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Fidel rompió el mito de Goliat

Fidel aprecia los restos de uno de los aviones derribados en Girón; junto a él, vestido de civil, el autor de este trabajo. Foto: Korda, Alberto

Дата: 

08/04/2016

Источник: 

Periódico Granma

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En horas tempranas de la madrugada del 17 de abril recibo el aviso que se estaba produciendo un desembarco en Pla­ya Larga, gracias a un teléfono magneto instalado en el punto de observación allí que, con solo levantar el auricular, se comunicaba directamente con el cuartel de Jagüey Grande y mi casa.
 
Tan pronto conocimos lo que se estaba produciendo, le digo a Roxana, mi compañera en la vida: “Localiza a Celia y dile por dónde se está produciendo el ataque. Yo voy para Jagüey”.
 
Roxana llama, le sale un oficial de guardia y ella se identifica y le dice: “Quiero hablar con Celia porque están desembarcando aquí, están atacando en Playa Larga”. “¿Pero usted está segura?”, le pregunta el oficial. “Si no estuviera segura, no lo llamaba”. A los dos minutos, Celia escuchaba ya el relato de Roxana. Le dijo que sabían algo de lo ocurrido, pero no exactamente por dónde. Que enseguida iba a hablar con Fidel.
 
El comandante Guillermo García nos había enviado 400 ri­fles R-2 desde Managua, La Habana —eran rifles checos se­miautomáticos—, y cinco instructores que estuvieron en la Sierra. El propósito era organizar las milicias cenagueras y que instruyesen militarmente a los milicianos. Recibo el armamento y lo guardo en el Cuartel del Ejército de Jagüey para protegerlo hasta que comenzáramos el entrenamiento y su uso. Tam­bién llegó el Batallón 339 ligero sin artillería, con el capitán Cordero al frente.
 
Tan pronto Cordero recibió el parte en el central Australia, lo comunicó a La Habana. Por órdenes del Comandante en Jefe, a las 2:30 a.m. partió al combate. Las lanchas con calaveras pintadas en el costado, habían desembarcado con armas pesadas en dos puntos de la bahía: Playa Girón y Playa Larga.
 
Como primera medida tenía que distribuir los 400 rifles. Estaban en sus cajas con la grasa y todo, no se habían tocado.
 
Empezamos a tocar la campana de la iglesia en Jagüey Grande para movilizar a los milicianos. Fue increíble el respaldo, una cantidad de compañeros llegaron allí y les entregamos a cada uno el rifle con varios cargadores. Se armó así el primer grupo que iba a salir hacia Playa Larga y comenzó el traslado del Batallón 339 de milicias después de las 3:00 a.m.
Montamos los milicianos en camiones y partimos. Cada 100 o 150 metros se dejaban grupos de cuatro o cinco por toda la carretera hasta Pálpite, que está después de pasar la Boca de la Laguna del Tesoro. Los mercenarios tenían ametralladoras en esa carretera, a la entrada de Girón, y un cañón capaz de casi alcanzar hasta Pálpite.
 
Recibo como a las cinco o cinco y media de la mañana una llamada, era Fidel. Me explicó la situación, le dije las medidas que habíamos tomado. Ordenó detenerlos en Pálpite y anunció que nuestra aviación comenzaría a bombardear y enviaría refuerzos desde Matanzas, La Habana y Las Villas. Me pregunta si tenía información de desembarco en Girón o en otra zona. Le dije que no teníamos comunicación aún con Girón, pero que enviaría alguien a buscar información. Allá teníamos un grupo de obreros trabajando en la construcción del centro turístico, una posta con Mariano Mustelier, jefe de una milicia para protección.
 
A través de Mustelier después se pudo relatar que cuando estaba de recorrido en el yipi con el alfabetizador Valerio Rodríguez por la madrugada, ven una lucecita en el mar y piensan que es algún barco que está perdido. Viraron el yipi hacia el mar, y le hacen un cambio de luces. Ahí mismo les metieron un rafagazo que no los mató de milagro. El yipi tuvo dos impactos, pero ellos se tiraron de cabeza y eludieron la metralla.
 
Del barco siguieron disparando sobre el yipi. Mustelier contestó con su fusil. Pero los disparos de los invasores hirieron al brigadista, un adolescente de 13 años. Lo llevó al pequeño cuar­tel de milicias y volvió con cinco hombres, una escuadra del batallón 339 de las Milicias de Cienfuegos.
 
A medianoche, los cinco hombres habían observado relámpagos del tiroteo en Playa Girón. A las 2:00 a.m. una lancha se acercó a Playa Larga. El alto fue contestado con fuego de ametralladoras y fusiles. El combate se inició y Ramón González Suco, jefe de la escuadra, avisó por microonda al central Australia. Con él resistieron García Garriga, Hernández, Ja­ra­millo y Quintana, hasta que se les agotó el parque. A las 2:45 a.m. se retiraron con la consigna de ¡Patria o Muerte! Desde el barco comenzaron a dispararles con cañones, mientras los hombres-rana, que tenían un norteamericano como jefe, los conminaron a rendirse. ¡Patria o Muerte!, fue la firme respuesta. Simbolizaban lo que aguardaba a los invasores. La metralla hirió a dos de los valientes defensores. Otro fue enviado al
central Covadonga para avisar y un cuarto a la planta de radio para informar también.
 
Poco después vuelvo a hablar con Fidel, quien planteó que iba a venir todo el refuerzo, cosa que fue así. Me explicó que la aviación iba a comenzar a atacar.
 
Después que hablo con él, salgo otra vez en el yipi que manejaba Cordero. Yo venía al lado de él y en el asiento de atrás venía Fontió, camarógrafo de CMQ en Matanzas. Cuando estábamos de regreso hacia Pálpite para explicar las orientaciones de Fidel, vemos que vienen aviones con las insignias cubanas y empieza a ametrallarnos y la gente a ripostarles. “No tiren, no tiren, esos son los aviones nuestros”, grité. De pronto vemos cómo a poca distancia empiezan a lanzar paracaídas. Eran los enemigos.
 
Fidel comentaría después que los imperialistas solamente analizaron militarmente la zona del desembarco, sin preocuparse de que en la Ciénaga de Zapata la población había sido “redimida de la peor miseria, el peor aislamiento”. A tal punto llegó la Revolución a esa zona, que uno de los invasores, José Manuel Gutiérrez, cuando supo que se dirigían a la Ciénaga de Zapata, conocedor de lo que allí ocurría en el lugar pronosticó: “¡Se acabó!, porque si en algún lugar el Gobierno tiene influencia es ahí...”
 
REVOLUCIÓN EN LA CIÉNAGA
 
Al triunfo de la Revolución el Movimiento 26 de julio me situó en Varadero como subdirector del turismo en la provincia de Matanzas, con oficinas en la dársena de Varadero. En el verano de 1959, Fidel participó en las regatas de remo de Varadero, que eran muy esperadas, y me correspondió atenderlo durante el torneo y la estancia en general. A partir de ese momento se iniciaron los contactos con el Comandante en Jefe y Celia.
 
En mayo de 1960 recibo una llamada de Celia, quien me pregunta dónde estoy. Le respondo que en la oficina de la dársena, pide que la espere allí. Algo más de una hora después llega en un helicóptero. “Vamos para la Ciénaga que Fidel te está esperando”.
 
Allí, en la Laguna del Tesoro, había un pequeño cayito y en él una navecita, donde Fidel paraba. Nos reunimos con él y me narra el impacto que recibió en la cena de la Nochebuena de 1959 con los cenagueros.
 
Esos esforzados y sufridos trabajadores contaron a Fidel sus vicisitudes, todos sus problemas; no había carretera, no había escuelas, no había atención médica, no había hospitales, no había medios de comunicación. Las imponderables carencias la convertían en la más olvidada y atrasada zona de Cuba. Después de escucharlos, Fidel tomó la firme decisión de transformar la Ciénaga de Zapata.
 
Explicó qué quería hacer allí. En primer lugar, la construcción de las carreteras: para llegar a Playa Girón y a Playa Larga había dos accesos nada más: del central Australia a Playa Larga, y de Covadonga para entrar a Playa Girón. Él quería unir por carretera a Playa Larga con Playa Girón, lo que garantizaba los accesos a todas partes de la Ciénaga. Orientó la crea­ción de cooperativas para organizar a los cenagueros, producir el carbón, el corte de la madera y el corte de leña.
 
Además ga­rantizar en los bateyes las tiendas del pueblo, mejorando considerablemente la variedad de productos que nunca ha­bían recibido para su alimentación.
 
También garantizar la alfabetización y educación de niños, jóvenes y adultos, con apoyo de la brigada Conrado Benítez en el primer paso.
 
Cuando concluye, me dice: “Maciques, yo quiero que te hagas cargo de este hermoso proyecto, ¿tú estás dispuesto?”. Rápidamente le respondo que para mí una petición suya es una orden, y la quiero ejecutar con amor y disposición; ya estoy en la Ciénaga.
 
Regreso a Varadero e informo a mis compañeros de trabajo y al capitán Ramírez, Director de Turismo, sobre las orientaciones. Once trabajadores plantearon su disposición de trasladarse con nosotros para cumplir esta tarea.
 
Enseguida coordiné con Mario Díaz, que en aquel momento se encontraba al frente de la alfabetización, y se situaron jóvenes en las distintas cooperativas para acometer la tarea.
 
Acto seguido nos ubicamos con Roxana en una pequeña casita de madera muy modesta, en la misma entrada a la izquierda de la carretera que va a Playa Larga. Después se construyeron las oficinas rústicas, con techo de guano, al lado de donde vivíamos.
 
Fidel, que fungía como presidente del INRA, me nombra Director General del Parque Nacional Península de Zapata que atendía el desarrollo de la zona. Se constituyeron 14 cooperativas en distintas regiones y se trabajó fuertemente en las carrete­ras porque Fidel planteaba que había que convertir la zona en un centro turístico, para buscarles trabajo a los hijos de los ce­nagueros y ahí es donde surge la idea de desarrollar Guamá, que se convierte en una isla taína. Una isla taína con las esculturas de Rita Longa; también nació Playa Larga como centro turístico, con cafetería, sus casas y cabañitas; recibimos, en la organización de toda la actividad gastronómica, asesoría de la Dirección y los trabajadores del Ten Cents de Galiano para formar dependientes, camareras y personal administrativo. Tam­bién se trabajó en la formación del centro turístico de Playa Girón. Se cambió el modo de producción del carbón, elevando altamente la productividad a fin de obtener mejoras para ellos.
 
Las ideas y orientaciones expresadas por Fidel se fueron ejecutando y convirtiéndolas en realidad: de una zona inhóspita a un bello lugar, con un cambio radical en la calidad de vida.
 
Celia participó arduamente en la idea y desarrollo de todos los proyectos; orientó la creación de un taller de cerámica en la Boca de la Laguna del Tesoro y se seleccionó un grupo de jóvenes que fueron trasladados a La Habana para formarlos.
 
Una buena parte de lo que se produjo en ese taller se utilizó en la decoración de las distintas instalaciones turísticas y se comercializaban. Fidel chequeaba con frecuencia la ejecución de todos los proyectos.
 
Se desecó parte de la Ciénaga, a fin de sembrar arroz, granos y otros cultivos. Todos pudieron comprobar el cambio que se produjo convirtiendo en realidad lo que les prometió.
 
Una semana más o menos antes del ataque a Girón, Fidel me dice que me recogería, y nos fuimos hasta Playa Girón. Ya había la certeza de que se preparaba un ataque a Cuba. No se sabía el lugar exacto por dónde iba a ser y se tomaron distintas medidas. Fidel manda a Raúl para Oriente, el Che se queda en la parte de Occidente y Almeida en el Centro.
 
Cuando recorríamos la zona, Fidel dijo: “Maciques, si yo fuera a dirigir un desembarco en Cuba, este es un lugar ideal”.
 
Esto fue ocho o diez días antes del ataque. Me explica que solo existían dos vías de acceso a través de pantanos, lo que convertía a Playa Girón en el lugar ideal para crear y fortalecer una cabeza de playa.
 
Incluso se había construido un aeropuerto que se podría utilizar por el enemigo para enviar aviones con apoyo logístico.
 
En Cayo Ramona había una cooperativa, a tres o cuatro kilómetros de Girón, con un hospital pequeño que podría ser utilizado. Dadas esas condiciones, orientó situar cuatro bocas en el aeropuerto y proteger con ametralladoras 50 el tanque de agua de Playa Girón; lamentablemente llegaron tarde.
 
OFENSIVA Y CONTRAOFENSIVA
 
Además de la infantería, los invasores desembarcaron batallones de cañones pesados y motorizados, una compañía de tanques y lanzaron un batallón de paracaidistas al amanecer. El batallón de las Milicias de Cienfuegos, solo con armas ligeras, choca al alba con los invasores. Después de decidir el movimiento del 339, Fidel ordenó al entonces capitán José R. Fernández que, con el batallón de responsables de milicias, se trasladase desde Matanzas a Jovellanos; al batallón 117 de Las Villas ir hacia Yaguaramas y Covadonga y se trasladó al frente de guerra.
 
Los paracaidistas cayeron entre Pálpite y Soplillar, que está llegando a Pálpite. Se tiraban y a la vez disparaban sus armas ligeras. Allí se abatieron dos hombres en el aire, los recogimos con todo el armamento y las cosas que traían y se enviaron para el central Australia para que los reconocieran y vieran todo. Tiraron un segundo grupo de paracaidistas entre el central Australia y la Boca de la Laguna del Tesoro que portaban fusiles Garands con mirillas telescópicas.
 
Tenían buen armamento y controlaban la carretera; a todo lo que se movía le disparaban. Allí nos mataron, junto al peaje, al jefe del Cuartel de Jagüey, el teniente Antelo.
 
Llega el batallón de milicias de Matanzas que venía con Fernández. Lo esperé en el central Australia y salimos hacia Pálpite, donde se comenzó a montar la batería para atacar a Playa Larga; no se había terminado de montar las baterías y nos empiezan a caer disparos del enemigo que estaba haciéndolo desde Playa Larga hacia la zona nuestra. Hubo entonces que retirarse, se montó toda la artillería y se empezó a responder el fuego día y noche.
 
Fidel llega al central Australia el 17, en la misma tarde del desembarco y allí da las indicaciones a un grupo de oficiales sobre la estrategia a seguir.
 
Cuando sale ya casi anocheciendo, me lleva con él en un Oldsmobile de 1960 con las luces apagadas, fuimos a Pálpite donde caían muy cerca los proyectiles. Allí manda a buscar a Flavio Bravo, quien iba en uno de los tanques que estaban para atacar a Playa Larga, y a dos o tres compañeros más. Les orienta avanzar atacando, hasta mojar las esteras con el agua de la playa. Si se averiaba alguno de los tanques tenía que disparar hasta agotar todos los proyectiles.
 
El mismo 17 a las siete o siete y media de la noche, Fidel estaba a menos de dos o tres kilómetros de donde se estaba produciendo el ataque. Al día siguiente, el 18, plantea al comandante Luis Borges ponerse al frente del batallón 111 de La Habana y, desde Pálpite, atravesar toda la ciénaga para llegar a cayo Ramona y cortar el paso a los invasores; tomar cayo Ramona que estaba en manos de los mercenarios; de ahí salir a San Blas y de San Blas para Playa Girón.
 
Fidel me pregunta: “Maciques, ¿tú estás cansado?”. “No”, le respondí. “Entonces quiero que tú sirvas de guía al Batallón 111”, al cual llamó el “Batallón Perdido”, por las indicaciones que él dio. Logramos hacerlo, se toma cayo Ramona, y después el día 19 salimos a San Blas adonde llega Fidel, entre las dos y las tres de la tarde. Había cuatro tanques que son los que entran a Playa Girón. Entonces manda a Emilio Aragonés en el primero y dice: “Yo voy en el tercero”. Cuando dijo eso, todos se opusieron: “Comandante, usted no puede ir, usted tiene que quedarse”. “¡Coño!, yo soy el jefe de la Revolución y voy en el tanque”, y se montó.
 
Ordenó otra vez no parar hasta mojar las esteras con el agua salada. Nosotros con la escolta, Gamonal, Chicho y Abrantes, vamos en un camión con la Columna 1 y la Columna 2 a pasodoble, por toda la carretera hacia Playa Gi­rón, a ambos lados de la columna de tanques, para protegerlos. Llegamos a Playa Girón. Ya ha entrado el batallón de Efigenio Ameijeiras, el de la policía, que tomó la zona y estaban recorriéndola. Ellos fueron por la zona de Playa Larga, nosotros veníamos por San Blas.
 
Fidel se bajó del tanque y salimos caminando hacia la playa. Había una serie de compañeros, incluso allí suena un bombazo que nos cayó pegadito a nosotros y recuerdo que nos levantó la onda expansiva como casi un metro. “Avisen que ese es Pedro Miret, viene tirando y nos va a matar. Que no tire más”, indicó Fidel. En efecto, era Miret que venía atrás tirando con los tanques.
 
Pasó un hombre vestido de civil y Fidel me preguntó: “¿Ese quién es, tú lo conoces?”. “No”, respondí. “¿Hay aquí turistas?”. “No, aquí no hay ningún turista”, contesté. Mandó a buscar a la persona. Se le acercó y le preguntó: “¿En qué batallón de invasores venías tú?”, y enseguida dijo: “Yo venía en el batallón tal”. Era uno de los mercenarios, había cogido la ropa de los cenagueros para irse y se puso nervioso cuando estuvo frente a Fidel.
 
Al pasar por un puestecito, una cafetería ligerita de guano, para dar servicio a los trabajadores, escuchamos el quejido de un ser humano. Fidel orientó ver qué pasaba. Entramos y había un invasor acostado sobre un catre con las manos en el estómago que pedía: “Mátenme, mátenme, mátenme”. El Comandante lo mira, le mueve la mano, ve que no tiene sangre y afirma: “Este hombre tiene una úlcera perforada, si no se opera, morirá”.
 
Llamó a un teniente de la escolta y le dijo: “Tú eres responsable de que este hombre llegue a un hospital lo más rápido posible”. Fue una muestra de la condición humana de Fidel, la sensibilidad hacia un prisionero. Efectivamente se llevó a un hospital y lo operaron. Tenía una úlcera perforada, después el Comandante en Jefe se interesó por él.
 
El día 20 por la mañana, estando en Playa Girón, llaman del helicóptero del Comandante, que en aquel momento lo pilo­teaba el Cojo Otero y dice que le habían ametrallado desde el Houston. Nos fuimos para Playa Larga.
 
Un poco más adelante, caminando por la costa, va el tanque hasta un punto donde los fotógrafos toman la famosa imagen de Fidel tirándole al Houston. Fidel le fue indicando al tripulante del tanque cómo hacer el disparo, a tantos grados; falló el primero y el segundo, y a partir del tercero ya le dio en el mismo medio al Houston. En realidad del Houston no le tiraron al helicóptero, en el barco no había invasores; se habían bajado y estaban en la costa, porque el barco estaba encallado. La información era errada. Una cosa que no se conoce es que cuando Fidel le está tirando al Houston, viene el entonces capitán Lara corriendo y pidiendo que no le disparase más, pues estaba allá arriba el comandante Lussón que había ido a tomar al Houston. No se sabe cómo Lussón salió ileso.
 
Al día siguiente se sale de Playa Girón pegado al mar por la costa como en dirección a Cienfuegos. Fidel va en la primera línea, en el centro. Después de caminar 100 metros empezábamos a tirar al aire, y uno veía como salían y se entregaban.
 
Ese día capturamos casi 200 mercenarios.
 
Uno de los mercenarios era un personaje muy ligado a la CIA, Manuel Artime, jefe civil en la invasión. El jefe militar era un oficial antiguo, José San Roman. Fidel le orientó a Oscar Fernández Mell que lo buscase.
 
Mell me dice: “Maciques, llegó un grupito nuevo de presos, vamos a ir a verlos”. Oscar los mira y dice: “Ese es Artime”.
 
Había dado otro nombre. Mell lo increpa: “Me vas a decir eso a mí; tú y yo estudiamos en la escuela de Medicina y te conozco bien”. Tuvo que admitirlo. Rápido lo mandaron a buscar de La Habana en un avión.
 
Una de las cosas más impresionantes fue la actitud del pueblo en defensa de la Patria socialista. Por ejemplo, de la gente en el central Australia. Nosotros tuvimos que tomar la medida de bloquear la entrada del Central a Playa Larga, porque la gente venía hasta con un revólver y decían: “Yo quiero entrar para pelear”. Heroico fue el pueblo entero, no solo los que estaban presentes allí.
 
Hubo derroche de coraje, pero también de humanismo, con los nuestros y con los enemigos. Cuando ya empiezan los preparativos para atender todo, plantean los médicos que hacía falta buscar un local para montar el hospital de campaña. Roxana, que era una gran mujer les dijo: “Aquí mismo en mi casa”, y se montó un hospitalito de campaña donde se atendieron a muchos heridos. Los que impresionaron más fueron los jóvenes artilleros con las cuatro bocas al lado de la carretera para Playa Larga, sin camisas, cuando vino el avión sobre el central Australia en que iban los pilotos norteamericanos, esos muchachos los tumbaron con un derroche de valentía. Había que ver cómo brincaban y gritaban por la hazaña que contribuía a una relampagueante victoria en menos de 72 horas como pidió Fidel, en solo 66 horas.
 
Eran niños de 15 y 16 años, sin camisa y muy valientes. Entre los heridos, algunos murieron allí.
 
Se atendieron, tanto a los nuestros como a los mercenarios, pues Fidel orientó, como en la Sierra, respetar la vida y la integridad física de los prisioneros.
 
Los que fuimos a combatir lo hicimos por la Revolución Socialista, junto a Fidel, a Raúl, a Che. Celia también se presentó. Se apareció sola en el central Australia el día 18. Fue para nuestra casa y estuvo al tanto de todo con Fidel.
 
Nos impresionó a todos la energía que desplegó el Co­mandante, presente en la primera línea de batalla en todo mo­mento, arriesgando su vida, para lograr la victoria fulminante y evitar que establecieran una cabeza de playa, y reclamar reconocimiento de gobernantes lacayos e intervención directa de las fuerzas armadas de Estados Unidos, como era el plan que reclamaban hasta el último momento los jefes militares de Estados Unidos, en especial el almirante Burke.
 
Fidel desconcertó al enemigo con la forma en que fue organizando la ofensiva: primero acabó con los barcos para tronchar la posibilidad logística, escalonó los objetivos y dio el ejemplo de lo que es un jefe. Fidel es único. Todo el mundo gritaba: “¡Fidel, Fidel!”
 
El mito de Goliat estaba roto.