Las aulas de los montes sus maestros tienen ya…
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El 23 de enero de 1961, el teatro de la CTC se llenó de la alegría desbordante de quienes representaban a los jóvenes del Segundo Contingente de Maestros Voluntarios que habían terminado el curso preparatorio en la Sierra Maestra. Todos estaban expectantes en espera de la llegada del Comandante en Jefe y jubilosos cantaban, una y otra vez, el himno cuyos versos iniciales decían: “Las aulas de los montes se abrirán a la verdad,/ las aulas de los montes nunca más se cerrarán./ Las aulas de los montes sus maestros tienen ya…”.
LA REPÚBLICA NO PREPARÓ MAESTROS PARA LAS MONTAÑAS
El acto se inició con himnos cantados por el coro del Ejército Rebelde y poemas recitados por Nicolás Guillén.
Simbólicamente, cuatro maestros voluntarios seleccionados de los campamentos Rubén Bravo, Alfredo López, Pepito Tey y Renato Guitart, recibieron sus diplomas de manos de Fidel y de Armando Hart —entonces ministro de Educación—, en representación de los 1 100 maestros que acababan de graduarse.
La alegría y los aplausos fueron en aumento durante la boda colectiva de cinco parejas de maestros en las que Fidel y Hart suscribieron las actas matrimoniales.
Un año antes, el 22 de abril de 1960, frente a la falta de maestros para enseñar en las zonas montañosas, Fidel había hecho un llamamiento especial a todos los jóvenes cubanos para cubrir las plazas de maestros rurales y resolver esta necesidad. Era una tarea que parecía en extremo difícil, sin embargo, miles de jóvenes que cumplían con el requisito mínimo de preparación —tener aprobado al menos el tercer año de los estudios de bachillerato, de la Escuela Normal o de Comercio— respondieron al primer llamado. Ellos formaron parte del Primer Contingente de Maestros Voluntarios y ocupaban las aulas de las montañas cuando se produjo la graduación del Segundo Contingente de Maestros Voluntarios.
También formaban parte de esta legión de maestros voluntarios los cientos de recién graduados y estudiantes del último año de las Escuelas Normales que cursaron el curso de Adaptación al Medio en el campamento de San Lorenzo, en la Sierra Maestra. Con ese ejército de maestros para las montañas, contaba la Revolución en el Año de la Educación.
El Comandante en Jefe, al iniciar su discurso a los graduados, reconoció el valor y la entrega de esos jóvenes para solucionar el gran problema de contar con maestros en las aulas de las zonas montañosas del país. Fidel dijo: “No había maestros para las montañas y no era fácil resolver el problema. La vida de las montañas es dura. No es fácil adaptarse a la vida de las montañas para quienes no han vivido nunca en ellas. La clave del problema es este: para la montaña no había maestros […] Ocurría muchas veces que se designaban maestros para las montañas, y llegaban los miércoles y se marchaban los viernes. Esa era una realidad que no debe ocultarse: la República no preparó maestros para enseñar en el campo”.[1]
Más adelante, Fidel argumentó que, aunque parecía difícil hacer maestros para los montes, cuando se hizo el llamamiento acudieron a ofrecerse cerca de 5 000 jóvenes. Al cabo de seis meses, la República contaba con 2 500 nuevos maestros preparados en el espíritu de las montañas y dispuestos —desde el primer momento—, a enseñar en los más apartados rincones del país.
UN VASTO PLAN DE EDUCACIÓN
Para dar cumplimiento al precepto martiano: Ser culto es la única forma de ser libre, la Revolución Cubana —que había hecho más por la educación en dos años que lo hecho por la república neocolonial en 58 años de desgobierno—, presentaba un vasto plan de educación donde se preveía la creación de tres grandes escuelas para maestros en las montañas de Cuba; la formación de 300 directoras para los círculos infantiles; la iniciación de cursos para instructores de idiomas y de educación física; la formación de instructores de arte dramático, de canto, de música y de danza.
Fidel anunciaba la creación de “la gran Academia Nacional de Arte, una gran ciudad con aulas, talleres de trabajo, escenarios, tomando por centro los dos campos de golf que están situados en los lugares más aristocráticos de La Habana”.
Asimismo, entre las muchas posibilidades de trabajo y de estudio que se abrían a los cubanos, Fidel se refirió a cómo Ciudad Escolar Libertad había sido adaptada para recibir becados a más de 1 500 estudiantes universitarios y para que 1 000 jóvenes empleadas del servicio doméstico —percibiendo el mismo sueldo que ganaban—, recibieran un curso de seis meses para trabajar en los círculos infantiles y atender a los hijos de los obreros.
ASESINATO DE UN JOVEN MAESTRO VOLUNTARIO
Todo era esperanzador y así lo sentían todos los presentes en el acto de graduación. No obstante, las palabras de Fidel nublaron la alegría cuando expresó: “Hemos tenido hoy escenas hermosas y alegres, hemos vivido momentos de júbilo, hemos escuchado cantar, hemos escuchado reír, hemos escuchado el rumor de la alegría y de la sonrisa. Pero también recuerdos tristes han invadido nuestro ánimo, y cuando veíamos casarse a los maestros, cuando oíamos entonar el himno de los maestros, en que decían que ‘las aulas de los montes nunca más se cerrarán’, recordábamos también algo de lo cual quería hablar hoy. Recordábamos también algo muy doloroso y muy triste, idea que esbozamos en días recientes y que no habíamos comunicado hasta hoy, porque no queríamos tampoco amargar a los maestros que hace unos días, después de la movilización, se marcharon a sus casas”.
El Comandante dio a conocer que habían asesinado a un maestro voluntario del Primer Contingente. Habló de ese maestro muy joven que enseñaba cerca de Sancti Spíritus a 44 niños campesinos y a un número igualmente considerable de adultos y dijo que era “un maestro de los que, como ustedes, pasó por los campamentos de las montañas. Un maestro de los que como ustedes, acudió al llamado de enseñar a los niños del campo; un maestro de los que, como ustedes, pasó los días de lluvia y las noches de frío; un maestro de los que, como ustedes, pasó por todas las privaciones de las montañas en el noble afán de enseñar; un maestro humilde, un joven de solo 18 años”.
Fidel se refería a Conrado Benítez, el maestro voluntario asesinado el 5 de enero de 1961 por una de las bandas contrarrevolucionarias que —alentadas por los constantes envíos de armas y en espera de buena paga—, habían proliferado por esos días en las montañas del macizo Guamuhaya [también conocido como Escambray]. Se esperaba la invasión del gobierno de Estados Unidos y esos bandidos querían aumentar créditos cometiendo crímenes tan horrendos como el de asesinar a un joven maestro.
SU NOMBRE CONVOCÓ PARA BORRAR LA IGNORANCIA
Largamente y con mucho dolor, Fidel habló del asesinato de Conrado Benítez. Contó de cómo las fuerzas de las milicias salieron a interceptar esa banda de criminales y pronto dieron con uno de sus campamentos donde ocuparon el carné del maestro, y allí encontraron el acta levantada y firmada por sus asesinos, la cual leyó con gran indignación. Y dijo:
“Duro es tener que consignar este crimen en el día de hoy pero ese maestro, que murió cruelmente asesinado no será como una luz que se apague, será como una llama de patriotismo que se enciende. ¡Después de muerto ese maestro seguirá siendo maestro!; ¡ese joven asesinado seguirá siendo eternamente joven! […] Ese maestro es el mártir cuya sangre servirá para que nosotros nos propongamos, doblemente, ganar la batalla que hemos emprendido contra el analfabetismo. Es un mártir cuya sangre servirá para borrar para siempre la ignorancia y la incultura en nuestro pueblo.
El mártir del ‘Año de la Educación’, el mártir de los maestros, el héroe anónimo del pueblo, ¡y allí donde enseñó se erigirá una escuela!, ¡y allí donde murió se erigirá un monumento que será de eterno recuerdo a su memoria e índice acusador que estará señalando hacia el imperialismo y sus agentes la ignominia eterna de haber asesinado a un joven maestro de 18 años, que llevaba bajo sus brazos un libro de Aritmética, un libro de Fisiología y un libro de Lenguaje!”.
El nombre de Conrado Benítez creció y se multiplicó en más de 100 000 jóvenes brigadistas, quienes portando cartillas, lápices y manuales se unieron a los maestros y alfabetizadores voluntarios hasta lograr que, el 22 de diciembre de 1961, Cuba fuese declarada Territorio Libre de Analfabetismo.