“Sí, hermano, ya no está nuestro padre”
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A Frederich Cepeda Cruz la noticia de la muerte de Fidel le coartó la respiración y le estremeció el alma. “Estaba con mi esposa, disfrutando en un centro de la ciudad de Sancti Spiritus, alguien se me acercó y me lo dijo, me dejó anonadado como a todo el mundo”.
Entonces le costaba creerlo: “Sabíamos que estaba bien, aunque desde hace algunos años tenía problemas de salud, pero pensamos que su vida pudiera alargarse para que estuviera siempre presente con los cubanos que lo queremos y lo amamos”.
No era la réplica de un sentir colectivo. Amigo cercano como es de la familia, Cepeda ni lo pensó para activar su celular: “Llamé a Tony, su hijo, y me lo confirmó: me dijo: Sí, hermano, es así, ya no está nuestro padre”.
Y volvió a estremecerse como cada vez que Fidel le concedió el honor de compartir momentos especiales de su vida. Y sintió como “cuando a uno se le muere un familiar. Tengo una gran amistad con su hijo Antonio Castro, por eso siento a Fidel como un padre también”.
Revela las claves de una relación que traspasa un estadio de pelota. “Tony y Fidel siempre mostraron conmigo una gran amistad, en mis años de gloria en el equipo Cuba y también en momentos difíciles. Tony siempre ha estado ahí como médico ortopédico y también del equipo Cuba de pelota”.
Recuenta que los grados de capitán del “Cuba” le dieron la oportunidad de hablar directamente con el Comandante más de una vez, “en momentos en que el equipo iba a un campeonato importante o a discutir medallas, lo hacía conmigo y con otros atletas, pero siempre preguntaba: ¿Dónde está Cepeda?”.
Se forjó un fuerte nexo. “Cuando Tony entró al equipo, ya sentíamos a ese Fidel mucho más cerca de nosotros, él llamaba a Tony y le decía con la persona que quería hablar, te daba ánimos, te daba mucha confianza, nunca te presionaba”.
Y le crees, sobre todo cuando habla de aquella larga reunión previa al Primer Clásico Mundial, en lo que sería el primer choque “en serio” de la pelota cubana con la Gran Carpa. “Estuvo como cuatro horas parado frente a nosotros que estábamos sentados, nos causó mucho esa resistencia. Habló de cuando él jugaba, preguntó por cada uno de los atletas, hasta por los retirados. De todos los que se reunieron con nosotros antes de partir, fue el que menos nos exigió y nos dijo: “Espero que la prensa haya explicado a Cuba y al mundo a lo que van a enfrentarse esos muchachos y que hagan lo que hagan ya solo con el hecho de estar ahí para mí son campeones, ellos se van a enfrentar a una tarea muy dura, pero van a regresar victoriosos a la Patria”.
“La primera vez que estuve cerca de él fue en el 2002 en el Latino, la comitiva y la escolta venían delante y se sentía como una electricidad, sabías que venía el Comandante, luego tienes de frente a un hombre alto, a una leyenda viviente haciéndote preguntas y directamente a ti, es algo impresionante”.
Pero nada conmocionó a Cepeda como aquel párrafo. “Contamos con un modelo a seguir en nuestro equipo: la increíble serenidad y seguridad de Cepeda, a quien deseo rendir homenaje en esta reflexión, por sus proezas. No ha variado en lo más mínimo su eficiencia deportiva desde la primera vez al bate en el Clásico. Ayer cuando teníamos cinco carreras contra México, cuatro las había impulsado él”.
Había pasado el III Clásico, que le provocó la reflexión titulada “La importancia moral del Clásico”. Fue para Frederich el éxtasis del orgullo. Ya le había regalado elogios en las versiones anteriores de Clásicos. “En más de una reflexión mencionó mi nombre y así hizo homenaje a mi labor como deportista, como persona. Ni me lo imaginé nunca, entre tantos atletas tan grandes que han pasado por nuestro país y que él dijera: rindo un homenaje a Frederich Cepeda por sus proezas, por lo que pasó en el II Clásico….”
Fue en la segunda edición cuando el líder de la Revolución se sintió cautivado por la elocuencia del espirituano. “Cuando llegamos hizo alusión a mí por una intervención que hice en una conferencia de prensa, me felicitó por lo que dije y en forma de broma dijo que podría ser el gobernador de California, para mí es grande porque lo dijo un hombre tan grande, que haya estado entre sus palabras con tantas que él dedicó a tantas cosas, lo voy a guardar siempre en la mente y el corazón, eso nadie lo va a borrar”.
Por estas circunstancias, Cepeda ha sido “acusado” más de una vez como un rehén de la oficialidad o de la política, como la pelota misma. “No le temo a eso, nací, me crié y soy hijo de esta Revolución, siempre he estado firme en lo que creo y lo que pienso”.
No solo lo dice. Lo ilustra con un montón de fotos gigantes que cuelgan de las paredes de su casa donde se le ve con Fidel. “Y tengo muchas más que esas porque los fotógrafos tiran muchas más, pero las guardan en la fototeca del Comandante, ojalá las tuviera todas”.
Los nexos superan el simbolismo de una instantánea. Muchos de los de su generación partieron y él está ahí, estoico, aunque haya debido atravesar más de una vez el desierto: “Cepeda nació, está y estará en Cuba y, por supuesto, en Sancti Spiritus, no tengo temor en decirlo, me hubiese gustado mucho jugar en Grandes Ligas, pero siempre de la manera en que fui a Japón, es decir ir y regresar a Cuba sin ningún tipo de problema”.
Y así vuelve al instante en que la noche del viernes trastocó su sueño. “Es real, pero para mí no murió, se fue físicamente pero estoy seguro de que por el legado que ha dejado para nosotros está inmortalizado, lo voy a recordar como hago con otras personas de mi familia, siempre va a estar ahí presente. Me gustaría recordarlo con sus vivencias, privilegiado por la oportunidad de haberlo conocido, estrechar su mano y conversar con él. Crecí viéndolo compartir con otros deportistas y que estuviera entre esos es algo que voy a guardar, es una historia irrepetible, de alguien que logró como deportista llegar al lado del Comandante”.