El deporte cubano también cura heridas
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Para los 20 niños del refugio -y también para una buena parte de los mayores-, el día de verdad no empieza con el alba, sino cuando llegan “los profes de deporte”.
La inundación de esta ciudad al sur del estado Apure, forzó a 13 familias de la urbanización Vara de María a dejar sus casas, y buscar amparo en una escuelita que para suerte de ellos tenía la bendición de estar, primero, en una zona alta, y segundo, al cuidado de los doctores y deportistas cubanos.
Para ser exactos, antes de la crecida solo el espirituano Arle Jiménez atendía la comunidad por Cultura Física, pero con la avenida se le sumó el avileño José García, cuya sede y residencia en otro sector quedó literalmente bajo el agua y aún hoy permanece anegada.
“Me trasladé con Arle en busca de refugio, pero una vez aquí no podía estar de espalda a mi deber y mi oficio; sabiendo que mi colega hacía todo por alegrarle la estancia a los evacuados.
“Soy profesor de deporte en todas las circunstancias, y bien sé lo que puede lograr la recreación en medio de un escenario complejo como este, más cuando hay tantos niños.
“Hay que ver cómo les cambia enseguida la carita de tristeza por estar fuera de su casa, de su ambiente natural de juego, y uno llega de pronto con las pelotas, los tableros, las fichas, a revolverle el día. Los adultos no pueden resistirse y se nos suman, y los que no se embullan, disfrutan viendo a sus niños contentos.”
Arle, el espirituano, esta viviendo también el orgullo de prodigar alivio y bienestar a los refugiados.
“En condiciones normales, trabajo en las mañanas con los adultos mayores del barrio, y en las tardes con los muchachos en la cancha, antes de las bailoterapias; pero en esta situación, la prioridad es la atención a los evacuados, para que se distraigan y salgan del estrés que suele suceder.
“A decir verdad, siento que hemos logrado complementar con efectividad la extraordinaria labor de nuestros médicos; ellos delante con la medicina y nosotros detrás con el consuelo de la recreación. Es como ofrecer salud en un “paquete completo”.
Y ciertamente se revuelve la escuelita cuando llegan los dos: los niños reclamando las pelotas, los mayores una ronda de Bingo o dominó. Da la impresión que falta terreno para tantas opciones y preferencias entre fútbol, voleibol o el criollo kikinbol, sin distinción de edades ni condición.
Desde la puerta, una mujer soldado del ejército nacional, a cargo de la custodia, no aguanta la tentación y se suma a los pequeños, corriendo tras el balón: “Esto es una locura aquí, pero qué bueno”, dice, y regresa al barullo; mientras el profe José se toma un diez para recuperar el aliento: “La edad… que no perdona… –respira hondo y suelta un resuello-, aunque vale la pena, mire eso”, y señala el manojo de muchachos revueltos.
Arle también se detiene un momento. “No lo parece, pero esto también tiene su recompensa. La mía es que yo salga a la calle y me llamen desde cualquier esquina: ¡¿Qué tal, profe?!, ¡¿Cuándo nos vemos, Cuba?!, con un cariño que a uno le suena a familia.”
Dice familia y José sonríe con la mirada lejos. Entonces el colega nos revela el detalle: “Es el padre de José Adolis, el pelotero”, suelta Arle, y entonces entendemos la nostalgia y el orgullo inmenso: “Ayer el muchacho se estrenó con el equipo grande, frente a Colombia en los panamericanos de Toronto. Lo hizo de la mejor manera, un jonrón en su primer turno al bate. Estoy que no quepo de contento.”
Así también se vive y se da Cuba en la distancia, sabiendo lo que somos, desde el ejemplo de compartir lo que tenemos. Así también Guasdualito renace de las aguas con las manos que Cuba le extendió; las de sus médicos, y las de otros que, por Venezuela, hacen tanto como aquellos.