Un bastión de piedra para Cuba
VI. EL HEROE
Pero había un Hombre, había
un hombre en la Sierra, geológico, planetario,
justo,
"Patria o Muerte, Patria o Muerte, Patria
o Muerte",clamaba, gigantesco toro. Una barba tenía,
una barba de macho navegando en tormentas, en
poderosas alucinaciones,
con la pasión en el corazón, dinamita de lujo,
airoso, tenso, contumaz, de fulgurante oleaje,
erguido, como pabellón de ajusticiado;
un olor
a lobo huérfano, a pescado podrido, había,
un hueso roto del Mar Caribe al Monte de la
Luna,
de muerte eterna, de venérea cola,
una hiena escarlata, en los altares de un pringado
dios terrible y loco.
Entre pirañas y escualos,
entre gallos con la cresta rajada,
bailaba la miseria una pavana sobre el corazón de
Cuba, como sobre una niña el salvaje onagro,
como alguien que mueve la pierna enfurecida,
arrojando arroz sobre la tierra,
arroz quemado,
succionando sus pechos de mordiente ópalo.
Comandante, ¡qué jornada! "Nuestro
espantoso viaje no ha terminado"; es enorme
como la tristeza del tabaco o el vuelo del águila
sobre la roca negra.
Pero no estás solo.
Como tizón encendido que abandonara un
muerto,
estamos nosotros, inmóviles, atentos, como
encrucijadas en la noche,
el pecho tenso, como humedecidos bisontes.
Comandante,
¡qué duro
cuero te ceñía el corazón ! Y Cuba
adentro, Cuba como un helecho inescrutable,
áspero,
Cuba sobre el Caribe, con sus tornados, terribles
como besos de mujeres. Los que
gemimos en América,
Comandante,
arrastrándonos sobre verdes muletas,
cantando en los rincones, por no mostrar la
quijada rota:
los tuertos y los mancos de corazón,
los que vivimos aplastados, desnucados,
descoyuntados como pájaros muertos,
los que han sed y hambre,
como en el tiempo del
hastío y las catástrofes,
los errabundos, los locos, los que lloramos entre
heladas visiones,
y vagamos por los cementerios, hieráticos o a
caballo;
los que borrachos, los tristes, los incomprendidos, los
que
saltamos del Génesis al Apocalipsis,
con la pierna
a la espalda,
pidiendo sangre, robando pan en las bodegas,
torvos, rebeldes caídos;
quienes viajamos como difuntos por las calles, en
una barcaza negra,
todos, Capitán,
todos, enfurecidos, increíble camarada,
todos los harapientos, los oprimidos, los
despavoridos de este mundo,
los reventados,
los abandonados,
los miserables,
los que vendemos ojos y orejas en el mercado;
los hambrientos, los atorrantes por necesidad, los
de rostro de ceniza,
el que cultiva un hongo de pus en la puerta del
horno.
La que parió en el desierto un ser atónito, de rostro
casi humano,
el que tiene la cabeza cortada y sobrevive a las
inundaciones,
y pide su horóscopo a los perros, y se desploma
sobre los espejos, anonadado, solo,
lejos de cuanto ama;
el que navega distante de sí mismo, a tres mil
leguas de su corazón
exiliado, como pájaro del viento ultramarino,
extranjero, mulato en su propia entraña,
todos,
todos,
te entregamos la piel,
los ojos,
la pólvora del alma, en invencibles, erguidos
escuadrones,
un bastión, una barricada,
una torre en tormento inexpugnable
para defender a Cuba
Pero había un Hombre, había
un hombre en la Sierra, geológico, planetario,
justo,
"Patria o Muerte, Patria o Muerte, Patria
o Muerte",clamaba, gigantesco toro. Una barba tenía,
una barba de macho navegando en tormentas, en
poderosas alucinaciones,
con la pasión en el corazón, dinamita de lujo,
airoso, tenso, contumaz, de fulgurante oleaje,
erguido, como pabellón de ajusticiado;
un olor
a lobo huérfano, a pescado podrido, había,
un hueso roto del Mar Caribe al Monte de la
Luna,
de muerte eterna, de venérea cola,
una hiena escarlata, en los altares de un pringado
dios terrible y loco.
Entre pirañas y escualos,
entre gallos con la cresta rajada,
bailaba la miseria una pavana sobre el corazón de
Cuba, como sobre una niña el salvaje onagro,
como alguien que mueve la pierna enfurecida,
arrojando arroz sobre la tierra,
arroz quemado,
succionando sus pechos de mordiente ópalo.
Comandante, ¡qué jornada! "Nuestro
espantoso viaje no ha terminado"; es enorme
como la tristeza del tabaco o el vuelo del águila
sobre la roca negra.
Pero no estás solo.
Como tizón encendido que abandonara un
muerto,
estamos nosotros, inmóviles, atentos, como
encrucijadas en la noche,
el pecho tenso, como humedecidos bisontes.
Comandante,
¡qué duro
cuero te ceñía el corazón ! Y Cuba
adentro, Cuba como un helecho inescrutable,
áspero,
Cuba sobre el Caribe, con sus tornados, terribles
como besos de mujeres. Los que
gemimos en América,
Comandante,
arrastrándonos sobre verdes muletas,
cantando en los rincones, por no mostrar la
quijada rota:
los tuertos y los mancos de corazón,
los que vivimos aplastados, desnucados,
descoyuntados como pájaros muertos,
los que han sed y hambre,
como en el tiempo del
hastío y las catástrofes,
los errabundos, los locos, los que lloramos entre
heladas visiones,
y vagamos por los cementerios, hieráticos o a
caballo;
los que borrachos, los tristes, los incomprendidos, los
que
saltamos del Génesis al Apocalipsis,
con la pierna
a la espalda,
pidiendo sangre, robando pan en las bodegas,
torvos, rebeldes caídos;
quienes viajamos como difuntos por las calles, en
una barcaza negra,
todos, Capitán,
todos, enfurecidos, increíble camarada,
todos los harapientos, los oprimidos, los
despavoridos de este mundo,
los reventados,
los abandonados,
los miserables,
los que vendemos ojos y orejas en el mercado;
los hambrientos, los atorrantes por necesidad, los
de rostro de ceniza,
el que cultiva un hongo de pus en la puerta del
horno.
La que parió en el desierto un ser atónito, de rostro
casi humano,
el que tiene la cabeza cortada y sobrevive a las
inundaciones,
y pide su horóscopo a los perros, y se desploma
sobre los espejos, anonadado, solo,
lejos de cuanto ama;
el que navega distante de sí mismo, a tres mil
leguas de su corazón
exiliado, como pájaro del viento ultramarino,
extranjero, mulato en su propia entraña,
todos,
todos,
te entregamos la piel,
los ojos,
la pólvora del alma, en invencibles, erguidos
escuadrones,
un bastión, una barricada,
una torre en tormento inexpugnable
para defender a Cuba