La memoria en una casa y «sus mujeres»
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El carácter de Maritza parece forjado a mano, con retazos de emociones. Cuenta cada historia como si las viviera mientras habla, y llora si lloró, o ríe si rió, y la piel se le eriza y los ojos se le pierden, tal cual pasó en los momentos que narra.
Hasta el testimonio suyo lo cierra con un acento enfático: «¡Este es el memorial dedicado a Celia!», y aunque es fácil darse cuenta que la hermosa casa de madera es razón de su más grande orgullo personal; también se nota que el gesto conclusivo alude al momento en que Fidel decidió, de un modo irrevocable, que en el hogar natal de «la flor más autóctona de la Revolución» radicaría el museo cubano dedicado a su vida y obra.
«Supe que el Comandante dijo: “¡Qué sea en Media Luna!”. Ay, no sabe qué emoción fue saber que el sueño más grande, por el que tanto luchamos estas guajiritas, se haría realidad».
Maritza Acuña Núñez habla en nombre de las cuatro muchachitas –además, Marlene, Alina y Guillermina– que junto a Eulalia, la encargada de limpieza, estrenaron en 1983 la casa natal de Celia Sánchez como museo municipal.
«Solo algunas fotos y un cenicero de la familia componían la pequeña sala dedicada a la heroína. Desde el principio sentimos que aquel lugar tenía mucho más para decir, que el testimonio latente del hogar que vio nacer a Celia y crecer por 20 años, era el sitio inmejorable para perpetuar su memoria… y emprendimos esa larga carrera», relata Maritza, primera directora.
En pocos minutos narra, junto a Marlene Guerra, las peripecias de los tres años siguientes, de viajes a La Habana por primera vez, de los extravíos y las caminatas largas en la capital, de las solicitudes de entrevistas, de las atenciones de mucha gente y de las respuestas que al final llevaban a una conclusión: «La decisión, nos dimos cuenta, era solo de Fidel».
«Pues ya está, es cosa de hablar con él, de verlo y decirle», se tranquilizaron, con esa esperanza irreductible de joven emprendedor, capaz de alinear los astros a favor de su suerte; tal como pasó en diciembre de 1986.
«Fidel visitaba Granma en ocasión de los 30 años del histórico reencuentro en Cinco Palmas, y al regreso de la conmemoración teníamos la ilusión de que llegara a la casa, entonces museo municipal.
«Lo preparamos todo, incluido el acuerdo de decirle, bajo cualquier circunstancia, la imperiosa necesidad de surtir el sitio con más objetos valiosos de la vida de Celia, que existían en manos de familiares y en los fondos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.
«Sobre las seis de la tarde, cansadas por la espera de un día entero, un escolta acabó por sepultarnos, al disculparse diciendo que Fidel ya no vendría. Yo, que andaba sin zapatos, me sentí morir sobre una silla, y a punto de llorar me sacudió la noticia de otro escolta: ¡Rápido, rápido, que el Jefe ya está ahí!
«No recuerdo cómo me puse los zapatos. Automáticamente pasé de la mayor decepción a la emoción del deseo cumplido, y cuando llegué a la sala principal quedé hipnotizada con aquella sonrisa jubilosa, saludando al pueblo concentrado en la calle, subiendo los escalones con esa hidalguía, tan gallardo, tan caballero, tan elegante… tan Fidel».
La emoción en los recuerdos enmudecen a Maritza, y Marlene toma el hilo.
«Solo ella, que era la directora, pudo pasar, pero al preguntar por el colectivo, Fidel nos pide entrar a las cinco, hasta Yaya, la de limpieza. Nos echó el brazo, nos besó e hizo acompañarlo en el recorrido».
Maritza recupera el aliento. Cuenta ahora su nerviosismo al conducir la visita y se detiene en el momento dentro de la habitación de Celia.
«Fidel estaba profundamente conmovido, contemplando con las manos detrás el retrato original que Carlos Enríquez le hiciera al doctor Manuel Sánchez, padre de Celia, y luego las fotos de ella. Callé. No me atreví a interrumpirlo. Debía respetar ese instante de tantas emociones que noté en los ojos y en su silencio.
«Después fue la lección de su memoria magnífica, de ese amor familiar que profesó por sus compañeros de lucha, cuando ante una foto muy deteriorada en una vitrina, junto a un fusil, me pidió que no le dijera, que él se acordaría: “Ese es el capitán Raúl Podio, un muchacho valiente que cayó por Holguín, en Rejondones de Báguanos”, dijo al cabo de los segundos, y yo quedé pasmada».
«Así mismo, pasmada –entra Marlene–. Así estaba cuando Alina me tocó: “Mírala como está, en el limbo. Ella no le va a decir nada. Díselo tú, niña”.
«Yo tampoco me atrevía, pero él, que lo observa todo, se dio cuenta de nuestro murmullo y preguntó. “Comandante, es que queremos hablar con usted. Seguro notó que apenas tenemos cosas de Celia, y quisiéramos dedicar una sala con objetos personales de ella…”.
«De inmediato procuró a Pedro Álvarez Tabío y le indicó: “Pedro, ocúpate de lo que están diciendo las compañeras”. Fue como si le dieran la tarea más placentera de su vida. Pedro era el más ferviente investigador de la vida de Celia, y junto a nosotras el promotor más entusiasta de que en Media Luna radicara el memorial dedicado a ella».
Transcurrieron otros tres años como museo municipal, de gestiones por enriquecer el patrimonio en tributo a la heroína de la Sierra y el llano, hasta que en enero de 1990 declaran la casa Monumento Nacional, y en abril siguiente Pedro llega con la noticia que coronó el gran sueño.
«En medio de una restauración capital la casa estaba casi en el piso, y bajo un árbol del patio Pedro pregunta si en los 26 días que restaban para el 9 de mayo podríamos terminarla», cuenta Maritza.
«Le dije que con todos los materiales en la obra era cosa segura, y es cuando al cabo de un rato de suspenso nos suelta la sorpresa: “Si levantamos la casa en 26 días, este va a ser el Museo Memorial Celia Sánchez Manduley”.
«De pronto todo se mezcló en risas, llantos, pellizcos y abrazos. La emoción de la noticia fue solo comparable al momento en que vimos llegar los camiones y bajar el librero enorme de Celia, el juego de cuarto de su habitación, las vitrinas y toda la colección de 239 objetos museables pertenecientes a ella y su familia. Fue casi un mes de desvelo, que culminó con el montaje museográfico a cargo de Pepe Linares y el guion museológico de Álvarez Tabío. Todo nuevo».
Para el aniversario 70 del nacimiento, la imagen flamante de la casa de madera abriría sus puertas como Museo Memorial Casa Natal de Celia Sánchez Manduley, principal institución cubana dedicada a perpetuar la imagen de la primera mujer combatiente incorporada a la guerrilla en la Sierra.
Desde entonces, pocos conocerían la historia de persistencia que precedió el nombramiento, de la voluntad y atrevimiento de aquellas mujeres sencillas que aún reciben visitantes y conducen el paso por la casa.
Ni Maritza ni Marlene dan detalles de sus andanzas, ni del recibimiento y el reclamo ante Fidel, ni de todo lo que hicieron después para lograr reabrir el patio de la casa, o lucir en un garaje diseñado por ellas mismas el jeep Gaz-69 que usó Celia, ni de lo cotidiano que es preciso hacer en un museo para conservarlo, más allá de guiar a las visitas.
Lo que sí saben y defienden es que la casa, como fue de Celia y luego de todos los cubanos, es para ellas como un hogar personal del que no pueden desprenderse nunca: «porque aquí hemos echado la vida, y porque no merece menos la memoria de esa gran mujer que dio la suya por servir a su país, a su gente del modo más humano y maternal que conociera la Revolución».