El muchachito que conversa con Fidel soy yo
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Medio siglo después de aquel octubre de 1962, cuando el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear, JR conversa con uno de los hombres que tuvo la misión de entrenar a jóvenes que defenderían el país.
—Cabo de la primera escuadra, ¡prepáreme la pieza para el tiro! —dijo el joven Alberto Echenique Pérez, y el Comandante en Jefe fijó su mirada en el reloj.
«Fidel estaba ahí, junto a nosotros, y quería comprobar que la maniobra de preparación de los cañones antiaéreos dobles (CAD), de 30 milímetros, se hiciera en poco tiempo, como debe ser. Nos había dicho que él tenía un cañón como ese y que solo sabía tirarles a las tiñosas. De esa manera, nos instó a demostrarle cuánta disposición combativa teníamos».
Los muchachos demoraron dos minutos y 25 segundos en tener listo el armamento y ya Alberto, quien fungía como instructor de aquellos estudiantes universitarios, sabía lo que Fidel iba a decirles.
«Nos explicó que no era posible demorarnos ese tiempo en la maniobra, pues le daríamos la posibilidad al enemigo de atacarnos y destruirnos y yo, que estaba al frente, enseguida le dije que no se preocupara.
«Los muchachos de mi brigada iban a ser los jefes de las primeras 15 baterías y mi objetivo era que aprendieran a realizar bien el trabajo para luego exigirles a los demás que lo hicieran rápido. Cuando las otras brigadas estén preparadas —le aseguré— y se unan con la mía, todo saldrá bien, ya verá.
«“¡Tienes razón!” —me dijo Fidel—, y con esas palabras me sentí lleno».
Así rememora Alberto, 50 años después, aquel momento inolvidable de su vida, en el que estuvo junto al Comandante, al pie de un cañón, en el Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, el domingo 27 de octubre de 1962.
—Yo soy ese muchachito que conversa con Fidel, ¿ves? —me dice Alberto, mientras me muestra una foto.
Afortunadamente para él, el lente intrépido de un fotógrafo captó esa imagen y hoy, cuando ya no es un veinteañero, puede mostrarla y sentirse orgulloso de que es una de las más conocidas de esos días de 1962, cuando en el país reinaba un clima de incertidumbre y tensiones, durante la Crisis de Octubre.
«Yo impartía mi clase y de repente vi a tres yipis que se acercaban. Pensé que sería un jefe superior, pero cuando me percaté de que era el mismísimo Fidel y que se dirigía a mi batería; sentí el pecho muy apretado.
«Le rendí los honores militares como corresponde, le di el parte de mi labor y luego de que preguntara por la alimentación, el alojamiento y otras cuestiones relacionadas con los estudiantes, Fidel nos pidió esa demostración. La foto, publicada al día siguiente, el lunes 28, en el periódico Revolución, es testigo de que conversamos de manera espontánea, pero te confieso que cuando Fidel se fue, y de eso no se dio cuenta ni el fotógrafo, mis nervios seguían de punta».
Y no es para menos, le digo, pues Alberto era solo un jovencito que tenía en sus manos la misión de enseñar a otros como él a usar y preparar el armamento y estar listos para la posibilidad de una guerra nuclear, según amenazaba el panorama del momento.
Más allá del obturador
Sentado en la sala de su casa, Alberto Echenique se nos revela un hombre inquieto, muy activo y deseoso de trabajar y ser útil. Hace poco se jubiló por problemas de salud y todavía no logra adaptarse a ese vacío.
Por ello, cuando nos muestra recortes de periódico, fotos, libros y todo cuanto atesora de ese «pedazo» de nuestra historia, Alberto no puede ocultar la nostalgia de esos años y la alegría por recordarlos.
«Pertenecí a la Asociación de Jóvenes Rebeldes y cuando terminé el noveno grado, ingresé a las Milicias Nacionales Revolucionarias, y como parte de ellas estuve en la caminata de los 62 kilómetros. Me gané la boina y todo, ¿qué te parece?
«Después quise prepararme como artillero y, junto a otros, estuve en Ciudad Libertad, desde donde hicimos una caminata hasta Quiebra Hacha. Allí estaba la Base Granma, una escuela de artillería antiaérea, en la que recibí el entrenamiento necesario para graduarme de artillero», cuenta Echenique.
Por culpa de una letra, me dice, no tuvo la suerte de combatir en Playa Girón. «Mi batería era la H y solo se fueron para allá las comprendidas entre la A y la G. La misión de mi batería fue cuidar los polvorines que atendía el Che en Pinar del Río y así lo hicimos».
De regreso a la Base Granma se organizó la preparación del personal con relación al cañón de 37 milímetros, y se cumplieron varias tareas combativas.
«Después recibimos un curso especial para maniobrar un arma checa, el cañón antiaéreo doble (CAD), de 30 milímetros. En aquella época era un arma muy potente, con la que podían hacerse de cien a 150 disparos por minuto, con un alcance de tres kilómetros.
«Meses más tarde participé en el plan experimental para el Servicio Militar Obligatorio que se hizo en Ceiba del Agua, donde radica hoy la Escuela de Cadetes Antonio Maceo. Yo era docente y debía brindarles instrucción militar a los becados».
—Poco tiempo después sobrevino la Crisis de Octubre…
—Así fue. Me asignaron, junto a otros instructores, a preparar desde el punto de vista combativo-militar a los más de 2 000 universitarios que se concentraron en el actual Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, donde hicieron la foto del momento en que conversábamos con Fidel.
«La situación estaba muy tensa en el país… Se sucedían ataques a embarcaciones cubanas, sobrevuelos amenazadores de aviones yanquis y ya Estados Unidos había divulgado su intención de efectuar un bloqueo marítimo a nuestro país. Desde el día 18, la armada norteamericana inició maniobras navales en el Caribe y fue el 22, a las 5 y 40 de la tarde, que el Comandante, como Primer Ministro, dio la alarma de combate a todas las Fuerzas Armadas Revolucionarias».
Asegura Alberto que fue fácil preparar a esos muchachos por su nivel cultural y, sobre todo, por la firmeza de sus convicciones y su indudable disposición combativa.
«Ha sido siempre una prioridad del país preparar las fuerzas para cualquier eventualidad, pero aunque los tiempos han cambiado sé que los jóvenes de hoy son capaces de actuar de la misma manera que aquellos si sucediera algo similar, si el país necesitara de ellos. No importa lo que otros digan, yo tengo fe en la juventud cubana».
Cuando la crisis se distendió, con el grado de sargento primero Alberto se sumó a diversas misiones, hasta que finalmente figuró como docente en la Escuela de Artillería, en la actual Academia de la Policía Nacional Revolucionaria Mártires de Tarará.
«Por razones de salud me licencié y pasé a la reserva con el grado de suboficial y hasta hace poco fui taxista, exigente y cumplidor con mi trabajo. Muchos saben de mi procedencia militar y aunque no me gusta hablar de mí y mis vivencias, es verdad que no puedo esconder que soy yo el que aparece en esa foto. Mis padres se sintieron siempre muy orgullosos de ese momento que me regaló el azar.
«Lamento no haber continuado mis estudios, pero vivo feliz conmigo mismo por haberle servido a la Revolución siendo tan joven, en un momento tan crucial para nuestro país», afirma, convencido de que nos ha contagiado con su espíritu incansable.