Fidel: las viejas y las nuevas armas
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La Isla desconocida
Es grave su reflexión, como su mirada. La foto de Roberto Chile muestra en close-up a un anciano guerrero que mira fijamente a su interlocutor. La fuerza de esa mirada es la de los argumentos. Fidel Castro es entrevistado por cuatro destacados periodistas venezolanos. Habla de la Península coreana y del Medio Oriente, pero es a propósito de Colombia, el estado intervenido, que formula una conclusión quizás de partida: “Teníamos la razón en desear la justicia y también, la paz. Y éramos partidarios de la lucha.
Porque si usted no puede obtener la justicia por otras vías, tiene que ir a la vía de las armas. Pero llega un momento en que ni el Imperio ni los revolucionarios pueden llegar a obtener sus objetivos por la vía de las armas. Miren ustedes la conclusión: Ni el Imperio, ni los revolucionarios”. Fidel, con la experiencia de sus 84 años casi cumplidos, otra vez vestido de verde olivo, advierte: en el nuevo siglo no es viable la guerra, ni la convencional, ni la de guerrillas, ni la atómica. No podría haber vencedores ni vencidos.
Es verdad que su afirmación encaja en un contexto muy específico: la guerra total colombiana, en la que intervienen guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, militares colombianos y estadounidenses. La guerra como estrategia de colonización militar imperialista, y como forma de control regional. Pero la conclusión trasciende el escenario. Doce años antes, el 23 de junio de 1998, había dicho: “Hoy ya la cosa es de otro carácter, es mundial, es la fuerza del pueblo, la educación, la conciencia; las masas, con un creciente poder, son las que tendrán que resolver estos problemas. (…) Serán otras tácticas, ya no será la táctica al estilo bolchevique, ni siquiera al estilo nuestro, porque pertenecieron a un mundo diferente. Serán otros caminos y otras vías por los cuales se irán creando las condiciones para que ese mundo global se transforme en otro mundo. Yo no concibo otra globalización que no sea la globalización socialista”.
Unos meses después, llegarían los nuevos guerrilleros del siglo XXI a Centroamérica y Haití: médicos, enfermeros y técnicos de la salud, que traerían vida en lugar de muerte, que no se inmiscuirían en discusiones políticas, pero cuya sola presencia y actuación terminarían siendo subversivas. Médicos, no para exponer ideas, sino para aplicarlas. Ideas personificadas que salvaban vidas. Ideas que no podían ser calumniadas, porque se manifestaban en hechos. Los pueblos centroamericano y haitiano, y los de otras naciones latinoamericanas, africanas, asiáticas -a donde irían las guerrillas de la salud–, redefinirían en cada médico cubano a la Revolución. Y cada médico se redefiniría a sí mismo en su misión como revolucionario. Magnífica y silenciosa guerrilla que evadía las trampas retóricas de las corporaciones de prensa, y anotaba el gol de las ideas.
En América Latina las estructuras reproductoras del sistema capitalista se agrietaron y las nuevas ideas encarnaron en gobiernos elegidos por el pueblo. Quizás porque carece de argumentos, el imperialismo se aferra en cambio al uso de la fuerza, pero cada guerra que comienza se empantana en la resistencia popular. ¿De qué valen tantas armas acumuladas, tanta inteligencia desperdiciada en sofisticadas maneras de matar, si la fuerza es inviable, si los medios al servicio de la fuerza se desacreditan en la retórica porque ignoran los hechos?, ¿si el mundo en el que vivimos se cae a pedazos? Doce años después, hay decenas de miles de médicos-ideas en muchos países del mundo, cubanos, y venezolanos, nicaragüenses, bolivianos, haitianos, que se formaron en Cuba; también hay decenas de miles de soldados norteamericanos que tratan infructuosamente de vencer a los hombres y mujeres ideas. El peligro sin embargo es el Holocausto, no el metódico y “racional” de los nazis, sino uno más devastador e irracional: el nuclear. Fidel lo ha percibido con claridad, y hace un alto en su obsesión de construir un mundo más justo, para alertar del peligro a sus enemigos. Una alerta que a todos concierne: a ricos y a pobres, a revolucionarios y a contrarrevolucionarios, porque todos navegamos en el mismo Planeta.
Las preguntas que nos dejó Fidel el sábado, desde la tribuna de la Asamblea Nacional, expresan el dramatismo de la situación: el imperialismo, por su naturaleza social depredadora, no cede, pero los seres humanos concretos pueden impedir su vocación suicida. La Humanidad ha llegado al borde del abismo: o reordena su estilo de vida o se despeña. O cesa de guerrear, y construye un nuevo orden internacional, o hallará la muerte. Obama puede ser persuadido de no iniciar la guerra, repite el líder guerrillero, porque no es un asesino: no es un cínico como Nixon, un ignorante como Reagan o un imbécil loco como W. Bush; no es un Nerón capaz de incendiar el mundo.
Entonces Fidel retoma su concepto de siembra de ideas, de formación de conciencias: “¿Cuales son las armas ahora para hacer Revolución? -pregunta a los periodistas venezolanos y responde:– Divulgar la realidad de lo que va a ocurrir. Ustedes tienen armas nucleares ideológicas (la comunicación con el mundo), y si ganan esta batalla habrán derrotado al régimen y no harán falta Revoluciones”. Pongámonos la improvisada armadura, saltemos sobre Rocinante, y de adarga, empuñemos la pluma, al menos de forma simbólica, porque son tiempos de computadoras, de batallas virtuales. Fidel, el viejo y siempre joven guerrillero, vestido de verde olivo, mira fijamente a sus interlocutores, como si hubiese visto un futuro horrible que la acción inmediata de los pueblos puede cambiar.