Fidel, hombre de elevados valores morales
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Eran los dos de la madrugada del 13 de agosto de 1926. En el segundo piso de la casa principal de la finca de Birán, Lina Ruz traía al mundo al tercero de los hermanos Castro. Allí, sobre pilotes de caguairán, nació Fidel.
La generosidad de Don Ángel, a pesar de su autoritarismo, la nobleza de carácter de la madre, y compañeros de juego humildes, hijos de los trabajadores de la finca, forjaron su futuro de hombre de elevados valores morales.
Fue en la propiedad que su padre había forjado a base de sudor y esfuerzo que Fidel aprendió el valor de la generosidad, como cuando este inventaba algún trabajo para beneficiar a una familia durante el tiempo muerto, luego de acabada la zafra.
Pero allí, en aquellas 10 mil hectáreas de tierra que tenía en explotación su progenitor, también conoció las crueldades de la pobreza. Y fue tal vez ese mismo contacto con los niños más pobres, sus compañeros de estudió en la escuelita pública del lugar y amigos, uno de los elementos que más lo marcaron en su formación de hombre humilde, a pesar de las propiedades de la familia.
En Birán aquel muchacho rebelde reconoció la vergüenza del analfabetismo, un mal que carcomía a todo el país y del que sus padres huyeron en la edad adulta gracias a la persistencia personal.
Cuando llegó a Santiago de Cuba, donde vivió junto a su hermana Angelita en casa de una maestra, Fidel conoció entonces la pobreza en carne propia, pues a pesar del dinero que enviaba su padre para sus gastos, esta apenas les daba de comer.
Por ello, aunque luego estudió en colegios de ricos, él nunca despreció la humildad, sino que la valoraba, aunque eso sí, su espíritu ansioso de justicia alimentó la rebeldía contra toda explotación, y cultivó el desprecio a los abusos y a la humillación.
Fidel no nació revolucionario, sino que se convirtió en revolucionario. Su contacto directo con las clases más bajas de aquella sociedad explotadora y el ejemplo de unos padres firmes pero nobles, a pesar del bienestar económico del que disfrutaban, lo forjaron como un hombre justo.
Tal pareciera que al nacer el 13 de agosto de 1926, a las dos de la madrugada, el destino ya le deparaba una vida trascendental, una existencia que estaría marcada por convicciones profundas y sólidas, tan resistentes como aquellos pilotes de caguairán sobre los que se alzaba su casa y sobre los que vino al mundo el libertador de Cuba.