Francia en Fidel, Fidel en Francia
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Desde las 7 y 45 de la mañana del lunes 13 de marzo, y hasta las 10 de la noche del jueves 16, la tierra cuna de las Revoluciones se estremeció con la visita de uno de los más grandes revolucionarios del presente siglo. El líder cubano llegó al aeropuerto de París-Roissy en un vuelo especial proveniente de Copenhague, donde asistió a la Cumbre de la ONU sobre Desarrollo Social.
Al bajar del avión, el Presidente cubano, vestido con uniforme verde olivo, recibió los honores militares propios de su rango. Con la marcialidad que lo caracteriza en tales ocasiones, Fidel fue pasando revista a la guardia de honor. Del aeropuerto acudió a un desayuno ofrecido por Danielle Mitterrand, a quien después, durante una conversación informal con periodistas franceses, calificaría como "una de las personas más nobles, generosas y sensibles que he conocido jamás".
Luego, vestido entonces con traje azul marino y corbata azul con puntos rojos, llegó al Palacio del Elíseo. El presidente Francois Mitterrand salió a recibirlo a la escalinata del Palacio y después de darse un prolongado apretón de manos, ambos Jefes de Estado posaron para un enjambre de fotógrafos, tras lo cual entraron en el Palacio donde mantuvieron una reunión seguida de un almuerzo.
En horas de la tarde se dirigió a la UNESCO. La llegada del Presidente cubano provocó una verdadera conmoción en la sede de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Funcionarios y miembros del cuerpo diplomático se agolparon en los corredores. Estallaron en aplausos. Los coros de "Fidel, Fidel" y "Abajo el bloqueo", se repitieron durante minutos.
Hombres y mujeres subidos a mesas y sillas gritaban para saludarlo. Federico Mayor, director de la UNESCO, en medio de aquella "batalla" donde el entusiasmo de la multitud impedía dar un paso, llamó a la calma y pidió que lo dejaran firmar el libro de oro. En palabras de un funcionario, "nunca se había visto en la UNESCO tal curiosidad y emoción por ningún jefe de Estado". Jean Luis Marfaing, ex embajador francés en Cuba, y un amigo entrañable de nuestro pueblo, me dijo emocionado: "¡Qué gran día, Luis! Poder ver esto es de lo mejor de mi vida.".
De la UNESCO a la Asamblea Nacional y de ahí Fidel viajó a Champigny, al sur de París, donde visitó a George Marchais, ex secretario general del Partido Comunista Francés. Marchais ha sido siempre un gran amigo de Cuba y como Fidel ha sido siempre leal a quienes han sido leales con nuestro pueblo, a pesar de lo apretado de su agenda, siempre encuentra tiempo para acudir a saludarlos, salvando las normas protocolares con que suelen ser normadas las visitas de los jefes de Estado y aun cuando para ello haya que viajar decenas de kilómetros.
El martes el Comandante en Jefe visitó la tumba de Napoleón Bonaparte, el museo del Louvre, la torre de Eiffel y admiró a distancia la catedral de Notre Dame. En horas de la tarde se reunió con unos 300 empresarios franceses. El miércoles recorrió el Palacio de Versalles y el jueves la región de Borgoña, invitado por el industrial agroalimentario Gerard Bourgoin. En cada punto visitado, la curiosidad insaciable del líder de la Revolución suscitó los más interesantes diálogos con sus anfitriones, preguntando desde el nivel de ingreso diario de un museo hasta detalles inéditos de la historia francesa. En más de una ocasión, como es él, Fidel rompió con las naturales normas de seguridad.
En el museo del Louvre, por ejemplo, respondió visiblemente contento al reclamo de un grupo de turistas japoneses, quienes no podían imaginar la figura histórica que encontrarían, recorriendo uno de los más famosos museos del mundo. Dondequiera que llegaba, Fidel se convertía en el centro de atención de los presentes, quienes lo rodeaban, saludaban y establecían con él un diálogo informal. Ante tamaño carisma le escuché decir a un colega la idea de que si Fidel cobrara las fotos y saludos que le piden saldríamos rápidamente del período especial. El líder cubano nunca había ido a Francia y si esta vez fue posible se debió a la valentía y dignidad con que actuaron el presidente Francois Mitterrand, su esposa Danielle y Federico Mayor.
Los disgustos y veladas amenazas de Washington no tuvieron cabida en estos hombres y mujeres en los que se resumen los valores que entrañan conceptos tan amados como decoro e independencia. Fidel no fue sólo a visitar un pueblo solidario con nuestra lucha, sino también a sus propios orígenes.
Como confesó en más de una ocasión, el líder cubano se hizo revolucionario leyendo la historia de la Revolución Francesa y bajo el influjo de esa gloriosa epopeya. Siendo apenas un adolescente, e hijo de un terrateniente, por las noches, mientras sus padres dormían en el llamado mirador de la casa, él, en los bajos, en el cuarto donde dormía junto a sus hermanos Ramón y Raúl, soñaba con hacer algo que cambiara los destinos de su patria. Comentó también, que ya cuando triunfa la Revolución su padre no vivía, pero que sin embargo, éste lo hubiera apoyado en la promulgación de las leyes revolucionarias.
Angel de Castro, su progenitor, falleció estando Fidel en México organizando la gesta del Granma. Meses antes, mientras estaba en prisión debido al asalto del Moncada, Fidel había escrito: "Robespierre fue idealista y honrado hasta su muerte. La revolución en peligro, las fronteras rodeadas de enemigos por todas partes, los traidores con el puñal levantado a la espalda, los vacilantes obstruyendo la marcha; era necesario ser duro, inflexible, severo; pecar por exceso, jamás por defecto cuando en él pueda estar la perdición".
Y más adelante concluía: "En Cuba hacen falta muchos Robespierre". Nadie tiene la menor duda de que los hubo, los hay, y que no por casualidad a Robespierre le decían "el incorruptible".