El Parlamento sin el diputado Fidel
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Es la primera vez, después de 40 años, en que sabemos con certeza que Fidel Castro no llegará a los encuentros del Parlamento cubano. Ha permanecido su silla vacía junto a la de Raúl este martes en la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuya última sesión del año abre con un video en el que se recuerdan algunas de las intervenciones del Comandante en Jefe desde que se instituyera este órgano de gobierno en 1976.
“Mi destino no era venir al mundo para descansar al final de la vida”, dice un Fidel de pie en el podio del Palacio de las Convenciones, pero en imágenes de hace más de una década. Cuando el plano de la cámara se abre y refleja como en un espejo las mesas parlamentarias, las estructuras metálicas y las grandes luces de este lugar, la sensación de vacío es casi opresiva. El Presidente del Parlamento, Esteban Lazo, renuncia al clásico minuto de silencio en honor del fallecido y propone que, en su lugar, cada uno de los presentes medite y haga suyo el concepto de Revolución, testamento político del Comandante y la mejor manera de no dejarlo morir.
Incluso cuando esto ocurre y la Asamblea presenta los resultados de la economía en el 2016 y el presupuesto para el 2017, la frase con la que cierra el video sigue pesando en esta sala. Nada está más lejos de Fidel que el retiro para cosechar pompas y, menos, las funerarias. La sesión del día cumplirá el deseo póstumo de que no se instituyan ni retrato oficial, ni estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni monumento con su nombre o su figura, ni medalla, ni trofeos. Raúl reitera lo que dijo en la Plaza de la Revolución “Mayor General Antonio Maceo Grajales”, de Santiago Cuba: Fidel rechazó en vida esa práctica y para asegurar que esta no se destape en su ausencia, la legislación que se aprueba hoy institucionaliza las convicciones y la coherencia del líder revolucionario.
La razón está a la vista. Él despreciaba la grosera mercantilización de los símbolos y el “culto a la personalidad” que congela el pasado, burocratiza la memoria y activa el dogma. Quien haya vivido en Cuba sabe que no se puede congelar una idea de lo que es Fidel -al punto de que la consigna más escuchada en estos días de duelo, “Yo soy Fidel”, ha dotado de millones de rostros singulares a su nombre-, como tampoco es posible congelar la memoria de la Revolución cubana. Además del desinterés personal y la ausencia de todo cálculo egoísta en la trayectoria de su existencia, lo que esta decisión subraya es la necesidad de traducir en actos concretos los ideales más atrevidos del Comandante en Jefe, que están por cumplirse a plenitud.
Tal como están las cosas en el mundo, los valores e ideas que él postuló y defendió son necesarios para que la vida pueda ser vivible, para que la sociedad pueda ser realmente humana. Su destino no es el descanso ni la paz de los sepulcros. Vino al mundo para no descansar al final de su vida y, mucho menos, en este comienzo de su sobrevida.