El perdón de Font
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Marlene Font dejó de hablarle a su mejor amigo por ser partícipe de una broma que le hicieron a ella. Entonces, hace cuatro décadas, nunca imaginó que le volvería a hablar solo desde el silencio de la memoria
Es terca y obstinada la muchacha. Tanto, que aún hoy, cuando parece arrepentida, no confiesa su equívoco. Años atrás Marlene Font dejó de hablarle a su mejor amigo por ser partícipe de una broma que le hicieron a ella. Entonces pesaba 20 libras menos e integraba la selección cubana de florete femenino —única arma de la esgrima que en aquel tiempo se le permitía practicar a la mujer—. El incidente ocurrió estando de gira por Bulgaria.
Fue a la hora de la cena, momento en que solían estar más relajados y se sentaban sin distinción de armas y rangos, atletas y entrenadores de florete, espada y sable.
Ricardo Cabrera no tuvo culpa, era uno más en aquel piquete de jóvenes que ya echaban de menos sus casas. Quizá hasta alertó a los otros: «Caballero, a Font no; yo la conozco, la santiaguera coge el monte rápido…». Lo ignoraron y cuando ella alzó el vaso y bebió un buche, la carcajada del grupo fue sonora.
Su cara se transformó. ¡Coño, aquel carnero estaba saladísimo y también el agua!, debió pensar. Y al verse en ridículo ante el grupo exigió una explicación: «Richard, ¿quién fue el gracioso? ¿Dime quién fue? ¿Por qué a mí?». Él calló. No quería delatar a sus compañeros. Además, aquello era una «jodedera» sin importancia.
Eso creyó Richard. Pero Marlene Font dejó de hablarle. Los muchachos se las ingeniaban para dejarlos solos en el elevador. «Va y se ponen de acuerdo», suponían. Sin embargo, ella se mantuvo intransigente.
Poco antes de partir a Venezuela hacia el IV Campeonato Centroamericano de Esgrima, Richard preguntó a su amiga: «Font, ¿cuándo me vas a perdonar?». «¡Quizá hablemos cuando vuelvas!», le respondió ella.
La reconciliación nunca pudo ser. Ricardo Cabrera era uno de los 24 integrantes de la delegación deportiva cubana que el 6 de octubre de 1976 regresaba a La Habana en el CUT-1201, pilotado por Wilfredo Pérez (Felo).
La aeronave, de Cubana de Aviación, sucumbió en la profundidad de las aguas territoriales de Barbados, llevándose consigo la vida y los sueños de 73 personas. Pronto se supo que fue un crimen planificado y ejecutado con el consentimiento de la CIA.
En la tranquilidad de su hogar en Marianao, Marlene Font rememora facetas de su carrera deportiva y habla de los años felices en que integraban la selección nacional de esgrima, los jóvenes que luego se convirtieron en mártires.
Font viaja en sus recuerdos y lo hace mirando fijo al infinito, evita mirar a la reportera. No quiere desplomarse, pero se le escapan suspiros.
Hay en su memoria una especie de laguna, quizá es un mecanismo para sobreponerse al dolor. Sí, porque aunque los periódicos dieron información detallada del crimen, se supo que ninguno pudo sobrevivir al siniestro, y solo se encontraron ocho cuerpos mutilados… ella en secreto negaba las muertes.
Aunque fuera poco probable, imaginaba a sus amigos y entrenadores náufragos en una isla desconocida. ¿Y por qué no? Si Nancy Uranga nadaba como un pez y era de Bahía Honda, una zona costera. Todo en este mundo puede ser posible, se decía a ratos a modo de consuelo.
«Por Nancy estoy viva. En México me sacó de lo profundo de una piscina olímpica y nadie se enteró. Yo no sabía nadar. Luego del entrenamiento, el profesor nos indicó que para relajar los músculos nos tiráramos a la piscina. Imagínate, me lancé al agua y cuando fui a agarrarme del borde, mi mano resbaló. Nancy me salvó sin hacer comentarios».
Los recuerdos de irene
Irene Forbes, quien fuera periodista de este diario, ya no está entre nosotros. Pocos como ella conocieron a la delegación deportiva que viajaba en aquel vuelo de Cubana.
Junto a algunos de ellos, «la gorda», como cariñosamente le decían, logró incluirse en la selección nacional de esgrima, en la que se mantuvo durante casi una década, se forjó como profesional del Periodismo deportivo y también conoció a su esposo.
Así lo cuenta en su libro Soles sin manchas, publicado en 1981 por la Editorial Orbe. Revelador y ameno, el texto nos ofrece una imagen más real y humana de sus «24 hermanos masacrados simultáneamente».
De las páginas del ejemplar preferí compartir este pasaje en que habla de las cualidades de Nancy Uranga como atleta y se advierte la transparencia y bondad de Irene:
«Si fuera a describir a Nancy Uranga, diría que lo que más impresionaba de su físico eran sus manos delgadas, ágiles complementos de sus expresiones, pues ellas, por sí solas, entrañaban un peculiar lenguaje.
«Nancy poseía una característica muy singular como esgrimista y era que, cuando el asalto se encontraba más o menos parejo, tiraba sobre lo normal, o sea, sin ponerle el extra, pero cuando estaba por debajo en el marcador y gritaban “alé”, lo que salía era un bólido a discutir el toque. ¡Qué manera de crecerse! Esta cualidad hube de conocerla muy bien, pues Nancy ingresó al Equipo Nacional cuando todavía yo lo integraba. Recuerdo nítidamente la competencia de primera categoría en que llegamos a un barrage o empate por el primer lugar, la estelar floretista Margarita Rodríguez, Nancy y yo. La que de nosotras dos perdiera el encuentro que habríamos de disputar, cedería a la otra la oportunidad de discutir con Margarita el primer lugar. Apreté el paso y, muy pronto, logré poner el asalto 4 a 0 a mi favor. Su reacción, cuando se percató de que prácticamente tenía perdido el asalto fue tan brusca, que debo confesar que, en gran medida, caí aturdida ante su empuje. A los pocos segundos el asalto se empató a 4 tantos. En esas circunstancias, a pesar de que yo era la más experimentada y la favorita para ganar el encuentro, me sentí extraordinariamente presionada. El público aplaudía desaforadamente, pues casi siempre se siente simpatía por el que viene de abajo, y yo me encontraba anonadada ante el viraje de la situación. Como era lógico, aunque solo me faltaba un toque para ganar, perdí el asalto y, por consiguiente, tuve que conformarme con la medalla de bronce. Esa fue mi última competencia oficial, pues en ella comencé a comprender que “los pinos nuevos” ya se empinaban y era hora de dejarles el camino libre para su ulterior desarrollo…».
Cuba arrasa
En el IV Campeonato Centroamericano de Esgrima, Cuba asistió en su mayoría con noveles figuras excepto la espada, que fue con sus más experimentados atletas.
La Mayor de las Antillas triunfó de manera apabullante, pues de las 24 medallas en disputa, se adueñó de 13, incluidos los ocho títulos.
Hubo percances en el viaje, y los dos equipos de florete y el de sable arribaron a Caracas cuando la competencia ya había iniciado.
Los espadistas sacaron la cara. Ello explica por qué José Ramón Arencibia, de espada, se proclamó campeón de florete en el área centroamericana.
En el sable se barrió con todas las medallas posibles. Los tiradores Alberto Drake, José Fernández y Juan Duany se alzaron con los tres primeros lugares, en ese orden.
Al trío de atletas se le unió, para librar el título por conjuntos, Enrique Figueredo, quien contribuyó en el rotundo triunfo sobre la selección venezolana 9 a 4.
La victoria de Cuba sobre Venezuela se repetiría en las siguientes finales.
Leonardo MacKenzie, Nelson Fernández, Carlos Leiva y Cándido Muñoz, como no pudieron tirar en el evento individual de florete masculino, se mostraron imbatibles. En la discusión del título se impusieron por 8-5 ante los anfitriones.
Las floretistas cubanas también repitieron la tripleta lograda por los sablistas en la justa individual. Nancy Uranga reafirmó su prestigio al derrotar en la final por 5-1 a Milagros Peláez, y Virgen Felizola fue tercera. Ya en la justa por equipos Inés Luaces completó el cuarteto cubano merecedor del título.
En la espada, Ricardo Cabrera (Richard) se coronó campeón. Ramón Arencibia sumó un bronce al título conquistado en florete días antes y Ramón Infante se ubicó en la quinta plaza. Ellos junto a Julio Herrera conquistaron el oro por equipos.
De tantos premios, solo regresó a la Isla, enviado por la embajada de Cuba en Venezuela, el trofeo conquistado en calidad de invictos, el diploma que certifica la victoria y la bandera nacional. Objetos que se volvieron más entrañables luego del crimen.
En la misión diplomática, horas antes del regreso, los atletas departieron con los integrantes de la orquesta los Van Van y la musicalísima Beatriz Márquez. Ellos también estaban sentenciados a muerte, debían regresar en el mismo vuelo de los esgrimistas, solo que un compromiso de última hora en Panamá, salvó sus vidas.
Hoy, como cada 6 de octubre, Marlene Font acompañará a los familiares y amigos de las víctimas en la peregrinación hacia el cementerio Colón. Allí, ensimismada, evocará al amigo, y esta vez, como tantas veces en estos 40 años, será ella quien susurrará a Richard: «Perdón».