Discours prononcé par Fidel Castro Ruz à L’inauguration de L’institut de Sciences élémentaires et Précliniques Victoria de Girón, Á marianao, la havane, le 17 octobre 1962
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Compañeros Rector, Decano y profesores de la Universidad de La Habana;
Compañeros estudiantes de medicina y de las demás facultades universitarias;
Compañeras estudiantes de enfermería (APLAUSOS);
Compañeras y compañeros del pueblo que han acudido también esta noche a este acto (APLAUSOS):
Nosotros creíamos que en esta reunión de la familia médica iban a estar presentes los estudiantes de medicina (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”), pero después hemos visto que no solamente están presentes los estudiantes de medicina, sino que están también presentes estudiantes de otras carreras universitarias; y, además, están presentes las muchachas de las escuelas de enfermeras (APLAUSOS). Y nos alegramos mucho, nos alegramos mucho, porque yo no sé qué pasaba que cuando se hablaba de todos los problemas de la medicina y de los médicos, se olvidaban las enfermeras; cuando se hablaba de las asociaciones estudiantiles, se olvidaban las escuelas de enfermeras. Las enfermeras, las escuelas de enfermeras, estaban olvidadas, siendo así que constituyen una parte importante, fundamental también, de todo el trabajo médico, y que a la Revolución le interesa mucho, porque le interesa también formar enfermeras revolucionarias (APLAUSOS).
Pero si las dejan olvidadas, si no aparecen en ningún congreso de estudiantes, si se quedan solas las enfermeras, entonces...
¡Miren qué entusiasmo tienen, a pesar de todo! Eso quiere decir que si las toman más en cuenta, van a tener un buen resultado. ¿No es cierto? (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”)
Pero no solo se han reunido los estudiantes. Cuando nosotros veníamos, veíamos una multitud que venía hacia acá; y yo les preguntaba a los compañeros: bueno, ¿pero es que vamos a inaugurar un Instituto de Ciencias Básicas, o es la Segunda Declaración o la Tercera Declaración de La Habana esta noche? (APLAUSOS.) En realidad, el pueblo, el pueblo no falta, no falta nunca: viene solo (ALGUIEN DEL PUBLICO LE DICE QUE TAMBIEN ESTAN LOS COMITES DE DEFENSA). Bueno, los Comités vinieron también, pero no me digan ahora que son los Comités los que traen al pueblo, ¡es el pueblo quien trae a los Comités aquí a los actos! (APLAUSOS.)
Y tiene mucha razón en estar presente el pueblo aquí, porque al pueblo le tiene que interesar mucho este problema; y posiblemente es uno de los problemas que más interese al pueblo. Y digamos no tanto al pueblo de la ciudad, al que le interesa mucho, como aun más al pueblo del campo (APLAUSOS), porque si en la ciudad se tiene conciencia de las necesidades médicas, la conciencia de esa necesidad es mucho mayor todavía en los campos, donde nunca tuvieron hospitales, ni dentistas, ni médicos. Y, precisamente, se trata de cómo atender esa necesidad del pueblo.
Todo lo que interese al pueblo es preocupación fundamental de los revolucionarios; los revolucionarios trabajan para eso, y solo para eso: trabajan para el pueblo. Y esta es una cuestión, yo diría muy sensible, muy sensible, el problema de la medicina y el problema de la salud.
¿Por qué se interesa el Gobierno mucho por este problema? Porque este es uno de los problemas más delicados, y es uno de los problemas de más trascendencia humana para la Revolución.
Y los enemigos de la Revolución han tratado de herir a nuestro pueblo en este campo. Como los enemigos de la Revolución no tienen escrúpulos de ninguna clase, ni se puede concebir que los reaccionarios tengan escrúpulos, porque, ¡ah!, si los reaccionarios tuvieran escrúpulos, si los explotadores tuvieran escrúpulos, no habrían asesinado a tantos cientos de millones de seres humanos como han asesinado con su explotación, su hambre, su miseria crónica, en todos los rincones del mundo, en todos los continentes.
Uno de los argumentos que más puede persuadir a cualquier insensible —bueno, si es un insensible no lo voy a persuadir de ninguna manera—, yo diría a cualquier ignorante, es este problema de la salud, porque un análisis simplísimo y una comparación entre la mortalidad infantil, por ejemplo, de un país altamente industrializado, y la de un país subdesarrollado, esos datos por sí solos son tan impresionantes, que a cualquier ignorante debieran bastarle por sí solos para justificar la necesidad de las revoluciones.
Porque esa mortalidad, mientras en algunos países alcanza solo 20 por 1 000, 30 por 1 000, hay países donde alcanza cientos por mil de niños. Y el promedio de vida entre, digamos, un país imperialista, Estados Unidos, y los pueblos de Asia y de Africa, la diferencia que hay es de 64 años, ó 65, de promedio de vida a 30 años como promedio de vida. Es decir, que en infinidad de países, el promedio de vida es de 30 años; el que llega a 30 ya puede decir que llegó a su promedio.
La causa de eso está, sencillamente, en la miseria, en la falta de las más elementales condiciones de vida. Eso significa que una parte de la sociedad humana, una parte de la humanidad, es virtualmente asesinada en el mundo por los explotadores. Y esta es una realidad que las cifras están aquí, en cualquier estadística mundial; esa tragedia en que vive gran número de pueblos en el mundo.
Por eso les decía que la cuestión de la salud es uno de los problemas más sensibles; que nuestros enemigos, que no tienen escrúpulos, trataron de herir a nuestro pueblo en eso. Es muy lógico que los cubanos tengamos la aspiración de que la mortalidad infantil se reduzca; que el promedio de vida de cada ciudadano se prolongue; combatir contra las enfermedades, combatir contra la muerte. No puede haber aspiración más legítima que esa, y pudiera decirse que más sagrada que esa.
Gentes sin escrúpulos, como son los reaccionarios, trataron de herir a nuestro pueblo en eso. Es decir, trataron, para servir a sus fines innobles y odiosos, de privar a nuestro país de los recursos para luchar por la vida, para luchar contra la enfermedad, para salvar miles, decenas de miles de vidas, cientos de miles de vidas, sobre todo de vidas de niños.
y así, trataron de herir a nuestro pueblo en ese aspecto tan sensible. ¿Cómo? Llevándonos los médicos.
Entre todas las cosas que ha hecho el imperialismo, y que ha cometido muchos crímenes, y ha cometido muchas fechorías y muchos actos vandálicos, porque desde el primer día, con una falta de escrúpulos increíble, ha perpetrado cuantas fechorías y cuantos actos vandálicos se le puedan haber ocurrido contra nuestro país, desde los sabotajes, como la explosión del vapor “La Coubre”, hasta las quemas de cañaverales, los ataques piratas, y sin contar las agresiones económicas, y además las agresiones militares.
A nosotros no se nos podrá olvidar nunca —¡nunca!—, y eso lo llevaremos siempre dentro y el recuerdo de eso lo tendremos siempre presente, las intenciones cuando nos atacaron por Playa Girón, que para nosotros es muy claro que la intención que tenían era apoderarse de un pedazo del territorio, y desde allí empezar a bombardear todos los días y todas las noches, someter a nuestro país a una guerra de desgaste que habría costado cientos de miles de vidas. Pero con todo y eso, una de las acciones más canallescas que el imperialismo ha realizado contra nuestro país, fue la política de sobornar médicos, y tratar de lograr el éxodo de médicos de nuestro país hacia Estados Unidos; es decir, privar a nuestro país de personal técnico calificado para atender a nuestros enfermos. Y, efectivamente, logró llevarse un determinado número de médicos.
¿Le preocupa este problema a la Revolución? Sí, le preocupa. Ellos sabían que hacían daño, no a nosotros, a los hombres del gobierno, no a los dirigentes revolucionarios, sino al pueblo. Y lo que nos dolía a nosotros era precisamente eso: el daño inhumano, el daño cruel que al pueblo hacían con esa política. Porque nosotros sabemos el ansia, la obsesión que tienen los campesinos, por ejemplo, por el médico; lo que agradecen los campesinos el servicio médico rural, las medicinas que se les envían, los hospitales que se les han construido.
Nosotros sabemos que una de las cosas en que se ha hecho sentir todo el peso de la Revolución, es en el campo de la salud, porque en nuestro país había 9 000 camas en hospitales nacionales del Estado y unas 11 000 camas en clínicas privadas. Al servicio del pueblo había solo 9 000 camas; las 9 000 se han elevado, en hospitales del Estado, a 28 000, lo que unido a las clínicas y a los hospitales mutualistas, hay actualmente 38 000 camas (APLAUSOS).
Todo el mundo sabe cómo antes atendían en los hospitales a los enfermos, que tenían que dormir muchas veces en el suelo; el estado de pobreza, de espanto que había en muchos hospitales.
Todo el mundo sabe eso. Y a ese hospital era el hospital donde tenían que ir el hombre y la mujer humilde del pueblo, y que esa situación ha cambiado totalmente, y que ese cuadro dantesco no se ve hoy en ningún hospital; que los únicos beneficiarios de eso son las familias humildes de nuestro pueblo (APLAUSOS).
Todo el mundo sabe que a nuestros campos nunca iba un médico, nunca iba un médico; que la población rural estaba virtualmente abandonada, que un campesino para ver a un médico tenía que empezar por vender un cochinito, media docena de gallinas, cualquier cosa de esas. Eso lo sabe todo el mundo.
Y, sin embargo, cuando triunfa la Revolución y se organiza la medicina rural, millones de personas comenzaron a recibir los servicios médicos. Naturalmente que esa era una situación muy distinta de la situación del pasado; y naturalmente que entonces los imperialistas no trataban de llevarse ningún médico, ningún especialista.
Cuando nuestro pueblo no tenía asistencia médica, ellos no se preocupaban de llevarse para Estados Unidos a los médicos, les era indiferente. Cuando en nuestro país comenzó un extraordinario programa de asistencia médica, que elevó de 21 millones de pesos a 103 millones de pesos los fondos destinados a la salud pública (APLAUSOS) —¡de veintiún a ciento tres millones!—, entonces sí se preocuparon por tratar de privar a nuestro pueblo de médicos.
Desde luego que los médicos que se llevaron no eran unos corderitos ni unos santos, por supuesto.
Otra cosa había antes: los estudiantes terminaban en la universidad después de pasar miles de trabajos, porque tenían que vivir en casa de huéspedes, tenían que pasar —sobre todo los estudiantes del interior— un trabajo enorme para poder graduarse, y después no tenían empleo en ninguna parte. Y los médicos se acumulaban en la capital. Y se podía considerar muy afortunado el médico recién graduado que le dieran un puestecito en el Ayuntamiento, en un hospital, de médico, y le pagaban 100 pesos, o 120, cualquier cosa. Eso también es cosa conocida.
Entonces no se iban, y cuando se iban algunos era huyéndole al desempleo, huyéndole al desempleo.
Yo creo que estos antecedentes sirven para hacerse una idea de la falta de razón, de la falta de moral que ha caracterizado la política, tanto de los imperialistas como de los médicos que les hicieron el juego y se fueron.
Ya no vamos a hablar del médico especialista, que apenas un médico... Porque hay que ver que, en primer lugar, un médico no es un producto espontáneo; el médico es producto de un proceso de educación, de una enseñanza universitaria en una universidad que era gratuita; de esa universidad salían... aunque desde luego, no todo el mundo tenía acceso a esa universidad.
Cuando un médico en la sociedad de clases que teníamos, en la sociedad explotadora en que vivíamos, se hacía famoso, se hacía un gran especialista, ya el pueblo no podía contar más con ese médico, solo por excepción; porque siempre, naturalmente, hay sus excepciones. Pero solía ocurrir que se convertía en un médico famoso y cobraba 100 pesos. Ya era el médico de los más ricos.
A un pobre —excepto en caso de excepción, de profesores universitarios, de médicos que prestaban servicios algunas horas en algunas instituciones del Estado— le resultaba muy difícil, a un hombre humilde del pueblo, recibir los servicios de un médico especialista.
Muchos de esos médicos eran los médicos de los dueños de los centrales azucareros, de los millonarios, y cuando se fueron los millonarios... Bueno, no vamos a decir que perdieron su clientela, porque aquí ningún médico ha perdido clientela, pero perdieron sus amistades; las echaron de menos y se marcharon.
Independientemente de que a muchos médicos de los que sedujeron para ir a Estados Unidos los pusieron a fregar platos y los pusieron a manejar elevadores y a vender leche —me dicen por allí y por algo lo dicen—, independientemente de eso, no cabe duda de que la actitud de los médicos que se fueron fue una actitud muy inmoral. Y yo particularmente lo he dicho siempre: soy contrario de que nosotros nunca más dejemos regresar a uno solo de esos médicos (APLAUSOS), porque entiendo realmente que ese es un tipo de crimen, ese es un tipo de crimen que no puede tener perdón nunca. Porque ese es un crimen contra el pueblo, contra el enfermo, contra el infeliz, contra el que sufre; y ese crimen no debe tener jamás perdón (APLAUSOS).
Nosotros sabemos, compañeros y compañeras, que a nuestros enemigos se les llenará la cabeza de canas, que nuestros enemigos envejecerán fuera de la patria. Nosotros estamos seguros de eso (APLAUSOS). Nosotros estamos seguros de que algún día llorarán amargamente su falta de fe en la patria, sus espíritus cobardes, su condición de traidores. No tengo la menor duda de eso. ¡Y no tengo la menor duda de que algún día muchos pedirán de rodillas regresar a Cuba! (APLAUSOS.)
Y si algún día —escúchese bien— fuera el pueblo indulgente con esos que se marcharon, creo que con los que nunca debe serlo es con los médicos que se fueron (APLAUSOS). Ese es, al menos, un punto de vista sincero y firme que sostengo y he sostenido. Porque los caminos para resolver nuestros problemas no son esperar que regresen. No. Esa clase de médicos no los queremos nunca (APLAUSOS).
¿Con quiénes debemos resolver los problemas? En primer lugar, debemos resolver los problemas con los médicos buenos (APLAUSOS). Porque es justo señalar que si ha habido médicos muy corrompidos, muy envilecidos y muy mercantilizados, ha habido también muchos, pero muchos, médicos buenos (APLAUSOS), de conciencia, humanos, que entienden su profesión como deben entenderla.
Unos hicieron el juramento de Hipócrates, y otros hicieron el juramento de hipócritas (RISAS Y APLAUSOS). Los que hicieron el juramento verdadero y entendieron su misión como una misión sagrada, esos ni se marcharon ni se marcharán nunca (APLAUSOS). Y, en primer lugar, con esos tenemos que resolver el problema.
En cierto momento aquí, los compañeros del ministerio habían adoptado una medida, a fin de que en ciertos hospitales la acción de los contrarrevolucionarios y del imperialismo no privara al pueblo de ciertos servicios, como fue la medida de no darles permiso a los médicos que quisieran marcharse.
Después, cuando nosotros discutimos y analizamos esa situación, prevaleció el punto de vista de que no debía prohibírsele a ninguno salir, no establecer un sistema de excepción; que si había necesidades de tipo inmediato, o un daño inmediato, se resolviera mediante el procedimiento de exigir la solicitud de permiso con un año de anticipación, para dar tiempo al ministerio a encontrar solución a la deficiencia que pudiera producirse en algún hospital. Es decir, se mantiene y se mantendrá la política de dejar salir a los que quieran irse (APLAUSOS); se mantiene y se mantendrá.
Porque nosotros —repito— debemos resolver los problemas por otros caminos; en primer lugar, con los médicos buenos.
La sociedad cubana, en el futuro, no dará ese tipo de hombres, del que se va. Los hombres que en medio de una sociedad de corrupción y de egoísmo permanecieron puros, con seguridad que tienen una gran calidad humana y que pueden servir de semilla y de maestros.
Era lógico que la sociedad capitalista produjera ese tipo de basura —por no calificarlo de otra manera (RISAS)—; de aquella sociedad tenía que salir eso: aquellos superprivilegiados, aquella gente corrompida, mercantilizada.
¿Qué significa los que se han ido? Hablando en términos médicos —que yo sé muy poco de medicina (RISAS)—, lo mismo que cuando se aprieta un tumor.
Los imperialistas tratan de hacer propaganda con los que se han ido. Eso equivale a hacer propaganda con el pus, porque lo que se ha ido es el pus de la sociedad cubana, cuando la Revolución apretó esa sociedad (APLAUSOS). ¡Y lo bien que se siente el cuerpo cuando elimina el pus! (APLAUSOS Y RISAS.)
Vean ustedes cómo el espíritu revolucionario, el espíritu proletario que es el espíritu fuerte, recio, combativo, disciplinado, entusiasta, firme, ese se eleva cada día más en nuestro pueblo; y se ve diariamente, se ve en las masas, las masas tienen cada vez más filo, más fuerza. Y es impresionante, realmente, y nosotros hemos sido testigos de esto, porque hemos vivido todo ese proceso desde el primer día, desde el primero de enero hasta hoy. Y vemos hoy la fuerza de la masa, el espíritu de acero que se ve en nuestro pueblo (APLAUSOS).
Ya aquel espíritu pequeñoburgués, blandengue, vacilante, de los primeros tiempos, no se ve por ninguna parte (APLAUSOS). Hay otro pueblo, y numeroso, numeroso —da la impresión de que fuera más numeroso cada día—, fuerte, recio, consciente. Ya no es aquel entusiasmo espontáneo de los primeros días; hoy es el entusiasmo consciente. Y eso se ve por todas partes: un entusiasmo de Patria o Muerte (APLAUSOS).
Eso ha saneado mucho la atmósfera. Los gringos se llevaron la basura, han recolectado una cantidad de lumpen; cuanto vicioso y corrompido había en este país, se lo llevaron (RISAS). Han hecho una colección verdaderamente maravillosa (RISAS). Y, además, nos han hecho un favor, señores, que es una de las pocas cosas por las que les podemos dar las gracias. ¿Ellos los quisieron? ¡Allá los tienen! Sin duda que el país se ha depurado.
Bien, ¿qué debemos hacer? Seguir adelante, y resolver los problemas para siempre. Los ratos amargos ya pasaron, ya pasaron; ahora vienen estos ratos, que son mejores.
¿Qué es lo que compensa ante nuestro pueblo, qué es lo que compensa ante nuestros sentimientos de revolucionarios, la repugnancia y el asco de los traidores y los desertores? Esto: esta masa nueva, este contingente que empieza a estudiar, y la masa actual bastante depurada —aunque le falta todavía depurarse un poquitico— de los actuales estudiantes universitarios (APLAUSOS).
Yo puedo decir y puedo asegurar que la Escuela de Medicina cuenta, que nuestro país cuenta hoy en la Escuela de Medicina con una formidable masa de buenos estudiantes y de estudiantes revolucionarios (APLAUSOS). Quedan algunos, quedan algunos que todavía están pensando alzarse con su team (EXCLAMACIONES). y como la Escuela de Medicina —igual que toda la universidad— cuenta con un magnífico grupo de dirigentes y de compañeros muy responsables y muy serios, discutiendo con ellos todos estos problemas de la medicina, nosotros hemos defendido el punto de vista —con el cual ellos están muy de acuerdo— de que a esos elementos, que son conocidos, no les permitan matricularse en la Escuela de Medicina de la Universidad (APLAUSOS).
¿Es justo, es justo que el pueblo se gaste su dinero, el dinero de los que sudan la camisa, el dinero de los trabajadores, en enseñar a un “gusanito” (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”), en darle título a un “gusanito”? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) ¿Es justo que nuestra gloriosa universidad y nuestros profesores universitarios tengan que trabajar arduamente, para que se beneficie con eso un “gusanito”, embrión de traidor? ¡No! y con el enemigo: ¡Duro con el enemigo, duro! (APLAUSOS.)
Ya con esos no vale la pena ningún trabajo persuasivo, ni mucho menos. Porque a esos habría que hacerles la trepanación del cráneo (EXCLAMACIONES), y ese tipo de operaciones no se hace aquí.
Entonces, ¿qué debemos hacer en nuestra universidad, en la Escuela de Medicina, con esos elementos conocidos que queden? ¡No matricularlos! (EXCLAMACIONES.) Y que queden todo el material, todos los libros, todas las facilidades y todos los recursos del pueblo para estudiantes que van a servir al pueblo (APLAUSOS).
¿Con qué se puede contar ya, desde ahora? Con varios cientos de magníficos compañeros que se irán graduando todos los años, y que irán reforzando el contingente de médicos revolucionarios (APLAUSOS), y que irán dándole al país el aporte de una mentalidad nueva, de una concepción nueva de la función del médico; función que, al igual que la del maestro, el pueblo debe tener en la más alta estima, ¡en la más alta estima! Y, claro, los malos médicos conspiran contra el buen concepto que el pueblo debe tener del médico.
Y esa masa ya significará un aporte año por año y una conciencia firme, limpia, de médicos que trabajen, que los sueldos que tienen los ganen trabajando, de médicos despojados de todo sentido egoísta y mercantilista (APLAUSOS). Que el pueblo puede pagar perfectamente bien a sus médicos, con lo que necesitan y más de lo que necesitan. ¡Y el pueblo remunera bien a los médicos!
Ese contingente irá creando un espíritu que se opondrá a ese espíritu egoísta, o a los restos del espíritu egoísta, acomodaticio, que aun quedan, de médicos que cobran un sueldo muy alto y no van nada más que una hora —que los hay, ¡que los hay!—; ese espíritu que tiende a corromper al estudiante, ¡incluso al estudiante! ¿Por qué esa práctica de tomar a un estudiante como ayudante para realizar determinadas operaciones, cobrarlas y darle algo, o de emplear como médicos a estudiantes, que algunas cliniquitas privadas practicaban?
Y nosotros, discutiendo con los compañeros de la Escuela de Medicina, les dijimos: es necesario, cueste lo que cueste —fíjense bien: ¡Cueste lo que cueste!—, ponerles fin a esas prácticas, ¡cueste lo que cueste! Y cuando la Revolución dice cueste lo que cueste, lo dice en serio (APLAUSOS).
Los compañeros de la dirección estudiantil nos plantearon: pero es que hay buenos compañeros estudiantes que actualmente se ganan la vida haciendo algunos de esos tipos de trabajo. Y nosotros decíamos: eso es lo lamentable, que buenos estudiantes y buenos compañeros empiecen a ser víctimas de esas prácticas, aparte de que era un engaño al pueblo.
y por eso, el Gobierno dio la orientación de ir resolviendo el problema de esas clínicas que quedaban, y que conspiraban contra una sana política en este frente que tanto interesa al pueblo y que tanto tiene que ver con el pueblo. Entonces nosotros planteamos: al compañero que esté hoy trabajando en eso, le damos otro trabajo, o lo becamos y ayudamos a su familia; pero por una vía o por otra tenemos que resolver ese problema del estudiante trabajando, porque ya empezaban, incluso, a corromper al estudiante, a pagarle 100, 200 y 300 pesos. No tenían interés ni en graduarse, ¿para qué? Si ya antes de graduarse, ni de hacer medicina rural, ni de sacar título... Eso era, realmente, una práctica que iba contra la moral que se debe formar en los estudiantes precisamente, que tendía a la corrupción del estudiante.
y nosotros planteamos que ese problema había que abordarlo resueltamente; que como teníamos mucho interés en los médicos, en formar médicos —y médicos buenos—, que, incluso, a todo estudiante que estuviera trabajando y no pudiera estudiar tiempo completo, el país podía ayudarlo, de manera que dejara el trabajo y se le subvencionara para que pudiera dedicar todo el tiempo al estudio. Porque también es lógico que un estudiante que estudia cinco años, y todos los días le tiene que quitar cinco horas al estudio, no puede ser un médico igual que aquel que le pudo dedicar al estudio esas cinco horas todos los días. Y nos interesaban médicos buenos.
Entonces, se tomó el acuerdo de subvencionar a todos esos estudiantes que estuvieran trabajando para que desde ese momento, en la Universidad de La Habana, el estudiante de medicina fuese estudiante de tiempo completo. No se hizo esa práctica en los de primer año, es decir, en los que ingresan ahora. ¿Por qué? Porque aquella política de subvencionar a los estudiantes que estuvieran trabajando se podía hacer con los que ya estaban estudiando, pero no se podía sentar el precedente de que el que ingresara trabajando ya desde ese momento fuera subvencionado; porque, si no, los estudiantes de bachillerato iban a estar trabajando desde el cuarto año, desde el primero o segundo año de preuniversitaria, para cuando llegaran a la universidad, y cuando llegaran a la universidad iba a haber un verdadero gravamen para la economía nacional. Entonces, no se aplicó ese concepto a los que ingresan ahora en la facultad, pero sí a todos los que estaban estudiando, al efecto de poder seguir una política realmente correcta y formar buenos médicos (APLAUSOS).
Nosotros entendemos que eso es lo que verdaderamente resulta útil y beneficioso a nuestro país, y que la Revolución debe poner fin a todas las prácticas que conspiren contra los intereses presentes; pero, sobre todo, contra toda práctica que conspire contra los intereses futuros del pueblo. Porque hay que pensar, sobre todo, en el futuro, en el mañana (APLAUSOS).
Ya nuestro pueblo puede tener la seguridad de que todos los jóvenes que están estudiando en la Facultad de Medicina están estudiando tiempo completo, y que vamos a crear, a formar médicos, en cantidades masivas, mucho mejores, ¡mucho mejores! Y entendemos que ese es un deber que tiene la Revolución con el pueblo (APLAUSOS).
Ahora bien: ¿La solución definitiva del problema estaba en eso? ¡No! Hay, por ejemplo, una circunstancia, cual es la siguiente: los médicos se amontonaban en La Habana, y en La Habana hoy sobran médicos. La sociedad aquella amontonó médicos en La Habana; y después no querían irse. Para Miami, sí; ¡para la Sierra Maestra, no! (APLAUSOS.) Y muchos de esos cogían mejor el caminito de fuera que el caminito de ir a servir a su pueblo. Y se amontonaron los médicos en la capital, y todavía sobran médicos en la capital.
Los problemas no se resolvían siquiera con esas medidas que se apuntaban. ¿Dónde está la verdadera y la definitiva solución del problema, dónde? Con vistas al futuro, la única, la verdadera, la definitiva solución, es la formación masiva de médicos (APLAUSOS). Y la Revolución tiene hoy fuerzas y tiene recursos y tiene organización y tiene hombres —¡hombres!, que es lo más importante— para comenzar un plan de formación de médicos en las cantidades que sean necesarias (APLAUSOS). Y no solo muchos, sino sobre todo buenos; y no solo buenos como médicos, ¡sino buenos como hombres y como mujeres, como patriotas y como revolucionarios! (APLAUSOS.)
¿Y quién dice que la Revolución no puede hacer eso? ¡Estamos ya pudiendo! Y la mejor prueba es este acto de esta noche.
Los profesores de la Universidad de La Habana han preparado un formidable programa de formación de médicos. Claro que es un programa revolucionario y para hacerlo en una hora como esta, pero un programa formidable, que va a formar médicos mejores y en menos tiempo.
Claro está que para ingresar en la universidad se necesita, por lo menos, ser bachiller. ¿Qué se hizo? Se decidió aceptar como estudiantes de medicina tanto a estudiantes de ciencias como de letras, o bachilleres en ciencias como en letras, previo un cursillo que comienza mañana.
En virtud de eso, ya ingresan en este Instituto de Ciencias Básicas unos 800 estudiantes; y en la Universidad de Oriente, 240, que hacen un total de más de 1 000, ¡más de mil que comienzan a estudiar! Eso, este año.
Pero, simultáneamente con este Instituto, mañana comienzan un cursillo de 15 meses 1 300 estudiantes de bachillerato (APLAUSOS) que, unidos a los que se gradúan de bachillerato, permitirán que el año próximo, contando las bajas académicas, el año próximo entren aquí, o comiencen en la universidad, es decir, aquí mismo —pero como ellos van a hacer su cursillo de 15 meses, estos tres meses que ustedes van a estudiar ahora, los van a estudiar ellos en la escuela donde están— 1 250.
Pero, simultáneamente, este año, por lo menos 2 500 jóvenes de secundaria básica comienzan a hacer un preuniversitario especial de dos años, para ingresar, inmediatamente después, en la Escuela de Medicina (APLAUSOS).
¿Y después? Después ya será un río de estudiantes de medicina: 1 000 este año, que comenzarán a estudiar en 1963; 1 250, que comenzarán en 1964; 2 500, que comenzarán en 1965 y, desde luego, como la Revolución no ha trabajado en balde, la Revolución puede hacer eso porque cuenta con enormes contingentes de becarios, donde puede seleccionar a los estudiantes por su vocación y por su capacidad, porque la Revolución viene haciendo una obra educacional desde el principio. Téngase en cuenta que había estudiando secundaria unos 120 000 cuando la Revolución llegó al poder, y que ahora hay cerca de 250 000 (APLAUSOS). Son cifras, son hechos y son el fruto de la propia obra de la Revolución. Y ahora tenemos que hacer cursos especiales, pero a partir de 1965 no cabrán ni aquí ni en otro edificio como este los que podrán estudiar medicina. ¡Y esa es la solución, la única y la definitiva solución!
¿Y qué tipo de estudiantes? Un tipo infinitamente superior al estudiante de antes —como todo lo de hoy es distinto a lo de antes—, como muy bien recalcaba el decano de la Facultad de Ciencias Médicas, que ya no es aquel caos, aquella costumbre americana odiosa de pelar al rape a los novatos, sino que se les recibe con música, con todos los honores del estudiantado, del pueblo, en un ambiente fraternal, acogedor, entusiasta, optimista: todos a preocuparse por ellos, por el lugar donde van a vivir, por los equipos y los libros con que van a estudiar, por la alimentación que van a tener, por su programa. Y estudiantes que van a estudiar todo el tiempo, todo el tiempo; porque el primer año lo hacen como internos.
Y así, la Revolución puede hoy, con satisfacción, contemplar este magnífico edificio —cuyos antiguos estudiantes o antiguas estudiantes han de estar, por lo menos en un 90%, del lado de allá— convertido en un centro docente, verdadero orgullo de nuestro país, donde van a empezar a estudiar 800 del lado de acá (APLAUSOS). ¡Y a estudiar de verdad!
Son hombres, compañeros y compañeras del pueblo, jóvenes llenos de optimismo, llenos de alegría, como es lógico, y que van a disponer de todos los recursos y de todo el tiempo para estudiar; y se va a dar el caso de algunos de estos jóvenes que van a terminar la medicina a los 20 años —a los 20 años y a los 21 años—, y que van a tener toda una vida por delante para seguir estudiando, para seguir aprendiendo, para seguir capacitándose, superándose, adquiriendo experiencia. Y ese es el porvenir de nuestro país, y ese es el panorama del futuro; futuro que no viene por sí solo, sino que hay que forjar, que hay que hacer. Y esas son Las perspectivas que tiene la medicina en nuestro país.
y cuando aquellos señores, cansados, hastiados, decepcionados, reumáticos y canosos, se pongan de rodillas para pedir el regreso, les preguntaremos: ¿Regreso para qué? (APLAUSOS.) Si tenemos legiones de médicos jóvenes, competentes, llenos de fe, llenos de entusiasmo, llenos de ardor, ¿para qué? ¿Regresar? ¿Disponer de una casa para uno de ellos? ¡No! ¿Cómo le vamos a dar una casa a uno de esos señores mientras haya un obrero sin casa, un campesino sin casa? (APLAUSOS.) Porque aquí no se construirá una sola casa que no sea para entregársela, en primerísimo lugar, a una familia de las buenas, de las que trabajan, de las que producen, de las que la necesitan.
y entonces llegará el momento más amargo para ellos, y nosotros no los necesitaremos. Hoy no los necesitamos, mucho menos los necesitaremos mañana.
Pero, además, quiero decirles algo: además de los médicos que tenemos, tenemos médicos de distintos países (APLAUSOS), igual que profesores de distintos países, trabajando en nuestro país. Por lo tanto, estos tiempos los podemos campear perfectamente bien. No solo eso, no solo eso, sino que aun podemos hacer algo —aunque tenga sobre todo carácter simbólico más que otra cosa— para ayudar a otros países.
y así por ejemplo tenemos el caso de Argelia (APLAUSOS). En Argelia la mayor parte de los médicos eran franceses, y muchos se marcharon. Y así, con 4 millones más de habitantes que nosotros, gran número de enfermedades que dejó allí el coloniaje, disponen de la tercera parte, de menos de la tercera parte de los médicos que nosotros tenemos. Tienen una situación verdaderamente trágica en el campo de la salud.
y por eso nosotros, conversando hoy con los estudiantes, les planteábamos que hacen falta 50 médicos voluntarios para ir a Argelia, para ir a Argelia a ayudar a los argelinos (APLAUSOS). Y estamos seguros de que esos voluntarios no faltarán.
Cincuenta nada más. Estamos seguros de que se van a ofrecer más, como expresión del espíritu de solidaridad de nuestro pueblo con un pueblo amigo que está peor que nosotros, ¡peor que nosotros!
Claro, hoy podemos mandar 50; dentro de 8 ó 10 años no se sabe cuántos, y a nuestros pueblos hermanos podremos darles ayuda. Porque cada año que pase tendremos más médicos, y cada año que pase más estudiantes ingresarán en la Escuela de Medicina; porque la Revolución tiene derecho a recoger lo que siembra, y tiene derecho a recoger los frutos que ha sembrado (APLAUSOS).
y nuestro país, nuestro país muy pronto, muy pronto —y podemos proclamarlo con orgullo— tendrá mayor número de técnicos que ningún país de América Latina (APLAUSOS); y nuestras universidades irán creciendo, y los estudiantes en nuestras universidades se contarán por decenas y decenas de miles, y nuestros cuerpos de profesores serán cada vez más experimentados. Los años pasan, y pasan rápido, y el esfuerzo de la Revolución se ve.
Decimos años, pero años que pasarán y que nos permitirán ver ese cuadro de 40 000 ó 50 000 estudiantes universitarios y de jóvenes graduándose por millares y decenas de millares, porque para eso la Revolución puede, porque es la Revolución y solo la Revolución la que puede realizar esas proezas (APLAUSOS); y es un pueblo revolucionario y solo un pueblo revolucionario quien puede llevar adelante semejantes tareas.
Por eso, compañeros y compañeras, hoy es un día importante, hoy es un día de júbilo para nuestro pueblo, hoy es un día de Íntimo regocijo para los revolucionarios, porque la Revolución no se con
Compañeros recteur, doyen et professeurs de l’Université de La Havane ;
Compañeros étudiants de la faculté de médecine et des autres facultés universitaires ;
Compañeras étudiants de soins infirmiers ;
Compañeras et compañeros du peuple qui êtes venus assister ce soir à cette inauguration (applaudissements),
Je pensais que seuls les étudiants de médecine seraient présents à cette réunion de la famille médicale (cris de : « Oui ! »), mais je constate que les étudiants d’autres cursus universitaires sont aussi venus, ainsi que les élèves infirmières (applaudissements). Et je m’en réjouis beaucoup dans ce dernier cas, parce qu’on en parlait des problèmes de la médecine et des médecins, on oubliait les infirmières, et quand on parlait des associations étudiantes, on oubliait aussi les infirmières, alors qu’elles constituent une part importante, voire fondamentale, de la médecine, et qu’elles intéressent beaucoup la Révolution qui veut former des infirmières révolutionnaires (applaudissements).
Voyez un peu leur enthousiasme, même si on n’en tenait pas compte ! Ça veut dire que si on tient compte, elles obtiendront des résultats encore meilleurs. N’est-ce pas ? (Les infirmières répondent : « Oui ! »)
Mais les étudiants ne sont pas les seuls à être venus. En arrivant, j’ai vu une foule qui venait aussi, et j’ai demandé à mes compagnons : on va inaugurer un Institut de sciences élémentaires ce soir ou c’est pour la Troisième Déclaration de La Havane ? (Applaudissements.) En fait, le peuple ne manque jamais à l’appel, il vient tout seul. (Quelqu’un dans le public lui parle des Comités de défense de la Révolution.) Les Comités viennent aussi, c’est sûr, mais ne venez pas me dire maintenant que ce sont les Comités qui font venir le peuple : c’est le peuple qui fait venir les Comités à nos meetings ! (Applaudissements.)
Et le peuple a bien raison de venir, parce que c’est sans doute cette question de la médecine qui doit l’intéresser le plus. Les citadins, bien entendu, mais à plus forte raison les ruraux (applaudissements), parce que si les citadins sont conscients des besoins médicaux, les ruraux encore plus, qui n’ont jamais eu d’hôpitaux, de dentistes, de médecins… Et il s’agit bel et bien de répondre aux besoins du peuple.
Tout ce qui intéresse le peuple est justement l’inquiétude fondamentale des révolutionnaires, qui travaillent pour ça, qui travaillent pour lui. Et la question de la médecine et de la santé est une question très sensible.
Pourquoi la Révolution s’intéresse-t-elle tant à cette question ? Parce que c’est une des questions les plus délicates et les plus importantes du point de vue humain.
Les ennemis de la Révolution ont essayé de faire du tort à notre peuple sur ce terrain. Comme les ennemis de la Révolution n’ont aucun scrupule… On a d’ailleurs du mal à imaginer que réactionnaires, les exploiteurs puissent avoir des scrupules, parce que, s’ils en avaient, ils n’auraient pas tué tant de centaines de millions d’êtres humains en les exploitant, en leur faisant avoir faim, en leur causant une misère chronique, dans tous les coins du monde, sur tous les continents !
Un des arguments qui pourraient convaincre le plus n’importe quelle personne insensible – bah, si elle est insensible, je n’arriverai pas à la convaincre ; disons plutôt, n’importe que ignorant – c’est la question de la santé. En effet, une analyse extrêmement simple, la moindre comparaison, par exemple, entre la mortalité infantile dans un pays hautement industrialisé et celle dans un pays sous-développé donne des chiffres si impressionnants qu’ils devraient suffire devant n’importe quel ignorant à justifier à eux seuls la nécessité des révolutions.
Cette mortalité, qui n’atteint dans certains pays que 20 ou 30 p. 1 000 naissances vivantes, se chiffre à des centaines dans certains pays. Quant à l’espérance de vie à la naissance, qui est de soixante-quatre ou soixante-cinq ans dans un pays impérialiste, comme les États-Unis, elle n’est que de trente ans dans des pays d’Asie et d’Afrique. Elle n’est que de trente ans dans un tas de pays où, quand vous avez cet âge, vous avez déjà atteint votre maximum en moyenne !
La raison ? Tout simplement la misère, l’absence des conditions de vie les plus élémentaires. Autrement dit, une partie de la société humaine, une partie de l’humanité est assassinée dans le monde par les exploiteurs. Et n’importe quelle statistique prouve cette tragédie que vit un grand nombre de peuples dans le monde.
Voilà pourquoi je vous disais que la santé est un des problèmes les plus sensibles et que nos ennemis, qui n’ont aucun scrupule, ont essayé de faire du tort à notre peuple sur ce terrain. Il est tout à fait logique que nous aspirions, en tant que Cubains, à réduire la mortalité infantile, à prolonger l’espérance de vie de chaque citoyen, à combattre les maladies, à combattre la mort. Il ne peut y avoir une aspiration plus légitime, voire plus sacrée.
Des gens aussi dépourvus de scrupules que les réactionnaires ont essayé de faire du tort à notre peuple sur ce terrain, pour atteindre leurs objectifs ignobles et odieux, ils ont essayé de priver notre peuple des ressources nécessaires pour lutter en faveur de la vie, pour lutter contre les maladies, pour sauver des milliers, des dizaines de milliers, des centaines de milliers de vies, surtout d’enfants. Comment l’ont-ils essayé dans ce domaine si sensible ? En nous enlevant nos médecins.
Il en a commis des crimes contre nous, l’impérialisme, il en a commis des forfaits, il en a commis des méfaits ! Dès le premier jour, avec un manque de scrupules inouï, il a commis de tas de forfaits, des tas de méfaits contre notre pays, depuis des sabotages comme l’explosion de La Coubre, jusqu’aux incendies de plantations de canne, aux attaques pirates, sans parler des agressions économiques, sans parler des agressions militaires…
Nous ne pourrons jamais oublier – jamais ! nous l’aurons toujours présents à l’esprit ! – quelles étaient leurs intentions quand ils nous ont attaqués à Playa Giron. Il est tout à fait clair pour nous qu’ils voulaient s’emparer d’un morceau de notre territoire pour commencer, à partir de là, à nous bombarder jour et nuit, à nous imposer une guerre d’usure qui nous aurait coûté des centaines de milliers de vies. Et pourtant, une des pires canailleries de l’impérialisme contre notre pays, c’est sa politique de corrompre des médecins, d’entraîner leur exode vers les États-Unis, autrement dit de nous priver du personnel technique qualifié pour soigner nos malades. Et, effectivement, il est arrivé à attirer un certain nombre de médecins.
Est-ce que ce problème préoccupe la Révolution ? Oui, bien sûr. Les impérialistes savaient qu’ils nous faisaient du mal – pas à nous, au gouvernement, pas aux dirigeants révolutionnaires – mais au peuple. Et c’est ça qui nous a fait le plus mal : le tort cruel qu’ils faisaient à notre peuple par cette politique. Nous savons combien les paysans, par exemple, aspirent à avoir un médecin, à quel point ils sont reconnaissants du service médical rural, des médicaments qu’on leur fait parvenir, des hôpitaux qu’on a construits pour eux.
L’un des secteurs où la Révolution a pesé le plus, c’est la santé. Dans notre pays, les hôpitaux nationaux, les hôpitaux publics comptaient neuf mille lits, et les cliniques privées, onze mille. Seulement neuf mille dans le public ! Et nous avons élevé ce chiffre à vingt-huit mille, soit un total, si on compte les cliniques et les hôpitaux mutualistes, de trente-huit mille lits (applaudissements).
Tout le monde sait comment on accueillait les malades dans les hôpitaux, ils devaient très souvent dormir par terre, et le délabrement de nombreux hôpitaux était incroyable. Tout le monde le sait. Et c’est dans ces hôpitaux-là que devaient aller les gens du peuple sans grandes ressources. Cette situation a changé du tout au tout. Ce tableau dantesque, on ne le voit plus dans aucun hôpital. Les seuls bénéficiaires de ce changement, ce sont les familles modestes de notre peuple (applaudissements).
Tout le monde sait que les médecins n’allaient jamais à la campagne, que la population rurale était virtuellement abandonnée, que, pour voir un médecin, le paysan devait d’abord vendre son porcelet, ou une demi-douzaine de poules, des choses comme ça. Tout le monde le sait. Quand la Révolution s’est mise à organiser la médecine rurale, des millions de personnes ont commencé à recevoir des services médicaux. Quelle différence avec le passé !
Quelle différence avec cette époque-là où les impérialistes ne faisaient rien pour faire partir un seul médecin, un seul spécialiste aux États-Unis. Peu leur importait que notre peuple soit dépourvu de soins médicaux. Ça les indifférait ! Mais c’est quand la Révolution a lancé un programme de soins médicaux extraordinaire, faisant passer les fonds destinés à la santé publique de 21 millions de pesos à 103 millions – de 21 à 103 ! (applaudissements) – qu’ils se sont mis en tête de priver notre peuple de médecins. Bien entendu, les médecins qu’ils nous ont enlevés n’étaient ni de tendres agneaux ni des saints…
Autre chose. Avant, les étudiants avaient un mal fou à terminer leurs études, ils devaient vivre dans des pensions de famille, surtout ceux qui venaient de province, ils avaient des tas de problèmes, et ensuite ils n’avaient même pas d’emploi. Et les médecins s’accumulaient dans la capitale. Le médecin récemment diplômé devait s’estimer heureux qu’on lui donne un petit emploi à la mairie, ou dans un hôpital, pour un salaire de cent ou deux cents pesos. Ça aussi, c’est bien connu.
Mais les médecins ne partaient pas, ou si certains le faisaient, en tout cas, c’était pour fuir le chômage !
Je crois que ces antécédents vous donnent une idée de la politique injustifiée, de la politique immorale aussi bien des impérialistes que des médecins qui ont fait leur jeu et qui sont partis.
Je ne vais pas parler du spécialiste… Tout d’abord, un médecin n’est pas un produit spontané ; il est le produit d’une éducation, d’un enseignement universitaire qui n’était pas gratuit, si bien que tout le monde n’avait pas accès à l’université.
Par ailleurs, quand, dans la société de classes que nous avions, dans la société d’exploitation que nous avions, un médecin devenait célèbre, devenait un grand spécialiste, le peuple ne pouvait plus compter sur lui, sauf rares exceptions – il y en a toujours. Devenu célèbre, il faisait payer sa consultation une centaine de pesos. Il devenait le médecin des riches. Il était très difficile qu’un pauvre puisse bénéficier des services d’un spécialiste, exception faite de professeurs universitaires, de médecins qui prêtaient service quelques heures dans les hôpitaux et des centres publics. Une bonne partie de ces spécialistes étaient les docteurs des propriétaires de sucreries, des millionnaires, et quand les millionnaires sont partis… je ne vais pas dire qu’ils ont perdu leur clientèle, parce qu’ici, personne ne l’a perdu, mais ils ont perdu en tout cas leurs amitiés. Et comme ils regrettaient ces amitiés, ils sont partis.
Indépendamment du fait que de nombreux médecins séduits par les États-Unis sont devenus plongeurs de restaurants ou garçons d’ascenseur ou alors, comme on vient me le dire ici, ont dû devenir vendeurs de lait, indépendamment de ça, il ne fait aucun doute que leur attitude a été très immorale. Et, comme je l’ai toujours dit, je suis opposé à ce qu’on permette à aucun d’eux de rentrer (applaudissements), parce que c’est pour moi un crime impardonnable. Un crime contre le peuple, un crime contre le malade, un crime contre le malheureux qui souffre. Oui, un crime impardonnable (applaudissements).
Nous savons, compañeros et compañeras, que les cheveux de nos ennemis blanchiront, que nos ennemis vieilliront hors de notre patrie. J’en suis sûr (applaudissements). Je suis sûr qu’un jour, ils pleureront amèrement leur manque de confiance envers leur patrie, leur lâcheté, leur traîtrise. Je n’en pas le moindre doute. Et je n’ai pas le moindre doute qu’un jour, beaucoup d’eux supplieront à genoux de pouvoir rentrer à Cuba ! (Applaudissements.) Et – écoutez bien – si un jour le peuple était assez indulgent envers ceux qui sont partis, je crois qu’il ne devrait jamais l’être envers les médecins (applaudissements). Je le dis en toute franchise, c’est mon point de vue, et je m’y tiens. Pour régler nos problèmes, la solution n’est pas d’attendre le retour de ceux qui sont partis. Non. Ce genre de médecins, nous n’en voulons plus jamais (applaudissements).
Avec qui devons-nous régler les problèmes ? Tout d’abord, avec les bons médecins (applaudissements). Car, il faut le dire, s’il y a eu des médecins très corrompus, très mercantilisés qui ne pensaient qu’à l’argent, il y a eu aussi de nombreux, de très nombreux bons médecins (applaudissements), conscients, humains, qui comprenaient leur profession comme on doit la comprendre.
Vous avez prononcé le serment d’Hippocrate, et d’autres ont prononcé celui d’Hypocrite (rires et applaudissements). Ceux qui ont prononcé le vrai serment et qui ont compris leur mission comme quelque chose de sacré, ceux-là ne sont pas partis et ils ne partiront jamais (applaudissements). C’est donc en premier lieu en comptant sur eux qui nous devons régler notre problème.
À un moment donné, les dirigeants du ministère avaient adopté une mesure pour bloquer l’action des contre-révolutionnaires et de l’impérialisme visant à priver le peuple de certains services hospitaliers : ne pas autoriser les médecins qui le voulaient le faire à partir. Après, après discussion et analyse de cette situation, l’opinion a prévalu qu’il ne fallait empêcher aucun médecin de partir, qu’il ne fallait pas faire d’exceptions, mais qu’il fallait régler cette question en leur demandant un préavis d’un an afin que le ministère ait le temps de trouver une solution à un endroit donné. Autrement dit, la politique de laisser partir tous ceux qui veulent partir se maintient et se maintiendra (applaudissements).
Car, je le répète, nous devons régler les problèmes autrement, en premier lieu grâce aux bons médecins. La société cubaine de l’avenir ne fournira plus ce genre de personne, celui qui s’en va. Ceux qui, dans une société corrompue et égoïste, sont restés purs possèdent assurément de grandes qualités humaines et peuvent servir de semences, de maîtres… Il était logique que la société capitaliste produise ce genre d’ordures – pour le dire gentiment (rires). De cette société-là, il devait forcément sortir des super-privilégiés, des gens corrompus, mercantilisés.
Ceux qui sont partis, qu’est-ce qu’ils représentent ? Pour parler en termes médicaux – je ne suis pas un expert (rires) – c’est comme quand une plaie suppure… Les impérialistes font du battage autour de ceux qui sont partis. Ce qui revient à faire du battage au sujet du pus. Ceux qui sont partis, quand notre Révolution a fait suppurer notre société, c’est le pus ! (Applaudissements.) Et qu’il se sent bien, le corps, une fois le pus éliminé ! (Rires et applaudissements.)
Voyez donc comment l’esprit révolutionnaire, l’esprit prolétarien, qui est l’esprit fort, solide, combatif, discipliné, enthousiaste, ferme, s’élève chaque jour plus dans notre peuple. Ça se voit tous les jours, ça se voit dans les masses, qui ont toujours plus de tranchant, toujours plus de force. C’est vraiment impressionnant, et nous en sommes témoins depuis le premier jour, depuis le 1er janvier. Et nous voyons aujourd’hui cette force des masses, cette trempe de notre peuple (applaudissements). On ne voit plus nulle part l’esprit petit-bourgeois, mollasson, hésitant, des premiers temps (applaudissements). Le peuple est différent, nombreux – on a l’impression qu’il est toujours plus nombreux – fort, solide, conscient. Ce n’est plus l’enthousiasme spontané des premiers jours : c’est un enthousiasme conscient. Ça se voit partout : un enthousiasme de « La Patrie ou la mort ! » (Applaudissements.)
L’atmosphère est bien plus saine. Les gringos ont emporté les ordures, ils ont ramassé une bonne quantité de délinquants, ils ont emporté avec eux tout ce qu’il y avait de vicieux et de corrompu dans notre pays (rires). Ils font un déblayage vraiment fantastique ! (Rires.) Et ils ont nous rendus aussi un grand service, un des rares services dont nous pouvons les remercier. Vous les vouliez ? Eh ! bien, vous les avez! Le pays respire mieux, pas de doute.
Alors, que devons-nous faire ? Aller de l’avant, régler définitivement nos problèmes. Les mauvais moments sont passés ; de meilleurs moments nous attendent.
Qu’est-ce qui compense aux yeux du peuple, dans nos sentiments de révolutionnaires, la répugnance et le dégoût que nous causent les traîtres et les déserteurs ? Ça, cette masse nouvelle, ce contingent qui commence ses études, la masse passablement assainie – il faut encore un peu à l’assainir – des étudiants actuels.
Je vous assure que, grâce à l’École de médecine, notre pays peut compter sur une masse formidable de bons étudiants, d’étudiants révolutionnaires (applaudissements). Il en reste quelques-uns qui pensent s’en aller une fois diplômés (remous dans la foule), mais comme l’École de médecine, ainsi que l’ensemble de l’Université, dispose d’un groupe magnifique de dirigeants et de compañeros très responsables et très sérieux, j’ai défendu le point de vue, après avoir longuement discuté avec eux de tous ces problèmes de médecine – et ils ont été d’accord – qu’on ne devait pas permettre à ces individus, qui sont connus, de s’inscrire à l’École de médecine (applaudissements).
Est-ce qu’il est juste que le peuple dépense son argent – l’argent de ceux qui mettent les mains dans le cambouis, l’argent des travailleurs – à former une « verminette » (la foule répond : « Non ! »), à donner un titre à une « verminette » ? (La foule répond : « Non ! ») Est-ce qu’il est juste que notre glorieuse université et nos professeurs universitaires travaillent d’arrache-pied au bénéfice d’une « verminette », d’un embryon de traître ? Non. Contre l’ennemi, il faut taper dur ! (Applaudissements.) Ces individus-là, à quoi bon perdre son temps à tenter de les persuader? Il faudrait les trépaner (remous dans la foule), et ici on ne fait pas ce genre d’opération.
Alors, que doit faire notre Université, notre École de médecine, avec ces individus qu’on connaît ? Ne pas les inscrire ! (Remous dans la foule.) Et que le matériel pédagogique, les livres, les ressources du peuple aillent à des étudiants qui serviront le peuple (applaudissements).
Donc, sur quoi pouvons-nous compter dès maintenant ? Sur plusieurs centaines de compañeros magnifiques qui se formeront chaque année et qui renforceront le groupe de médecins révolutionnaires (applaudissements), et qui apporteront aussi à notre pays une mentalité nouvelle, une conception nouvelle de ce qu’est la fonction du médecin, une fonction que, tout comme celle de l’enseignant, le peuple doit respecter et estimer grandement. Estimer grandement ! Bien entendu, les mauvais médecins conspirent contre ce bon jugement que le peuple doit se faire du médecin.
Cette masse de diplômés constituera, année après année, un apport de médecins qui auront une conscience solide, claire, de médecins qui travailleront, qui obtiendront leurs honoraires en travaillant, de médecins qui ne seront pas égoïstes ni mercantilisés (applaudissements). Le peuple peut payer parfaitement ses médecins, en leur donnant ce dont ils ont besoin et même plus. Le peuple rémunère bien ses médecins !
Ce contingent de médecins créera peu à peu un esprit opposé à cet esprit égoïste ou aux restes d’esprit égoïste, embourgeoisé, encore présents chez certains médecins qui fixent des honoraires très élevés et qui ne consultent qu’une petite heure – il y en a, il y en a ! Ce genre d’attitude tend à corrompre jusqu’aux étudiants ! Pourquoi donc cette pratique consistant à prendre un étudiant comme adjoint pour certaines opérations, d’encaisser et de lui en donner une partie, ou, comme le faisaient des cliniques privées, d’employer des étudiants à titre de médecins ?
Lors de nos discussions avec les dirigeants de l’École de médecine, nous leur avons dit : il faut coûte que coûte – coûte que coûte, j’ai bien dit ! – faire cesser ces pratiques. Coûte que coûte ! Et quand la Révolution dit : coûte que coûte, elle le dit sérieusement (applaudissements). Des dirigeants étudiants nous ont alors dit : le problème, c’est que certains étudiants gagnent leur vie en faisant ce genre de travail… Nous leur avons répondu : c’est regrettable que de bons étudiants commencent à être victimes de ce genre de pratiques, qui sont en plus une manière de tromper le peuple.
Le gouvernement a donc donné des instructions de régler le problème de ces cliniques, qui conspire contre une politique saine dans ce domaine qui intéresse tant le peuple. Nous avons dit : l’étudiant qui fait ce genre de travail, il faut lui en trouver un autre, ou on lui offre une bourse ou on aide sa famille, mais il faut régler ce problème d’une manière ou d’une autre, parce que l’étudiant qui travaille et qui touche cent, deux cents ou trois cents pesos se corrompt. Quel intérêt il aurait ensuite à conclure ses études ? S’il gagne déjà sa vie avant de recevoir son diplôme, de faire de la médecine rurale, de décrocher son titre ? À quoi bon ! C’est vraiment une pratique qui s’opposait à la déontologie dans laquelle doit se former l’étudiant, qui tendait à le corrompre.
Nous avons dit qu’il fallait aborder ce problème résolument : comme nous sommes très intéressés par la formation de médecins, et de bons médecins, le pays peut aider tout étudiant qui devrait travailler et étudier à la fois en lui offrant une bourse d’études afin qu’il puisse se consacrer complètement à ses études. En effet, un élève qui doit enlever cinq heures par jour à ses études parce qu’il travaille ne peut avoir le même rendement que celui qui étudie à temps complet. Et nous voulons former de bons médecins. Décision a donc été prise de subventionner tous les étudiants au travail pour que l’Université ne compte que des étudiants à temps complet. On a fait une exception pour les élèves de première année. Pourquoi ? Cette politique de subvention ne peut concerner que les étudiants déjà inscrits qui travaillent déjà, mais on ne peut établir le précédent de subventionner l’élève qui travaille déjà et qui s’inscrit en première année, car, sinon, les lycéens, par exemple, qui commenceraient à travailler dès les dernières années de secondaire serait forcément subventionnés en s’inscrivant à l’université, et ça deviendrait un fardeau pour l’économie nationale. Cette subvention ne concerne donc que les étudiants de médecine déjà inscrits, non ceux qui vont s’inscrire plus tard, et ce afin de fixer une politique vraiment correcte et de former de bons médecins (applaudissements).
Nous estimons que c’est vraiment utile et bénéfique à notre pays, et que la Révolution doit faire cesser toutes les pratiques qui conspirent contre les intérêts actuels du peuple et surtout contre ses intérêts futurs. Car c’est surtout à l’avenir, au lendemain que nous devons penser (applaudissements).
Notre peuple doit savoir que tous les jeunes qui étudient à la faculté de médecine le font à temps complet et que nous allons former des médecins bien meilleurs en masse ! C’est un devoir de la Révolution envers le peuple (applaudissements).
Oui, mais est-ce que c’est ça la solution définitive de notre problème ? Non. Il y a une autre circonstance : les médecins s’entassaient à La Havane, au point qu’il y en a maintenant de trop. Dans cette société-là, les médecins ne voulaient pas s’en aller de La Havane. À Miami, oui, mais dans la Sierra Maestra, non ! (Applaudissements.) Beaucoup d’entre eux aimaient mieux prendre la direction de l’étranger que servir leur peuple. Donc, il y a encore trop de médecins à La Havane.
Impossible de régler les problèmes par les mesures dont j’ai parlé. Alors, quelle est la solution véritable et définitive du problème ? Face à l’avenir, la seule solution, la véritable, la définitive, c’est de former des médecins en masse (applaudissements). La Révolution a maintenant assez de forces, et de ressources, et d’organisation et de personnels – du personnel, ce qui est le plus important – pour lancer un plan de formation de médecins dans les quantités nécessaires (applaudissements). Pas seulement de nombreux médecins, mais aussi de bons médecins, bons non seulement en tant qu’êtres humains, mais aussi comme patriotes et révolutionnaires (applaudissements).
Qui dit que la Révolution ne peut pas faire ça ? Nous le pouvons déjà ! Et la meilleure preuve, c’est cette cérémonie-ci.
Les professeurs de l’Université de La Havane ont mis au point un excellent programme de formation de médecins. Un programme révolutionnaire, bien entendu, pour le moment que nous vivons, un programme formidable pour former de meilleurs médecins et en moins de temps.
Comme pour entrer à l’Université, il faut être au moins bachelier, décision a été prise d’accepter des bacheliers en sciences et en lettres qui suivront d’abord un cours qui commence demain. Donc, environ huit cents bacheliers entrent aujourd’hui dans cette Institut de sciences élémentaires, et deux cent quarante le font à l’Université d’Oriente, soit plus de mille élèves. Rien que cette année-ci.
Mais ce n’est pas tout. En parallèle à cet Institut, mille trois cents élèves de terminale commencent demain même un cours de quinze mois (applaudissements) divisé en deux : trois mois, comme vous, mais directement dans leur école, et douze mois ensuite ici-même. Autrement dit, parce qu’il faut envisager les abandons en cours de route, environ mille deux cent cinquante élèves pour l’an prochain.
Ce n’est pas tout : cette année-ci, au moins deux mille cinq cents lycéens commenceront à faire des études spéciales de deux ans pour entrer ensuite directement à l’École de médecine (applaudissements).
Ensuite ? Eh ! bien, ensuite, ce sera un torrent d’élèves de médecine : mille cette année-ci, qui commenceront leurs études en 1963 ; mille deux cent cinquante qui commenceront en 1964 ; deux mille cinq cents qui commenceront en 1965. Comme la Révolution n’a pas travaillé pour rien, que son œuvre éducationnelle date du début, elle dispose d’une grande quantité de boursiers où elle peut sélectionner les élèves par vocation et par aptitude. Quand elle est arrivée au pouvoir, le pays ne comptait que cent vingt mille élèves du secondaire, et il en compte maintenant deux cent cinquante mille (applaudissements). C’est là des chiffres, des faits, le fruit de l’œuvre révolutionnaire ! Pour le moment, nous avons des cours spéciaux, mais, dès 1965, les futurs étudiants de médecine ne tiendront plus tous ici, ni dans n’importe quel autre édifice semblable. Voilà donc la solution, la seule solution, la solution définitive !
Et quelle sorte d’étudiant ? Infiniment supérieur à celui d’avant – comme tout ce qui se fait aujourd’hui est différent d’avant – comme l’a souligné le doyen de la faculté de sciences médicales. Ce n’est plus le chaos d’avant, cette coutume américaine du bizutage, de raser le crâne des novices ; non seulement, on les accueille avec de la musique, avec tous les honneurs, au milieu du peuple, dans une ambiance fraternelle, accueillante, enthousiaste, optimiste. Tout le monde se préoccupe pour eux, pour l’endroit où ils vont vivre, pour les équipements et les livres dont ils vont disposer, pour l’alimentation qu’ils vont recevoir, pour le programme d’études. Et ces étudiants vont étudier tout le temps, parce que la première année ils sont pensionnaires.
Ainsi donc, la Révolution peut contempler aujourd’hui avec satisfaction ce magnifique édifice, - dont les anciens étudiants doivent être maintenant, à 90 p. 100, de l’autre côté – converti en un établissement d’enseignement qui fait la fierté de notre pays et où huit cents élèves de ce côté-ci vont faire des études (applaudissements). Et des études pour de bon !
Ce sont des jeunes, des compañeros et des compañeras du peuple, des jeunes pleins d’optimisme, pleins de joie, ce qui est logique, qui vont disposer de toutes les ressources et de tout le temps nécessaire pour étudier. Certains vont même conclure leurs études à vingt ans ou vingt-et-un ans, et ils auront toute la vie devant eux pour poursuivre leurs études, pour continuer d’apprendre, pour continuer de se former, de se recycler, pour continuer d’acquérir de l’expérience. Voilà l’avenir de notre pays, voilà le panorama du futur, mais un futur qui ne vient pas tout seul, que nous devons forger, que nous devons faire. Et voilà aussi les perspectives de la médecine dans notre pays.
Et quand ces beaux messieurs de là-bas, fatigués, écœurés, déçus, perclus de rhumatisme et les cheveux blancs se mettront à genoux pour demander de pouvoir rentrer, nous leur demanderons : à quoi bon votre retour ? (Applaudissements.) Nous avons maintenant des légions de jeunes médecins, compétents, pleins de confiance, pleins d’enthousiasme, pleins d’ardeur. À quoi bon ? Pour occuper un appartement ? Non ! Comment pourrions-nous fournir un appartement à l’un de ces messieurs tant qu’il y aura un seul ouvrier, un seul paysan sans logis ? Parce qu’ici on ne construira pas un seul logis si ce n’est pour le fournir en tout premier lieu à une bonne famille, à une de ces familles qui travaillent, qui produisent et qui en ont besoin. Oui, ce sera le moment le plus amer pour ces messieurs, parce que nous n’aurons plus besoin d’eux. Si nous n’en avons pas besoin maintenant, à plus forte raison demain…
Mais ce n’est pas tout : en plus de nos médecins, des médecins et des professeurs de différents pays travaillent ici (applaudissements). Nous pouvons faire face parfaitement à cette étape-ci. Et puis, nous pouvons faire aussi quelque chose de plus – même si c’est surtout plus symbolique qu’autre chose – pour aider d’autres pays.
Prenez le cas de l’Algérie, par exemple (applaudissements). Dans ce pays, le gros des médecins étaient Français, et beaucoup sont partis. Avec quatre millions d’habitants de plus que nous, avec les nombreuses maladies qu’a laissées le colonialisme, l’Algérie compte moins du tiers de nos médecins. Dans le domaine de la santé, sa situation est vraiment tragique.
Alors, bavardant aujourd’hui avec les étudiants, je leur ai dit qu’il fallait cinquante médecins volontaires pour aider les Algériens (applaudissements). Et je suis sûr que les volontaires ne manqueront pas. Cinquante, pas plus. Mais je suis sûr que davantage se proposera, comme expression de la solidarité de notre peuple avec un peuple ami qui est dans une situation pire que nous. Pire que nous !
Aujourd’hui, nous pouvons en envoyer cinquante. Dans huit ou dix ans, allez savoir combien, et ainsi nous pourrons aider les peuples qui sont nos frères. Car, chaque année, nous aurons toujours plus de médecins et toujours plus d’étudiants entreront à l’École de médecine. La Révolution a le droit de récolter ce qu’elle sème, et le droit de cueillir les fruits des arbres qu’elle a plantés (applaudissements).
Et, très bientôt – très bientôt ! et nous pourrons le proclamer fièrement – notre pays aura plus de techniciens qu’aucun autre pays latino-américain (applaudissements), et nos universités s’étendront, les étudiants de nos universités se compteront par dizaines et dizaines de milliers, et notre corps professoral sera toujours plus expérimenté. Les années passent, et passent vite, et on constate les efforts de la Révolution.
Je dis : des années, mais des années qui passeront et qui nous permettront de voir ce panorama de quarante ou cinquante mille étudiants et de jeunes diplômés par milliers et dizaines de milliers, tout simplement parce que la Révolution le peut, parce que c’est une révolution et que seule une révolution peut faire de tels exploits (applaudissements), et parce que notre peuple est révolutionnaire et que seul un peuple révolutionnaire peut accomplir de telles tâches.
Cette journée-ci est donc importante pour notre peuple, une journée d’allégresse, et pour les révolutionnaires c’est une journée de contentement intime, parce que la Révolution ne se borne pas à exposer des idées, elle les concrétise ; la Révolution n’est pas théorie, elle est surtout faits concrets. Tout ce qu’elle s’est proposé, elle l’a fait ; tout ce qu’elle a lancé, elle l’a conclu. Voilà le fruit d’une idée convertie en réalité, de l’œuvre engagée qui se poursuit. C’est autant de raisons d’être optimistes, de croire chaque jour plus au dynamisme de la Révolution et en la capacité créatrice de notre peuple.
C’est surtout un motif de joie parce que nous savons ce que ça signifie : pouvoir nous défendre des coups les plus bas de l’ennemi dans le domaine le plus sensible pour notre peuple, sauver des centaines de milliers d’enfants (applaudissements), apporter la santé à notre peuple, élever la moyenne de vie de chaque citoyen, accroître la production de notre peuple de pair avec tout le reste du travail révolutionnaire, créer des conditions non seulement pour combattre les maladies, mais aussi pour les prévenir. Car, à l’avenir, nous aurons toujours plus de médecins et toujours moins de malades (applaudissements).
Les faits sont là ! Depuis six mois, plus un seul cas de poliomyélite dans notre pays (applaudissements) ; depuis six mois, aucune mère, aucune famille n’a dû vivre la souffrance inénarrable de voir un enfant invalide. Des centaines de vie ont été sauvées, pour le plus grand bonheur et la plus grande joie des familles. Quel bonheur pour les familles de voir disparaître cette menace qui pend sur la tête de leurs enfants ! Toutes les familles bénéficient de cet effort que fait le ministère de la Santé publique avec l’appui des masses en matière de vaccination (applaudissements).
La Révolution continue de se battre contre les maladies et s’apprête maintenant à lutter contre le tétanos, la diphtérie, la coqueluche qui tuent des milliers d’enfants chaque année et qui menacent n’importe quelle famille. Comment ? En prévenant ces maladies par la vaccination. Et ainsi, nous combattrons les maladies, l’une après l’autre, nous diminuerons le nombre d’épidémies, le nombre de morts, le nombre de victimes. Et nous atteindrons peu à peu un grand objectif : passer de la médecine curative à la médecine préventive, autrement dit éviter que les gens tombent malades.
L’avenir de notre peuple sera forcément brillant, ainsi que sa santé, quand nous combattons d’une part les maladies en en réduisant les victimes et en nous efforçant de les éradiquer, et que, d’autre part, des contingents de jeunes, enthousiastes, qui sont les espoirs de notre patrie, qui forgeront la santé de notre peuple, qui sauveront des vies, entrent dans un établissement d’enseignement comme celui-ci.
Nous pouvons donc crier : Vivent nos étudiants ! (Vivats.) Vivent les jeunes qui entrent dans ces établissements d’enseignement ! (Vivats.)
La patrie ou la mort !
Nous vaincrons ! (Ovation.)
creta a exponer ideas, sino a realizar ideas; la Revolución no es teoría, es sobre todo hechos. Y cuanto la Revolución se ha propuesto, lo ha logrado; cuanto la Revolución ha iniciado, lo ha llevado adelante. Y esto es producto de idea convertida en realidad, de obra emprendida que se lleva adelante, razón para ser optimistas; razón para creer cada vez más en el dinamismo de una Revolución y en la capacidad creadora de nuestro pueblo.
y es motivo de júbilo, sobre todo, porque sabemos lo que esto significa, porque sabemos que con esto nos defendemos de los golpes más bajos del enemigo en el aspecto más sensible de nuestro pueblo, porque sabemos que esto significa centenares de miles de niños que se salvarán para la patria (APLAUSOS), porque sabemos que esto significa salud para nuestro pueblo, porque sabemos que esto significa elevar el promedio de vida de cada ciudadano de nuestra patria; porque sabemos que esto significa, unido a todo el resto del trabajo revolucionario, el aumento de la producción de nuestro pueblo, la creación de las condiciones no solo para combatir las enfermedades, sino para prevenirlas. Porque en el futuro tendremos cada día más médicos, y cada día menos enfermos (APLAUSOS).
y ahí están los hechos, ahí están los hechos: hace seis meses no ha habido un solo caso de poliomielitis en nuestro país (APLAUSOS); hace seis meses ninguna madre, ninguna familia ha tenido que pasar por el dolor inenarrable de ver a su hijo inválido. Y así, cientos de niños se han salvado, cientos de vidas felices se han salvado; la felicidad y la alegría de cientos de familias se han salvado. Y no importa que fueran cientos, porque entre esos cientos podía estar cualquier familia. Es el beneficio para toda la familia, porque cuando una espada que pesa sobre la cabeza de cualquier hijo desaparece —espada que puede amenazar a una o a otra—, cuando esa espada se quita de sobre las cabezas de todos los niños de Cuba, todos los niños y todas las familias son beneficiadas por el esfuerzo del Ministerio de Salud Pública, apoyado en las masas, por el esfuerzo de las organizaciones de masas con la vacunación (APLAUSOS).
y así, de nuevo arremete la Revolución contra las enfermedades y se dispone a salvar miles de vidas del tétanos, de la difteria y de la tosferina, que son otras tantas enfermedades que sacrifican a miles de niños todos los años, y que puede contraer cualquier niño de cualquier familia. ¿Cómo? Previniendo a través de la vacunación esos tipos de enfermedades. Y así iremos combatiendo enfermedad por enfermedad, así iremos disminuyendo el número de epidemias, el número de muertes, el número de víctimas. Y así se irá cumpliendo ese gran propósito: ir pasando de la medicina terapéutica a la preventiva, es decir, evitar que se enfermen los ciudadanos.
y ha de ser brillante el porvenir de nuestro pueblo, brillante la salud de nuestro pueblo, cuando, por un lado, combatimos las enfermedades, disminuimos sus víctimas, luchamos contra ellas hasta hacerlas desaparecer; y, por otro lado, contingentes de jóvenes entusiastas, que son esperanzas de la patria, forjadores de la salud de nuestro pueblo, salvadores de vidas, entran en una institución como esta.
Por eso, podemos decir hoy: ¡Vivan nuestros estudiantes universitarios! (EXCLAMACIONES DE: “¡Vivan!”) ¡Vivan los jóvenes que ingresan en estos centros docentes! (EXCLAMACIONES DE: “¡Vivan!“)
¡patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)