Universo en la piedra
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«¿Dónde está Fidel…?», preguntaba un amigo en nuestra Plaza en aquellas jornadas de sonoros silencios y todos nos decíamos: ¿es que queda algún sitio sin su estampa? No cesan las zancadas del rebelde infinito, convirtiéndose en el golfo de los yates, dejando que las lomas se suban a su altura, reuniendo almas para guiar otro asalto por nosotros, alumbrando en lo alto el difícil camino de la Evolución Cubana. Fidel es pleno gerundio político porque es acción continua.
Doce meses han mostrado que no descansa ni procura la paz: «hay mucho por hacer», susurra en pícaro mandato a quienes van a su tumba con la idea de darle homenaje y terminan recibiendo tareas.
Allá, en la Santa Ifigenia que Santiago venera por todos los cubanos, Fidel resolvió con su propia ceniza el dilema de las dos trincheras que el Maestro nos puso en una frase. No, no hay trinchera más fuerte que la forjada con semejante polvo.
El vencedor no tenía por qué cambiar ahora que cumple un año de táctica y estrategia con Martí, de serena tertulia con Mariana y de ajedrez por la Patria con el cespedino Padre que todos compartimos. Lo hace sin detener la charla con usted y con aquel, con ella y conmigo, tan solo interrumpida el pasado 25 de noviembre.
Por ahí anda Fidel. Lo vi hace apenas un ratico, en el cargo más arduo, el de héroe, que le impide el lujo de faltarnos. No hay manera posible de extrañarlo porque nunca ha partido; que le extrañen aquellos que jamás le quisieron.
Fidel se renueva, se resiste, se revira. No hay cubano más jíbaro, ni noble. No es posible ganarle —¡si lo sabrán los que hoy no oyen y jamás aprendieron a verlo mientras él iba medio siglo delante!—, así que vencer el tiempo es para él solo cosa de tiempo.
Sus hijos de todas las edades hemos atentado mucho más que 638 veces contra esa muerte ignorada, para «vivirlo» tantas veces como la vileza quiso matarlo, pero acaso un día de estos nos pronuncie un discurso sobre nuevas maneras de hacer Revolución.
Su arsenal está claro: venció siempre porque siempre convenció. Ya en el otro noviembre nos hizo ver que, en efecto, podía persuadir hasta las piedras: le enseñó las raíces del amor a una roca pesada que desde hace un año explica al mundo un universo llamado… Fidel.