El día que el gran Comandante iluminó el ahora
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Era la noche del 26 de mayo del 2003: El Comandante se subió a la cumbre de su propia cumbre y desde allí, con un extraño pero reconocible temblor de voz, confesó su alegría por estar navegando en las aguas agitadas de ese mar de jóvenes "Ches" que ululaban escaleras debajo. Lucía satisfecho de abrazar y que lo abracen, esos que habían recorrido kilómetros para poder escucharlo y conformarse con poder verlo a distancia. Se mostraba eufórico por recibir la caricia del canto esa misma gente que a veces ni siquiera puede costearse un pasaje de tren de los suburbios a la Capital ni que hablar entonces de volar a Cuba- y ahora estaban allí, por obra y gracia de las palabras del legendario líder barbado, en plena Plaza de la Revolución de una Habana imaginaria, agitando las banderas de la rebeldía.
Sonrió el Comandante al ver tantas sonrisas. Se estremeció al darse cuenta que estaba emprendiendo otra de sus tantas batallas decisivas, y como siempre, ante la adversidad, había decidido jugarse por entero y plantarse en medio de la multitud.
"Estaba dispuesto a morir si fuera necesario, pero nunca dejaría de hablar ante semejante convocatoria", nos confesaba después, refiriéndose a las horas previas en que todo parecía que iba a frustrarse. Dando cuenta, sin decirlo, que sólo él y nada más que él era el responsable de la decisión de reunirse con la muchedumbre. No podía fallarles a quienes tantos frustran diariamente.
Banderas rojas fulgurantes, azules y blancas o rojinegras piqueteras.
Descamisados con sus bombos y asambleístas con ganas de que el estruendo de sus gritos se escuche hasta en el cielo. Estudiantes, jubilados, familias, chicos y hasta lisiados haciendo equilibrios con sus sillas rodadas, para que el viento agite el corazón del Che hecho pendón o la insignia cubana entrelazada en el cuello. En el ruidoso abajo de esa empinada cumbre no faltaba nadie. Pero lo más increíble, es que seguían llegando para escuchar al Maestro.
Venían desde los barrios más apartados, respondiendo a la consigna que surgía involuntariamente- de la tele del enemigo que al principio quiso ridiculizar la proeza y luego, ellos también, cayeron rendidos (y por qué no, seducidos) ante el encanto de la convocatoria.
Habló entonces el Comandante en Jefe de todas nuestras esperanzas y en ese lenguaje de ida y vuelta, enseñó, adoctrinó, dialogó y supo escuchar sobre todo aquello que es necesario saber para no seguir siendo engañado.
Al Imperio lo que es del Imperio, y al pueblo lo que es del pueblo. Repartió cartillas verbales sobre educación, democracia directa, acuerdos nefastos de libre comercio y rebeliones cada vez más necesarias. Reafirmó lo que todos intuíamos pero a veces extrañaba no escuchar tan rotundamente: que la Revolución es innegociable, como el socialismo; que otro mundo es posible y que cuando lo alcancemos habrá que seguir luchando por la posibilidad de mejorarlo y así hasta llegar a la utopía, que no es inalcanzable como nos quieren hacer creer los derrotados de la mala estampa.
Se emocionó tan emblemático orador cuando llegó el turno de su camarada de tantos combates, aquel Guerrillero Heroico compatriota de dos patrias que se quieren tanto, a pesar de lamebotas, comemierdas y algun que otro intelectual arrepentido.
Y por último, entre la ovación y el llanto incontenible de tantos y tantos rostros, el jefe indiscutido del ejército popular de los pobres y humillados, condenados de la tierra y rebeldes impenitentes de todas las batallas, se despidió como vino al mundo aquel 1º de enero del 59, evocando la necesaria Victoria, la de Siempre, la nuestra, la que queremos, la que nos costará la vida si fuera necesario-, pero la que nunca le regalaremos al verdugo de nuestras ilusiones.
Fue un lunes que parecía domingo. De un mes de revolución patria en un país que quiere volver a creer y que casi de repente, se vio invadido por un fresco ventarrón latinoamericano que terminó convirtiéndose en huracán. Este no se llama Mitch o cualquier otro alias inventado por los gringos, ni reparte tristezas, desolación y muerte. Miles de gargantas gritan su nombre para que la Historia siga estremeciéndose de dignidad, como la pequeña isla de la que proviene. "Fidel, Fidel, Fidel": "Contigo vamos hasta donde sea necesario", parecen decir las voces.
El antes quedó muchos años detrás. En cambio, el ahora debería empezar de manera muy diferente, si realmente escuchamos todo lo que ese sabio hombre dijo en esa noche iluminada por un sol que llegó a derretir el frío invierno.