocía bastante la historia de Cuba, las luchas del pueblo, su geografía, nunca había visto personalmente las atrocidades de la dictadura.
La estancia en este grupo fue muy beneficiosa para mí, aprendí a relacionarme en grupo, a exteriorizar mis opiniones, mis razonamientos. Pero, sobre todo, a conocer más de la lucha que se desarrollaba en Cuba.
La situación con mi familia fue tensa, no comprendían mi distanciamiento y lo sintieron en lo económico, tanto mi madrina, con los gastos de mis hijos, como mi mamá, por la ayuda que proporcionaba a ella y a mis hermanos. Les daba lo que el Movimiento me entregaba para mí, que era poco; los recursos eran muy limitados. Veía de vez en vez a mis hijos, lo que no era fácil ni para ellos ni para mí, pero la decisión ya estaba tomada.
El rigor de la casa-campamento
La vida estaba normada de manera que se aprovechara bien todo el tiempo: entrenamiento físico, ya fuera de caminatas, con Vanegas, o de tiro. El estudio era fundamental, creo que fue lo que me costó más trabajo acostumbrarme.
Las tareas en las casas-campamento se alternaban entre todos los integrantes, pero yo tenía un privilegio: no me tocaba cocinar, no sabía cocinar comida cubana y la mexicana no les gustaba, era con chile picante, tortillas o mucha verdura y poca carne, además de algunas yerbas que en Cuba no se comen. Al principio me dejaron cumplir con esa responsabilidad como estaba normado por el reglamento, pero cuando cociné moronga en tomates verdes, fue la última vez. La moronga es sangre de res procesada y puesta en una tripa gorda y los tomates son, parecidos en su forma, a lo que en Cuba se llama revienta caballo, aunque los de México no son dañinos, pero fue lo último que cociné. Aldama era muy bueno cocinando, pero a Smith siempre se le olvidaba ponerle sal al arroz y nos burlábamos de él.
En esa época me acostumbré a la comida cubana, aunque no toda me gustó desde el principio. Por ejemplo, la malanga la comí por vez primera en el rancho Santa Rosa, lugar que el Movimiento utilizaba como centro de entrenamiento, ubicado en un municipio cerca de la capital. Una vez Aldama y yo fuimos a una reunión y nos ofrecieron con mucho entusiasmo malanga, una especie de boniato, la habían conseguido por ese rumbo, ya que en México no en todas las regiones se conoce y se come. Cuando la comí, el sabor me desagradó mucho y pensé: ¿cómo es posible que les guste ese sabor y lo añoren tanto? Ahora es uno de mis platos favoritos, en cualquier forma que se prepare.
En el rancho Santa Rosa permanecía un grupo de compañeros para entrenarse, rotándose por grupos, y tenían como uno de los instructores al excoronel español Alberto Bayo Giroud, cubano de nacimiento, retirado, con una amplia preparación militar en España, luchador en la Guerra Civil Española, a favor de la República, además de participar en luchas en países latinoamericanos y, por último, era profesor universitario de inglés y francés. Fidel lo había convencido de entrenarnos en la lucha de guerrillas. Como se ha conocido posteriormente, Fidel ya tenía delineada la lucha en las montañas orientales de Cuba y la necesidad de la preparación. No me tocó ir al rancho Santa Rosa para recibir ese entrenamiento, fue tomado por la Policía Federal mexicana (…), pero sí recibí alguna instrucción del coronel Bayo. Uno de sus hijos también se incorporó al Movimiento.
El estudio era una actividad que se realizaba en cada casa donde había una pequeña biblioteca. El Movimiento, a pesar de la limitación económica que tenía, había invertido algunos recursos para habilitarlas.
Fue ahí donde, por primera vez, leí una biografía de Lenin, y otros libros de política, economía y sobre Cuba. Traté de leer Materialismo y empiriocriticismo, que ahí se encontraba, desde luego, lo solté a las pocas páginas, no entendía nada. Leí varios libros sobre hechos históricos que me impresionaron mucho. Fidel insistía en la necesidad de estudiar para estar preparados para la etapa posterior a la derrota de la tiranía, que sería más difícil; mi ignorancia era tan grande que no comprendía, no entendía que fuera más difícil la etapa posterior a la lucha armada, pero como disciplinada que era, lo acataba. No tenía hábitos de estudio, ni de lectura, solamente lo correspondiente a mi trabajo cotidiano, pero Aldama me apoyaba, me impulsaba y fue capaz de crear en mí el hábito del estudio sistemático, que mantengo. En el tiempo de estudio, un espacio estaba dedicado a la historia de Cuba, me ayudaban las aclaraciones y las narraciones sobre sus vivencias de Aldama, José Smith y Luis Crespo; pero lo más difícil para mí eran los temas teóricos de política, era analfabeta al respecto.
Para la capacitación física había varias actividades. Corríamos en grupos por el Bosque de Chapultepec, un parque de alrededor de cien hectáreas. En nuestras caminatas, algunos compañeros pedían que yo parara, no querían hacerlo ellos antes que yo, por el machismo, y había momentos en que ya no podían seguir. Es verdad que yo era fuerte, pero ellos tenían la desventaja de la diferencia de altura ─2000 metros por arriba del nivel del mar en el Distrito Federal─ ya que Cuba está al nivel del mar, diferencia que afecta el organismo. También hacíamos ejercicio remando en el lago que ahí existe. Cuando nos cruzábamos con otro grupo de compañeros del Movimiento no nos saludábamos. Todos pasábamos como deportistas, si alguien preguntaba. Ahí vi a muchos compañeros, pero de pasada.
Las caminatas más largas, para los que vivíamos en la Ciudad de México, eran en un cerro cercano, el del Tepeyac; cargábamos mochilas con cierto peso, hacíamos ejercicios tácticos de guerrilla, caminábamos, nos tirábamos al suelo, nos parapetábamos en salientes del terreno, borrábamos huellas, se simulaba la existencia de minas, nos arrastrábamos evitando tiros.
Uno de los entrenadores era el “Coreano” Miguel Sánchez, posteriormente traidor. Eran agotadores los ejercicios, pero yo los resistía, aunque a veces me costaba un gran esfuerzo; recuerdo los dolores musculares en las noches.
El Movimiento me compró, cuando hubo recursos, unas botas altas; las conservé durante años con mucho cariño, pero al fin se pudrieron cuando en un cuarto se me presentaron goteras fuertes, alguien en casa las tiró sin consultarme.
Efectué el entrenamiento físico correspondiente como el resto de los compañeros; tenía fortaleza física, aunque a veces sentía que desfallecía, los dolores musculares eran fuertes y las fuerzas casi se acababan, pero continuaba.
“No sabía el verdadero significado de un tiro”
La primera vez que fui al campo de tiro Los Gamitos, donde se efectuaba el entrenamiento, aprecié que era modesto, pero con condiciones suficientes para nuestra preparación. Tenía algunas paredes de cierta altura, unas mesetas para tirar de rodillas, además de condiciones para colocar blancos a cierta distancia, ya fueran platos o guanajos, 200 a 300 metros. Aldama me comentó que los compañeros se sorprendieron de que no me impresionara con los disparos la primera vez que asistí, como les sucedía a otros compañeros cubanos. Después comprendí que no era cuestión de valentía, es que yo no había vivido las persecuciones de la policía de la tiranía ni sufrido los tiroteos, ni había visto caer abatido por los tiros a un familiar, a un compañero. No sabía el verdadero significado de un tiro, ésa era la realidad.
Las mujeres primero tirábamos con rifles pesados, fusiles 30,06 mexicanos de cerrojo; rememoro el impacto fuerte en el hombro, pero después Fidel adquirió unos ligeros para que pudiéramos practicar mejor las mujeres. Recuerdo ver tirar a Melba Hernández, Piedad Solís, mexicana que también se había incorporado al movimiento; ella y yo llamábamos la atención en los entrenamientos, por ser mujeres y mexicanas. Ella se había casado con Reynaldo Benítez, que además de ser miembro del M-26-7, había sido atacante al cuartel Moncada, pero dejó el entrenamiento al salir en estado. Como mexicana, sólo me mantuve yo.
En uno de los entrenamientos en el campo de tiro se efectuó una competencia, tirábamos con rifle de mira telescópica al blanco que era un guanajo (guajolote) amarrado de una pata a una distancia de alrededor de 300 metros; varios compañeros tiraron y no le dieron, pero cuando me tocó, le di un tiro en el pescuezo. No lo maté, pero me entusiasmé mucho, sólo que cuando le tocó tirar a Fidel, que fue enseguida, le dio en la cabeza.
El entrenamiento también comprendía aprender a armar, desarmar las armas largas, cortas, y mantenerlas en buenas condiciones. Me costó trabajo la manipulación de arme y desarme, se necesita, además de conocimiento, fuerza, pero, aprendí.
De los resultados del entrenamiento se llevaba un control por compañero, pero además, creo que también un diario. Me tomaron varias fotos en las distintas fases del entrenamiento, pero ninguna se conserva en los archivos históricos, eso me comentó Aldama que efectuó investigaciones históricas.
La defensa personal la daba Arsacio Vanegas, un profesional de lucha libre mexicano, de ahí su capacidad para ese entrenamiento; también lo hacía José Smith Comas. Como era la única mujer a entrenar, Aldama me daba ese entrenamiento.
Uno de los puntos de reunión para ir al entrenamiento era el cine Lindavista, en el norte de la avenida Insurgentes; aún existe parte del mismo, aunque no funciona como tal. En un viaje a México acudí al lugar, después de más de 30 años; para recordar, me senté en un pequeño restaurante-cantina cercano, fue ahí donde me hice el propósito de elaborar este relato.
Todos los miembros del movimiento teníamos una actividad fuerte, nuestra vida transcurría sin perder el tiempo, ya fuera realizando la preparación física-militar que nos agotaba, o estudiando; prácticamente no había tiempo de descanso, había que estudiar, leer mucho.
“Acuérdate de escribirlo, tú eres el que va a quedar vivo”
Cuando estábamos en la casa-campamento, se conversaba sobre la lucha en Cuba, y me sorprendían las conversaciones entre Smith y Luis Crespo: ante cualquier hecho importante o hasta simple, se decían: “acuérdate de escribirlo, tú eres el que va a quedar vivo”, y se reían. Al principio no comprendía la naturalidad con que cada uno aceptaba la posibilidad de morir en la lucha. Me acostumbré y terminé también haciendo comentarios al respecto.
A Fidel, además de coincidir en alguno de los entrenamientos, lo veía en las reuniones con todos los compañeros, ante situaciones especiales; fueron tres, y en dos oportunidades que estuvo en el apartamento de Jalapa para hablar con Aldama, en casa de María Antonia algunas veces coincidimos. Una de las veces me preguntó cómo me sentía y le contesté con un gesto de la mano que puede interpretarse de regular, se preocupó y lo comentó con Aldama, pero él le aclaró que ese gesto quería decir que estaba bien, era una costumbre que yo tenía. Fidel siempre se preocupaba por los compañeros.
Los paseos personales con Aldama, por lo regular, se concretaban a dar una vuelta por el Parque España, quedaba cerca de la vivienda, con variada vegetación, riachuelos con pequeños puentes, bancas, además de ser grande, lo que lo hacen atractivo y hasta romántico.
En esa etapa de entrenamiento sentí malestares de salud y fui al médico, quien me informó que estaba embarazada; ante mi decisión de no dejar el entrenamiento que representaba no participar en la expedición, decidimos Aldama y yo que se me hiciera un aborto.
Tengo entendido que Aldama lo comunicó a la dirección del Movimiento. Para ambos no fue fácil esta decisión, pero más para mí, que tenía una educación tradicional en la que el aborto no es aceptado. A las pocas semanas ya estaba nuevamente entrenando.
Estuve a punto de venir a Cuba en una misión del Movimiento, pero debido a que no tenía pasaporte, no fue posible; había que salir de inmediato, la misión exacta que cumpliría no la supe.
Fidel es detenido
Así transcurrían nuestras vidas, pero el 20 de junio de 1956, Fidel y un grupo de compañeros fueron apresados por la Policía Federal Mexicana. Era un duro golpe para todos los integrantes del Movimiento y para los planes existentes. Se sabía que también estaban participando agentes de la dictadura de Batista, por lo que la vida de los compañeros peligraba, pero sobre todo la de Fidel.
No se sabía cuántos y quiénes eran los detenidos, hasta dónde llegarían las detenciones. Las primeras horas, después de recibir la noticia, fueron muy tensas, sobre todo por la detención de Fidel.
Avisar a los compañeros que vivían en las casas que no habían sido allanadas, fue una de las primeras actividades que vi hacer a Aldama. La protección de las armas que no habían decomisado las autoridades, era otra de las tareas inmediatas. Unas armas que tenían escondidas las mexicanas Piedad Solís, esposa de Reynaldo Benítez y su mamá, Alfonsina González, fueron trasladadas a otras casas por orientación de Raúl. Aldama fue responsable del traslado de una parte, en unas maletas; lo acompañé para hacer más natural el traslado.
Nos dimos cuenta de la existencia de unos rifles en el apartamento donde a veces se albergaban algunos compañeros, era la casa de Chicha, Clara Villa, y Aida Pi, en la calle Nicolás San Juan núm. 125, apartamento 3, colonia Narvarte.
Aldama buscó información y supo que el edificio estaba vigilado por la Policía Federal; pedí que me dejen sacarlos, ya que como mujer podía despertar menos sospechas y si me agarraban, las consecuencias eran menores, al ser mexicana, pues sobre los cubanos estaba la amenaza de deportación, que significaba, casi con seguridad, la muerte por las fuerzas de la dictadura batistiana. Al acceder Aldama, me dirigí al apartamento, y aprecio que efectivamente la Policía Federal estaba casi en la entrada del edificio, inclusive de manera visible. Ya en el apartamento buscamos cómo podía cubrir los rifles para sacarlos; encontré un perchero alto de madera, de ésos que se colocan a la entrada para colgar los abrigos. Le amarramos los fusiles, cubriéndolos después con trajes largos de fiesta. Salí del apartamento con el largo perchero abrazado; me vio el federal, pasé a su lado y no me detuvo; media cuadra después, donde él ya no me veía, tomé un taxi para trasladarme a la dirección que me había dado Aldama. Todo lo hice con una tranquilidad asombrosa, pero cuando entregué a Aldama las armas, ya que me estaba esperando en un departamento, me dieron una taza de café y no la podía sostener en mis manos, por lo temblorosa que estaba, hasta ahí había llegado mi tranquilidad.
Alfonso Guillén Zelaya había sido uno de los primeros apresados junto con Cándido González y Julito Díaz, todos miembros del Movimiento. Después supimos que en el interrogatorio fueron golpeados y sumergidos varias veces en un estanque de agua helada, además perdieron el conocimiento. Nos enteramos de quiénes eran los compañeros apresados; inclusive supimos de la detención del grupo que estaba en el rancho Santa Rosa, ubicado en Chalco, Estado de México, lugar de entrenamiento donde se encontraba, entre otros compañeros, el Che.
Posteriormente, supe que Fidel acudió con la Federal al rancho Santa Rosa para evitar enfrentamiento con la Policía Federal y que esto costara vidas.
El resto de los compañeros que no fuimos apresados nos ocultamos en varios lugares en el Distrito Federal. Un grupo integrado por Raúl, Aldama, José Smith Comas y yo nos refugiamos en un departamento ubicado en la calle de Nueva York núm. 204, en la colonia Nápoles, era del licenciado José Luis Guzmán, hermano de Alejandro Guzmán, uno de los abogados que defendía a Fidel y el resto de los detenidos. También ahí vivía la mamá de ellos, quien nos acogió con mucha amabilidad. No se me permitió visitar a los compañeros detenidos en la cárcel, como era mi deseo, pues había la posibilidad de que me siguieran y corría el peligro de conocerse dónde se escondía Raúl, a quien buscaban con gran interés. Prácticamente nuestro grupo no salía del apartamento, excepto Raúl, que no paraba casi por las gestiones que desarrollaba para lograr la liberación de Fidel y compañeros. Aprecio cómo despliega una dinámica actividad.
A los pocos días se incorporó a esta vivienda Juan Manuel Márquez, quien interrumpió su gira recaudando fondos en Estados Unidos entre la emigración cubana, al enterarse de la detención de Fidel y compañeros. Un día llegó al apartamento Chucho Reyes, miembro del Movimiento, y nos sorprendió: era rubio y se había teñido el pelo de negro, y llevaba unos anteojos oscuros; nos comunicó que era para que no lo reconocieran ya que sabía que lo estaba buscando la Policía Federal.
Fueron días muy difíciles, angustiosos; la información que se obtenía era mínima y teníamos la zozobra de que se diera la deportación de Fidel. La prensa mexicana comentaba esa intención en sus artículos. Al dar la información acusaban a Fidel y a otros detenidos de comunistas, de posesión de armas y de conspiración contra el Gobierno de Cuba, cargos por los que los podían deportar. Se conocía el interés de la dictadura de Batista en la deportación de Fidel; peligraba su vida, peligraban los planes del Movimiento. Pasaron varios días y no se solucionaba la situación.
Ante el peligro de deportación de los compañeros, Raúl acudió al apoyo del general mexicano Lázaro Cárdenas, quien intervino de inmediato. Un grupo de veinte compañeros fueron puestos en libertad el 9 de julio, con la condición de reportarse constantemente y salir del país en pocos días. Solamente cuatro quedaron detenidos: Fidel, Che, Calixto García y Jimmy Hirzel. Fidel fue liberado después de una detención de 34 días, que nos parecieron una eternidad, y las autoridades mexicanas le fijaron un plazo fijado para que abandonara el país.
Al ser liberados los compañeros, se continuó con la preparación de la expedición. Supe que un grupo de compañeros fueron trasladados a otros estados para su entrenamiento. Los demás continuamos en el Distrito Federal. Recuerdo que a José Smith y Luis Crespo los destinaron a entrenar a un grupo de compañeros en Veracruz.
La noche que nos despedimos Aldama y yo de ellos, no se me olvida, no sabíamos que era la última vez que nos veríamos con Smith; fue muy efusiva la despedida, sobre todo entre Aldama y Smith. También supe que seguían llegando a México más compañeros del Movimiento para integrar la expedición que se preparaba.
El Granma
En esos meses se adquirió el yate Granma para la expedición. Supe de su existencia hasta el día de su partida. Aldama lo sabía, pero era muy disciplinado en el hecho de compartir la información.
El grupo de miembros del M-26-7 en México, era de alrededor de 200 personas, y la embarcación que se consiguió para la expedición a Cuba tenía una capacidad para alrededor de 15 personas. Se determinó que cabrían solamente un poco más de 80, debido al poco espacio disponible, a la fuerza de tracción y a las malas condiciones mecánicas. Fueron 82 los expedicionarios.
Después supe que se efectuó una selección muy rigurosa para determinar los integrantes de la expedición, considerando, incluso, el tamaño y el peso del compañero. Entonces, se llegó a la conclusión de que no era posible que se incluyeran mujeres, así se lo comunicó Fidel a Aldama.
Al respecto, esto se expone de la siguiente manera en el libro La Palabra empeñada, Tomo II, Pág. 432, del historiador del Consejo de Estado, Heberto Norman:
También Héctor Aldama, quien permanece residiendo en el apartamento de Jalapa 68 junto a otros combatientes, acude aquella noche a la casa del Pedregal de San Ángel, donde Fidel lo aguarda para informarle de la inminente partida y darle las últimas instrucciones. Le entrega además una pistola de ráfagas y un reloj, y de ahí regresa a su casa – campamento para preparar a los compañeros.
En aquella ocasión, Fidel le plantea la imposibilidad de llevar en la expedición a su compañera, la mexicana Marta Eugenia López, debido al poco espacio disponible en la embarcación. Para él es duro decírselo a Martha Eugenia, pues ella había realizado todos los entrenamientos al igual que cualquier otro compañero, y decide comunicárselo a la hora de zarpar.
Continúo con la salida del yate Granma. Siguen los pasos para la salida de la expedición, y comunico a mis familiares que estaré unas semanas fuera de la ciudad, para que no se preocupen; yo pensaba que partiría en la expedición para la que había estado entrenando hasta ese momento. Ellos conocían mi relación con Aldama, pero no mi participación en el Movimiento, como lo he mencionado.
Sólo conocía los motivos mi hermano Fernando; mi familia seguía sin entender mi alejamiento de ella y de mis hijos, y mi falta de apoyo económico. Esto me angustiaba mucho.
En el mes de noviembre de 1956 recibimos la orden para que el día 24 nos trasladáramos en ómnibus, de la Ciudad de México a la ciudad de Poza Rica, estado de Veracruz: era la hora tan ansiada, la de la partida. Una gran tensión se apoderó de cada uno de nosotros. Nuestro grupo estaba conformado por Héctor Aldama, Gustavo Arcos, Diego García Febles, Herminio Díaz García y yo.
Herminio Díaz García desertó en el camino, cuando se enteró de que ya era la salida de la expedición. En una parada que hizo el ómnibus se bajó y se llevó mi maletín: al parecer, por su apuro en irse, se confundió. Se nos presentó una situación difícil, pues él ya conocía la salida de la expedición. Nosotros seguimos el camino que nos habían señalado (nunca supe qué pasó con él).
Ese mismo día, de acuerdo con las orientaciones recibidas, nos hospedamos en el hotel Aurora, en la ciudad de Poza Rica para esperar a que nos recogieran. En la noche, salí de la habitación y vi a Benítez y a Piedad Solís, su esposa, y otros cubanos; no les hablé pero se lo comuniqué a Aldama, quien me ratifica que debemos esperar a que nos busquen y no debemos acercarnos ni hablar con ellos, tales son las instrucciones.
Toda esa noche fue angustiosa, no dormimos esperando que nos recogieran; al llegar la mañana, esperamos unas horas, pero al final decidimos buscar algo de comer; cuando salimos, nos encontramos a Melba Hernández, quien nos dio la noticia de la salida de la expedición. Para nosotros fue un duro golpe. Es una de las conmociones personales más grandes que he recibido en mi vida, y para Aldama fue más duro, lloraba sin poderse contener al igual que yo. Es la única vez que lo vi llorar.
En esos momentos cruciales para el M-26-7, hubo una muestra más del sentir de Fidel por México, por el México hermano en la luchas independentistas, por el México hermano para muchos luchadores revolucionarios latinoamericanos: está plasmada en la carta que escribió en noviembre de 1956, momentos antes de la partida a Cuba en el Granma, al dejar a su hijo Fidelito, en caso de faltar él al cuidado del matrimonio de Alfonso Gutiérrez, mexicano, y Orquídea Pino, cubana:
…Y al dejarle a ellos a mi hijo, se lo dejo también a México, para que crezca y se eduque aquí en este país libre y hospitalario de los Niños Héroes, y no vuelva a mi Patria hasta que no sea también libre o pueda ya luchar por ella.
Heberto Norman, La palabra empeñada, Tomo II, Pág. 452.