POSICIÓN DEL ESCRITOR EN CUBA IV
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El hecho de ser escritores de un pueblo en Revolución nos obligaba a otro quehacer que el de escribir libros, nos obligaba a responder físicamente en la odisea de la Revolución Cubana (nosotros que somos los más impulsivos, los más avanzados, los más rebeldes) con la misma fuerza, seguridad y entrega con que acometemos una página en blanco. Ahora poseeríamos las riendas que venimos a reclamar y las poseeríamos con un merecimiento inmediato, y conoceríamos a fondo nuestra labor a realizar en el desenvolvimiento de la cultura del pueblo, no ignoramos nuestro trabajo a realizar de "hombres artistas" ya que el pueblo mismo nos emplearía en provecho suyo eso que sería nuestro propio provecho en tanto que nos hubiésemos hechos necesarios. Por lo demás, de esa comunión habría salido al menos un gran libro, y muchos libros, sobre nuestra tercera gran guerra de independencia que culmina en una libertad sustancial a todos, innovadora de la maloliente democracia americana, libros y libros que el pueblo amaría y aclamaría con el orgullo con que ama y aclama hoy su Revolución, que tan arraigadas taras nos extirpa.
Evoquemos, compañeros, a Celine en El viaje hasta el fin de la noche, ese libro monumental por encima del hombre pequeño y a Tolstoi1 en La guerra y la paz, ese libro de todos los hombres, a Saint Exupery y sus palabras enormes, evoquemos a estos hombres escritores a quienes no escapa su momento de grandeza, su momento de compromiso, su momento de comprobaciones que los sobrepasa y por eso mismo los cumple. En tanto que engendran su Historia, la Historia del mundo los asimila y los adopta como sus creadores, partiendo de que el mito Dios-Creador nuestra época materialista lo sustituye por la verdad del hombre-creador.
Los cubanos estamos gozando del privilegio de realizar nuestra Revolución en este siglo de revoluciones gigantescas. Los cubanos estamos, pues, cumpliendo el compromiso de evolución que cada siglo exige a quienes lo pueblan. Los escritores cubanos tenemos, sin embargo, una deuda con la
Revolución: no haber participado en ella. Ya que no se podía escribir ni publicar, nuestro deber de creador era el de estar en plena batalla, dentro del fuego, ya que de él nos nutrimos. Por esta debilidad no habrá el gran libro de la Revolución Cubana; y también por eso no nos preguntamos ahora cuál ha de ser nuestro quehacer en el programa de la Revolución.
Para justificarnos habrá que hablar de la desprotección en que se nos ha mantenido siempre (no mayor ni menor que la del campesino que, con un desprendimiento de la vida que linda con una actitud filosófica, que bien correspondía a nosotros asumir, se une a la batalla y la resuelve con la fuerza de su número y de su confianza), habría que hablar, para justificarnos, de como ese estado de desprotección ha engendrado dentro de nosotros una especie de miseria del espíritu, una suerte de opacidad, una energía oscura que debilita nuestros impulsos naturales de hombre, sin más gesto vivo que nuestro trabajo día por día, en silencio. Aquí venimos a hablar, por primera vez, en defensa del escritor, venimos a hablar en escritor. Tímidos pero a la vez feroces, a que se nos escuche, a que el pueblo nos conozca ya que nosotros somos su parte más oculta, la que más le ama. Que el pueblo es nuestro y nosotros somos del pueblo. En nuestras páginas él duerme, él padece su hambre. En nuestras páginas, viejas y abandonadas como él, habitan todos sus ruidos, todos sus movimientos, todos sus silencios.
¿Quién es el escritor? El pueblo lo desconoce puesto que sus libros no le llegan y esto hace que le confundan con el periodista. Establecer, pues, la diferencia entre escritor y periodista resulta de suma urgencia, puesto que el pueblo cree que el escritor es el periodista. Establezcámosla, pues, y quede esclarecida para siempre. De este modo el pueblo le dará importancia a nuestros libros y, a través de este acercamiento (tan injustamente demorado) nosotros despertaremos el hábito a la lectura realizando de este modo nuestra labor social-educativa-revolucionaria, desarrollando la imaginación y todos los sentimientos vivos y muertos dentro del hombre, labor esta que el escritor se ha arrogado en todos los pueblos desde las más antiguas edades. ¿Quién si no el escritor en poeta, en filósofo, en cronista, en bíblico, quien si no él ha dejado constancia del paso de todos los hombres sobre la tierra?; ¿quién como él conoce a su pueblo pues que de pueblo se nutre su imaginación creadora, del pueblo de día y del pueblo de noche, de las gentes que caminan, sufren y mueren desconocidas, de los rigores todos de la vida cotidiana que, como ellos, nosotros padecemos y que, sobre ellos, nosotros contemplamos y guardamos en páginas y páginas que nunca les llegan?
Entretanto el periodista ocupa todos los campos: habla, escribe, publica, funciona en esta doble labor de escritor y de periodista nos desplaza, si, sin que por ello nos reemplace, sin que realice esa labor constructiva ni de cultura que corresponde al escritor, sin que por ello instruya al pueblo ni lo capacite a una lectura mayor, porque no puede o porque no quiere, por falta de capacidad del periódico o por la falta de capacidad creadora, porque una cosa es ser escritor y otra ser periodista, porque un periodista no puede justificar al pueblo en sus errores ni levantarlo en sus plenitudes aún valiéndose de todos los medios divulgadores que sólo él posee; él puede informarle, esbozar sus posibilidades en favor o en contra suyo, apocarlo o llenarlo de odio, pero nunca interpretarlo, templarlo, pero nunca adueñarlo de sí mismo o encaminarlo a fuentes más subterráneas, y sobre todo nunca podrá ser su testimonio, mucho menos en Cuba, donde el periodista, obligado por circunstancias dictatoriales o capitalistas, como se las quiera llamar, deriva en intelectual político.
De este modo interrumpe el periodista nuestra labor, nuestro mensaje. Propongamos, si no, una pregunta vital para nuestra dignidad de escritor: ¿cuándo se ha publicado un libro nuestro, libro que ellos, los periodistas, conocen bien con cuánto esfuerzo e inutilidad se publica, es que ha habido, es que hay un periodista-crítico, lo mínimo a exigir en tanto que hay un escritor que publica?; ¿hay aquí un periodista crítico que sitúe con conciencia social e histórica ese libro en el pueblo, puesto que el pueblo los lee a ellos? Contamos con que la crítica es una labor social como cualquier otra, de las más importantes en ciertas manifestaciones del hombre y que, por esta razón, llega al pueblo; contemos también con que ese pueblo para el que ellos escriben a diario, es agudo y gusta de saber qué pasa en cualquier sector. De igual modo este pueblo, amoroso de todo lo suyo, nos leería, asimilaría nuestros libros, puesto que formamos parte de él, su parte más viva que está muerta. ¿Pero es que los periodistas nos han ayudado alguna vez a realizarnos socialmente, a cumplirnos, nosotros que no contamos sino con la publicidad que ellos nos hagan, después de haber publicado nuestros libros por cuenta propia, para un medio indiferente?; ¿es que no han contribuido ellos a sostener esa indiferencia con la suya propia? ¿Cómo habría de acusarse a este pueblo de que no lee sin acusar antes a sus gobernantes, a sus periodistas? ¿Qué gobernantes, qué directores de organismos de cultura, qué periodistas, qué critica le ha dirigido? ¿Es que entre ellos se ha hecho ver alguna vez la presencia verdadera de un libro cubano? Aquí sólo se ha halagado o se ha arrancado el prestigio. Igual que ha habido malversación de dinero ha habido malversación de talento. Porque en un medio decadente todo es decadente: es el reflejo del agua sobre el agua.
De este modo las cosas, nosotros, los escritores, carecemos de todo beneficio, de toda realidad.
¿A dónde, aparte de hacerlo en sus libros, puede manifestarse un escritor?
Para ser propietario de una columna fija en los periódicos hay que ser periodista colegiado. En la revista Bohemia, en la revista Carteles, ambas en manos de periodistas, sucede otro tanto. "Imposible, dicen, es demasiado serio lo que usted escribe y el pueblo no lo entendería". Tampoco existen editoriales que nos publiquen y nos hagan contrato, con la compra de derechos del libro a publicar y con interés sobre la venta, "ya que el pueblo no lee"...
¿Cuál es, pues, la salida del escritor puesto que carece de importancia, puesto que no se le concede importancia? ¿Cómo hacer para ganarse la vida? Hay el escritor que se ha vuelto especialista en productos farmacéuticos, abogado-notario cuando papá le paga la carrera, los hay viajantes de perfumes, modistos, enterradores, y hasta algún ladrón escritor; aún mas, hay el escritor-habitante (todos lo hemos sido alguna vez), el que está ahí sin más, soñando con que un helicóptero lo suspenda en el infinito y lo transporte más tarde a la Patagonia (demasiado tarde ya). Por último hay aquel que decide irse al extranjero "a triunfar". Para él triunfar es lograr que sus libros se impriman y circulen: sólo eso. Pero para irse al extranjero el escritor no tiene becas disponibles, no hay puestos para el escritor, ¿cómo habría puestos para un escritor? ¿Qué puede hacer un escritor en beneficio del gobierno que le envía?
(Hablo, claro está, de lo que ha sido hasta ahora). Pero, ¿cómo puede ser funcional un escritor cuando su calidad como tal no cuenta?
¿Qué idea de su pueblo y del mundo posee ese gobierno que exige al escritor realizar una labor en su favor por el hecho de que le subvenciona? ¿Cómo puede él corresponder en su trabajo creador a un gobierno dictatorial, a un gobierno malversador, a un gobierno amanerado, a gobiernos todos prostituídos por pequeñas ambiciones y por grandes desamparos?; ¿cómo puede él corresponderle, mientras estudia las fundamentales y puras teorías del surrealismo o las búsquedas áridas pero luminosas de la vanguardia de todas las artes y de todas las ciencias?
Es así que el verdadero escritor, el verdadero artista, nunca ha gozado de una beca ni de una subvención. Las becas y subvenciones siempre han pasado a manos de mediocres, de seudoartistas, de señoritos viajeros que llevan además en el bolsillo del chaleco europeo 500 o 1000 pesos de la bolsa de papá para aprovisionarse de ropas exóticas.
Y es así que hemos vivido hasta ahora. Que hemos malvivido.
¿Cómo resolver, pues, nuestra grave situación? En principio poniendo en nuestras manos los organismos culturales para allí afrontar nuestras propias necesidades, que jamás han sido afrontadas por ningún dirigente de cultura. ¿Cómo es posible que comprendan y dirijan los problemas estéticos y sociales nuestros un pedagogo, un médico, un político? Ninguno como el escritor para dar impulso a la obra divulgadora del escritor. Respondiendo a estímulos él será funcional al pueblo. Cualquiera de nosotros dirigiendo un organismo de cultura sabrá asumir la responsabilidad no sólo de su generación literaria (trabajadora y rica) sino de la plenitud cubana que vivimos, que es la plenitud de un pueblo en el mundo y por tanto la plenitud del mundo. Sí, nuestras dificultades parten, como las dificultades del pueblo, de un mal de fondo, mal abominable del que todos hemos sido víctimas por igual. Nosotros somos uno de los tantos problemas a resolver. Que se nos escuche, que se nos proteja, que se nos emplee, que se nos reconozca. Que no se reniegue más de nosotros los escritores, que somos una clase obrera como cualquiera otra que necesita comer, cosa que nuestro trabajo invisible hace olvidar. Que no se reniegue más de la generación anterior, que ella ha padecido las mismas necesidades nuestras, la misma falta de apoyo.
Ese apoyo que siempre nos ha faltado, que ahora se cumpla con justicia, con libertad, con conocimiento de causa.
Periódico Combate, 10 de mayo de 1959, p.2.
Nota
1 León Tolstoi (1828-1910). Narrador ruso.