Fidel, Adys y las 50 guayabas
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Adys Figueredo Fernández de Carcáva conoció a Fidel a finales de agosto de 1958 en La Plata, en la Sierra Maestra, tras la ofensiva de verano del Ejército Rebelde.
En Camagüey había tomado el camino de la lucha clandestina con apenas diecinueve años y sufrió persecución, detenciones. Preferí, primero, contara acerca de este primer encuentro y luego de cómo se forjó como revolucionaria, con 15 primaveras, bajo sólidas convicciones y en un entorno familiar hostil que la llevó a ver la vida de otra manera.
“Ese día Fidel estaba haciendo prácticas de tiro con la pistola, y como blanco usó una moneda situada en un arbolito. No recuerdo qué persona me llevó hasta allí, no era en la misma comandancia, sino un poco más lejos.
“No fue Celia, ya la había visto, pero ese alguien me dijo: ‘vamos para que conozca a Fidel’. Él tenía la referencia de dos camagüeyanas que estaban alzadas y lanzó la pregunta: ‘¿Tú eres la camagüeyana que se comió las 50 guayabas?’.
“Alguien que bajó al campamento donde nosotras estábamos trajo la noticia de que yo padecía gastroenteritis por el agua contaminada que tomé del río. Me preguntó por Dalia García Barbán, quien se quedó en el campamento de Providencia”.
Adys fue una mujer impuesta a cumplir tareas difíciles. A los pocos días de ese intercambio, Celia Sánchez Manduley le preguntó que si se atrevía pasar por Camagüey para cumplir misiones en el llano, porque Teté (Teté Puebla, la actual generala retirada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias), estaba en otra misión.
Para ella era un riesgo tremendo. Antes de ascender a la montaña estuvo detenida en la unidad de la Policía de la calle Avellaneda. Encontró la fórmula para burlar a los sicarios del régimen: no bajar del ómnibus; aunque estos subieron, ella se hizo la dormida y no lograron identificarla.
“Celia me encargó buscar noticias sobre Clodomira y Lidia, que no sabían de ellas y recoger en La Habana dinero y otros documentos. Por Camagüey pasé de madrugada y en ese viaje saqué a Manuel Ray Rivero, quien fuera jefe máximo de Resistencia Cívica y estuvo en la Sierra para sostener una entrevista con Fidel. Después del triunfo ocupó un cargo en el Ministerio de Obras Públicas”.
Adys, antes de emprender viaje llegó a Bayamo para sostener un contacto, pasó por Camagüey, estuvo en Sancti Spíritus y en Trinidad, fue el punto de donde salió para La Habana bajo la alerta de Celia previendo que Ray la dejara “botada”, como así fue, y le dio la dirección de su hermano en el Vedado.
Él vivía en ese céntrico barrio habanero, pero había el temor de que la casa estuviera vigilada, pero, por suerte, no hubo contratiempos. Pasados unos días le entregaron el dinero que llevaba para la Sierra Maestra y una cantidad de papeles enormes, como ella califica.
Para despistar ante cualquier registro de los guardias, fueron muchos allanamientos en el trayecto, y más cerca de Bayamo, se hizo una bolsita que se colgó en la cintura por debajo de la falda y otros documentos los puso a modo de almohadilla sanitaria.
En el viaje tenía el encargo de acompañar a Sotolongo, un expedicionario del Granma que debía ascender a la montaña y por coincidencia de la vida, explicó, cayó al lado de su asiento. Llevaba un carné de inspector de colegios electorales para los comicios de diciembre de ese año.
Hábilmente Adys no entró a la Sierra por donde salió, aunque las tropas de Chino Figueredo montaron postas por si la veían llegar para protegerla de los guardias que establecieron un pequeño cuartel y se asentaron en la zona.
“Bueno, de allí para arriba, llegué al primer campamento y me encaminaron otra vez para la comandancia”.
—¿Llegaste a ver a Fidel de nuevo?
—Tuve que despachar con él. Ahí sí recibí un regaño. Cuando una está joven hace cada cosa. Sube, sube, pasé Providencia, seguí y me dijeron: ‘Fidel está en Las Vegas de Jibacoa desde hace dos días’, y yo ni sabía dónde era, con el guajiro que tú te encontrabas te orientaba, aquella era zona libre del Ejército Rebelde, llegué a Las Vegas de Jibacoa anocheciendo, allí conocí a Pedro Miret.
“Fidel no estaba, se había ido, al otro día seguí caminando; me cogió un cicloncito que no era fuerte, pero tenía los ríos crecidos y me quedé en la casa de un campesino y al día siguiente seguí camino, por donde me decían, hacia La Plata.
“Después de caminar tanto, de subir y bajar, me encuentro con un campesino que me dice: ‘¿usted anda buscando a la gente?’. Sí, pues Fidel durmió anoche allá y me señaló para un lugar lejos, lejos. Me dije: concho ¡que va! Estoy más cerca de La Plata que de allí y seguí para allá.
“Fidel llegó a la Comandancia de La Plata al otro día por la tarde y nos vimos de tú a tú. Replicándome me dijo: “¿Usted supo donde yo estaba y no fue para allá. Tenías que haber ido”.
“Me salvó la aviación que estaba de reconocimiento, tuvimos que meternos en lo que le llamaban la casa de las mujeres, debajo del guano, y cuando el avión pasó me dijo: Vamos, vamos para allá arriba y fuimos para la comandancia.
“En el cuarto sentados los dos en la cama conversamos. Yo traía el dinero, todo lo que venía escrito y cosas muy importantes que eran verbales. Cada vez que yo le decía algo, se levantaba y refunfuñaba y así despachamos. Él era muy asequible”.
—¿Qué impresión te causó?
—Divina, la que yo esperaba. Yo en Camagüey, después que estuve presa, no podía esperar que llegara una columna para incorporarme y dije: de ninguna manera, que si yo desde los quince años estaba metida en esto, yo llegaba hasta donde estuviera Fidel Castro.
“La noche que salí no me iban a sacar porque mis parientes que fueron quienes me delataron por lo que yo caí presa, amenazaban que si ellos se enteraban que había desaparecido de verdad, que iban a delatar a todos los que me conocían.
“La mensajera que vino me la llevé conmigo y se fue uno que llevaba mucho tiempo clandestino, un hombre de treinta y pico de año”.