Fidel: El hombre que no cabe en monumentos
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La silla vacía que permanece así en el estrado del Palacio de Convenciones de La Habana estará por primera vez ciertamente en silencio, deshabitada. Pocas veces volvió allí en esta década quien inauguró ese espacio, donde estuvo inmensas horas razonando, escuchando, preguntando. La última vez que visitó ese sitio, siempre suyo, transcurría el VII Congreso del Partido, en abril pasado. También sus palabras fueron las últimas que pudieron escuchársele públicamente. De su voz se oyó que el pueblo cubano vencerá.
¿Profecía y mandato?, ¿convencimiento y exhortación?, ¿historia y futuro? Quizás todos esos sentidos al mismo tiempo. De cualquier modo, esté o no en esa silla, en la que no se le verá sentado nunca más, seguirá ahí y más allá de lo intangible. Habrá que tragar el dolor en seco ante la certeza de no poder verlo, y seguirlo imaginando, viendo, atendiendo. Esa es la apuesta, como en estos diez años, para los próximos.
Tampoco tomará forma en estatuas en las ciudades que recorrió, ni servirá para nombrar hospitales ni escuelas por las que tanto se desveló, ni será piedra sobre piedra de nada, ni estará en la estrella donde algunos creyeron que se había subido para observarnos, ni será nube con su apariencia como ya muchos aseguraron haberlo visto.
“Los que dirigen son hombres y no dioses”, advirtió. Por eso, desde 1959 se negó a que le rindieran culto, a que estuviera en rótulos su nombre o el de los dirigentes vivos; por eso mandó a destruir indignado la obra de un escultor deseoso de homenajearlo; por eso ahora la Asamblea Nacional del Poder Popular legislará su última voluntad.
Raúl la explicó ese día 3 de diciembre, en vísperas de su arribo a Santa Ifigenia adonde llegó para seguir acompañado de Martí. “El líder de la Revolución rechazaba cualquier manifestación de culto a la personalidad y fue consecuente con esa actitud hasta las últimas horas de vida, insistiendo en que, una vez fallecido, su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos ni erigir en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo”. Eso pidió y se hará ley.
Los diputados de hoy la tienen en sus manos. Nada menudo encargo. No solo es legislar sin él, sino aprobar un texto que interprete su idea. Quien vivió para entregar, nunca pidió y daba por seguro los imposibles, nos desafía y asombra con una última utopía casi mágica. Difícil cumplirla y hacerla cumplir.
Pero, como Fidel es legado y es continuidad, seguirá estando más allá de la piedra, más allá de lo intangible, en su silla de siempre, que no está vacía porque su pueblo habita en ella, el mismo que en silencio o a voces admite que ese hombre no cabe en monumentos; simplemente es presencia.