Nace un ejército
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En más de una ocasión Fidel relataría los sucesos acaecidos en la mañana del 18 de diciembre de 1956, cuando acampado junto con dos compañeros en la finca El Salvador, de Mongo Pérez, ubicada en un lugar conocido por Cinco Palmas, un muchacho le trajo una cartera de piel con la licencia mexicana de conducción de Raúl. Sin disimular su alegría, indagó: “¡Mi hermano!, ¿dónde está?… ¿anda armado?”. El serranito contó que Hermes Cordero, un vecino, le había dado la cartera para entregársela a Mongo. “Mira, yo te voy a dar los nombres de los extranjeros que vinieron con nosotros”, y mencionó al Che, Pichirilo… “Tú te aprendes esos nombres y regresas, y le preguntas a él que te los diga. Si te los dice todos bien, ese es Raúl”.
El muchachito regresó sonriente al mediodía. El interrogado pasó la prueba y venía a la medianoche con otros cuatro, todos armados. Raúl consignaría en su Diario de guerra: “Por fin, a la luz de la luna, aparecieron algunos campesinos y como a las 9:00 p.m., enfilamos precedidos por ellos cuatro. No caminamos mucho cuando se detuvo la vanguardia y emitió unos cuantos silbidos que contestaron a varios metros. Llegamos y a la orilla de un cañaveral nos esperaban tres compañeros. Alex (Fidel), Fausto (Faustino) y Universo”.
Al fin, bajo las palmas nuevas del cañaveral de Mongo Pérez, los dos hermanos se abrazaron. “¿Cuántos fusiles traes?”, inquirió Fidel. “Cinco”. “¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!”. Tres días después la alegría se multiplicó con la incorporación del grupo encabezado por Juan Almeida. Ya eran 15 los expedicionarios del Granma que se reencontraban: Fidel y Raúl Castro, Juan Almeida, Ernesto (Che) Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Ciro Redondo, Faustino Pérez, Efigenio Ameijeiras, René Rodríguez, Universo Sánchez, Calixto Morales, Pancho González, Reynaldo Benítez y Armando Rodríguez.
Che rememoraría años después: “Unos quince hombres destruidos físicamente y hasta moralmente nos juntamos y solo pudimos seguir adelante por la enorme confianza que tuvo en esos momentos decisivos Fidel Castro, por su recia figura de caudillo revolucionario y su fe inquebrantable en el pueblo”.
En Cinco Palmas entonces no se hallaban Rafael Chao, del grupo original de Almeida, quien andaba con Guillermo García localizando armas en casa de los campesinos colaboradores de la red de Celia Sánchez, ni Calixto García y Carlos Bermúdez, que en Manacal solo esperaban la orden de Fidel para incorporarse. Luego se supo que otros expedicionarios ya estaban en camino, los cuales se sumarían en los siguientes días.
Entrenamiento
Siguieron las buenas noticias. No solo por el descubrimiento de una colmena de miel de campanillas, rápidamente castrada. Raúl escribió en su diario: “La llegada de la miel coincidió con la de varios campesinos con las ocho armas más, envueltas en sacos, y una pistola ametralladora, una ametralladora Thompson sin peine. Inmediatamente se limpiaron”. Párrafos después consignaba: “Es admirable como se desviven por atendernos y cuidarnos estos campesinos de la Sierra. Toda la nobleza y la hidalguía cubana se encuentran aquí”.
Al mediodía del 23 de diciembre Fidel propuso a sus compañeros la subida a la loma de La Nigua. De pronto, el Comandante gritó: “¡Estamos rodeados de guardias! ¡Ocupen sus puestos para combatir!”. Los rebeldes se desplegaron hacia distintos puntos. Y el tiempo pasó. Y el enemigo no se acercaba. Fidel entonces reveló que aquello era un ejercicio de combate. Raúl, en su diario, lo valoró así: “La mayoría reaccionó bien. Hubo algunos rezagados. La maniobra por la seriedad que se rodeó, quedó bien”. Che coincidía con él y únicamente agregaba: “La gente se movilizó bien con espíritu de pelea”.
Poco después del ejercicio, llegaron al lugar tres compañeros enviados por Celia desde Manzanillo. Entre ellos venía Eugenia Verdecia, Geña, una valerosa mujer que traía ocultos en su saya nueve cartuchos de dinamita, más de 300 balas y tres fulminantes. Se le informó a Fidel sobre el envío de un grupo de militantes como refuerzo al destacamento guerrillero. El Comandante insistió a los emisarios la necesidad de armas y parque que permitieran el desarrollo de la lucha y el crecimiento de la tropa. Se le asignó a Faustino Pérez la misión de bajar al llano para trasmitirles a los jefes del Movimiento en las ciudades las orientaciones de Fidel. Luego Faustino permanecería en La Habana para reorganizar la lucha clandestina en la capital.
La primera victoria
Fidel consideraba necesario obtener una acción militar exitosa que diera testimonio de la existencia y pujanza de la guerrilla. Al difundirse este hecho entre el campesinado de la serranía y en el mejor de los casos en todo el país, quedarían desmentidas las campañas de desinformación de la tiranía que afirmaban, como publicaban insistentemente periódicos cubanos y agencias estadounidenses de prensa: “Muerto Fidel Castro. Fuerzas del gobierno en el sur de Oriente para atrapar a los pocos rebeldes que huyen”.
El objetivo seleccionado por el líder histórico de la Revolución era el cuartel de La Plata, el cual desde un punto de vista táctico, reunía condiciones favorables para el naciente destacamento guerrillero. Se contaba con el factor sorpresa, ya que el Ejército batistiano no podía sospechar la presencia en la zona de los rebeldes. Por otra parte el éxito militar era factible dada la poca cantidad de tropas gubernamentales que radicaban allí, elemento primordial, pues los revolucionarios disponían de poco armamento y escaso parque.
Fidel contaba entonces con 32 compañeros, 18 de los cuales eran expedicionarios del Granma y los restantes, campesinos incorporados a la lucha. Solo se disponía de 21 armas largas: nueve fusiles de cerrojo con mirilla telescópica, seis fusiles semiautomáticos, dos ametralladoras Thompson, otros tres fusiles de cerrojo sin mirilla telescópica y una escopeta calibre 16.
Desde el amanecer del 16 de enero de 1957, Fidel ordenó poner observación sobre el cuartel, ubicado en la desembocadura del río de La Plata, en la Sierra Maestra. A las 2:40 a.m., ya día 17, Fidel empuñó una ametralladora y lanzó una ráfaga contra el cuartel. Era la señal para iniciar el combate. Camilo y otros tres compañeros atacaron por la derecha. Fidel, Che y cuatro rebeldes más lo hacen por el centro. Raúl y Almeida, con sus respectivas escuadras, maniobran por la izquierda.
Raúl, Che y Luis Crespo tiraron granadas y dinamita, que defectuosas, no estallaron. Fue Crespo quien logró incendiar el almacén, tras intentos fallidos de Camilo. Los soldados batistianos, anonadados por el factor sorpresa, sin una defensa organizada, caían heridos por las balas de los atacantes. Se oyeron gritos de rendición.
Se contabilizaron entre las fuerzas batistianas siete bajas, dos muertos y cinco heridos, tres de estos graves, aparte de los prisioneros. Che les dio atención médica e incluso les entregó medicinas. Raúl dialogó con un soldado: ¿Por qué no se rindieron antes?”. “Porque pensábamos que ustedes nos iban a fusilar después”. Raúl replicó. “Eso es lo que hubiera querido el Gobierno, para abrir el odio entre nosotros. Pero a fin de cuentas somos hermanos y nosotros lamentamos la muerte de los compañeros de ustedes, jóvenes cubanos como nosotros. Ustedes combaten por un hombre, nosotros por un ideal”. Fidel intervino en la conversación: “Los felicito. Se han portado como hombres. Quedan en libertad. Curen sus heridos y váyanse cuando quieran”.
Esta primera victoria del Ejército Rebelde dejaba un botín de ocho springfields, una ametralladora y cerca de mil tiros. El cuartel y una casa contigua fueron incendiados. Raúl escribió en su diario: “Tomamos rumbo al campamento. Me puse al lado de un prisionero y echándole un brazo por arriba de los hombros, así fui hablando con él de la ideología de nuestra lucha, del engaño que eran víctimas ellos por parte del Gobierno […] Nos despedimos de los prisioneros con un abrazo […] y nos encaminamos rumbo a Palma Mocha, por un camino que bordea la costa. Desde lo lejos se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano, sobre esas cenizas levantaremos escuelas”.
Llanos del Infierno
Fidel dedujo que tras el combate de La Plata el Ejército batistiano se lanzaría a perseguir a la tropa rebelde. De ahí que ordenara la marcha a la luz del día, a la vista de los habitantes de la zona, dejando un rastro bien claro para invitar al enemigo a la persecución. Durante días se dedicó a la búsqueda de un lugar apropiado para preparar una exitosa emboscada. Lo halló el 18 de enero en un sitio llamado Llanos del Infierno, una meseta descampada en la que el monte forma una especie de herradura alrededor de ella. Por el firme del fondo baja hacia el río una corriente de agua al que Che le dio el nombre de Arroyo del Infierno.
No fue hasta el amanecer del 22 de enero de 1957 que una fuerza enemiga, entrenada específicamente para la contrainsurgencia guerrillera y dirigida por el teniente Sánchez Mosquera, comenzó a ascender hacia los Llanos. Cerca del mediodía, una avanzada batistiana compuesta por seis hombres salió del bosque e inició el reconocimiento del lugar mientras que el resto de la tropa se detuvo. De pronto el primer disparo de Fidel derribó a uno de la avanzada. Luego cayeron tres más.
Sánchez Mosquera intentó rodear las posiciones rebeldes pero el mando revolucionario, al percatarse, ordenó la retirada. Los combatientes marcharon ordenadamente hacia el nordeste monte arriba. El destacamento guerrillero no había sufrido ni una baja. Se cumplía cabalmente la táctica que Raúl denominara de “muerde y huye”.
El combate de Llanos del Infierno, como afirman los tratadistas militares cubanos actuales, clasifica como la típica emboscada guerrillera, “brillantemente concebida y ejecutada por Fidel”. A una tropa élite se le causaron seis bajas, cinco de ellas mortales. Pero lo más relevante, como apuntaba el Che, fue que “ahora derrotábamos una columna en marcha superior a nuestras fuerzas y se pudo experimentar la importancia que tiene en este tipo de guerra liquidar las vanguardias, pues sin vanguardia no puede moverse un ejército”.
No era una victoria completa, subrayaba el Guerrillero Heroico, pues solo se había podido obtener un arma y poco parque, “pero tampoco una victoria pírrica. Habíamos enfrentado al ejército en nuevas situaciones y habíamos superado la prueba”.
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Fuentes consultados
Los diarios de guerra de Raúl Castro y Ernesto Che Guevara. Los libros Pasajes de la guerra revolucionaria, de Ernesto Che Guevara, y La conquista de la esperanza, de Che Guevara y Raúl Castro. La compilación Fidel: de Cinco Palmas a Santiago, de Acela Caner y Eugenio Suárez.