Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la oncena Cumbre del Movimiento de Paises No Alineados, Cartagena de Indias, Colombia, 18 de octubre de 1995
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Señor Presidente de Colombia,
Señores Jefes de Estado y de Gobierno,
Distinguidos delegados e Invitados:
Nuestra razón de ser puede haber sufrido cambios, pero no ha dejado de existir.
Nunca antes, desde la creación de nuestro Movimiento hace 35 años, fuimos tan marginados y desconocidos en la política internacional, ni tan discriminados y relegados en la ayuda para el desarrollo y los créditos, ni fue tan injusto y desigual el orden económico internacional que se nos ha impuesto. Nunca antes habían estado tan amenazadas la soberanía y la integridad territorial de los países del Sur, ni más en peligro nuestra independencia, ni se habían fraguado injerencias tan flagrantes en nuestros asuntos internos.
Se alejó la amenaza de guerra entre las grandes potencias, pero la inestabilidad, la violencia social y los conflictos étnicos se extendieron en diferentes regiones del planeta. Pueblos enteros, unidos por la historia, la economía y hasta la propia sangre, se fragmentaron, se enfrentaron, e incluso se hicieron la guerra.
Hoy es mayor la inseguridad y la pobreza. Se pretende imponer la globalización a nuestros pueblos como camisa de fuerza que nos impida la aplicación de políticas nacionales diferentes a las que dictamina el Norte. La privatización total y la apertura comercial a cualquier precio se nos presentan como las únicas fórmulas posibles de éxito económico.
La deuda externa del Tercer Mundo, que ya apenas se quiere mencionar, sin embargo crece, y junto al intercambio desigual constituye hoy el principal obstáculo para el desarrollo. Su monto actual es superior a la cifra alucinante de 1,5 millones de millones de dólares. Crece el desempleo, y el desarrollo social se sacrifica despiadadamente.
¿Es razonable aceptar la pretensión de que determinados modelos económicos impuestos por las sociedades más desarrolladas, y sus patrones específicos de organización política de la sociedad, deban convertirse en paradigmas universales y en raseros uniformes de legitimidad o corrección?
¿Hasta cuándo vamos a presenciar en silencio el absurdo despilfarro de recursos de las sociedades opulentas, la hipoteca criminal del futuro de nuestros hijos en una desenfrenada carrera hacia el desastre ecológico global que ya muchos empiezan a considerar irremediable?
La producción de armas cada vez más sofisticadas y letales se mantiene; su comercio se incrementa. La competencia es feroz entre los poderosos productores. Después vienen las intervenciones del Consejo de Seguridad, donde están con carácter permanente los principales vendedores de armas, para llevar la paz en nombre de las Naciones Unidas. ¿Es que acaso el fin de la guerra fría se ha traducido en el empleo para fines más nobles de los colosales recursos destinados a la carrera armamentista?
El Congreso de Estados Unidos aprueba presupuestos militares más amplios que los que propone el propio Gobierno de ese país. ¿Para qué se quieren esas armas? Es que el surgimiento de un mundo unipolar ha acentuado tendencias hegemonistas que intentan actuar por encima de las Naciones Unidas. Se pretende imponer la voluntad de la potencia hegemónica al Consejo de Seguridad y usarlo de instrumento para avasallar al mundo. Esa política es más preocupante y peligrosa todavía cuando se formula desde las posiciones asumidas por sectores ultraderechistas que parecen ganar considerable terreno político dentro de los Estados Unidos. Así surgieron, en la Alemania nazi, los sueños fanáticos de imponer al mundo su dominio, sólo que Hitler no poseía tan gigantesco poder.
Es nuestro deber, frente a este peligro y otros males que nos amenazan, luchar resueltamente por democratizar las Naciones Unidas; que la Asamblea General ocupe el lugar que le corresponde; que el Consejo de Seguridad deje de usurpar sus funciones y de actuar a sus espaldas. Cesen los privilegios. Que el carácter de miembro permanente deje de ser atributo casi exclusivo de países europeos o de potencias nucleares o naciones superricas. No es posible vacilar. Luchemos decididamente para que se concedan dos puestos permanentes, en un Consejo de Seguridad ampliado, a América Latina, dos al Africa, que no poseen ninguno, y se añadan dos más al Asia, donde vive el 60 por ciento de la población mundial.
El irritante privilegio del veto debe ser por lo menos reformado, mientras exista ese anacrónico y antidemocrático instrumento. Cese el absurdo de que un solo país, de los pocos que lo disfrutan, pueda anular la voluntad y las decisiones de todos los demás países juntos que componen las Naciones Unidas.
Unidos, somos una fuerza. Unidos, nuestra voz no puede dejar de escucharse. Unidos, hay que contar con nosotros.
No somos simples espectadores. Este mundo es también nuestro mundo. Nadie puede sustituir nuestra acción unida, nadie tomará la palabra por nosotros. Solo nosotros, y solo unidos, podemos rechazar el injusto orden político y económico mundial que se pretende imponer a nuestros pueblos.
Nuestras demandas de hoy no nos serán concedidas de modo espontáneo. No serán las concesiones frente a los que nos explotan, ni la debilidad de los cobardes, ni dejar de luchar por nuestros derechos más sagrados y legítimos, lo que nos conducirá a la victoria. Solo la lealtad a los principios que dieron vida a nuestro Movimiento, la firmeza de nuestras convicciones y la decisión de nuestras acciones concertadas, nos llevarán a conquistar el futuro que merecen nuestros pueblos.
Muchas gracias (APLAUSOS).