POSICIÓN DEL ESCRITOR EN CUBA I
Дата:
Источник:
Автор:
Se dice en estos días: El escritor cubano hizo poco o nada por la Revolución. Esto es cierto, y mal que nos pese tenemos que aceptarlo. A tono con nuestra falta de cooperación se nos oponen terribles reparos y se nos niega la sal y el agua. Dicen: ¿Cómo podrían ahora establecer demandas si en el momento de la lucha se mostraron remisos? ¿Cuáles son vuestros títulos revolucionarios? Para justificar sus anatemas se apoyan en hechos incontrovertibles: las revoluciones tienen lugar en el campo ideológico antes que en el campo de batalla; el escritor mediante proclamas y manifiestos participa de manera activa en la lucha; si preciso es toma el fusil y expone su vida. Si ustedes nada hicieron en tal sentido, si el nombre que les cuadra es el de abstencionistas, entonces no nos vengan ahora con demandas.
Ahora bien, ocurre que obramos así, que nos abstuvimos no por indolencia, no por capricho, no por irresponsabilidad. Ocurre que nuestra falta de cooperación se debió lisa y Ilanamente a que no existíamos en el momento de la dictadura (y, por supuesto, tampoco ahora) como tales escritores. ¿Qué es un escritor en Cuba –nos preguntamos. La respuesta es tan difícil como la cuadratura del círculo o el hallazgo de la piedra filosofal. ¿Somos una clase como la de los profesores o la de los periodistas? No por cierto. ¿Se cotizan y venden nuestras producciones? Ni hablar ¿Nos pagan nuestros artículos? Esto sería inconcebible. ¿Nos lee el pueblo? Respuesta terrible: nos leemos entre nosotros mismos. ¿Pesamos algo en la opinión pública? Ni un adarme. Entonces, ¿qué somos? Pues personas privadas, que decidieron dedicarse al noble ejercicio de las letras. Y pregunta capital: ¿de qué vivimos? Del aire, de expedientes, de la peseta que nos da el amigo, de las cien tremendas humillaciones, de sueños y hasta de quimeras.
Expliquemos esta última apreciación. Como no tenemos consistencia ni social ni económica, tendemos cada vez a perdemos en vagas ensoñaciones, a perder de vista la realidad inmediata; como el librito que publicamos a costa de sacrificios sin cuento debemos regalarlo (venderlo no, ello equivaldría insultar a nuestro probable lector, ya que ese lector piensa que es bastante favor tomarse el trabajo de recibir nuestro libro); como nos vemos en la necesidad de llegar a la redacción de un periódico a suplicar con voz temblorosa que se nos publique un artículo; como las más de las veces el artículo es rechazado, y encima debemos aceptar que se nos tilde de raros, de enrevesados y hasta de locos; como vemos que pasan los años y la situación se prolonga; como escuchamos a cada momento frases de este tenor: "Ah, usted es escritor... ¿Para qué canal escribe? ¿De cuáles de las comedias radiales es usted autor?" O el señor al que acabamos de ser presentados nos tome por panadero o por mecanógrafo; como a cada momento nuestra razón de ser de escritor está puesta en tela de juicio, sucede que poco a poco nos vamos convirtiendo en soñadores y en fantasmas.
En el momento que Batista se apodera del poder el 10 de marzo, ya hace mucho rato que hemos devenido fantasmas. Batista temía a las fuerzas vivas de la nación y sus golpes iban dirigidos contra el estudiante, el obrero, el campesino, el profesor, el periodista, pero jamás se planteó un conflicto con este escritor-fantasma. Por ejemplo, en la Argentina la clase intelectual –poderosa, organizada– significó un gravísimo problema para Perón.1 Tanto le temía que humilló a Borges2 cambiando su puesto de bibliotecario por un empleo en el Mercado de Abastos (sección aves de corral) y encarceló a Victoria Ocampo3 en un establecimiento penal para prostitutas. Estos dolores de cabeza Batista no tendría que padecerlos por nuestros ataques.
Aceptando que nada hicimos para oponernos al terror batistiano importa mucho puntualizar que en tanto que clase no estábamos en condiciones de formar lo que en jerga revolucionaria se llama "frente unido". Batista temblaba si se rumoraba que los obreros de la COA4 irían a la huelga o si los estudiantes preparaban un acto de calle. Pero nosotros, que no estábamos organizados, sin una sociedad de escritores que nos representara, sin publicidad de ninguna clase, sin eco alguno en el pueblo, ¿se nos temería? Pero de todo esto, con ser de suma importancia representa sólo el aspecto, diríamos, mecánico, de todo escritor. Queda, sin embargo, el aspecto más profundo, la causa eficiente de nuestra inercia revolucionaria.
Se dice que somos escritores de torre de marfil. Aceptado. Pero las torres marfileñas no surgen de la nada; al contrario, tienen sus raíces en la tierra. La nuestra, y la llamo de marfil por facilitar la exposición –en realidad es la torre del desamparo– se hizo posible por una serie de factores: falta de tradición –la tan llevada y traída falta de tradición–; frustración de la ciudadanía (machadato, batistato, grausato, nuevo y más decepcionador batistato); frustración de los escritores que nos precedieron (si nos miramos en un espejo empañado no acertaremos a vernos la cara) falta de protección tanto oficial como de iniciativa privada; ausencia de público que nos leyera; de críticos que nos enjuiciaran; de editores que se encargaran de publicar nuestras obras (hacia 1939 el español Losada tuvo el propósito de abrir su casa editorial en La Habana. Para ello solicitó del gobierno cubano una exención de impuestos por diez años. A nuestro gobierno, que padecía más que miopía cultural, ceguera absoluta, le pareció exorbitante tal pretensión, Resultado: la editorial Losada está en Buenos Aires y son los argentinos los beneficiados); chatura de la vida nacional: política en función de latrocinio, de esquilmación del pueblo y hasta crimen; dictadura del profesor y del periodista en la vida cultural, llamémosla así, del país; tentación de ingresar en esas filas, con los siguientes resultados: dejación de su condición de escritor si se decidió a dar tal paso; o amurallamiento en la torre de marfil, es decir vida literaria precaria, vida vegetativa por cuanto su esfera de influencia terminaría precisamente en las cuatro paredes de dicha torre. Por otra parte no anatematizo ni a profesores ni a periodistas. El uno y el otro son útiles al fenómeno cultural en cualquier país; más bien quiero significar que para el escritor cubano, en el caso de pretender ensanchar dicha esfera de influencia, tendría fatalmente que ubicarse en el periodismo o en el profesorado.
Tenemos numerosos ejemplos de ello; sabemos que tal o más cual escritor, de tal o más cual generación ha hecho popular su nombre, no por ser estrictamente un escritor, más por el hecho de sus artículos en el periódico o por su cátedra en la Universidad. Para no hablar de los que se hicieron políticos, lo cual en Cuba hasta el triunfo de la Revolución significaba situarse en las antípodas de toda cultura. De una forma u otra, y limitando el fenómeno a la peculiar posición del escritor cubano, tenemos una verdad axiomática: hasta el momento presente somos prácticamente desconocidos y algo todavía de mayor importancia: somos inoperantes. Cualquier milagro, cualquier cambio de frente podrá producirse de hoy en adelante, pero hasta el momento en que hablo, la palabra escritor tiene para el cubano una connotación singular: se nos toma como a habitantes de un planeta lejano.
En Cuba, ejercer el oficio de escritor ha sido por lo menos tan expuesto como el de aquellos que luchaban en la clandestinidad: significaba mantener, no contra viento y marea (pues ello se traduciría en resultados positivos) sino contra la indiferencia general, una actitud, y una fe inquebrantables. Ahora que la Revolución es un hecho consumado es preciso que ambos –pueblo y escritor– empecemos a tomarnos en serio. No ha sido otra nuestra intención al celebrar esta mesa redonda. Desde ella estamos diciendo al pueblo que nos escucha (y por pueblo entendemos desde el simple ciudadano hasta el profesor, el periodista, los Ministros del Gobierno, el Presidente de la República y el Jefe de la Revolución): no somos habitantes de Marte, no somos locos, no somos rimadores irresponsables; somos una pieza en el engranaje de la vida nacional, y si no se cuenta con nosotros la maquinaria no rendirá todo su esfuerzo Dígase soldado, obrero, campesino, profesor, periodista, pero también dígase escritor.
Con ello se nos situará de una vez por todas. Si esto se cumple podrá hablarse del espíritu de la nación cubana.
Periódico Combate, 19 de abril de 1959, p.2.
Notas
1 General Juan Domingo Perón (1885-1974). Presidente de la República Argentina entre 1946- 1955 y 1973-1974.
2 Jorge Luis Borges (1899-1986). Poeta y narrador argentino.
3 Victoria Ocampo (1891-1979). Narradora, ensayista y dramaturga argentina; directora de la revista Sur.
4 Cooperativa de Ómnibus Aliados.