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El Moncada y la radio en Fidel

Дата: 

20/05/2010

Источник: 

Periódico Granma

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Durante muchos años, algunos compañeros que entonces laborábamos en la Cadena Oriental de Radio —trasladada desde Santiago de Cuba a La Habana, el 3 de agosto de 1953—, pensábamos de manera similar en cuanto a la visita que el compañero Fidel realizó a dicha emisora el 20 de mayo de 1955. Coincidíamos en que el motivo radicaba en que la casi totalidad de sus artistas, técnicos, periodistas y empleados procedían de ese territorio oriental.

Fidel en compañía de Guido García Inclán durante una de sus visitas a la Cadena Oriental de Radio, luego de su salida de prisión en 1955.Un testimonio ofrecido por el compañero Pedro Trigo, participante en las acciones del 26 de julio de 1953, indica que en los planes para los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, Fidel contempló la toma de la referida emisora de alcanzarse la victoria sobre la segunda fortaleza militar del país en aquellos momentos.

Antes de iniciarse el combate, Fidel había encargado el asalto a la Cadena Oriental de Radio a tres revolucionarios: Raúl Gómez García, el poeta de la Generación del Centenario, con la misión de leer el Manifiesto a la Nación; Mario Muñoz Monroy, médico y técnico de radio, y Pedro Trigo.

El objetivo a alcanzar sería sumar a la población a la lucha con las armas que se ocuparan en el Moncada, pero como se sabe, el revés conllevó la muerte en combate de unos pocos revolucionarios y el asesinato de la mayoría después de ser hechos prisioneros. De los nombres citados arriba solo sobrevivió Pedro Trigo.

Cuando el 20 de mayo de 1955 Fidel hizo su entrada en los locales que ocupaba la Cadena Oriental de Radio, entonces en la calle Campanario 215, esquina a Concordia, en La Habana, es posible que la mayoría de los que allí acudieron no conocieran de aquella orden impartida por Fidel de carácter político y movilizadora de masas.

Desde que Fidel había llegado a la capital después de haber sido liberado junto a otros moncadistas presos en el presidio de Isla de Pinos, el 15 de enero de 1955, y debido a la gran presión de las masas, decidió, junto a Raúl, residir en la casa de su hermana Lidia, en la calle 23, entre 18 y 20 en el Vedado. Allí acudieron decenas de combatientes de la gesta del 26 de julio de 1953, militantes de la juventud ortodoxa, periodistas que habían trabajado por la amnistía de los moncadistas y muchos otros.

Entre los que visitaron la casa del Vedado estuvo Wilfredo Rodríguez Cárdenas quien había trabajado como actor en la Cadena Oriental de Radio en Santiago de Cuba, lo que continuaba haciendo en la misma ahora en La Habana.

Wilfredo contó en varias oportunidades que en la conversación con Fidel este le insistió en el papel tan importante que podía hacer la radio denunciando los atropellos y asesinatos de la dictadura como una forma de toma de conciencia por parte de la población, como preparándola para una lucha que incuestionablemente continuaría.

Con su modestia y compartimentación característica, Wilfredo nunca habló del plan de visitas a varias emisoras en la capital que Fidel proyectaba hacer a partir del día 20 de mayo. Los hechos indican que algo hablaron del particular ya que cuando Fidel llegó al edificio de Campanario 215 era acompañado de Wilfredo.

Serían como las dos de la tarde cuando se sintió un fuerte murmullo, acompañado de exclamaciones, que para algunos resultaba incomprensible, mucho más para quien esto escribe que era un recién incorporado a la emisora con menos de 16 años.

Observé como un hombre alto, vestido de traje y corbata, de unos seis pies de estatura, era seguido escaleras arriba por numerosas personas. Quedó al final el compañero Wilfredo quien se me acercó, quizás por verme algo más que asombrado, preguntándome ¿quieres conocer a una persona importante para Cuba? Le contesté inmediatamente que sí. Junto a Wilfredo, quien llegaría a ser el Jefe del Movimiento 26 de Julio en el sector de la radio y la televisión, subimos al segundo piso donde se hallaba un estudio de grabaciones con Pedro Mir Valentín, poeta dominicano exiliado en Cuba y perseguido por el sátrapa Trujillo; José Mederos Mestre, después jefe de las comunicaciones radiotelegráficas por claves del Movimiento; el periodista Gerardo Ruiz Fraga y el locutor Antonio Pera.

Llegamos al local donde se escuchaba una sola voz, firme en sus planteamientos en cuanto a las realidades de la patria. El silencio de los asistentes era absoluto, de total atención. Allí estaban Jesús Montané y otros moncadistas, así como los periodistas Guido García Inclán, "Pincho" Gutiérrez, y muchos más.

Aprovechando una pausa de Fidel, Wilfredo me tomó por un brazo y me acercó a él. Estaba sentado en la esquina de una mesa, me preguntó mi nombre, la edad, lo que había estudiado y qué labor realizaba en el noticiero. Fue muy preciso cuando me dijo que desde la radio se podía ayudar a la población a que conociera la verdad de lo que pasaba en Cuba, acotando "no hay propaganda que llegue más rápido al pueblo que lo que se transmite por una emisora radial".

No puedo decir otra cosa, contesté con respeto y cierta timidez sus preguntas. Cuando ya pensé que había terminado me hizo la última ¿Qué tú crees de la situación de Cuba? Mi respuesta fue casi inmediata: "hay que tumbar a Batista".

Fidel giró su mirada hacia Wilfredo y le expresó: "cuiden a este muchacho que a lo mejor puede hacer algo por la patria".

Dimos varios pasos atrás y Fidel, con gran optimismo, siguió hablando del carácter de la lucha que se avecinaba, de cómo la sangre de los muertos llamaba a no olvidar, y convertir el revés sufrido en una victoria del pueblo.

La noticia de la visita de Fidel a la emisora, contenida en dos párrafos, la hizo de manera muy inteligente e intencionada el periodista Gerardo Ruiz Fraga y se transmitió, en la voz de Antonio Pera, en el noticiero de las cinco de la tarde. Había sido la primera visita de Fidel a una emisora de la capital del país. Fue un 20 de mayo de pleno contenido revolucionario.

La radio siempre estuvo al lado de Fidel hasta la victoria final, por espacio de cinco años, cinco meses y cinco días a partir del 26 de julio de 1953, y por siempre.