Fidel en nochebuena con los cenagueros
Дата:
00/00/2009
Источник:
Portal Humedal del Sur
Автор:
Anochecía aquel jueves 24 de diciembre de 1959 cuando dos familias vecinas de la finca Santa Teresa, los Méndez Armengual y los García Montano, se preparaban para celebrar la Nochebuena. Las esposas de Carlos y Rogelio, Francisca y Pilar, respectivamente, y la numerosa prole iban y venían en un alegre ajetreo. De pronto todo se interrumpió, un ruido y luces venidas del cielo atrajeron la atención. Se acercaba un helicóptero, estupefactos lo vieron descender en el patio de sus viviendas.
Del aparato bajó el Primer Ministro de la República, Fidel Castro. La sorpresa fue mayor cuando les solicitó, con la mayor naturalidad, unirse a ellos en el festejo navideño. De inmediato empezaron a llegar más vecinos, para conocer al legendario jefe de la Revolución, al que admiraban desde la época insurreccional. El gran héroe, el gran mito, estaba allí con ellos, en medio del humedal.
Todos querían hablar, preguntar, escucharlo. En ese ambiente campechano el encuentro fue más que una celebración. Fidel Castro, Antonio Núñez Jiménez y otros colegas habían detenido su andar por el país en ese apartado lugar cercano al batey de Soplillar. Hubo intercambio, comida, bebida, improvisación, música; y lo más importante, se cimentaron nuevas esperanzas en un futuro distinto que sepultaría el olvido en que vivió sumido el cenaguero.
Los niños José Maximiliano y Alfredo le entregaron al líder un modesto aparte para la Reforma Agraria, producto de la venta del carbón producido por ellos con ese fin; la disposición del adolescente que mostró con orgullo su carne de las Patrullas Juveniles, manifestando que lo alentaba el propósito de defender la Revolución y a su pueblo; las cuartetas improvisadas por Pablo Bonachea; las impresiones de los presentes, y la ocasión eternizada por la cámara del fotógrafo; expresan en toda su magnitud el significado de esa noche y de las por venir para los cenagueros.
Antes de las doce, apremiados por el estimulante aroma, a la luz de los candiles y en torno a la rústica mesa, disfrutaron de la tradicional cena. Estaba por concluir el “Año de la Libertad”. En el transcurso de esos primeros meses del triunfo popular, el Comandante en Jefe, día a día, sellaba su hermandad con el pueblo, porque fiel continuador del ideario martiano decidió su suerte echar con los pobres de la tierra.
Del aparato bajó el Primer Ministro de la República, Fidel Castro. La sorpresa fue mayor cuando les solicitó, con la mayor naturalidad, unirse a ellos en el festejo navideño. De inmediato empezaron a llegar más vecinos, para conocer al legendario jefe de la Revolución, al que admiraban desde la época insurreccional. El gran héroe, el gran mito, estaba allí con ellos, en medio del humedal.
Todos querían hablar, preguntar, escucharlo. En ese ambiente campechano el encuentro fue más que una celebración. Fidel Castro, Antonio Núñez Jiménez y otros colegas habían detenido su andar por el país en ese apartado lugar cercano al batey de Soplillar. Hubo intercambio, comida, bebida, improvisación, música; y lo más importante, se cimentaron nuevas esperanzas en un futuro distinto que sepultaría el olvido en que vivió sumido el cenaguero.
Los niños José Maximiliano y Alfredo le entregaron al líder un modesto aparte para la Reforma Agraria, producto de la venta del carbón producido por ellos con ese fin; la disposición del adolescente que mostró con orgullo su carne de las Patrullas Juveniles, manifestando que lo alentaba el propósito de defender la Revolución y a su pueblo; las cuartetas improvisadas por Pablo Bonachea; las impresiones de los presentes, y la ocasión eternizada por la cámara del fotógrafo; expresan en toda su magnitud el significado de esa noche y de las por venir para los cenagueros.
Antes de las doce, apremiados por el estimulante aroma, a la luz de los candiles y en torno a la rústica mesa, disfrutaron de la tradicional cena. Estaba por concluir el “Año de la Libertad”. En el transcurso de esos primeros meses del triunfo popular, el Comandante en Jefe, día a día, sellaba su hermandad con el pueblo, porque fiel continuador del ideario martiano decidió su suerte echar con los pobres de la tierra.