Escuelas Ana Betancourt: Cuando las campesinas llegaron al Hotel Nacional
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Cuando el 31 de julio de 1961 Elsa Gutiérrez daba a luz a su primera hija, a pocos kilómetros del Hospital Calixto García, en La Habana, tenía lugar un acontecimiento que nunca antes en la historia de Cuba había ocurrido: en la Ciudad Deportiva, un grupo de mil jóvenes campesinas procedentes de los puntos más inhóspitos del país se graduaban con una exposición de modas confeccionadas y modeladas por ellas mismas, tras sellarse una de las obras más hermosas concebidas por Fidel, para rescatar de la incultura a aquellas muchachas.
Dos horas antes, Elsa, directora de la primera Escuela para campesinas Ana Betancourt, se había cerciorado de que cada detalle de la graduación estuviera listo y había despedido a cada una de las jóvenes que durante un año habían estudiado en el Hotel Nacional. “Cuando la última alumna subió al ómnibus, yo salí en sentido contrario para el hospital. En el mismo momento en que ellas se graduaban nació mi hija, que por supuesto se llama Ana”, cuenta a Cubadebate Elsa, a quien los años no han hecho que se olvide el más mínimo detalle.
Son muchísimos los recuerdos y las emociones que conserva de aquella época. “Todavía yo estaba en el salón de parto cuando un médico me dijo que en el discurso de clausura Fidel comunicó a las campesinas el nacimiento de mi hija, y que se llamaría Ana“.
“Pero Fidel antes bromeaba: “se va a llamar Ana Betancourt y yo le decía: Ana sí, pero Betancourt no, porque tiene padre. Fueron días grandiosos”, me cuenta Elsa.
“Ana es para mí la vida misma, representa ideales, desarrollo, felicidad, Ana se llamaba mi mamá, y Ana llevan por nombre mis dos hijas; mi nieta; o sea, que todas las hembras que han nacido de otros matrimonios en mi familia se llaman así (Ana Isabel, Ana Tere, Ana Mayra).
Cuando se cumplen 55 años del nacimiento de las Escuelas Ana Betancourt, proyecto liderado por la Federación de Mujeres Cubanas a inicios de la Revolución, y que trajo a miles de jóvenes campesinas a La Habana para enseñarles el oficio de corte y costura, converso con la directora de esta escuela que radicó en el Hotel Nacional, quien me acerca a una época que no viví, pero que mi abuela— diestra en el uso de la máquina de coser— conoció bien.
Fidel y Vilma confiaron en mí
Elsa Gutiérrez no es de formación pedagoga, sino médico. “Terminé mi carrera en el año 1956, y me integré enseguida a la lucha clandestina. Al Triunfo de la Revolución me vinculé rápidamente a la FMC, organización en la que Vilma quedó como presidenta y yo de vicepresidenta”.
“Pero ya en muy poco tiempo me plantean Vilma y Fidel que era un plan de la Revolución traer a las campesinas a La Habana a prepararlas, lo que más enfatizaba Fidel era que fueran campesinas de tierra adentro, de los lugares más apartados de Oriente, para que mejoraran su escolaridad y aprendieran un oficio. Lo ideal para él y para Vilma era que aprendieran corte y costura, algo útil, práctico, y que en corto tiempo se podía lograr”, relata Elsa.
En ese momento, Fidel y Vilma consideraron que Elsa era la persona más indicada para asumir la dirección de la escuela, “porque era médico y tenía alguna experiencia, pero no en la máquina de coser, ellas sabían coser mejor que yo, pero yo podía ayudarlas en la educación, las enfermedades, en la adaptación a La Habana y a estar sin la familia. Me sentí estimulada, porque también quería contribuir a esa obra, no había antecedentes ninguno, fue algo totalmente novedoso”.
¿Cómo eran las Anitas?
Relata Elsa Gutiérrez que el grupo de jovencitas campesinas que vinieron a la capital tenían en común tener entre los 15, 16 y 17 años, aunque también llegaron a aceptarse muchachitas de 12 y 13. Algunas tenían un grado, otras sabían escribir y leer un poco, pero había otras que eran totalmente analfabetas.
“No eran casadas, quizás alguna tenía novio, pero no hubo problemas con eso. Los padres accedieron a que vinieran, porque tenían confianza en la Revolución y en Fidel”, cuenta Elsa.
Parte de lo novedoso fue que, en la Escuela de las Ana Betancourt, las jóvenes aprendieron no solo a coser, sino también a comer, caminar, socializar, ver televisión, oír música, hacer ejercicios.
“Nunca olvidaré las primeras campesinas que llegaron al hotel, parasitadas, con muchos problemas en los dientes. A los pocos meses estaban transformadas, curadas y con magníficos tratamientos estomatológicos, aprendieron a comer correctamente, a vestir, a lucir”.
“Teníamos una sesión del día para eso, y una sesión para la costura. Así, se les enseñó lenguaje, aritmética, historia, mejoraron incluso hasta grados, todas aprendieron a coser, a hacerse su ropa, tanto aprendieron que se hizo una exposición sobre todas las cosas que ellas hacían”.
Las Anitas y los tabúes
Muchas son las anécdotas de las jovencitas campesinas que viajaron por primera vez a La Habana a aprender un oficio. Hay una muy conocida: “Cuando el ómnibus iba a bajando de los lugares más apartados una campesina vio luces allá en el fondo y preguntó: ¿Qué pueblo es ese que tiene las estrellas muy bajitas?, porque ellas no habían visto nunca luz eléctrica”, recuerda Elsa.
“Estaban llenas de tabúes. Para ellas era gravemente dañino para la salud tomar jugo y leche en el desayuno, era malo el sereno, y no utilizaban los aparatos del baño porque los veían muy bonitos”.
“La totalidad de las muchachas ya menstruaba y entonces faltaban a las clases. Hubo días que se ausentaron entre 30 ó 40 muchachitas, y entonces yo iba toda las habitaciones y me las encontraba tapadas con una sábana. Para ellas, la menstruación era una enfermedad que llevaba reposo.
“Yo pienso que Fidel quiso reivindicarlas desde el punto de vista de la pobreza, el nivel de educación bajo, la ignorancia, de los prejuicios y darles todo lo que les faltaba. Fue una gran reivindicación ante tantos olvidos, deficiencias y pobreza de todo tipo. Vinieron miles de campesinas de todas partes hasta que después se fue organizando y las escuelas eran en lugares cercanos a donde ellas vivían”.
Las Ana Betancourt y Girón
Era tan novedoso que el Hotel Nacional de Cuba fuera el albergue, escuela y el escenario diario de este proyecto tan humano de la Revolución, que no tardaron en llegar las mentiras por parte de sectores que no estaban con el proyecto revolucionario.
“Se decía que no eran ropas hechas por ellas, sino que la FMC las mandaba a hacer y ellas se ponían de protagonistas de una cosa falsa. Era una tontería, pero se aproximaba Girón y en ese contexto aumentaron las bolas. Además, la gente estaba preocupada porque el Hotel Nacional estaba en una altura, y yo tenía preocupación de que lo fueran a bombardear”.
Relata Elsa que, en medio de los difíciles días de Girón, Fidel iba cada día a la escuela a preocuparse por cómo estaban las muchachas. “El día que yo le dije Fidel, hay que mandar de nuevo a las muchachas a sus casas, y cuando se acabe esto que vuelvan, Fidel contestó: ¿cómo mandarlas a sus casas? ¿Entonces la escuela no va a continuar? No que va, si Girón se va a acabar en tres días. Ven acá Elsa, ¿tú tienes miedo?, dice Elsa que le preguntó Fidel.
“Fidel, a mí me preocupa. No es que yo tema por mí, temo por ellas por la escuela”, le dice Elsa y Fidel le pregunta: ¿Tú quieres que yo les traiga un cañón? Al otro día bien temprano en la mañana me llaman del hotel: doctora, aquí hay un cañón y se instaló de guardia con los artilleros”, cuenta Elsa y añade que Fidel tenía razón, Girón terminó en tres días.
Fidel y las Anitas
No solo fue su idea, sino que Fidel se interesaba hasta de los más mínimos detalles de este proyecto, explica Elsa.
“Cuando iba a la escuela, las campesinas lo veían y conversaban con él. Hubo un día que tuve que decirle, Fidel en horario de clases no visites la escuela, porque se desorganiza el aula, se paralizan las clases. “Y a qué hora tú quieres que yo venga”, le pregunta Fidel. “Tarde noche, y a esa hora las campesinas salían y lo veían, le contaban algo y él las escuchaba con un interés y deseo de saber de ellas increíble. Cuando una campesina se enfermaba o tenía un familiar enfermo, se interesaba hasta en los detalles más mínimos”.
El día de las madres, en mayo, Fidel tuvo la iniciativa de traer a todas las madres de las muchachas, que ya estaban muy cambiadas. Cuenta Elsa que las madres estaban tan asombradas, que hubo campesinas que miraban a sus hijas y no las conocían.
¿Qué pasó después?
Una vez graduadas, las campesinas regresaron a sus casas con una máquina de coser y dos compromisos: hacer un vestido para las mamás y enseñar a 10 campesinas más.
“Lo cumplieron y muchas en la actualidad todavía son costureras, otras devinieron dirigentes de la FMC, y otras fueron integrándose al trabajo, eso fue como una caída de estrellas en todo el país”, dice Elsa.
La vida de Elsa tomó después varios caminos: se entregó por completo a la causa de la fundación de los Círculos Infantiles, hasta que le propusieron ser la primera directora de la revista Mujeres. “Me gusta mucho el Periodismo, pero le dije a Fidel: quiero volver a estudiar medicina, para ser psiquiatra infanto juvenil.
Al frente de la Clínica del Adolescente por más de 30 años, Elsa se define primero que todo como médico, una médico que le gusta escribir. Por eso en estos momentos prepara un libro que tiene por objetivo la defensa de la infancia, pero muchos le claman escriba alguna vez las experiencias del grupo de las Anitas, programa que dio nombre a todas las Anas relacionadas con su vida.